Serie tradición y conservadurismo – Liberalismo vs. Libertad… de expresión
“Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.“
G.K. Chesterton
No es posible negar que, a lo largo de los siglos desde que el hombre es hombre que es, más o menos, desde que Dios puso en El Paraíso a nuestros Primeros Padres, Adán y Eva, el ser humano ha evolucionado más que mucho en muchas cosas. Es decir, no se quedó la cosa como allí estaba lo cual, por cierto, hubiera sido lo ideal de no mediar el egoísmo y la necedad de la criatura de Dios que, queriendo ser igual que su Creador, hizo caso al animal que engañó a la mujer y Eva y ella a Adán.
Aquello, claro, ya no tiene remedio porque entonces entró la muerte en el mundo y todo lo que ya sabemos que entró.
Decimos que ha evolucionado mucho el ser humano en muchas cosas. Y es que los tiempos, en cada momento, son lo que son y son como son. Así, por ejemplo, la Ley de las XXII Tablas romana instauró el llamado “ojo por ojo y diente por diente” ante lo que antes existía que no era otra cosa que la “venganza privada” mediante la cual un daño hecho a alguien podía suponer un desatino en venganza de lo recibido. Y sí, ahora mismo a lo mejor nos parece una barbarie aquello del ojo por ojo pero no podemos negar que, para aquellos tiempos, era una norma más que admitida y deseada (sobre todo por los delincuentes o para aquellos que, en un mal momento, sin premeditación y/o alevosía, cometieran alguna tropelía) y suponía no poco avance.
Esto último lo decimos porque, en efecto, aquí ha habido una clara evolución y, poco a poco, el ser humano ha sido capaz de establecer la convivencia como mejor ha podido y, en general, podemos decir que desde aquel viejo entonces hemos mejorado mucho en cuestiones normativas y de derechos.
Uno de ellos es el de expresión que no es, ni más ni menos, que poder argumentar con un criterio propio lo que se entienda que son las cosas. Y, claro, eso lleva, como es de esperar, a que haya discrepancias múltiples sobre cualquier tema porque cada cual, como es lógico, entiende lo que quiere sobre los mismos. Y eso no es, en sí mismo (siempre que no haya extralimitaciones que están más que tipificadas como faltas o delitos en la ley) nada malo sino, al contrario, más que bueno y muestra de que una sociedad es saludable y así pasa por serlo.
Sobre esto, hay una ideología que se postula muy favorable a las libertades, todas las que sean y, claro, también a la de expresión por ser, la misma, una que cualifica a las sociedades como libres o esclavas. Sí, esclavas, porque la esclavitud no es sólo de seres humanos, así, hablando de lo físico sino que se puede ser esclavo si se está sometido a determinado imperio que no te deja discrepar sobre la versión oficial de las cosas y acontecimientos que suceden en el mundo que nos ha tocado vivir. Y es que, en tal caso, la libertad, como podemos imaginar (también la de expresión, que suele de las primeras que se limita no vaya a ser que alguien se vaya de la lengua más de la cuenta…) existe más bien poco y a nivel sólo teórico.
Decimos eso de que hay una ideología que gusta de todas las libertades que se hace llamar liberalismo. Y sin embargo, como es lógico, las libertades han de tener un límite pues, de lo contrario, caemos fácilmente en el libertinaje que, en el caso del liberalismo, está reservado, no por casualidad, para aquellos que hacen de las leyes y los reglamentos una forma de conducir la realidad a su gusto y manera.
Pues bien, es justo que digamos que la libertad de expresión ha de estar lo menos limitada posible. Claro que hay un límite que es el de no hacer un daño ilegítimo a alguien haciendo uso de tal libertad. Sin embargo, si lo que se hace con la de expresión es decir la verdad (aunque no sea la oficial) no podemos admitir que desde el poder liberal se haga todo lo posible como para que tal uso de tal libertad sea lo más limitado que pueda ser o, a ser posible, poco o directamente nada.
En todo esto, en el ámbito de la libertad de expresión en un Estado liberal, hay un problema para el Estado que tiene difícil solución si es que la misma no tiene que ver con la limitación de tal libertad. Y es que sí, en un principio (en aquellas primeras constituciones que recogían tal derecho) todo era miel sobre hojuelas en el sentido de aceptar la tal libertad como algo beneficioso para el común de la población y así se recogió en multitud de ellas, las cosas han ido cambiando, digamos, en perjuicio de una libertad tan necesaria como es la de poder decir lo que se crea conveniente, por ejemplo, en contra del poder establecido.
El caso es que hoy día las cosas han cambiado mucho con el surgimiento de las llamadas “redes sociales” que se han sumado al ingente número de medios de comunicación, digamos, ya ordinarios: la prensa, la televisión, la radio, etc. Y eso ha hecho que sea muy posible zaherir al Estado liberal porque son muchos (algunos pueden pensar que demasiados) los puntos desde donde pueden venir las críticas.
Entonces ¿Es posible que se pueda limitar la libertad de expresión dadas las cosas como están?
La respuesta a esta pregunta sólo puede ser una: sí, es posible limitar la libertad de expresión. Y, de hecho, así se hace atribuyéndose el Estado un derecho que es sencillamente abusivo si tenemos en cuenta que lo que se pretende es acallar toda discrepancia que se pueda manifestar desde un medio de comunicación. Y qué decir si quien discrepa es un simple particular que no tiene el poder que pueden tener los llamados mass media…
A lo mejor con un ejemplo, de hoy mismo, se entiende mejor la cosa.
Es más que sabido que el mundo pasa por un mal momento. Y cuando decimos el mundo nos referimos a todo el planeta Tierra. Y es que un virus (a lo mejor creado en un laboratorio o, en todo caso, manipulado en alguno de ellos) está trayendo a mal traer a miles de millones de personas.
Ante esto, existe una, llamada, ”posición oficial” sobre la cosa ante la cual, sencillamente, hay que arrodillarse.
Uno esperaría que en un Estado liberal cualquiera pudiera discrepar sobre la misma porque para eso está el derecho a la libertad de expresión. Lo que pasa es que permitir que eso pase supone que se descubra, como en el cuento, que el rey está desnudo (aquí el Estado liberal) y eso no puede ser permitido porque en todo esto hay unos inconfesables (pero reales como son el día y la noche) intereses económicos y políticos que no se pueden permitir el derecho de limitar el que lo es de expresión, exactamente, como se está limitando.
Así, desde las censuras en los medios de comunicación hasta el cierre de páginas web o de perfiles personales de personas que discrepan con la versión oficial (a las que se llama “negacionistas” como si no creyeran en la existencia del virus escondiendo que lo que están en contra es de nefasta gestión realizada desde los gobiernos de los Estados liberales y no digamos de los directamente comunistas como China) se ha dado al traste con la libertad de expresión que ha quedado transformada en una libertad de aquiescencia con el poder establecido que sonrojaría a los que fijaron en textos escritos el poder expresar lo que se quiera expresar aunque eso perjudique a quien deba permitirlo. Es más, si eso perjudica a quien deba permitirlo debe ensancharse el derecho a expresarlo pues, de lo contrario, no es más que una libertad vacía y hueca puesta ahí como conviene que esté puesta a quien la deba mantener y defender.
En realidad, se utilizan razones tan poco confiables como son la “salud pública” y otras por el estilo y se esfuerzan en sostener eso bajo la anuencia de supuestos clanes científicos que favorecen, ¡qué casualidad!, las tesis del poder establecido que no se avergüenza de lo que se está haciendo simplemente porque le conviene así hacerlo.
Al derecho a la libertad de expresión, al ejercicio de esta, lo llama el liberalismo “Libertad responsable”. Lo que pasa es que, como hemos dicho aquí, en el liberalismo se tiene una tendencia más que enfermiza en establecer qué es lo responsable y, de ahí, nadie puede salirse, ni siquiera, haciendo uso de la libertad de expresión sobre la que tanto se cacarea.
Pero ¿Saben ustedes lo más curioso? Pues lo más curioso es que se dice, desde el liberalismo, que una sociedad autoritaria o dictadura es aquella en la que hay quien dice lo que es y lo que no es la libertad, en este caso la de expresión. Y, sin duda alguna, sabemos que eso se dice desde el liberalismo porque se escribe eso mirándose en un espejo. Así de simple y verdadero.
Eleuterio Fernández Guzmán
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Sólo lo bien hecho ha valido y vale la pena.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
2 comentarios
En torno a esta realidad, como a la ideología del cambio climático, si el Estado ha adoptado una determinada creencia la discrepancia de un particular por mucho que invoque la libertad de expresión uno será muy libre pero está abocado a la muerte social, en principio en las redes sociales, después si se es periodista en su puesto de trabajo. A veces el estado liberal se acerca al dictatorial cuyos derechos solo le corresponden al Estado, como se ha dado en esta pandemia, habiéndose dictado sentencia por el Alto Tribunal en la que se establece que el primer estado de alarma fue inconstitucional.
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