Santa y gozosa Epifanía: algo así debió ser
Es cierto que Dios pudo haber hecho las cosas de otra forma pero, visto lo visto cómo fue la cosa, estuvo más que bien que las cosas pasaran como pasaron y, bueno, no de otra forma. Además, es lo que hay y no lo vamos a cambiar por mucho que pretendan tergiversar las cosas quien quiera hacer eso.
Nosotros, en todo caso, lo que sí podemos hacer es, sabiendo que pasó lo que pasó, sacarle la mayor punta espiritual al episodio aquel de los Magos venidos de lejos y de todo lo que pasó alrededor del Niño, Dios hecho hombre, Emmanuel a más señas.
Allí tenemos a la Sagrada Familia, en aquel habitáculo propio para pastores que van de paso y quieren dejar sus bestias en algún sitio, a resguardo, al menos, de la lluvia y del frío. Y sí, seguramente podría haber sido más grandilocuente la cosa y haber ido a nacer el Hijo de Dios, al menos, en alguna posada, casa particular o, en fin, en cualquier sitio que tuviera un techo construido por el hombre. Sin embargo, tuvo que venir al mundo el Mesías en un lugar hecho por Dios… en una cueva, portal o cómo queramos llamar al sitio aquel.
De todas formas, quería el Padre del Cielo (que para eso es Todopoderoso) que su Hijo viniera al mundo, de padres pobres, en lugar pobre para no ser más que ellos y es que, aunque en verdad lo fuera, se les iba a someter como bien dice la Escritura Santa después de aquello del Templo y de la pérdida del zagal durante tres, ¡tres!, días. Y así sería, desde entonces hasta que, por obediencia, se dejó matar en una Cruz perdonando.
Para eso, de todas formas, aún quedaba mucho. Ahora podemos imaginar la escena: en primer plano, Jesús, María y José; detrás, las bestias que allí andaban ocupando aquel lugar o, al menos, el buey porque podemos pensar que la mula ya la llevaban ellos desde Nazaret; en frente, aquellos que fueron privilegiados por Dios con un aviso más que oportuno o, lo que es lo mismo, los pastores que dejaron a buen recaudo al ganado para ir donde el Ángel les había dicho… no fuera a pensar Dios que no hacían caso a un enviado Suyo. Allí estaban, seguro que llevando algún presente como, por ejemplo, leche para el recién nacido, algún que otro ropaje hecho de lana para proteger de frío a la criatura que, según había oído, era más que importante. En fin… dando lo mejor que tenían y, seguro, hasta entonando alguna que otra cancioncilla que viniera bien al acontecimiento y que bien podríamos tener como los primeros villancicos de la historia pues de todo, por muy bueno que sea ahora, siempre ha tenido su principio… para ser ha debido ser antes, podríamos decir.
Ciertamente, allí estaba aquel Niño, que era Dios mismo. Y se presentaba al mundo como iba a estar en el mundo y que no era de otra forma que pobremente, ante los pobres.
Pero, entonces, aunque no sabemos si fue de forma simultánea o poco después (por tradición creemos que sí), llegan allí unos señores montados en cabalgaduras propias de aquella y de otras más lejanas. Vienen ataviados con ricas ropas y portan presentes, digamos regalos. El caso es que, a pesar de aparentar ser poderosos se postran ante el Niño no sin el asombro de los pastores y de todos los allí presentes y dejan ante sus pequeños pies, como ofrenda, oro, incienso y mirra y entonces ya nadie de los allí presentes duda acerca de su poder en el mundo.
Ante aquellos Magos, y Reyes, a saber, se presenta el mundo el Hijo de Dios que es lo mismo que hacerlo ante los poderosos del orbe. Y lo hace, podemos imaginar, con las muchas sonrisas propias de alguien que acaba de venir al mundo.
Cuando Jesucristo se presenta, y recordamos que hoy es un día así, como para presentarse otra vez Cristo a nosotros y a nuestro corazón, lo hace porque quiere estar presente en el mismo y porque nos ama tanto que no quiere alejarse nunca de sus hermanos los hombres que Dios le entregó para que fueran suyos y no perdió, como luego diría a ninguno salvo al hijo de la perdición, de cuyo nombre no queremos acordarnos porque afearía mucho el momento.
Dios se presenta al mundo y, sí, es un Niño indefenso, como cualquiera lo es al nacer. Sin embargo, la semilla del poder del Todopoderoso y Creador también se presentó al mundo entonces. Y eso lo mostraría luego, más tarde, cuando llegó el momento pero ahora, en aquel ahora de entonces, los allí presentes no vieron a un niño que, por pudor (como se dice de la vida de algunos santos con ánimo, en exceso, laudatorio) no quería mamar para vivir sino que tendría hambre como cualquiera la tiene cuando sale del seno materno. Lo que pasa es que el alimento que le dio su Madre estaba lleno de gracia, como ella, y por eso salió el Niño como salió: así, como Dios manda, por decirlo pronto.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Debía presentarse al mundo y se presentó en toda su majestad y humildad.
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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