Serie tradición y conservadurismo – La tergiversada libertad

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

“El que ha superado sus miedos será verdaderamente libre.”

Aristóteles

 

La libertad es un don de Dios y, por tanto, es un derecho que bien podemos llamar divino sin temor a equivocarnos ni exagerar lo más mínimo.

Decir esto es tan importante que no es fácil comprender cómo es violentado tantas veces este don por muchos de los poderes establecidos.

¿Qué supone que la libertad sea un don de Dios? ¿Acaso no tiene importancia el mismo? ¿Puede ser olvidado ese esencial y básico principio? ¿Corresponde a alguien, legítimamente, limitarlo y tergiversarlo?

Estas preguntas tienen su intríngulis y, seguramente, no serían fáciles de contestar por parte de alguien que tenga a la libertad como una realidad que a veces vale la pena limitar por según qué beneficios mundanos o humanos, políticos o económicos.

Debemos partir de algo que, por su contundencia, nos muestra hasta qué punto el Creador se toma en serio nuestra libertad. Y lo hace, primero, para no contradecirse a sí mismo en cuanto al significado de la misma y, luego, para que, en efecto, pueda ser la libertad puesta en práctica.

Pues bien, decimos que si hay algo que es totalmente claro y diáfano es que Dios nos da la libertad, nos la entrega, como don con la posibilidad, aceptada por el Señor, de que la usemos para olvidar a Quien nos ha creado. Y no sólo para eso sino para que actuemos en su contra y contra sus hijos.

Este dato debería ser suficiente como para dejar claro que la libertad no es algo baladí o una bonita palabra que se utiliza cuando hay represión sobre su ejercicio por parte de quien quiere la libertad en el sentido más egoísta que pueda existir: en aplicación de la ley del embudo que dicta que la parte más ancha del mismo es para mí y la más estrecha para ti, siendo yo el poderoso y tú quien soporta mi poder.

En realidad, ¿para qué necesitamos la libertad?

Alguien diría que, primero, para ser libres. Sin embargo decir eso es no darse cuenta del mundo en el que nos ha tocado vivir aunque sepamos que es el que nos tocado y debamos seguir adelante. Ahora bien, decir eso, que la libertad la tenemos para ser libres supone que puede haber alguien que entienda eso de otra forma y, so capa del malversado “bien público”, la límite con la anuencia, además, de grupos más que numerosos de la sociedad siempre dispuestos a ser encadenados con gozo de sus corazones si son los suyos quienes tienen las llaves de los candados.

Volvemos a preguntar que para qué queremos la libertad. Pues la queremos, por ejemplo, para

-Tenerla como causa de nuestra expresión de ideas,

-Tener libertad de culto,

 

-Tener libertad de asociación aunque, sobre todo, si va contra el poder establecido,

-Tener libertad de movimiento,

-Tener libertad de elección,

-Tener libertad de prensa,

-Tener Libertad de…

Si tales pretensiones se juzgan como cosa baladí, es seguro que nuestra libertad va a ser pisoteada por cualquier poder que se sirva del mismo para mantenerse ahí, sentado en su sillón oficial y haciendo uso abundante de las prebendas que eso supone.

De eso concluimos que la libertad es un ansia porque no siempre se tiene ni se puede poner en práctica. Y tal ansia provoca no pocas decepciones si miramos a nuestro alrededor y comprobamos que hay quien prefiere ser esclavo de cualquier cosa o materia antes que cortar esos negros hilos que lo alejan mucho de su humanidad libre y la adentran en la fosa de la que tanto habla el salmista.

Ser libres, en el mundo de hoy y tal como están las cosas, no es ni puede ser nada fácil. Y es que los liberticidas se han apoderado del mundo y diera la impresión de que sólo se pueden tener en cuenta sus ideas, que sólo se pueden seguir sus pasos y, sobre todo, que sólo es sano lo que ellos creen que es sano cuando, en realidad, lo que están promulgando es un mundo donde la pirámide de poder sea la que ellos quieren que sean: muy ancha por debajo y muy estrecha por arriba donde todo manipulan y desde donde toda libertad puede llegar a ser un simple anhelo y, también, algo que pasó y se está olvidando.

Dios nos quiere libres porque nos ha hecho libres. Y por eso no podemos quedarnos haciendo el Don Tancredo esperando que no nos pille el toro de la realidad y podamos irnos a casa a llorar lo que hemos tenido y podemos tener y que eso sea por el qué dirán y por querer tener un comportamiento tan políticamente correcto que nuestro poder hacer quede encerrado bajo siete llaves y bajo muchos celemines.

Dios nos quiere libres. Y eso supone:

1º- Que debemos aceptar que tenemos tal don, el de la libertad.

2º- Que debemos comprender qué supone el mismo.

3º- Que demos poner en práctica la libertad teniendo en cuenta la santísima Providencia del Todopoderoso que viste a los lirios y a otras flores de colores que ni Salomón, como rey, pudo gozar nunca.

Nosotros somos seres esencialmente libres. Y tanto lo fuimos que nuestros Primeros Padres demostraron qué es lo que no hay que hacer con la libertad. Pero supieron que podían hacerlo y que Dios, que los veía en el Paraíso, no quiso impedir la felonía de la traición a su Ser y a su Amor entregado.

En todo caso, como hasta ahora hemos dicho, la libertad está siendo gravemente capitidisminuida por los poderes llamados fácticos porque son los que, de facto, pueden limitarla. Y nos dejan la libertad de:

-Estar de acuerdo con sus posiciones políticas,

-Estar de acuerdo con su visión del mundo,

-Estar de acuerdo con sus muchas manipulaciones de la verdad,

-Estar de acuerdo con su alejamiento de Dios,

-Estar de acuerdo con su limitación de la libertad de expresión bajo el manto del bien común,

-Estar de acuerdo con…

En fin, podemos ver que no son pocas las realidades sobre las que se actúa desde gobiernos sometidos a las instituciones que llevan al orden del día al Nuevo Orden Mundial. Y no son pocos los primeros que se dejan dominar por determinadas promesas de conseguir aquello que anhelan y que tanto buscan de la humanidad entera.

Sin embargo, hay muchas ocasiones hoy día, en la más rabiosa actualidad, que diría aquel, en la que es más que posible que tengamos miedo acerca del uso que hacemos de la libertad. Por eso la frase de Aristóteles con la que encabezamos estas letras nos viene muy bien y clarifica mucho las cosas y las situaciones por las que podemos pasar.

Ser libre supone estar, muchas veces, contra el poder establecido porque el mismo goza, demasiadas veces, con limitarnos el ejercicio de este básico derecho del ser humano sin el cual no se entiende qué es la criatura que creó Dios a su imagen y semejanza.

Por tanto, nosotros debemos apartar los miedos que nos corroen el corazón y, de paso (por eso se fomentan los mismos) coartan nuestra libertad en los más diversos sentidos y de las más imaginativas formas porque, no obstante, hemos de reconocer que los poderes del mundo ocupan mucha parte de su tiempo para idear formas de limitarla. Y, como es obvio, lo consiguen de todas las maneras posibles y acaban sometiendo a los que no dejamos de ser sus súbditos bajo una bota siempre sucia y nunca reluciente.

La libertad, por otra parte, la queremos tanto porque, como hemos dicho aquí muchas veces, es un don que nos ha entregado nuestro Padre del Cielo y no podemos, ni debemos, hacer otra cosa que no sea defenderla y, si es el caso, recuperarla. Dios, cosa que creemos es más que conocida por todos sus hijos, nunca nos va a dejar de lado o dar la espalda porque sabe que del uso adecuado de la libertad, de su concepción sana, sólo pueden derivar corazones que se acerquen al Suyo sin manipulaciones o tergiversaciones.

Sí, es cierto, podemos ser libres pero no son pocas ocasiones en las que entregamos la libertad por aquel plato de lentejas del que habla la Santa Biblia y que hizo que Esaú perdiera la primogenitura en favor de Jacob. Y sí, él también ejerció su libertad, como podía hacerlo y le había sido concedida por Dios, pero no es poco decir que se dejó conducir por algo que podía haber solucionado de otra forma aunque no quiso.

La libertad, si bien comprendemos su significado más íntimo, no es más (ni menos) que la forma que tiene Dios de dejarnos de la mano para que caminemos por el mundo. Por eso, por ser un don tan preciado, ha de ser defendido, incluso, con la vida misma. Y si no que se lo digan a Cristo que fue libre hasta para dejarse matar sin tener culpa alguna y por cumplir la Voluntad de su Padre. ¡Eso sí que fue ser libre!

 

Artículo publicado en The Traditional Post. 

Eleuterio Fernández Guzmán

   

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

 

Sólo lo bien hecho ha valido y vale la pena.

 

Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna. 

1 comentario

  
esron ben fares
a veces es necesario distinguir libertad (escoger el bien) de libertinaje (escoger el mal).

¿Libertad de cultos para la herejía? No estoy de acuerdo.
¿Libertad de prensa para difamar? Tampoco.
24/05/21 9:03 PM

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