Ventana a la Tierra Media - El Bien de verdad y el Mal de solemnidad, en J.R.R. Tolkien

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Cualquier lector habitual de J.R.R. Tolkien, en versión propia o en la que ha transmitido su hijo Cristopher de la obra de su padre (al que, por cierto, estamos más que agradecidos y queremos en el Cielo pues falleció este año, el pasado 16 de enero), sabe que si hay un tema que es básico en la obra del profesor de Oxford es el de la existencia del Bien y el Mal o, lo que es lo mismo, que existe uno y otro y que no es lo mismo adherirse a uno que a otro. Y eso ni en la Tierra Media ni en el planeta Tierra pues, como se podría decir, monta tanto y tanto monta la primera como el segundo.

En este común tema del Bien y del Mal no deja de reflejar sus creencias cristianas, aquí católicas, y es de recibo reconocer que lo hace la mar de bien porque queda muy claro quién es el primero y quién el segundo y a qué debemos atenernos con uno y con otro porque aquí, como en la vida misma, no vale que sea sí donde es no pero, sobre todo, no puede ser no donde es sí, si ustedes nos entienden, como diría Sam Sagaz.

Sostenemos, al respecto del Bien y del Mal que existe, en la obra del profesor de Oxford: el primero que lo es de verdad y el segundo que lo es, además de cierto y real, de pura solemnidad en cuanto pompa y aparato malvados de los que hace uso aquel que, pudiendo haber sido bueno prefirió, llevado del odio y de la envidia, oponerse a Eru y adentrarse en las más horribles de las tinieblas para que los más posibles hicieran lo mismo bajo su bota nigérrima.

Todo aquí, como en la vida misma, tiene importancia. Es decir, que el Bien se comporte como le corresponde y que el Mal haga lo que pueda para demostrar que lo es no es cosa que quede como si eso no tuviera importancia sino que tiene sus consecuencias que pueden verse muy bien en la letra de lo escrito por Tolkien padre. Es más, creemos que toda la obra de nuestro autor está relacionada, precisamente y no por casualidad, con esto y creemos que era lo que quería quien todo esto escribió: que al Mal saliese perdedor de su simpar lucha contra el Bien para que lo bueno se enseñorease del mundo y, en lo sucesivo, no tuviera que verse obligado a huir, esconderse o, lo que es peor, morir a manos o instrumentos del primero.

Morgoth - Tolkien Gateway

Al respecto del Mal, podríamos preguntarnos si podría vencer el Anillo Único en la Guerra, llamada del mismo por razones obvias y si podía, entonces, dominar las cuatro esquinas del mapa de la Tierra Media. Y sí, podría haber vencido si todo se hubiera vuelto en contra de los protagonistas componentes de la Compañía del Anillo. Y es que el Mal no tuvo suficientemente en cuenta que el Bien, aunque sea una pequeña semilla, puede llegar a crecer como la de la de mostaza o ser, como la levadura en la masa, algo que aunque diminuto o poco significativo acaba haciendo la diferencia la segunda o la primera acaba fructificando hasta convertirse en un arbusto donde los pájaros acaban haciendo sus nidos y allí trayendo nueva vida al mundo.

Por tanto, la destrucción del Anillo Único es mucho más, o representa mucho más, que la que lo es de algo material. En realidad, en el mismo estaban encerradas, aunque bajo la forma de joya más que atrayente (dominadora) unas claras ansias de dominación y tener el poder  por el prurito de tenerlo sin tener en cuenta nada más. Suponía la prevalencia del tener sobre el ser y tal era el camino que llevaba más recto hacia la destrucción de tal forma que, en lenguaje de hoy mismo, bien podríamos decir que el Único era una verdadera arma de destrucción masiva.

Decimos esto porque podría parecer de importancia menor que fuera destruido cuando, en realidad, aquí todo radica (es la raíz de todo) en que debía ser destruido para que la vida se abriese paso en la Tierra Media. Y es que, de haber resultado vencedor el Mal su reino se hubiera extendido, a lo mejor, hasta las Tierras Imperecederas que fue el lugar desde donde huyó Melko para convertirse en Morgoth y donde, seguramente, quería llevar la guerra como trató de conseguir Sauron al hacerse el vencido y ser llevado a la isla de Númenor donde provocó en los corazones de muchos hombres (hasta llevarlos a la guerra) el ansia de la inmortalidad y los llevó al Oeste donde sólo encontraron la destrucción de su isla estrellada.

Vemos, por tanto, que lo que siempre pretende el Mal es prevalecer sobre el Bien. Y como es habitual lo hace con todas las malas artes que es capaz de idear: la mentira, el engaño, el fomento del odio, la rapiña, el fuego y, en general, la destrucción de todo lo bueno que se pueda cruzar en su camino.

En este momento nos corresponde, según hemos visto, preguntarnos si se podía haber hecho otra cosa distinta a lo que hizo Isildur cuando, pudiendo destruir el Anillo Único, fuente de todo Mal, en el Monte del Destino, no hizo más que quedárselo porque, a lo mejor, creía que podía hacer el bien con él cuando, al contrario, lo único que procuró fue su propia muerte por flechas orcas en una pequeña Isla del río Anduin cuando ya el Único se le había deslizado del dedo y acabado en su fondo. Ya no quería a su portador…

Es bien cierto que en este episodio el Mal sale victorioso porque el Anillo acaba saliendo del dedo donde había sido puesto después de haber adornado uno de Sauron, su creador. Pero fue, seguramente, una victoria de las llamadas pírricas porque sería el principio de su final aunque tuvieran que pasar muchos siglos para que llegara el mismo.

El Mal, pues, en su más oscura noche, en la raíz misma de todo aquello que no puede ser tenido por válido sino, al contrario, por desechable y, en sí mismo, deleznable. Y eso es lo que se enfrenta al Bien.

La comunidad del anillo vuelve a reunirse 17 años después

El Bien, aquí decimos “de verdad” porque es aquello que no tiene engaño ni encierra lo peor, es preferido por aquellos personajes que, en su misma naturaleza, nunca han tenido relación con el enemigo, aquí, además, con nombre propio y cargos más que bien conocidos. Por eso tanto Gandalf como Frodo o los Elfos que llevan muchos cientos de años luchando contra la oscuridad tienen muy claro que deben estar al lado de aquellos que, no sólo por ser sus seres queridos sino por ser defendibles en su bondad, caminan por la Tierra Media en pos de un buen presente y un mejor mañana que pretende ser enturbiado por la hiedra maligna de Morgoth y sus muchos servidores.

El Bien, por tanto, es asumido desde el mismo principio de todo, por aquellos que quieren que la voluntad de Ilúvatar-Eru-Dios se cumpla por haber sido el creador de todo lo que ven, admiran y aman. Por eso se suman, siempre que pueden, a los ejércitos de este porque reconocen que sus vidas no sólo están en peligro de ser quitadas sino, seguramente, de ser vilipendiadas y zaheridas mucho más allá de la propia muerte. El Mal, por tanto, manifestándose en su más grande ruindad y en su más oscuro pensamiento, quiere tomarlo todo pero hay quien no está dispuesto a permitir que un futuro así se haga realidad en la Tierra Media donde muchas razas habitan su suelo desde hace algunos miles de años y algunas edades.

El Bien, por tanto, asegurado en las armas del poder benéfico que busca la luz y no la noche y tenido en cuenta por los corazones de carne de todos aquellos que saben que depende de su sí que todo sea sí y que no pueden darse la espalda a sí mismos que sería el mirar para otro lado cuando se oyen, a lo lejos, los gritos terribles de la masa orca y demás adláteres del poder maléfico que sale de Mordor y la Torre Oscura.

De todas formas, al respecto de la voluntad de nuestro autor acerca del Bien y del Mal y de la relación que todo esto tiene, en general, con la fe de J.R.R.Tolkien, ya hemos dicho arriba que el Mal debía salir perdedor al final del recorrido de todo este camino. Y es que otra cosa no podía esperarse de quien reconocía en Jesucristo al verdadero vencedor ante la muerte y ¿qué otra cosa no quería Morgoth sino establecer el reinado de la muerte en la Tierra Media?

Y es que aquí, como era de esperar, nada era resultado de la casualidad sino, en todo caso, de la causalidad cristiana: una causa en la fe y un resultado más que convincente y pertinente.

 

Eleuterio Fernández Guzmán- Erkenbrand de Edhellond

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