Meditaciones de Cuaresma- Teatro: la Última Cena- Acto I - Cuadro 3º: Judas (Monólogo)
Estamos reproduciendo, como última fase de estas Meditaciones de Cuaresma, la obra de teatro escrita por el que suscribe de título “La Última Cena”, cuyo título nos excusa dar explicación de su tema.
Acto I - Cuadro 3º – Judas (Monólogo)
Están sentados todos a la mesa. La iluminación ha disminuido de tal forma que sólo está iluminado Judas que habla como si nadie estuviera presente. Nadie más habla sino que la acción queda centrada en Judas Iscariote.
Judas:
Seguro que lo sabe. Cuando ha dicho eso de que todos estamos limpios menos uno…
No puedo negar que cuando me escogió entre aquellos que allí estábamos escuchándole creí que había llegado el momento oportuno de ajustar las cuentas con Roma, ese invasor que nos sangra con sus impuestos y nos tiene sometidos al yugo de unos idólatras. Y es que el Reino que traía, si era de este mundo, seguro que contaba con el sí de Dios y seguro que podríamos, por fin, ser libres. ¡El pueblo elegido por el Todopoderoso atado a un pueblo pagano!
En realidad, siempre he ansiado tener un poder que me ha sido esquivo. Así, con el Reino de Jesús ocuparía un cargo importante.
Sin embargo, a lo largo de estos años de haber acompañado al hijo de María y de José, después de haber abandonado todo lo mío para seguirle, no he podido ver nada de un Reino poderoso en la tierra. Es cierto que muchas veces nos ha dicho que su Reino no es de este mundo pero, entonces, ¿A qué seguir siguiéndole? ¿Qué razones puede haber para dejarlo todo atrás para ir tras quien no ha tenido nunca nada suyo, nada a lo que aferrarse, nada salvo… su amor por los demás?
Además, han ido aumentando las persecuciones hacia nosotros. Y hasta se diría que el Maestro estaba contento con ellas… A mí, sin embargo, nunca me ha gustado ser el centro del interés del poderoso. Al contrario: admiro el poder que tiene el Sumo Sacerdote y aquellos que le siguen más de cerca. Y lo admiro porque nuestros pastores conocen a Dios y a su santa Palabra, Adonai amado por nuestro pueblo elegido. Y Jesús… Jesús no ha hecho más que plantarles cara.
Recuerdo cuando ató unos cordeles y tiró al suelo las mesas de los cambistas, las palomas se escaparon de sus jaulas… ¡Las palomas para las ofrendas a Dios!
No, no puedo decir que el Maestro no se haya ganado enemigos a pulso. Y siempre oponiéndose a lo establecido. Si hasta dijo que era más que el sábado, ¡Más que el sábado! Reconozco que ha intentado y procurado enseñarnos, que estos años hemos descubierto un mundo que no conocíamos y que ha querido que lo lleváramos a nuestro corazón pero yo, yo, es cierto, nunca he sentido un apego muy grande por algo que no fuera de este mundo y prefiero tocar el suelo.
Es verdad, que muchos creen que soy ladrón. Reconozco que desde hace un tiempo me he quedado con parte de las limosnas pero es que… cada vez que me acuerdo del perfume que desperdició aquella pecadora en los pies del Maestro… ¡con lo que se podría hecho por los pobres!
Hace un momento de silencio para recordar algo muy importante.
Ahora ya nada tiene remedio. Cuando al fin comprendí que esto no podía seguir así porque podíamos a acabar todos muertos, quise hacer algo que creía era lo mejor: entregaría al Maestro en manos de los fariseos a cambio de una recompensa. De todas formas, me habían dicho muchas veces que estaban a punto de apresarlo, que llevaban mucho tiempo tras él y que, de un momento a otro caería en sus manos para juzgarlo. Decían que tenían razones más que suficientes para condenarlo.
¿Qué iba a hacer yo? Ellos me preguntaron… me preguntaron si podrían cogerlo. Con todo su poder y tenían miedo del Maestro…
Les dije que sí, que podrían siempre que yo les dijera dónde podían hacerlo. Y que sería en el Huerto de los Olivos porque solía ir a allí con sus discípulos para orar. Era un lugar algo apartado de Jerusalén y allí no acudiría nadie, menos de noche y en aquellos momentos, para pedirle nada ni para aprender de su enseñanza.
Y así está la cosa aunque creo que lo sabe, que lo sabe todo sobre mí…
Judas se marcha de la Cena.
SE CIERRA EL TELÓN
Eleuterio Fernández Guzmán
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