Juan Pablo II Magno - Concilio Vaticano II
Para Juan Pablo II Magno el Concilio Vaticano II (1962-1965) era, sobre todo, una “piedra miliar en la historia bimilenaria de la Iglesia“. Esto fue lo que dijo de aquella gran reunión de la Iglesia católica en su primer mensaje (el 17 de octubre de 1978)
Pero el papa Polaco había trabajado, intensamente, en el mismo seno del Concilio convocado por Juan XIII y tuvo, por así decirlo, una contribución importante en la elaboración y texto definido de la constitución Gaudium et spes, uno de los documentos más trascendentales del Vaticano II.
De tal documento, dijo, en el congreso que se celebró en el Vaticano en marzo del año 2000, sobre la aplicación del Concilio Vaticano II, que “Planteaba los interrogantes fundamentales a los que toda persona está llamada a responder, nos repite hoy también a nosotros unas palabras que no han perdido su actualidad: ‘El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado’ (n. 22). Son palabras que aprecio mucho y que he querido volver a proponer en los pasajes fundamentales de mi magisterio. Aquí se encuentra la verdadera síntesis que la Iglesia debe tener siempre presente cuando dialoga con el hombre de este tiempo, como de cualquier otro: es consciente de que posee un mensaje que es síntesis fecunda de la expectativa de todo hombre y de la respuesta que Dios le da”.
Además, en el Discurso citado arriba dijo que “El concilio ecuménico Vaticano II fue un don del Espíritu Santo a su Iglesia. Por este motivo sigue siendo un acontecimiento fundamental, no sólo para comprender la historia de la Iglesia en este tramo del siglo, sino también, y sobre todo, para verificar la presencia permanente del Resucitado junto a su Esposa entre las vicisitudes del mundo”
No es de extrañar, por tanto, que entendiera Juan Pablo II Magno que “Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (Carta Apostólica Novo millennio ineunte, NMI, 57) y que, sobre todo, “A medida que pasan los años, aquellos textos no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la tradición de la Iglesia” (NMI 57)
Y esto, dicho por el papa polaco significa que, efectivamente, las malas interpretaciones (incluso torcidas) que se hayan podido hacer por parte de algunas personas que, dentro de la Iglesia, han tratado de utilizar tal Concilio para defender su particular visión de cómo debe ser y actuar la Esposa de Cristo, no tienen sentido de ser.
¿Cuál era, por tanto, la intención de aquel Concilio?
Para Juan Pablo II Magno era clara y tenía una finalidad que no podía olvidarse: “En la Asamblea conciliar, la Iglesia, queriendo ser plenamente fiel a su Maestro, se planteó su propia identidad, descubriendo la profundidad de su misterio de Cuerpo y Esposa de Cristo“(Carta apostólica Tertio millennio adveniente, de 1994)
Por tanto, “La Iglesia, a través del Concilio, no ha querido en absoluto encerrarse en sí misma, referirse sólo a ella (lo que podemos llamar centrismo de la Iglesia), sino que, por el contrario, ha querido abrirse más. Hacemos continuamente nuestro este deseo; es también un deber nuestro; y para realizarlo profundizamos más en el misterio de la Iglesia; pues ella es la fuente de la apertura y de la misión” (Clausura del Sínodo extraordinario a los XXV años del Concilio, 1985)
Y gracias, sobre todo, a un ejercicio intraeclesial del Concilio Vaticano II, han surgido, para bien de la Iglesia y del mundo, toda una serie de movimientos (mal llamados, por algunos, conservadores) que dan riqueza al devenir de la Esposa de Cristo y aglutinan, en su seno, la voluntad de miles y miles de cristianos que entienden que, precisamente, el espíritu del Concilio Vaticano II se ve reflejado en ellos porque, a pesar de lo que pueda decirse “La eclesiología de comunión es la idea central y fundamental de los documentos del Concilio” (Exhortación apostólica Christifideles laici 1985, 19)
Y tal comunión se ve reflejada en las distintas partes del Cuerpo de Cristo que, sin embargo, forman con el Hijo de Dios, una sola realidad espiritual.
Por otra parte, siendo, como lo era, al fin y al cabo, un artista (sus comienzos en el teatro polaco así lo determinan) no podía quedar este tema fuera de su Magisterio. Así, el 4 de abril de 1999 dirigió, Juan Pablo II Magno una Carta a los artistas en la que decía que “El Concilio Vaticano II ha puesto las bases de una renovada relación entre la Iglesia y la cultura, que tiene inmediatas repercusiones también en el mundo del arte. Es una relación que se presenta bajo el signo de la amistad, de la apertura y del diálogo. En la Constitución pastoral Gaudium et Spes, los Padres conciliares subrayaron la ‘gran importancia’ de la literatura y las artes en la vida del hombre: ‘También la literatura y el arte tienen gran importancia para la vida de la Iglesia, ya que pretenden estudiar la índole propia del hombre, sus problemas y su experiencia en el esfuerzo por conocerse mejor y perfeccionarse a sí mismo y al mundo; se afanan por descubrir su situación en la historia y en el universo, por iluminar las miserias y los gozos, las necesidades y las capacidades de los hombres, y por diseñar un mejor destino para el hombre” (Carta a los artistas 11)
Y como no podía ser de otra forma, teniendo en cuenta el especial amor que tenía Juan Pablo II Magno por la Madre de Dios no pudo, por menos, que recordar su papel fundamental. Así, en su Carta Encíclica Redemptoris Mater (4) dice que “Siguiendo la línea del Concilio Vaticano II, deseo poner de relieve la especial presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de su Iglesia. Ésta es, en efecto, una dimensión fundamental que brota de la mariología del Concilio”
Eleuterio Fernández Guzmán
3 comentarios
Me alegro que entienda que tal es nuestra labor. Por mi parte continuaré con la misma hasta que Dios quiera.
Gracias por su atención.
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