Es muy cierto y verdad que la obra de J.R.R Tolkien está trufada de personajes de las más diversas especies. Y no decimos nada nuevo si apostamos por sostener que tanto Hombres como Enanos, Elfos, Orcos, Dragones, etc., son muy bienvenidos en una Tierra, la Media, donde van a correr las más diversas aventuras y van a dar vida a lo que, en sí mismo, está ya lleno de vida.
Que nuestro autor amaba mucho la naturaleza no es algo que aquí se diga para descubrir algún rincón escondido de la Tierra Media. Es, simplemente, para dejar claro algo que sí, que eso lo sabe todo el mundo pero, a lo mejor, no se le da la importancia que merece.
Y es que en la obra de J.R.R. Tolkien hay muchos, digamos, protagonistas que no lo parecen o muchos que bien podrían ser personajes principales y ahí están, callados, sin decir esta boca es mía pero haciendo que las cosas sean como son y no de otra forma. De todas formas, aquí también hay una excepción a la regla porque hay un árbol, antiquísimo, que sí habla y que todos saben a quién nos referimos, pastor de árboles él mismo y capitán del ataque que, en su justa ira, llevaron a cabo estos seres vivos contra Isengard, lugar do moraba Saruman el engañado por su propia ambición.
Y, junto a ellos, los árboles, los sujetos de tantas aventuras como son los bosques. Tampoco es que la Tierra Media esté llena de ellos pero algunos, como el de Lórien o el Fangorn y, sobre todo, el que tuvo que llegarse a llamar Bosque Negro (antiguamente no lo era, como bien sabe Bárbol) por influencia del Mal, todos ellos, decimos, juegan un papel más que importante en la subcreación del profesor de Oxford. Y es que en alguno de ellos nuestros protagonistas no lo pasan nada bien, por miedo y por la realidad que encierra donde la aventura con las arañas no es, precisamente, de las menos importantes.
Por tanto, aunque haya excepciones, como decimos, a la regla de no tener boca para abrir, lo bien cierto es que aquellos a los que nos referimos no fueron dotados, por su subcreador, con el don del habla.
En realidad, no podemos negar que cada cual, de estos personajes, digamos, mudos, son puros y exactos testigos del devenir de todo aquello que, con el paso de la Edades, se ha producido y, como suele decirse de las paredes… si hablasen otro gallo cantaría…
Es verdad que los caminos que en la Tierra Media son, digamos que han sido cambiados de nombre según han ido pasando las Edades. De todas formas, nombres como el Gran Camino del Este, el Camino del Bosque Viejo, el Camino Norte-Sur, conocido en un principio como Camino Real y en cuya parte norte y sur de Bree es conocido como Vía Verde (Camino Verde) o el Camino Viejo del Sur del mismo Camino Norte-Sur pero desde Tharbad o, incluso llamado, aquel, como Camino Real en el momento en que los reinos de Arnor y Gondor está en su mejor época, evocan toda una serie de aventuras y, por sí solos, hablan del devenir de unos personajes que por ellos han transitado y transitan cada vez que alguien se lleva a los ojos y al corazón los devenires allí contemplados.
Por supuesto que deberíamos añadir, por ejemplo, las carreteras propias del Reino de Gondor o los caminos, digamos, propios del Mal como, por ejemplo, el Camino de Morgul que une, al menos en la Tercera Edad, Minas Ithil con Mordor, hacia el oeste pues no es posible entender que quien representa lo malo y peor que pueda haber en la Tierra Media no tenga por dónde transitar haciendo lo único que sabe hacer.
No hablan, que sepa el que esto escribe, pero eso no impide que por sí mismos den forma a la Tierra Media y ocupen un lugar tan importante (en su descripción y realidad) en la obra de Tolkien padre.
Si hemos hablado de los caminos, otro tanto podríamos decir de los ríos que adornan y embellecen la Tierra Media. Y es que son verdaderos elementos protagonistas de muchas aventuras que corren nuestros personajes preferidos y, también, por cierto, los que no lo son…
Así, por ejemplo, el Anduin o los siete ríos que definieron Ossiriand en la Primera Edad, como son el Gelión, el Ascar, el Thalos, el Legolín, el Brilthor, el Duilwen y el Adurant, y también, más allá de la tierra de los siete ríos, el Esgalduin, el Harnen o, en fin, muchos de los más que muchos que recorren la Tierra Media, han visto como los protagonistas de El Señor de los Anillos (en cuanto correspondiera a su Edad, claro está) surcaron sus aguas o, en todo caso, las evitaron de la mejor forma posible, para empezar o continuar la misión que les había sido encomendada por el Concilio de Elrond y la constitución de la Compañía del Anillo. Incluso en sus aguas, algún héroe ha sido depositado, armas incluidas para que, después de muerto, fuera trasladado su cuerpo por ellas…
No podemos olvidar tampoco a las montañas o, en general, accidentes verticales de la Tierra Media. Y es que ni son pocos ni son menos importantes que los citados antes. Y no, tampoco tienen fauces o bocas para decirnos nada y están ahí, como mirando qué es lo que pasa en sus colinas o cimas.
Podemos decir que, si hablamos de este tipo de accidentes del terreno, en la Tierra Media las hay de todos los colores o, al menos, de algunos: las Azules o Ered Luin, o grises, como las Ered Mithrin, o blancas, las Ered Nimrais.
No podemos olvidar en Erebor a la Montaña solitaria donde los Enanos tenían algo más que su casa y Reino ni tampoco las cercanas Colinas de Hierro, de nombre más que propio para estar relativamente cerca de un pueblo, el de los Enanos, acostumbrado a trabajar los metales.
También hay lugares tan épicos como la Cima de los Vientos.
También existen montañas en el predio del Mal como , por ejemplo, las de Angmar, justo en el Antiguo Reino del Rey Brujo de tal nombre y, sobre todo, el Orodruin o Monte del Destino donde, digamos, todo esto empezó y todo esto terminó… y, tras aquellas, las Nubladas, una verdadera cordillera que va de norte a sur…
De todas formas, seguramente podríamos traer aquí otros protagonistas que tampoco hablan en la obra de J.R.R Tolkien con palabras pero que como, por ejemplo, las espadas, dagas y demás instrumentos de hacer justicia en manos del Bien, tan importante papel juegan en todo esto. Sean, de todas formas, al menos citadas aunque sea de pasada.
Vemos, por tanto, que hay muchos personajes, los podemos llamar así, queremos llamarlos así para darles la importancia que tiene, que sí, es posible tengan un papel pasivo en las obras de Tolkien padre pero no podemos negar que sin ellos la cosa no sería lo mismo y, tampoco, igual.
Eleuterio Fernández Guzmán - Erkenbrand de Edhellond
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Hay mundos que, sin duda alguna, nos llevan más lejos del que vivimos, nos movemos y existimos.
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna