Juan Pablo II Magno - Espíritu Santo
Se quiera o no se quiera, el Espíritu Santo es, de las tres Personas que constituyen la Santísima Trinidad, la que más difícil es de comprender, la que más nos puede costar entender pero, también, la que más ilumina nuestro camino. No obstante nos fue enviado para que nos lo marcara en nuestra existencia y nos llevara, por así decirlo, al definitivo Reino de Dios.
¿Qué entiende Juan Pablo II Magno por el Paráclito?
“Es una Persona divina que está en el centro de la fe cristiana y es la fuente y fuerza dinámica de la renovación de la Iglesia”. Dicho esto en su Encíclica Dominum et vivificantem, de 1986 y dedicada, precisamente, al Espíritu Santo (DV 2) bien podemos entender que, en primer lugar, es el origen de lo que la Iglesia, Esposa de Cristo, es y, en segundo lugar, la Persona que le imprime, a la misma, energía para continuar con su labor de transmisión de la Palabra de Dios, Verbo que sale de la boca, en forma de aliento, del Creador, pues “El Espíritu actúa en la historia del hombre como ‘otro Paráclito’, asegurando de modo permanente la transmisión y la irradiación de la Buena Nueva revelada por Jesús de Nazaret “ (DV 7)
1.- Por ser el origen de la Iglesia
A lo largo de la historia de la humanidad, el Espíritu Santo no ha permanecido dormido. Así, durante la misma Creación, el Espíritu de Dios sobrevolaba las aguas (Gn 1:2)
Además, lo que ya dejó escrito el Profeta Isaías sobre los dones del Espíritu Santo resulta, aquí, esencial: “Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor” (Is 11:2)
Es de pensar, también, que ya guió al pueblo elegido por Dios por el desierto, conduciéndolo a la tierra prometida.
Pero, sobre todo, “La concepción y el nacimiento de Jesucristo son la obra más grande realizada por el Espíritu Santo en la historia de la Creación y de la Salvación “(DV 50)
2.- Por ser el guía de la vida de la Iglesia
En cuanto al papel que juega en Espíritu Santo en al diario existir de la Iglesia, no hay que olvidar que fue, precisamente, la venida del Paráclito la que dio origen a que empezara la “era de la Iglesia”. “Es decir, con la bajada del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en el Cenáculo de Jerusalén junto con María, la Madre del Señor. Esta era, la era de la Iglesia, perdura. Perdura a través de los siglos y las generaciones” (DV 25)
Pero, además, “Actualiza en la Iglesia de todos los tiempos y de todos los lugares la única Revelación traída por Cristo a los hombres, haciéndola viva y eficaz en el ámbito de cada uno” (Carta apostólica Tertio millennio adveniente, de 1994)
3.- Inspiraciones del Espíritu Santo
Desde que Jesucristo, cumpliendo lo prometido, envió al segundo Defensor a habitar entre sus semejantes (“¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?” dice San Pablo en su Primera Epístola a los Corintios, en 3:16), ha venido realizando una labor de, digamos, explicación de su misión; de aquello que ya dijo Jesús que haría (“Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho”, dice Jesús en Jn 14:26)
Por tanto, lo que, en general, ha ido haciendo (y hace) el Espíritu de Dios entre nosotros ha sido, a saber:
- No permitir que olvidemos lo que Jesús nos dijo.
- Impulsar la transmisión de la palabra de Dios “para una misión verdaderamente universal” (Encíclica Redemptoris missio, de 1990, 25)
- “Guiar hasta la verdad completa” que, “se realiza en la fe y mediante la fe y mediante la fe, lo cual es obra del Espíritu Santo de la verdad y fruto de su acción en el hombre” (DV 6)
- Traer “descanso y refrigerio en medio de las fatigas del trabajo físico e intelectual; trae descanso y brisa en pleno calor del día, en medio de las inquietudes, luchas y peligros de cada época; trae, por último, el consuelo cuando el corazón humano llora y está tentado por la desesperación” (DV 67)
- Convencer “En lo referido al pecado, o sea hace conocer al hombre su mal y, al mismo tiempo, lo orienta hacia el bien. Merced a la multiplicidad de sus dones, por lo que es invocado como el portador de los siete dones, todo tipo de pecado del hombre puede ser vencido por el poder salvífico de Dios” (DV 42)
Y, sin embargo, a lo largo de la misma historia que el Paráclito ha conducido a la humanidad, también han sido muchas las personas que han rechazado la influencia santa del Espíritu Santo en sus vidas; muchas las personas que han creído no necesitar su consejo. En este caso “Si el hombre rechaza aquel convencer sobre el pecado, que proviene del Espíritu Santo y tiene un carácter salvífico, rechaza a la vez la venida del Paráclito: aquella venida que se ha realizado en el misterio pascual, en la unidad mediante la fuerza redentora de la Sangre de Cristo” (DV 46)
Tal rechazo es lo que, comúnmente se denomina “blasfemia contra el Espíritu Santo” que no es, como pudiera pensarse, cualquier tipo de menosprecio que pudiera hacerse contra la tercera Persona sino, más exactamente, el oponerse a considerar que “la salvación que Dios ofrece al hombre por medio del Espíritu Santo” (DV 46) es posible que es, espiritualmente, mucho más grave que el simple desprecio.
Y, ante esto, dice Jesucristo que “el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre” (Mc 3:29) ya que “El que rechaza el Espíritu y la Sangre permanece en las obras muertas, o sea, en el pecado” (DV 46)
Por tal causa Juan Pablo II Magno, a lo largo de su vida supo aceptar las mociones del Paráclito enviado por Jesucristo a su vida y eso, exactamente, le ha salvado para toda la eternidad.
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