La Palabra del Domingo -22 de febrero de 2009 - "El Hijo del hombre perdona los pecados"
Mc 2,1-12. El Hijo del hombre tiene potestad en la tierra para
perdonar pecados.
1 Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaún y se difundió la noticia de que estaba en la casa.
2 Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siquiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
3 Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres.
4 Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico.
5 Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Hijo, tus pecados te son perdonados".
6 Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: 7 “¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?".
8 Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: “¿Qué están pensando?
9 ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: “Tus pecados te son perdonados", o “Levántate, toma tu camilla y camina"?
10 Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados 11 –dijo al paralítico– yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa".
12 Él se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: “Nunca hemos visto nada igual".
MEDITACIÓN
1.- Jesús vuelve. Su presencia, cuya fama corrió por toda la comarca rápidamente, atrae tanto a aquellos que buscan el prodigio como a los que esperan, pacientes, la llegada del Mesías, aunque fuera un Mesías distinto o como ellos no esperaban.
Jesús vuelve a casa, a cada uno de nuestros corazones, para habitar en ellos (recordad aquello que dijo: el que me ama guardará mi palabra y mi Padre le amará, vendremos a él y viviremos en él, Jn 14, 23). Y ante su puerta, ante la propuesta de aceptar su mensaje podemos apostarnos por si aceptamos lo que este supone; a la espera, si no tenemos suficiente fe, de algo que, de sus manos, pueda asegurarnos quien es. Muchas veces esperamos extraordinarios actos de la Palabra de Dios, que conforme nuestra vida de forma espontánea, imprevista. Si bien esto puede ser así, ¿no es más lógico que, de nuestra parte, pongamos ese esfuerzo y ese ruego para que la acogida a Cristo sea fundante de un nuevo existir? Dios se da… pero espera, como Padre, la solicitud amorosa del hijo, de cada uno de nosotros.
Jesús vuelve siempre para anunciar la Palabra, y en ella nos da el acercamiento que tanto buscamos, o hemos de buscar, a Dios. En la escucha de aquella podemos encontrar esa bondad, ese amor que tanto expresa, inasequible al desaliento de su predicación.
2.- Muy buena es la perseverancia cuando ella tiene puesto su objetivo en actos beneficiosos para los demás, y para uno mismo (porque no decirlo), cuando, tras la insistencia, incluso la cabezonería bien entendida, se consigue el objetivo buscado, anhelado afán de aquellos que esperan, con amor alguna gracia, una dicha para su alma por haberse dado por otro, cuando así sea.
Tal fue el intento de los amigos del paralítico que recoge este texto de Marcos. Es de suponer que una parálisis, en aquella época, como muchas enfermedades incapacitantes, hacía muy dificultosa la vida de una persona, postrándola, para siempre, en esas escasas tablillas que conformaban una camilla. Y recurrir a Jesús, conocido por sus obras portentosas, era, quizá, el único remedio a que podían acogerse, la única esperanza que podría verse cumplida.
Era de esperar que no se limitaran a acudir a la casa donde estaba acogido Jesús. Hubiera sido, esa, una actitud poco amorosa, demasiado resignada. Tal sería, y era, el gentío que acudió allí, que se vieron obligados, además, a subir al techo de la habitación donde predicaba el Mesías y, desde allí, romperlo y descolgar al amigo en busca de la reparación de sus males. Abrieron, con eso, yo pienso, el corazón de Jesús y, así, hicieron posible la que sería curación total (de cuerpo y espíritu) del enfermo.
Y Jesús, que ve la fe de ellos, se dirigió al citado de la única manera que sabía, que podía, hacerlo. Y le perdona sus pecados. Pero le llama Hijo. Este llamarlo de esa forma no era, creo yo, porque pensara que Él, Jesús, era Padre en sentido estricto, sino porque sabía que se dirigía al enfermo en nombre del Padre y que, gracias a eso y por eso, iba a ser sanado. A través de Él Dios hablaba de esa forma.
3.-Y ahí estaba la acechanza preparada. Cerca de Él había escribas, conocedores, muchos ellos, de la Ley y otros al servicio del Templo. Y ellos piensan, para sí, en su interior, en sus corazones, dice el texto, varias cosas, pero sobre todo esto: dos preguntas y una afirmación.
Y las preguntas que se hacen muestran una secuencia realmente curiosa. En primer lugar no deja de ser importante la forma de referirse a Jesús. Le llaman éste. Y esto viene a indicarnos que era, para ellos, desconocido, pues si otra cosa hubiera sido se habrían dirigido a Él, aunque fuera en su interior, por su nombre. De aquí su extrañeza ante la forma de hablar de Jesús. Sin embargo, estos escribas, dotados, según ellos, de un conocimiento de la Ley de Dios que les hacía distinguir una conducta como contraria a ella o cuándo estaba acorde con su letra, afirman, taxativamente, sin duda alguna: está blasfemando. Esto, que puede parecer una apreciación personal que, quizá, no fuera más allá, la anteponen, y aquí está lo destacable, a su segunda pregunta: ¿Quién puede perdonar pecados, sino Dios sólo? De aquí que pueda decirse que los escribas, en su seguridad e, incluso, soberbia, primero califican de blasfemia lo dicho por Jesús y, luego, sólo luego, confirman esa afirmación con la pregunta que deberían haber hecho antes.
Yo creo que los escribas, sostenidos en unas normas que daban seguridad a sus vidas espirituales y, por eso, y también, corporales o físicas, de vivencia diaria, no fueron más allá del significado de lo dicho por Jesús, sólo vieron lo inmediato, no captaron, seguramente porque no podían, la Verdad en las palabras del Maestro. Eran esclavos de su propia existencia, ciegos que no querían ver. Lo que vino después les habría de demostrar que, si la relación entre enfermedad y pecado era lo que ellos pensaban y Jesús curaba la enfermedad, pues… una cosa derivaría de la otra.
4.-Jesús, que todo lo conocía, no podía dejar de pasar aquella oportunidad para tratar de convencer, sino con palabras, sí con hechos, pues parecía este el único lenguaje que entendían estos defensores de la Ley.
Cuando el Mesías les dice eso de sus corazones, donde tenían aquellos pensamientos, les estaba conminando a decir lo que pensaban, cosa que no harían, seguramente, por miedo a la gente; les estaba orientando hacia donde debía de ir su actuación: abrirse a los demás, no tener temor de ser rebatidos, no esconderse dentro de si mismos.
Valga eso mismo para nuestra propia vida, tantas veces abocada a la soledad de la incomprensión real o imaginada.
Y Jesús les plantea una alternativa que iría en beneficio de la clarificación de su pensamiento: ¿curar o perdonar? Y como sabía que no obtendría respuesta porque hubiera sido una forma clara de identificarse con quien pensaban que eran un blasfemo, el Mesías pasa a la acción: las dos cosas son posibles. Primero ordena al paralítico que se levante, o sea, lo cura, y, luego, que ande, que camine hacia el futuro de su vida.
Con esto rompe con todo lo que, entre otros, creían los escribas. Si Dios es el único que puede perdonar pecados y Jesús se los perdona (más que nada para acabar con esa relación antes dicha entre enfermedad y pecado) ya que, como es evidente para todos los presentes, el enfermo se levanta de la camilla y anda, es que ese éste como dicen sus silenciosos detractores, no era otro que Dios mismo. Podrían, o no, aceptarlo, pero el caso es que de su mismo lenguaje se deduce tal verdad. Por esto mismo todos estaban asombrados y glorificaban a Dios. Es más, no sólo dicen esto, sino que rematan su pensamiento con el jamás vimos cosa parecida, signo inequívoco de que algo nuevo esta sucediendo. El Evangelio había tomado forma, su Mesías ya había llegado.
Había llegado, ya, el Hijo del hombre.
Muchas veces me he preguntado el significado de esta expresión “Hijo del hombre”. Como el lenguaje bíblico suele tener, las más de las veces, un significado distinto al que, comúnmente, podemos darle (eso sabiendo que está escrito en una época determinada y que, a ella, se debe) no hay que decir que eso de Hijo del hombre es de difícil entendimiento.
Sin embargo, y sin buscarlo, como suele suceder, me llegó a mis manos y a mis ojos un texto del actual Santo Padre, Benedicto XVI, titulado “El origen de la Iglesia”. Entre otras cosas, referido a esto, el texto dice lo que sigue:
“Se ha hecho notar que en la autodesignación de Jesús como “Hijo del hombre” vibra siempre el factor fundacional, porque, desde su origen en Dan 7, es palabra simbólica para designar al pueblo de Dios de los últimos tiempos. Al aplicársela Jesús a sí mismo, se designa implícitamente como creador y señor de este nuevo pueblo, con lo que toda su existencia aparece referida a la Iglesia”
Y Jesús, como sabemos, y como se ha dicho muchas veces, fue, Él mismo, la plenitud de los tiempos, el fin de los viejos tiempos, la nueva creación…
ORACIÓN
Padre Dios; ayúdanos a gozar con la segunda venida del Hijo del Hombre por la que oramos con ansia.
Gracias, Señor, por poder transmitir esto
El texto bíblico ha sido tomado del Servicio de Biblia de www.catholic.net
2 comentarios
Es eso, precisamente, la fe de los amigos del paralítico, lo que Jesús admira más. Por eso, precisamente, cura al enfermo de la parálisis.
En cuanto a lo que Ud. dice de la confesión... seguramente tiene razón.
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