La Palabra del Domingo - 29 de marzo de 2008 - Atraeré a todos hacia mí
Jn 12:20-33
20 Había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta.
21 Estos se dirigieron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaron: “Señor, queremos ver a Jesús.”
22 Felipe fue a decírselo a Andrés; Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
23 Jesús les respondió: “Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre.
24 En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto.
25 El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna.
26 Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.
27 Ahora mi alma está turbada.Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!
28 Padre, glorifica tu Nombre.” Vino entonces una voz del cielo: “Le he glorificado y de nuevo le glorificaré.”
29 La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno. Otros decían: “Le ha hablado un ángel.”
30 Jesús respondió: “No ha venido esta voz por mí, sino por vosotros.
31 Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo será echado fuera.
32 Y yo cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí.”
33 Decía esto para significar de qué muerte iba a morir.
MEDITACIÓN
1.- Como en tantas otras ocasiones, Jesús y sus discípulos van a Jerusalem para celebrar alguna de las fiestas judías. Aquí, Juan no dice cual es, pero quizá esto sea lo de menos. Si vemos, con esto, que el Mesías no evitaba ni huía de todo lo que fuera la religión a la que pertenecía y a la que había venido a dar verdadero cumplimiento. El caso es que entre los que acuden allí también hay, como es lógico, personas de nación griega. En estos, ajenos a aquella tierra, bien podemos vernos representados nosotros.
Piden, demandan, ver a Jesús. Seguramente, llevados por el conocimiento que de los prodigios del Mesías podían tener, querían tener un contacto con aquella persona de la que tantas cosas se dirían.
Y nosotros también, bien cuando exista desconocimiento de la persona y figura de Jesús, podemos acudir en su busca, bien sea deseando saber algo más de quien tanto se dice, bien queriendo experimentar, mejor, lo que ya conocemos.
Es la libertad de la que gozamos la que nos hace escoger esta posibilidad, y en ella podemos tener un buen instrumento de conformación de nuestra personalidad como cristianos pues, de seguro, que del encuentro con Jesús ha de derivar una conciencia clara de pertenencia a una familia grande, universal, nuestra.
Y Jesús también tiene sus intermediarios por si, ante su persona, gigante del amor, no sabemos como dirigirnos a Él. Basta acudir a la Iglesia, tesoro dejado por su presente, para que, en su seno, seamos capaces de comprenderlo o, al menos, tratar de hacerlo. Así, de esta forma digamos, indirecta, y no es que Cristo no se muestre directamente a nosotros si así lo queremos, el encuentro con el Enviado es posible si sentimos temor al comparar nuestra persona con la suya.
2.- Jesús, ante esa voluntad expresada de alguien que quiere conocerlo, no opta por dejar que, simplemente, se agreguen a su grupo sin darle más explicación, como quien espera una adhesión ciega, sostenida, tan sólo, en la importancia de su persona. Todo lo contrario. Por medio de sus ejemplos sacados de la vida cotidiana, trata de hacer comprender qué es lo que pretende decir, qué es lo que quiere que sea entendido, qué es lo que ha venido a hacer.
Y ¿qué es lo que quiere que entiendan, en este caso? Bien podemos dividir, para mejor comprender, ésta parte del texto, hasta la intervención de Dios, en dos partes.
Por una parte, Jesús dice que ha llegado, ya, su hora y da a entender que se encuentra turbado, mi alma está turbada, dice, y se pone en manos del Padre, de su Padre, de Dios. Él cree, y está seguro de que la voluntad de Abbá ha de cumplirse y, por eso, dice que ha llegado a ese momento, precisamente, para eso. Su voluntad es acatar, a pesar de lo que sabe sucederá, lo que esa hora le traiga.
Pero en otro sentido, o por otra parte, Jesús trata de que sus oyentes comprendan lo importante de su mensaje y, por eso, acude a una imagen de la naturaleza, tan a mano para todos los presentes. El hoy, y el mañana, el presente, su aquel presente, la vida eterna, ha de estar al alcance de todos, quedar a escasa distancia de las entendederas de sus discípulos y seguidores.
Por una parte está el hombre viejo, por otra la actitud de servicio que ha de tener y cumplir el hombre nuevo. A modo de símil, para que algo dé fruto ha de volver a aquello de donde salió, el grano a la tierra para ser sembrado, el hombre a Dios donde fue creado, por su misericordia. Así, el grano, al morir como tal, es el germen de algo nuevo, de otra planta que puede dar fruto; así, el hombre, al volver al Padre, de donde no debió huir, vuelve a encontrar el cauce de una existencia radicalmente distinta a la que llevaba con anterioridad y puede despegarse de esta tierra que lo tiraniza para, siguiendo pisando su superficie, sentirse elevado hacia Dios en el espíritu, en su alma inmortal, renovando y reiterando esa relación horizontal que lo une con el Creador. Radical cambio el que pretende Jesús de los que quieren seguirle: morir a lo viejo para venir a lo nuevo.
Pero, ¿qué es lo nuevo? Es tan fácil de decir como difícil de hacer: esa actitud de servicio, esencia de la personalidad de Cristo, que atrae la honra de Dios. Si en la última cena, Jesús manifiesta esta actitud de forma clara en el lavatorio de los pies, y así se lo dirá a sus discípulos: Pues si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros (Jn 13, 14), ahora, ya, como dirá siempre, manifiesta que eso es lo que hará al hombre nuevo: el servicio a los demás, a los que esperan, de ellos, algo que los diferencia, para bien, de los que los miran y ven, en ellos, una nueva forma, recuperada la antigua y verdadera Ley, de ser.
3.-Y aquí, en auxilio necesario de quien pide, Jesús, Dios acude para manifestar lo que otras veces (pocas, al parecer, para sus presentes) ya ha dicho: Jesús, Hijo suyo, ha sido glorificado. Pero no sólo eso, sino que más allá de ese momento, de nuevo lo glorificaré.
Y quien oye, también como tantas otras veces, duda. Y dudan dando a esas dudas una doble posibilidad: bien optan por la respuesta de la naturaleza, bien por la del espíritu.
Como suele suceder, ante la manifestación de Dios, también nosotros podemos llegar a una conclusión o a otra, según tengamos acorde nuestro corazón con la voluntad de Dios: si lo tenemos mirando al Padre, para nosotros, estará claro que en cada caso de nuestra realidad podremos ver a Dios, ver su influencia, lo bueno de nuestro quehacer, y en nuestro camino reconoceremos su influjo en nosotros.
Si, por otra parte, nuestro apego a la tierra es mayor y prepondera en nosotros, está claro que será, para quien lo sea, Dios será más una molestia que un apoyo.
Y Jesús, ante la incredulidad manifestada por alguien, se ve en la obligación de, por una parte, clarificar el sentido de esas palabras y por otro, profetizar sobre su futuro, del que ya tenía conocimiento.
Como el Mesías tenía clara conciencia del mensaje que traía y de la función que Dios le encomendó, bien sabía que lo de la glorificación que habían oído venía por Él mismo, que Dios había querido decir que, tras su muerte terrena, entraría, ya definitivamente, en su gloria y que, para los demás hermanos del Hijo y este debía de ser una advertencia sobre su comportamiento y del cambio que debían experimentar en sus vidas.
Dios, al poner frente a los hombres la vida de Jesús, les ofrecía la posibilidad de verse en ella o, al contrario, de no querer mirar en su imagen que reflejaba el amor auténtico. En este sentido, les había presentado la prueba real de cómo ha de ser el hijo de Dios, para serlo de verdad. De aquí lo del juicio. Cuando Jesús está presente, físicamente, entonces es el juicio de este mundo. Y cada uno es juzgado según haga, conociendo lo que debe conocer para resultar absuelto, de esta manifestación de la voluntad de Dios.
Cuando Jesús sea levantado en la cruz, significado de cuando sea elevado de la tierra, habrá tomado el camino directo para ser echado fuera; se entiende que fuera de este mundo, fuera de entre sus presentes.
En ese momento, y para muchos otros, cuando lo fuera después, el Hijo de Dios, con el ejemplo dicho en su vida y con la confirmación de sus profecías con lo que sucede tras su Pasión, será como un, a modo, de imán, que atraerá a todos hacia Él pues, de lo dicho y hecho, con ese total cumplimiento y relación entre una cosa y la otra, se deriva, derivó y derivará un acercamiento de quienes buscan el cumplimiento de la Ley en el único sentido querido por Dios. Y en esa unidad de vida tenemos una clara solución a nuestro quehacer, un espejo en el que mirarnos, el mejor bien que recibir y hacer nuestro.
ORACIÓN
Padre Dios; ayúdanos a morir a lo malo y al corazón de piedra para venir a ser lo bueno y tener el corazón de carne.
Gracias, Señor, por poder transmitir esto
El texto bíblico ha sido tomado del Servicio de Biblia de www.catholic.net
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