Juan Pablo II Magno: textos para un mejor vivir - "Felicidad"
Serie “Juan Pablo II Magno“
En el mes de julio de 2002, Juan Pablo II Magno se dirigía a los jóvenes reunidos en Toronto para celebrar la XVIII Jornada Mundial de la Juventud, diciendo lo siguiente:
“Queridos jóvenes, sólo Jesús conoce vuestro corazón, vuestros deseos más profundos. Sólo Él, que os ha amado hasta la muerte, (cfr Jn 13,1), es capaz de colmar vuestras aspiraciones. Sus palabras son palabras de vida eterna, palabras que dan sentido a la vida. Nadie fuera de Cristo podrá daros la verdadera felicidad“.
Pues no son, tales palabras, sólo, digamos, para tal franja de edad sino que, en general, nos las podemos aplicar todo cristiano y, en particular, todo católico.
Así, tenemos en Jesucristo, Hijo de Dios y hermano nuestro, a alguien que, además de traernos aquellas palabras que nos dan la vida eterna nos sirven, también, para nuestra vida cotidiana; para alcanzar, así, la felicidad.
Mucha relación tiene la felicidad con lo que llama Jesús “Bienaventurados”. Las Bienaventuranzas son, por tanto, un claro camino hacia la felicidad y, por eso mismo, una demostración de cómo es posible alcanzar la misma.
Por eso “La palabra clave de la enseñanza de Jesús es un anuncio de alegría: Bienaventurados… El hombre está hecho para la felicidad. Por tanto, vuestra sed de felicidad es legítima. Cristo tiene la respuesta a vuestra expectativa. Con todo, os pide que os fiéis de Él. La alegría verdadera es una conquista, que no se logra sin una lucha larga y difícil. (…) El Sermón de la montaña traza el mapa de este camino. Las Bienaventuranzas son las señales de tráfico que indican la dirección que es preciso seguir.
La alegría que las Bienaventuranzas prometen es la alegría misma de Jesús: una alegría buscada y encontrada en la obediencia al Padre y en la entrega a los hermanos” (Jornada de la Juventud de Toronto, 2002, citada arriba)
No me resisto, ahora, a traer aquí las citadas Bienaventuranzas (las recogidas en Mt 5:3-11)
“Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices los afligidos, porque serán consolados.
Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.
Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.
Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.
Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.
Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.
Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.
Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí”.
Es, tal programa de “felicidades”, como dijo Juan Pablo II Magno en Madrid (1982) “El programa de lucha, para superar con el bien el mal”: tener alma de pobres, estar afligido, ser paciente, ansiar justicia, ser misericordioso como Dios lo es, tener el corazón limpio de impurezas, ansiar la paz, ser y sentirse perseguido por aplicar la justicia y ley de Dios, ser zaheridos por manifestarse hijos de Dios y hermanos de Cristo.
Y aquí, por tanto, encontramos el camino que, indicado por Juan Pablo II, nos pone en marcha hacia el Padre.
Por otra parte, nos podemos preguntar qué es lo que, sobre todo, ha de caracterizar al cristiano que entiende ser feliz con la puesta en práctica de la doctrina de Cristo. Dos son, sobre todo, las señales que denota la existencia de alguien que se hace llamar de tal forma:
1.-“La alegría cristiana debe caracterizar toda la vida, y no sólo un día de la semana. Pero el domingo, por su significado como Día del Señor resucitado, es día de alegría por un título especial, más aún, un día propicio para educarse en la alegría, descubriendo sus rasgos auténticos” (Carta Apostólica Dies Domini, 1998) (57)
2.-“Servir es el camino de la felicidad y de la santidad: nuestra vida se transforma, pues, en una forma de amor hacia Dios y hacia nuestros hermanos” (Jornada Mundial de la Juventud, Paris, 1997)
Así, alegría y servicio son un claro ejemplo a partir del cual la vida del cristiano puede decirse que ha entrado en la senda de la felicidad: alegría como manifestación de haber encontrado a Cristo; servicio como consecuencia de tal encuentro (darse a los demás es, más que nada, el cumplimiento del amor al prójimo que predicó el Hijo de Dios)
Y es que la “Iglesia, con su corazón, que abarca todos los corazones humanos, pide al Espíritu Santo la felicidad que sólo en Dios tiene su realización plena: la alegría ‘que nadie podrá quitar’ (Jn 16:22), la alegría que es fruto del amor y, por consiguiente, de Dios que es amor; pide ‘justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo’ en el que, según san Pablo, consiste el reino de Dios” (Encíclica Dominum et vivificantem, 1986) (67)
Tal es el espacio espiritual, la Iglesia, en el cual encontramos lo que el ser humano busca: felicidad; tal quien infunde la felicidad: el Espíritu Santo; tal de Quien emana todo bien y toda alegría: Dios.
Y es que para Juan Pablo II Magno, como dice en el número 9 de la Encíclica Veritatis splendor, “Jesús elaciona la cuestión de la acción moralmente buena con sus raíces religiosas, con el reconocimiento de Dios, única bondad, plenitud de la vida, término último del obrar humano, felicidad perfecta”.
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