J.R.R. Tolkien – Ventana a la Tierra Media – Saruman no tiene quien le escriba
Seguimos con la, digamos, “serie dentro de la serie”. Y esto lo decimos porque, desde el artículo anterior (de título “El amor en los tiempos de Aragorn”) estamos “aprovechándonos” (con buena intención) de títulos de obras de Gabriel García Márquez a las que hemos dado el toque particular que corresponde a todo lo que tenga que ver con la Tierra Media.
Vayamos, pues, con el de esta semana que tiene relación directa con aquel “El coronel no tiene quien le escriba” del citado autor colombiano. Nosotros, sin embargo, lo hemos titulado,
Saruman no tiene quien le escriba
El Mal, por decirlo bien y pronto, tiene las cosas que tiene. Y es que, a lo mejor, pocos quieren acercarse al mismo aunque, claro está, siempre hay quien lo acepta, a lo mejor, como un mal menor o, a lo mejor, como vía para prosperar en la vida. Y eso pasa aquí, en la Tierra llamada Media, a saber obra subcreadora del profesor de Oxford, Tolkien padre. Pero, decimos, el Mal es como es…
Nuestro protagonista, Saruman, no era malo del todo o, mejor, se encontraba entre los que habían sido enviados a la Tierra Media para ayudar a los que estaban luchando y habían luchado contra el Mal supremo, el padre de todos los males, el Mal sobre el Mal o, lo que es lo mismo, Morgoth, antes Melko, en los tiempos antiguos. Entre sus compañeros estaba, por nombrar sólo a uno, un tal Gandalf, conocido también como Mithrandir, Olórin, Jinete Blanco, etc., etc. y etc.
Hay, sin embargo, una diferencia esencial entre uno y otro personaje: el primero de ellos era en exceso ambicioso mientras que el segundo supo contener lo que podía haber sido su ambición. Y eso es más que conocido y no vamos a abundar en tal cosa…
Sin embargo, sí que nos vale lo que hemos dicho arriba para decir que, precisamente, por haber escogido el camino equivocado (una especie de Breaking Bad a lo mago o, por decirlo de otra forma, como romper con la realidad no por la buena cosa sino, justamente, por la contraria o, así: romper mal) Saruman estaba solo y más que solo.
Es bien cierto, y estamos seguros de que en esto va a haber acuerdo, que con el Mal sólo se puede tratar de dos formas (además, claro, de no avenirse al mismo). Nosotros hablamos de las dos posibilidades de acercarse al mismo. Por un lado está la de aquellos que se someten al mismo porque no tienen más remedio (Orcos y demás); por otro lado, está la de aquellos que someten voluntariamente.
Está claro que, en el primer caso, la relación con el amo ha de ser más que mala porque el terror ha de abundar en los corazones de aquellos que son capaces de darse cuenta de con quién se las están teniendo. Y en el segundo caso (aquellos que lo aceptan y se unen al mismo) es más que verdad que el sol y la luna existen (también en la Tierra Media) que sólo puede imperar el miedo porque se sabe a ciencia y corazón ciertos con quién se las tiene uno.
Por todo lo apenas dicho arriba, es más que posible que el Mal, éste, Saruman, no encuentre muchos seres (humanos o no) que quieran establecer una relación medio aceptable y sana con una tal persona. Y es que una cosa es estar esclavizado y hacer las cosas por obligación y otra, muy distinta, dejar de reconocer la mala baba y la mala impresión que causa alguien como nuestro personaje de hoy; y otra cosa es estar a su servicio esperando beneficio (tal no es el caso de los esclavos de este mago blanco, en principio) y no saber, eso, que la bestia es, en realidad, quien es…
Soledad. Sí. Si se suele decir que el poder lleva aparejada no poca soledad, en el caso del ocupante de Orthanc, la torre que ocupa el centro de Isengard, o sea, Saruman, no ha de ser poca. Y no ha de ser porque no sólo tiene en contra, seguramente, (y en el fondo) a sus esclavos o sometidos voluntariamente sino que el mismo Jefe supremo a quien, se supone, sirve Saruman no debe tener nada a favor de quien quisiera ocupar su puesto…
La Soledad, como decimos, ha de ser fuente de sufrimientos. Y no queremos decir con esto que Saruman, en su torre, al fin y al cabo, escondido del exterior, se sienta mal por lo que hace sino que, viendo que no puede conseguir lo que quiere (y sale de allí, al fin y con el tiempo, para morir) se ha de estar reconcomiendo el corazón. ¡Tanto poder, en el fondo, para nada!
Alguien podría decir que tampoco la cosa es para tanto pero no podemos negar, sin embargo, que causa cierta sonrisa ver cómo quien podría ser tanto es, en el fondo, tan poco como alguien encerrado con todo su poder en una torre, en el fondo, con miedo a dejar de ser quien y ser quien, en el fondo, fue: alguien a quien otro esclavo suyo llamado Gríma o Lengua de Serpiente, mató por la espalda…
En realidad, ¿Merecía que alguien le escribiera algo?
Eleuterio Fernández Guzmán - Erkenbrand de Edhellond
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Hay mundos que, sin duda alguna, nos llevan más lejos del que vivimos, nos movemos y existimos.
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
1 comentario
Y justo ahora estoy leyendo esa parte del libro.
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