Campanadas de Lolo
Campanadas (1)
Casi ha terminado un año más de nuestras vidas de hijos de Dios. También nos debe acompañar nuestro Beato Lolo que en su libro “Las golondrinas nunca saben la hora” hace un ejercicio de esperanza en el inmediato futuro. En el momento o, mejor, para el momento, en el que, por tradición y gozo, se celebra la entrada del nuevo año (que va acompañada por el sonar de doce campanadas) escribe, para tal instante (que dura poco en el tiempo pero puede ser muy extenso en la realidad espiritual de lo por venir) un, a modo, de texto esperanzado que muy bien puede ser tomado como una serie de oraciones a razón de una por cada campanada.
“Primera campanada
Antes que nada te pido, Señor, que me ayudes a vivir siempre a mediodía. Si los sucesos se bañan de gris, yo a mediodía; si amanece y en el entrecejo se clava una preocupación, también a mediodía; el sol irradiando desde dentro, Tú hecho horno, purificando todas las dudas, iluminando con la luz de la fe mis pobres tinieblas la hombre.
Segunda campanada
En el preámbulo de 365 días, quiero colocar un ancho sentimiento de aceptación; mi mente y mi corazón como una página en blanco, con la firma muy bien estampada al pie de la cuartilla, para que Tú escribas renglones muy derechos con todos los detalles de tu voluntad. Los labios se morderán para que no entre una gota de acíbar, pero Tú ya sabes que es que ‘sí’, que lo que quieres es siempre dulce, misericordioso y conveniente.
Tercera campanada
Un préstamo: déjame tu corazón por uno, tres, cinco años que pueda vivir todavía. Tu corazón, no para el egoísmo de realizarlo todo fácil, sin esfuerzo, sino para hacer bueno ese deber que es amarte a tu medida; que me da pena ver lo gigante que eres en eso del amor y el corazón de ratoncito que hemos de tener nosotros a la hora de corresponder.
Cuarta campanada
Mira a un niño, cualquiera de esos tan gratos a tus ojos, y que ese sea yo. Se puede pensar, obrar, esperar y amar en niño, con abandono de niño, con despreocupación de niño, con alegría y esperanza de niño, porque la certeza y el poder se dan en Ti a tamaño infinito. Sea lo que sea, yo un niño, pian, pianito, caminando hacia el horizonte.
Quinta campanada
Para la soledad quiero tu imagen, negra o lluviosa, y yo la veo vestida de Nazareno, con su limpia y ardorosa mirada, soledad en tu compañía, rumorosa de Ti, glorificada de Ti.
Sexta campanada
La alegría que eres Tú, el optimismo que rebosa por toda tu figura,
como si tuvieras un grifo abierto encima de la cabeza. Si en mis ojos pujan las lágrimas, que yo suene a cristal, y que los demás sólo me oigan a bronce. Alegría, venga la alegría.
Séptima campanada
Lo que sí es seguro es el tesoro de felicidad que Tú nos has inscrito en el Cielo. Que el Nuevo Año me amanezca con las manos abiertas, en alto, ya esperando de Ti, de quien somos semilla; en los demás, que son más ricos en su bondad que en su miseria, y en mí, que la razón de ser la tengo en un destino de amor.
Octava campanada
Dentro de mí hay un ‘yo’ con bayoneta y casco de acero. Mi conciencia está herida por sus torvas reclamaciones. Se niega al deber, a la superación, a lo que sea renuncia. Mi corazón, así, está acuchillado por las claudicaciones y remordimientos. Con todo, hay una paz para cada hombre, la que Tú nos diste, la que nos dejaste, la que quieres que sea siempre con nosotros. ¡Oh, la Paz voceada por los ángeles, a tu vera de niño silencioso! Óyeme ahora gritar por la serenidad de la conciencia, por la fidelidad del corazón, por mi vida gloriosa, escrita con letras de oro.
Novena campanada
El dolor, desde Ti, ya no tiene pasado ni futuro, es sólo realidad, fluir de savia, arborescencia y redención. No quiero pensar ni en la noche ni en el alba, sino estarme contigo a las doce de la mañana, cuando las penalidades zumban alegres, como abejas laboriosas.
Décima campanada
Mi derecha yo te le doy a Ti y mi izquierda a un hombre cuyo rostro no conozco. Como es así, súbeme por la muñeca una ancha conciencia de comunidad, el sentido de ser argamasa y ladrillo del bien de los hombres.
Undécima campanada
‘Gracias’ por el descanso y por el insomnio.
‘Gracias’ por la aspirina y por las neuralgias inaplacables.
‘Gracias’ por el rencor que no me gané y por la caricia que tampoco merecía.
‘Gracias’ por la carta que me llega y por la compañía que no recibo.
‘Gracias’ de Ti y por Ti; a los demás, por su buen corazón y a mí mismo, incluso, por el instinto de bondad que sembraste en el eje de mi vida y ahora retoña.
Duodécima campanada
Que se acallen los relojes y yo sepa también enmudecer. Mas que palabras, concédeme silencios. Chirrín a las críticas, a las banalidades, A las quejas y a la espita de los rencores. Silencio cuando la vida me pase una factura que no reconozco, dedo en los labios cuando el cansancio me tire de ellos para la inconformidad, labios apretados cuando toda la carne sea una pura rebeldía. Silencio el mío del Tuyo, de aquel de chiquitín, en el Pesebre, y del otro, ya mozo, claveteado en una cruz. “
Ciertamente, no resulta fácil decir nada mejor dicho que lo que el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, nos ha dicho.
Que Lolo nos acompañe siempre y ruegue por nosotros.
Eleuterio Fernández Guzmán
(1) Este artículo es reproducción exacta del publicado el 29 de diciembre de 2015. En realidad, bien nos vale lo dicho entonces para ahora mismo.
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Un año termina y otro empieza y todo es obra de Dios.
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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