Juan Pablo II Magno - Comunismo
Serie “Juan Pablo II Magno“
Verdaderamente, Juan Pablo II Magno tenía mucho que decir en un tema como el del comunismo. Él mismo tuvo que sufrir, en su Polonia natal, aquel régimen extremista que con tantas vidas acabara a lo largo de sus años de existencia.
Por eso, y dado el rasgo de humanidad con el que iluminaba todo lo que decía, no está de más conocer lo que, en tal tema, dejó por escrito.
Muy bien conocía Juan Pablo II Magno el verdadero corazón del socialismo. Así, en su Encíclica Centesimus annus (CA) (de 1991) dejó dicho que “El error fundamental del socialismo es de carácter antropológico. Efectivamente, considera a todo hombre como un simple elemento y una molécula del organismo social, de manera que el bien del individuo se subordina al funcionamiento del mecanismo económico-social. Por otra parte, considera que este mismo bien puede ser alcanzado al margen de su opción autónoma, de su responsabilidad asumida, única y exclusiva, ante el bien o el mal. El hombre queda reducido así a una serie de relaciones sociales, desapareciendo el concepto de persona como sujeto autónomo de decisión moral, que es quien edifica el orden social, mediante tal decisión” (CA 13)
Pero no sólo eso sino que de las concepciones socialistas “provienen la distorsión del derecho, que define el ámbito del ejercicio de la libertad, y la oposición a la propiedad privada. El hombre, en efecto, cuando carece de algo que pueda llamar ‘suyo’ y no tiene posibilidad de ganar para vivir por su propia iniciativa, pasa a depender de la máquina social y de quienes la controlan, lo cual le crea dificultades mayores para reconocer su dignidad de persona y entorpece su camino para la constitución de una auténtica comunidad humana” (CA 13)
Por tanto, no eran pocas las consecuencias negativas que podían derivarse de la concepción que el socialismo tenía (y tiene) sobre el ser humano y sobre lo que representa la humanidad misma.
Y todo esto porque “El marxismo había prometido desenraizar del corazón humano la necesidad de Dios; pero los resultados han demostrado que no es posible lograrlo sin trastocar ese mismo corazón” (CA 24)
Y es con tal intento de desarraigo de la necesidad intrínseca que todo ser humano tiene de Dios, con el que no puede el comunismo porque choca con la íntima naturaleza humana, lo que se intentaba era crear un ser sumiso al poder establecido.
Sin embargo, a pesar de la fuerza imparable de la que parecía gozar el comunismo, acabó cayendo como sistema político y económico.
Así lo entendió Juan Pablo II Magno:
“Los acontecimientos del año 1989 han tenido lugar principalmente en los países de Europa oriental y central; sin embargo, revisten importancia universal, ya que de ellos se desprenden consecuencias positivas y negativas que afectan a toda la familia humana. Tales consecuencias no se dan de forma mecánica o fatalista, sino que son más bien ocasiones que se ofrecen a la libertad humana para colaborar con el designio misericordioso de Dios que actúa en la historia” (CA 26)
Pero, a pesar de todo lo dicho en el párrafo anterior, sabía Juan Pablo II que había razones intrínsecas que habían hecho posible que el gran Satán cayera por sus propias entrañas podridas:
“El comunismo como sistema, en cierto sentido, se ha caído solo. Se ha caído como consecuencia de sus propios errores y abusos. Ha demostrado ser una medicina más dañosa que la enfermedad misma. No ha llevado a cabo una verdadera reforma social, a pesar de haberse convertido para todo el mundo en una poderosa amenaza y en un reto. Pero se ha caído solo, por su propia debilidad interna” (“Cruzando el umbral de la esperanza”)
Y entonces ¿Qué hacer?
“La caída del comunismo abre ante nosotros un panorama retrospectivo sobre el típico modo de pensar y de actuar de la civilización moderna, especialmente la europea, que ha dado origen al comunismo. Ésta es una civilización que, junto a indudables logros en muchos campos, ha cometido también una gran cantidad de errores y de abusos contra el hombre, explotándolo de innumerables modos “ (“Cruzando el umbral de la esperanza”)
Por otra parte, resultaría fácil y simplista creer que Juan Pablo II Magno, como enemigo del marxismo que debería ser (o, al menos, franco contrincante) entendía que, una vez desaparecido el mismo (en términos generales como sistema político y económico universal) se podía dar rienda suelta al capitalismo. Sería, tal pensamiento, un grave error.
Por eso dice “Es más, existe el riesgo de que se difunda una ideología radical de tipo capitalista, que rechaza incluso el tomarlos en consideración, porque a priori considera condenado al fracaso todo intento de afrontarlos y, de forma fideísta, confía su solución al libre desarrollo de las fuerzas de mercado.” (CA 42)
Y es que siempre resulta muy importante, como pasa con Juan Pablo II Magno, saber quién se tiene enfrente.
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