Sobre Tradición y Conservadurismo - La dignidad de la persona

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

Solemos decir que una persona es digna cuando en ella concurren una serie de cualidades especiales que la hacen comportarse de una manera a la que se le puede atribuir una cualidad así. Sin embargo, siendo eso cierto y verdad, no es menos cierto ni menos verdad que un ser humano es digno por haber sido creado por el Todopoderoso, Aquel que todo lo creó y mantiene. Es decir, que la dignidad misma, su expresión suprema, tiene su centro origen y destino, en Dios mismo.

Decir eso tiene muchas consecuencias, digamos, a nivel práctico porque no se trata de algo que se dice por sostener una grandilocuencia o declaración, así, magna, sino porque es la total y cierta verdad. Y no podemos negar que hoy día, en pleno siglo XXI (pero desde hace bastante tiempo) hay a quien la dignidad de la persona le importa algo así como nada de nada o menos, incluso.

Hay, a este respecto, casos muy claros donde la dignidad de la persona es atacada de tal forma que no es que no se tenga en cuenta sino que se acaba con ella desde su misma raíz e, incluso, siendo la persona un ser hecho y derecho.

Así, por ejemplo:

-Las manipulaciones genéticas,

-La prostitución.

Como pueden ver, sólo ponemos dos ejemplos de lo que consideramos una clara vejación de lo que supone la dignidad de la persona y una capitidisminución de la misma hasta su real desaparición.

Partamos, para esto, de lo básico y elemental.

El ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios, tiene el pleno derecho a venir al mundo como el Creador quiso que viniera al mundo. Es decir, si lo hubiera querido de otra forma de otra forma lo hubiera hecho. Pero no, lo hizo como lo hizo y cualquiera acto que interfiera en la naturaleza misma del ser humano no es que esté destinado al fracaso (porque vemos que no) pero si está destinado a que se le pueda reprochar comportamiento antinatural. Y es que tenemos por natural aquello que es original, no manipulado.

Pues bien, como cristianos resulta difícil admitir lo que se lleva produciendo demasiados años. Y es posible que se nos pueda tachar de radicales e, incluso, de ir contra la ciencia (o de retrógrados), pero no por eso podemos dejar de decir la verdad que no es que sea “nuestra” verdad sino que es la simple y llana verdad.

A este respecto, no podemos negar que las tecnologías biomédicas han avanzado, por así decirlo, mucho. Y eso ha llevado, lógicamente, al uso de las mismas para cuestiones algo más que delicadas donde la dignidad de la persona está en juego y, como suele pasar, acaba perdiendo la partida.

El caso es que, en este aspecto, debemos creer en la existencia de un “criterio ético fundamental” que tiene todo que ver con la dignidad de la persona. Y es que el mismo viene referido a que el fruto de la generación humana, desde el mismo momento en que es un ser humano nuevo, desde la formación del cigoto, ha de ser respetado de forma no condicionada o, lo que es lo mismo, sin condición alguna. Es decir, que consideramos que el ser humano lo es desde ese mismo momento, desde la concepción misma y, por eso, todos los derechos que se le reconocen a la persona le han de ser reconocidos y, por tanto, su vida y existencia son inviolables sabiendo, además, que se encuentra en una total y absoluta indefensión. Y eso es un derecho fundamental.

De tal criterio no podemos pasar ni dejarlo ahí, escondido debajo del celemín de la conveniencia o de lo políticamente correcto porque, de hacerlo así, le haríamos un flaco favor al ser humano y nosotros, cristianos, caeríamos con claridad en la fosa de la que tanto habla el salmista.

Antes hemos dicho que la ciencia, en este aspecto, ha avanzado mucho. Sin embargo, tales avances no se han utilizado siempre en bien del ser humano y su dignidad sino, justamente, al contrario.

Casi siempre suele suceder esto porque hay quien cree que la mujer (y el hombre como padre) tiene “derecho” al hijo o, lo que es lo mismo, que existe una especie de obligación que “alguien” tiene que cumplir para que la mujer tenga un ser humano recién nacido entre sus brazos…

Eso, como es fácil entender, no cabe en cabeza humana que sepa que la naturaleza de la cosa no es tal sino que tiene que ver, más y mejor, con la relación habida en el seno del matrimonio entre un hombre y una mujer (otra realidad que se nos pone sobre la mesa acerca de lo retrógrados que somos los cristianos…) y que los padres tienen el derecho, en todo caso, a convertirse en padre y madre través el uno del otro como fruto conyugal del amor entre ellos.

Pero, entonces, entran en juego, los intereses equivocados del ser humano que no tienen, muchas veces, nada que ver con la dignidad de la persona. Y se hace uso de la técnica para manipular la vida y hacerla, así, al gusto de aquellos que creen que vale todo no entendiendo aquello que dice que “el fin no justifica los medios” a lo que nosotros añadimos que “nunca”.

Es bien cierto que se puede decir que nosotros hablamos así porque no estamos en la situación de aquel matrimonio que, por las razones que sean, no pueden tener hijos, digamos, de la forma natural y, por tanto ordinaria (la otra es extraordinaria y, por tanto está “extra”, fuera, de lo ordinario y sólo puede ser aceptada fuera de lo establecido por Dios) Sin embargo, lo que aquí pasa es que, en este muy particular caso (el de la manipulación genética para obtener un fruto determinado) lo que se busca es un “deseo” pero no un “derecho” pues, como hemos dicho arriba, tal bien que se anhela es otorgado, en todo caso, por Dios y el hombre, en cuanto hace eso, quiere ponerse al mismo nivel del Todopoderoso y ya sabemos qué pasó cuando eso se hizo en el Paraíso…

En todo caso, es cierto y verdad que la ciencia ha de estar limitada por lo que consideramos derecho básico del ser humano que es el de la dignidad y, así, se han de fijar límites que, sobre la misma, no puedan ser sobrepasados por normas positivas ni por legislaciones que tienden, claramente, a desvirtuar los dones entregados por Dios a su semejanza y que, sobre todo, tratan de hacer imposible su ejercicio como es el caso muy concreto de que el ser humano es digno por ser hijo de Quien es.

Investigación sí, por tanto. Sin embargo, si el investigar ha de tener como víctima predilecta al ser que ha de nacer no cabe, en tal caso, admitir ni la investigación ni, sobre todo, el resultado de la misma porque sería como bendecir un bien (el nacido no tiene culpa alguna y, en sí mismo, es un bien) teniendo, como precedente, un mal (cómo se alcanza el resultado buscado) 

El segundo caso, el de la prostitución (no decimos ni masculina ni femenina porque entendemos, con tal termino, tanto al hombre como a la mujer aunque no podemos dejar de reconocer que cuando se habla de la misma se tiene en la mente a la segunda más que al primero… las cosas son como son) es un caso flagrante en el que la dignidad de la persona es claramente conculcada.

Cuando la persona se prostituye (y hablamos de prostitución física y no, por ejemplo, de la política, que de todo hay en la viña del Señor…) no lo suele hacer, digamos, porque se trate de un trabajo más sino porque, la mayoría de las veces, se ve obligada por las circunstancias de su vida.

Decir eso no quiere decir que se pueda justificar la prostitución porque se tenga necesidad de ella lo mismo que no se puede justificar la manipulación genética porque se tenga necesidad de ella. Es lo contrario la verdad: no podemos hacer como si la prostitución fuera algo tan asumido que no se le dé la importancia que tiene que se viole (nunca mejor dicho) la dignidad de la persona que la ejerce porque eso es lo que pasa en este particular caso.

La dignidad de la persona lo es desde por el mismo hecho de serlo. Por eso, cuando se pretende, por ejemplo, legislar sobre la prostitución como si se tratase del simple ejercicio de un derecho privado a ejercerla y, por tanto, se puedan tomar decisiones normativas al respecto, lo que se está haciendo es dar forma, en cuanto mala cosa, casi definitiva a la dignidad de la persona so capa de tener por buena tal actividad porque se percibe una remuneración por lo realizado como si tratase de una actividad laboral más.

No podemos engañarnos porque es cierto y verdad que la prostitución es una actividad casi siempre forzada y controlada como explotación humana y eso, sólo eso, debería ser suficiente como para que no se tuviera en cuenta, siquiera en cuenta, la mala idea de fijar en leyes y reglamentos una actividad como es que alguien venda su cuerpo al mejor postor. Y es que el cuerpo es de Dios, que lo ha creado y, por tanto, ni está, moralmente, permitido el suicidio ni, tampoco, puede estarlo la prostitución.

Es verdad que esto que hemos dicho aquí es lógico decirlo desde un punto de vista cristiano pero no lo es menos sostener que sólo eso puede decirse si no es que quiere uno alejarse mucho de Dios.

  

Artículo publicado en The Traditional Post. 

Eleuterio Fernández Guzmán

   

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

 

Sólo lo bien hecho ha valido y vale la pena.

 

Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.  

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