Juan Pablo II Magno. Buscando la unión
Serie “Juan Pablo II Magno“
Ecumenismo
Si hay un tema que ha distinguido, en los últimos decenios, la labor de la Iglesia católica por honrar la palabra de Cristo “Para que sean Uno” y hacerla, a ser posible, cierta, es el del ecumenismo.
Conviene no confundir tal término, y el sentido del mismo, con el llamado diálogo interreligioso. Así, mientras el primero busca la unidad entre los cristianos, el segundo viene a querer buscar unas relaciones correctas y buenas con otras religiones.
En la Encíclica Slavorum apostoli, de 1985, dejó escrito Juan Pablo II Magno que “Según las enseñanzas del Concilio Vaticano II, por Movimiento ecuménico se entienden las actividades e iniciativas que, según las variadas necesidades de la Iglesia y las características de la época, se suscitan y se ordenan a favorecer la unidad de los cristianos” (SA 14)
Por eso comprendió, Juan Pablo II Magno, que “El ecumenismo, el movimiento a favor de la unidad de los cristianos, no es sólo un mero ‘apéndice’, que se añade a la actividad tradicional de la Iglesia. Al contrario, pertenece orgánicamente a su vida y a su acción y debe, en consecuencia, inspirarlas y ser como el fruto de un árbol que, sano y lozano, crece hasta alcanzar su pleno desarrollo” (Encíclica Ut unum sint, US, de 1995, 20)
Es, por lo tanto, parte esencial de la labor de la Iglesia fundada por Cristo, hacer todo lo que esté en su mano, para que las ovejas descarriadas vuelvan al redil del que nunca debieron haber salido.
Sin embargo, “No se trata de modificar el depósito de la fe, de cambiar el significado de los dogmas, de suprimir en ellos palabras esenciales, de adaptar la verdad a los gustos de una época, de quitar ciertos artículos del Credo con el falso pretexto de que ya no son comprensibles hoy. La unidad querida por Dios sólo se puede realizar en la adhesión común al contenido íntegro de la fe revelada” (US 18)
Por eso, ha de existir, por parte del pueblo cristiano, una voluntad, básica, ecuménica que, como “compromiso debe basarse en la conversión de los corazones y en la oración, lo cual llevará incluso a la necesaria purificación de la memoria histórica” (US 2) en superación de los agravios que, a lo largo de nuestra historia separada nos hayamos podido inferir.
Así, “Por medio de la oración, la búsqueda de la unidad, lejos de quedar restringida al ámbito de los especialistas, se extiende a cada bautizado. Todos, independientemente de su misión en la Iglesia y de su formación cultural, pueden contribuir activamente, de forma misteriosa y profunda” (US 70)
Pero, además, es importante reconocer que “Existe una correlación entre oración y diálogo. Una oración más profunda y consciente hace el diálogo más rico en frutos. Si por una parte la oración es la condición para el diálogo, por otra llega a ser, de forma cada vez más madura, su fruto” (US 33)
Para que la unidad de los cristianos, se necesita, además del diálogo, la confluencia de dos realidades espirituales fundamentales:
1.-La conversión.
2.-El amor.
En cuanto a la primera, dice el Papa polaco que “No hay verdadero ecumenismo sin conversión interior” (US 15) porque, en realidad, sin cambiar, verdaderamente, nuestro corazón, resulta difícil hacer posible el acercamiento al hermano separado.
En cuanto a la segunda realidad espiritual, el Amor, de dos formas viene a indicarnos Juan Pablo II Magno la importancia del mismo:
-“Del amor nace el deseo de unidad, también en aquellos que siempre han ignorado esta exigencia. El amor es artífice de comunión entre las personas y entre las Comunidades. Si nos amamos, es más profunda nuestra comunión, y se orienta hacia la perfección” (US 21)
-“El amor es la corriente profundísima que da vida e infunde vigor al proceso hacia la unidad. Este amor halla su expresión más plena en la oración común“ (US 21)
Ya tenemos, por lo tanto, todo el itinerario a seguir: oración, diálogo, conversión del corazón… amor.
Un camino que, a lo largo de su fructífera vida, recorrió Juan Pablo II Magno, al que bien podríamos llamar Apóstol del Ecumenismo.
1 comentario
El Santo y Magno Pontífice Juan Pablo II ha estado, así lo demuestra con su vida de total escucha y atención, por un parte, a la Iglesia, para llevarla cada vez más y mejor, a ser Casa de Acogida y de Encuentro.
Por la otra parte, atento a las necesidades del mundo, intentando ayudar a corregir posibles desorientación es en temas tan importantes como lo demuestran sus escritos, alocuciones, y, sobre todo, sus viajes de Buen Pastor.
Debemos, los cristianos agradecer a Dios por Este Pontífice y Padre y pedir porque continúe siempre como Testigo y Hermano para sus Sucesores.
Demos gracias a Dios.
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