Juan Pablo II Magno - Pobreza
Serie “Juan Pablo II Magno“
En La Jornada Mundial por la Paz de 1998, Juan Pablo II Magno dijo que “Un signo distintivo del cristiano debe ser, hoy más que nunca, el amor por los pobres, los débiles y los que sufren. Vivir este exigente compromiso requiere un vuelvo total de aquellos supuestos valores que inducen a buscar el bien solamente para sí mismo: el poder, el placer y el enriquecimiento sin escrúpulos”
En el camino marcado por Cristo a lo largo de su vida, los pobres fueron, sin duda alguna, sobre los que tanto recayó su interés. Por eso, nada más lógico que la Iglesia fundada por el Hijo de Dios fije su atención en los mismos.
Pero hay, por decirlo así, varios tipos de pobreza: la económica, por supuesto, pero, también, la que supone cierto tipo de debilidad (pensemos espiritual) y la que produce sufrimiento (que no tiene que ser, siempre, económico)
A tales pobrezas ha de dedicar, el cristiano, una vida entregada al que es pobre, al que es débil y al que sufre.
Por eso, a la atención a los pobres, ha de seguir un comportamiento, digamos, que conlleve la demostración de la situación del cristiano. Así, “La solidaridad con los pobres resulta más creíble si los cristianos viven con sencillez, siguiendo el ejemplo de Jesús. La sencillez de vida, la fe profunda y el amor sincero a todos, especialmente a los pobres y abandonados, son ejemplos luminosos del Evangelio en acción” (Exhortación apostólica Ecclesia in Asia, de 1999, número 34)
Cabe, pues, una esperada correspondencia entre lo que se dice que se es y lo que, en realidad, se manifiesta, a la sociedad en la que vivimos, que se es.
Por tanto, “La moderación y la sencillez deben llegar a ser los criterios de nuestra vida cotidiana. La cantidad de bienes consumidos por una reducidísima parte de la población mundial produce una demanda excesiva respecto a los recursos disponibles. La reducción de la demanda constituye un primer paso para aliviar la pobreza, si esto va acompañado de esfuerzos eficaces que aseguren una justa distribución de la riqueza mundial” (Jornada Mundial de la Paz, 1993)
Por otra parte, y muy al contrario de lo que se podría pensar, en un primer momento, que una economía se desarrolle no ha de querer decir, a la fuerza, que no tenga en cuenta otros factores.
Por eso, en la Encíclica Centesimus annus (1991) y, más concretamente en su número 29, nos dice que “El desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente económica, sino bajo una dimensión humana integral. No se trata solamente de elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan los países más ricos, sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona, su capacidad de responder a la propia vocación, y, por tanto, a la llamada de Dios”.
También viene a exponer la misma idea en el siguiente texto:
“Una de las mayores injusticias del mundo contemporáneo consiste precisamente en esto: en que son relativamente pocos los que poseen mucho, y muchos los que no poseen casi nada. Es la injusticia de la mala distribución de los bienes y servicios destinados originariamente a todos” (Encíclica Sollicitudo rei socialis, de 1984, 28)
Y es que lo que distingue el comportamiento adecuado, o no, en el desarrollo de la economía, es el tener en cuenta la dignidad de la persona.
De ahí que en la Exhortación apostólica dedicada a Asía a la que hemos referido supra, dejó escrito que “En la búsqueda de la promoción de la dignidad humana, la Iglesia demuestra un amor preferencial por los pobres y los que carecen de voz, porque el Señor se identificó con ellos de modo especial (cf. Mt 25:40) Este amor no excluye a nadie; simplemente encarna una prioridad de servicio atestiguada por toda tradición cristiana” (EAs 34)
¿Por qué razón principal se hace necesario tener en cuenta la pobreza para tratar de subsanar tal estado de cosas?
Resulta sencillo entender esto que escribió en la Encíclica Centesimus annus citada arriba: “Los pobres exigen el derecho de participar y gozar de los bienes materiales y de hacer fructificar su capacidad de trabajo, creando así un mundo más justo y más próspero para todos. La promoción de los pobres es una gran ocasión para el crecimiento moral, cultural e incluso económico de la Humanidad entera” (CA 29)
A tenor de lo dicho aquí mismo, y de la consideración de la pobreza para la Iglesia que Juan Pablo II Magno manifestó a lo largo de su pontificado, nada es de extrañar que también se le pudiese llamar “Papa de los pobres” y que la Iglesia católica, desde que fuera elegido Santo Padre, dio un paso de gigante hacia la comprensión de la pobreza y, sobre todo, hacia el planteamiento de posibles soluciones a los problemas que les aquejan pero que, en cualquier momento, pueden aquejarnos a nosotros mismos.
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