Juan Pablo II Magno: sobre el dolor y la vida
Serie Juan Pablo II Magno
Todos recordamos y, seguramente, es una imagen que se nos ha quedado impresa en la memoria, como Juan Pablo II Magno caía desplomado en el coche que atravesaba la Plaza de San Pedro aquel 13 de mayo de 1981.
Cuando Alí Agca le disparó a quemarropa, con una pistola marca Browning de nueve milímetros, el Papa polaco se dirigía a celebrar la audiencia que todos miércoles celebraba. Le hirió en el abdomen (de gravedad)
Sin embargo fue la prueba más palpable de que lo que el dolor puede suponer para un cristiano si sabe entender el significado del mismo y si sabe, por así decirlo, obtener fruto bueno del sufrimiento.
Por muy extraño que pueda parecer, también para el Santo Padre, venido de más allá del telón de acero comunista, “El sufrimiento, más que cualquier otra cosa, es el que abre el camino a la gracia que transforma las almas”. Esto lo dice en el número 27 de su Carta apostólica Salvifici doloris (SD) que, en el año 1984 (3 años después del intento de magnicidio) mostró el sentido cristiano del sufrimiento humano al mundo.
Pero el sufrimiento, el dolor, también puede entenderse como una “llamada a manifestar la grandeza moral del hombre, su madurez espiritual” (SD 22) porque, como en su caso, grande es aquella persona que es capaz de perdonar a quien ha intentado acabar con su vida terrena. Y eso es lo que hizo, precisamente, Juan Pablo II Magno, que perdonó, seguramente muy pronto, a aquel al que preguntó (en una carta que nunca envió pero de la que se tuvo noticia al poco tiempo de pasar a la Casa del Padre) que por qué le disparaba si ambos creían en un único Dios.
Y esto es, sin duda alguna, una muestra de grandeza fuera de lo común porque fuera de lo común es actuar hoy perdonando a quien te ha ofendido en vez de vengar la ofensa.
Y la grandeza a que antes hacíamos referencia (en palabras de Juan Pablo II Magno) lleva a algo más porque “el sufrimiento parece pertenecer a la trascendencia del hombre; es uno de esos puntos en los que el hombre está destinado a superarse a sí mismo, y de manera misteriosas es llamado a hacerlo” (SD 2)
Pero la forma de permanecer en tal estado de gracia en el que dolor es, bien mirado, un bien para el hombre, tiene que ver mucho con las particulares cualidades de Juan Pablo II Magno. Por eso, Benedicto XVI en la Homilía del Santo Padre alemán en el tercer aniversario de la muerte de su antecesor (el miércoles 2 de abril de 2008) dijo que “Entre las muchas cualidades humanas y sobrenaturales que lo adornaban, también poseía, en efecto, la de una sensibilidad espiritual y mística excepcional. Bastaba con observarlo mientras rezaba: se sumergía literalmente en Dios, y en aquellos momentos parecía que todo lo demás le resultara ajeno”.
Por tanto, no otra cosa podía esperarse de tan agraciado espíritu que recomendase algo muy importante para quien sufre: “Así como sufrís en unión con Cristo estad unidos a El en oración” que es lo que dijo Juan Pablo II Magno en la Homilía durante la celebración de la Palabra con enfermos en la Iglesia de “San José en Baroko” el 18 de enero de 1995.
Al fin y al cabo “Las debilidades de todos los sufrimientos humanos pueden ser penetrados por la misma voluntad de Dios, que se ha manifestado en la cruz de Cristo” (SD 23). Tal penetración de la gracia divina sana los corazones enfermos y transforma lo que podría ser considerado exclusivamente como padecimiento y tristeza en gozo y alegría.
No es esto, sin embargo, nada fácil. Ante el sufrimiento lo más socorrido es, precisamente, sufrir y no dar cabida a ninguna otra consideración ni siquiera piadosa por parte de nadie ajeno a nosotros mismos. Pero por eso mismo “es necesario cultivar en sí mismo esta sensibilidad del corazón, que testimonia la compasión hacia el que sufre. A veces esta compasión es la única o principal manifestación de nuestro amor y de nuestra solidaridad hacia el hombre que sufre” (SD 28)
Pero, a pesar de todo lo aquí dicho, hay que entender que sufrir es algo más que ser objeto de alguna enfermedad: “El sufrimiento es algo más complejo y, a la vez, aún más profundamente enraizado en la Humanidad misma” (SD 5) porque en el mismo “se esconde una particular fuerza que acerca interiormente el hombre a Cristo, una gracia especial” (SD 26). Bien podemos entender lo que pasó Jesucristo en su Pasión para, ante cualquier sufrir nuestro particular, llevar el yugo del dolor que él soportó por el camino que lleva al Gólgota.
Por eso sufrir nos deposita más cerca de Cristo porque “La cruz de Cristo arroja de modo muy penetrante luz salvífica sobre la vida del hombre y, concretamente, sobre su sufrimiento, porque mediante la fe lo alcanza junto con la Resurrección: el misterio de la Pasión está incluido en el misterio pascual” (SD 21)
Y es que para Juan Pablo II Magno (que trocó el “dolor y muerte” en “dolor y vida”) nada había mejor, probablemente, que le sumiera en la contemplación, que el sufrimiento mismo.
Después de todo esto… su última enfermedad doliente y sufriente con amor tomada; su última Pascua que le llevó a la Casa del Padre.
De aquí que Benedicto XVI, en la Homilía de recuerdo citada arriba, dijera, también, que “Tal y como le sucedió al propio Jesús, también en Juan Pablo II, al final, las palabras cedieron el sitio al sacrificio extremo, a la entrega de sí. Y la muerte selló una existencia entregada toda ella a Cristo e incluso físicamente conformada con él en los rasgos del sufrimiento y del abandono confiado en los brazos del Padre celestial”.
Porque para Juan Pablo II Magno en el sufrimiento había una esperanza cierta; la razón, seguramente, de la nuestra.
2 comentarios
porque, cuando el bestiajo de Ali Agca le pegó el pistoletazo lo que se puso en evidencia de un modo claro y contundente fue que ni Juan Pablo II ni sus acompañantes tenían la más mínima fe ni en la providencia divina ni en lass enseñanzas de la Iglesia.
Si hubieran tenido fe en la providencia divina y en las enseñanzas de la iglesia, en lugar de salir echando chispas hacia el hospital, como cualquier ateazo hubieran permanecido tranqulamente en el sitio esperando la voluntad el cumplimiento de la voluntad divina.
Y si le hubiera llegado la muerte la muerte, ¿qué podría asustarles?, ¿acaso no estaban convencidos de que la muerte es un paso a una vida mejor?
En consecuencia, me parece que Juan Pablo II hizo lo mismo que en su acaso hubiera hecho cualquier ateazo. Confiar en los médicos más que en los dioses, y procurar evitar la muerte a toda costa
Me da la impresión de que Ud. no conoce muy bien lo que quiere decir tener fe y lo confunde con ideas mundanas.
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