Serie tradición y conservadurismo – Dejarse vencer por el Mal
“Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.“
G.K. Chesterton
Por mucho que los adalides del siglo pretendan sostener que no existe el Mal y que, por tanto, no hay castigo ante las malas acciones sino, sólo, lo que queda de lo que se hace, ahí, como si nada… Por mucho, decimos, que eso lo crean muchos (en realidad, les viene muy bien que eso se crea así para no sentirse responsables de nada) lo bien cierto es que el Mal está, existe, es. Y se manifiesta de las más diversas maneras la menor de las cuales no es, precisamente, creer que no existe. Y esa es labor del Maligno que, no obstante, es príncipe de este mundo.
Seguramente que cualquiera que lea esto podría poner muchos ejemplos de qué es el Mal y cómo actúa. Nosotros, sin embargo, vamos a hacer hincapié en lo que podemos llamar “sutilezas del Mal” que tanto abundan hoy día. Y nos referimos al respeto humano y a lo políticamente correcto que, como actitudes propias de alguien desnortado son verdaderos elementos destructores del comportarse, como diría San Josemaría, como gentes “de criterio”.
Es sabido, aunque muchas veces no lo parezca, que el “qué dirán” es un recurso que viene muy bien para muchas cosas y para muchas ocasiones.
Así, por ejemplo, si se nos pasa por la cabeza “cambiar de sitio” algo en nuestro favor siempre sobrevuela en nuestro corazón el “qué dirán” pues una cosa es lo que creemos que nos conviene y otra, muy distinta, lo que creemos que el resto de seres humanos puede pensar sobre nosotros. Y eso, digamos lo que queramos decir, siempre pesa en nuestras decisiones.
Es decir, en el comportamiento ordinario del ser humano tiene importancia grande lo que los demás piensen de él.
Hay, sin embargo un ámbito en el que este principio actúa en detrimento de la espiritualidad del ser humano: lo religioso, la religión y, al fin, la fe. Y en el mismo no vale “el qué dirán”.
Es cierto que el mundo que nos ha tocado vivir no es muy proclive a aceptar principios o doctrinas religiosas cristianas. Es más, muchas veces, los cristianos tampoco manifestamos gran aprecio por los mismos o por las mismas.
El caso es que si actuamos pensando, en exclusiva, en el “el qué dirán” lo único que alcanzaremos será la cumbre de la miseria espiritual pues, por un lado, no se quiere lo que queremos y, por otro, no somos capaces de demostrar que lo que queremos es lo que se debe querer y que le conviene mucho a la criatura de Dios estar a su santa Voluntad y no a la propia de los lógicos egoísmos.
En realidad aquí juega un papel un concepto religioso muy en desuso: “unidad de vida”.
Decir eso, así, de pronto y sin anestesia mundana, pudiera sonar a caduco y trasnochado pues hacer lo que se dice que se es, es comportarse de forma aceptable para Dios y eso, es bien cierto, no siempre “nos conviene”.
Decimos “unidad de vida” y queremos dar a entender que como somos hijos de Dios debemos demostrar que lo somos.
La respuesta a esto es tan sencilla que da un poco de vergüenza (propia y ajena) responderla: siéndolo, haciendo efectivo lo que decimos creer.
Eso es la unidad de vida que establece una no disociación entre nuestra vida espiritual y nuestra existencia mundana. Y eso está puesto por Dios para que se oponga, directamente, al “qué dirán” que lleva el título más formal (por académico) de “respeto humano”.
¡Respeto humano! Incurrir en el mismo es uno de los errores más graves que puede cometer un creyente cristiano: con él, cayendo en él, hace lo que quiere el mundo pero, a la vez, en el mismo, se está agraviando a Dios (más grande el agravio será cuanto más grande sea el incumplimiento de su Voluntad) de una forma más que grave.
Así, por ejemplo, mostramos respeto humano (aceptación, en el fondo, de lo mundano) cuando no defendemos la vida del nasciturus por miedo (¿A quién vamos a temer siendo Dios nuestro Señor?) o cuando no proclamamos que somos creyentes cristianos cuando se afrenta a nuestra fe, propiamente dicha, o a sus ministros o a sus templos, a sus ceremonias…
En fin, bien sabemos qué es el respeto humano, qué el “qué dirán” y qué la “unidad de vida”. El caso es que no acabamos de comprender, a lo que parece, que aquello que decía San Pablo acerca de hacer lo que no debe y no quiere hacer nos pasa también a nosotros.
En realidad, nihil novum sub sole… y por eso, precisamente por eso, la Palabra de Dios goza de un adjetivo que la hace cierta y verdad: es eterna.
Sin embargo, si actuar con respeto humano es algo grave, ¿qué decir de lo políticamente correcto?
Tal expresión está muy manida hoy día. Lo bien cierto es que un cristiano no debe ser políticamente correcto si sabe la fe que tiene. Y no lo tiene que ser porque el mundo busca, precisamente, que lo sea para ignorar su fe.
Para que resulte, digamos, efectivo comprender qué es ser políticamente correcto, ponemos aquí unos ejemplos (seguro que hay muchos más) de eso y es, por decirlo así, un instrumento para serlo:
“1 Autoevalúate. Considera cualquier prejuicio consciente o inconsciente que puedas tener.
2 Aprende sobre diferentes tipos de prejuicios. La educación es una manera excelente de superar prejuicios y ser políticamente correcto.
3 Evita el lenguaje, los pensamientos y las acciones políticamente incorrectas como, por ejemplo, preguntarle a alguien “¿Sales con alguien?” o “¿Tienes pareja?", ya que cualquiera de ambas preguntas demuestra que comprendes y aceptas que alguien podría ser miembro de la comunidad lesbiana, gay, bisexual o transgénero.
4 Evita usar términos explícitamente religiosos. El mundo tiene innumerables religiones diferentes y no todos comparten tus creencias. Algunos son agnósticos y ni tienen fe ni falta de esta en un dios o dioses. También es buena idea evitar el uso del término “Dios” o “dios". Cada grupo religioso tiene nombres diferentes y reglas distintas para mencionar el término. Las personas de la fe judía no hablan igual de dios, los musulmanes se refieren a su dios como a Alá y los hindúes adoran a muchos dioses diferentes. Formular preguntas tales como “¿Qué haría Jesús en estas circunstancias?” a un individuo o grupo que no sea cristiano también es políticamente incorrecto.
5 Evita ciertas expresiones que ofendan y devalúan a las personas con habilidades físicas o mentales diferentes. Por ejemplo, di “persona con dificultades intelectuales” en lugar de “retrasado” y “físicamente incapacitado” en lugar de “inválido". Considera que “enano” es un término políticamente incorrecto para “persona pequeña".
Está claro que lo que se busca con este tipo de lenguaje es establecer un mundo donde todo valga lo mismo para que nada valga nada. Relativismo en estado puro.
Fijémonos, sobre todo, en el punto 4 donde se trata (¡Cómo no!) el tema religioso. Al parecer no conviene manifestar la fe que se tiene porque, a lo mejor, se ofende a alguien. Y tal forma de actuar es eminentemente contraria a la fe que nos sostiene porque Jesús nos dijo “Sea vuestro lenguaje: “Sí, sí"; “no, no": que lo que pasa de aquí viene del Maligno.” (Mt 5, 37)
Los cristianos, por tanto, no debemos fomentar el lenguaje políticamente correcto porque tiene, por esencia, cambiar el sentido de las cosas para darles un matiz más ambiguo, menos claro y dinamitador de la fe cristiana. Supone, además, un dejar vencerse por el lenguaje del mundo aunque, a veces, podamos pensar que es la mejor manera de no ser mal vistos. Y esto tampoco deberíamos tenerlo en cuenta porque ya sabemos que “Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros”. (Jn 15, 20) Y, por tanto (y como ejemplo) no podemos decir “interrupción del embarazo” a lo que es un abominable aborto. Y es que el lenguaje políticamente correcto sólo busca falsear nuestra santa fe cristiana. Además, a nosotros los cristianos nos debe gustar más otro tipo de corrección: la fraterna. De esa sí que obtenemos fruto pero de la otra, sólo mundanidad y alejamiento de Dios.
El caso es que podemos asentir a tales formas de comportamiento o, simplemente, enfrentarnos a ellas, dejarnos vencer o vencerlas. Es seguro que eso nos acarreará una dura lucha interior. Sin embargo, es aún más seguro que nosotros, hijos de Dios que lo somos porque lo somos (como dice San Juan), saldremos ganando más que mucho: nada más y nada menos que la vida eterna.
Dejarse vencer por el Mal es, por decirlo pronto y por acabar, propio de necios y de ciegos voluntarios. Y el caso es que lo dice el salmista en el primero de los Salmos:
“Dichoso el hombre que no camina
aconsejado por malvados,
y en el camino de pecadores no se detiene
y en la sesión de los cínicos no toma asiento;
sino que su tarea es la ley del Señor
y medita su ley día y noche”
¡El primero! Lo dice en el primero de los salmos, para que quede más que claro. Dejarse vencer por el Mal es, sencillamente, algo que nos pierde y algo que colabora mucho a que perdamos algo más que el mundo: el alma. ¿Puede haber algo peor?
Eleuterio Fernández Guzmán
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Sólo lo bien hecho ha valido y vale la pena.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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