J.R.R. Tolkien -Ventana a la Tierra Media – El amor en los tiempos de Aragorn
Durante las próximas semanas, si Eru quiere, vamos a escribir a tenor de obras sobradamente conocidas. Queremos decir que nos vamos a agenciar, por decirlo así y sin mala intención, de ciertos títulos del escritor Gabriel García Márquez.
Vayamos, pues con el primero de estos artículos de título “El amor en los tiempos de Aragorn” que tiene mucho que ver, como sabe todo lector, con aquel Amor en los tiempos del cólera del escritor citado arriba. Y nos referimos, claro, al título porque en cuanto al contenido, se trata de mundos más que distantes y distintos…
El amor en los tiempos de Aragorn
Hacía mucho tiempo que había ocurrido aquello de Lúthien y Beren. Y queremos decir que el hecho mismo de que una elfa, además más que bella (¿No es eso, casi siempre, un abundar en la verdad?), se uniera en matrimonio con un hombre (mortal, por lo tanto) no era lo más común. Y quizá por eso el padre de la primera, a la sazón Thingol, se opuso tan tenazmente a tal unión que le impuso una grave prueba al hombre que osaba ansiar eso: quitar un silmaril de la cabeza de Morgoth. Y no podemos dejar de reconocer que era, casi, como pedirle la luna al bien intencionado hombre.
Creemos recordar que, en una primera redacción de aquel amor Beren también era un elfo pero, de haber sido así se habría perdido mucho de lo que, siendo hombre, tenía que aportar a la historia. Y decimos, por tanto, que nuestro autor el profesor de Oxford supo cambiar, para bien, el qué del hombre.
El caso es que, como es sabido, Beren (con la inestimable ayuda de su amada Lúthien) consigue llevarle al exagerado padre de la bella elfa la preciada joya producida por las manos del Fëanor y, al fin, triunfa el amor sin mayores exigencias.
Pues bien, decimos que había pasado mucho tiempo desde que aquello fuera registrado en El Silmarillion. Pero, al parecer, una tal historia de amor (que acabó bien a pesar de uno y de muchos) no podía, ¡qué menos!, que repetirse. Y eso es lo que pasa con nuestros protagonistas y, sobre todo, con el que da nombre al título de hoy. Y nos referimos, por supuesto, a Aragorn (luego Aragorn II en cuanto rey de Gondor y Arnor)
Decimos con “nuestros” protagonistas porque ya podemos imaginar que, aquí, se habla de dos, al igual que pasaba en el caso anterior. Y nos referimos al citado Aragorn y a Arwen, la hija de Elrond, el medio-elfo. Y es que el amor consigo mismo, con uno solo, como que no…
Curiosamente, diera la impresión de que se trata de casos similares aunque, claro, las circunstancias son muy distintas y distantes. Y es que mientras a Beren se le exigía mucho y mucho hizo para alcanzar el consentimiento del padre de Tinúviel (como también le llama el propio hombre al querer decir “ruiseñor”, tal como cantaba su amada…)
El caso es que el amor, digamos, entre razas distintas, no era lo que más acaecía ni en tiempos antiguos ni en los últimos de la Tercera Edad de la Tierra Media porque, según es sabido, sólo se han dado uniones así, entre hombre y elfa en tres casos: dos aparecen aquí mismo, a saber, Beren-Lúthíen y Aragorn-Arwen, al que añadimos el de Tuor e Idril (de quien nacería, nada más y nada menos, que Eärendil aunque eso es otro cuento y otra historia…)
Sin embargo, lo que sí tenía el mismo sentido y era exactamente igual era el Amor. Y lo ponemos con mayúscula porque ambas relaciones nos parecen de tal tenor que, sí, debemos poner tal palabra en una dimensión bien grande.
Decimos que en eso, en el Amor, nada había cambiado y, según sabemos de la relación habida entre Aragorn y Arwen había acabado prevaleciendo lo que era sentimiento pero no sólo sentimiento (que, a veces, puede ser tan volandero y olvidadizo…) sino verdadera relación de Amor que iba a tener consecuencias más que importantes para una de las partes.
Al igual que pasó en el caso de Beren y Lúthien, es a la mujer, elfas ambas, a la que se le da a elegir. Y es que, como es conocido, los seres humanos pertenecientes a la raza elfa son, de por sí, inmortales a no ser que se los mate físicamente o los consuma la tristeza. Y como no pasó lo primero, tampoco era cuestión de que pasar lo segundo en carnes de Lúthien y de Arwen.
Y no pasó.
Como decimos, se les dio a elegir o, si no se les dio, así dicho, a elegir, ellas escogen el Amor y, por tanto, la experiencia de la muerte que era propia, como don de Ilúvatar, de la raza humana.
Arwen escoge ser mortal, lo mismo que había escogido, mucho tiempo antes, Lúthien. Aquí prevaleció el Amor en su sentido más puro: el de la entrega al otro y el de saber que todo se daba por quien se amaba. Y es que cuando conoce a Aragorn ella tenía la friolera edad de 2700 años y, al volver de pasar un tiempo con Galadriel, la dama Galadriel, que era su abuela se echó a los a aquel hombre que estaba bajo la protección de su padre, Elrond. Digamos que fue un puro y profundo flechazo el que los unió desde entonces. Y es que, según parece, Aragorn había confundido a Arwen con Lúthien dada la belleza de la primera. Y eso no era nada extraño porque la había heredado de la esposa de Beren, a la sazón, tatarabuela suya.
Al parecer, y según se dice en los cuentos, a Elrond aquello le parecía medio regular pero visto que el amor era verdadero acabó aceptando aquella relación, digamos, contra la naturaleza de las cosas pero donde prevaleció el Amor que es, sin duda alguna, una argamasa más que buena y conveniente para unir ciertas separaciones…
El amor, en tiempos de Aragorn, ya muy entrada la Tercera Edad de la Tierra Media, no había cambiado mucho porque seguía siendo, eso, el Amor que unía lo que, de por sí, era difícil de unir. Sin embargo, prevaleció porque debía prevalecer, venció a la intransigencia porque por eso es amor y por eso se ha de anteponer a gustos sociales o menudencias de tal tipo.
A nosotros, por cierto, nos gusta mucho y más que las cosas fueran como fueron. Será que debía vencer, aquí también, lo que, en el fondo, más importaba.
Eleuterio Fernández Guzmán - Erkenbrand de Edhellond
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Hay mundos que, sin duda alguna, nos llevan más lejos del que vivimos, nos movemos y existimos.
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
1 comentario
EFG
Totalmente de acuerdo con usted.
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