Una noche con fruto bueno
Digamos que la cosa no pintaba nada bien. Y es que, por mucha apariencia de mujer embarazada que tuviera la joven María, esposa de José, el carpintero de Nazaret, no había sitio alguno donde cobijarse en aquella noche (tradicionalmente reconocida como la previa al nacimiento del Hijo de Dios) de diciembre.
El caso es que el censo que había ordenado hacer el invasor romano traía a todos de cabeza. Y, de no haber sido así, a lo mejor el Mesías podría haber nacido en Nazaret aunque, por decirlo todo, las Sagradas Escrituras del pueblo judío decían que el Enviado de Dios habría de nacer, precisamente, en Belén.
Podemos ver, por tanto, que el Plan de Dios no iba a tergiversarse ni alterarse por mucho que el Emperador hubiera querido hacer aquel listado de sometidos suyos con intenciones, seguramente, recaudatorias de impuestos u otras cosas por el estilo… Y, por tanto, su Hijo iba a nacer en el lugar donde se había dejado escrito que iba a nacer.
Se suele hacer ver que aquella noche hacía frío. En realidad, no sabemos si lo hacía y, menos aún, si nevaba o no caía el agua en tal forma transformada. El caso es que la Tradición nos dice cosas que, aunque no estén recogidas, así dichas, en las Sagradas Escrituras que luego se escribirían (llamadas Nuevo Testamento), las tenemos por buenas porque, para eso fueron vividas por los testigos de aquello. Y nos fiamos de ellas o, por decirlo mejor confiamos en ellas, tenemos tal fe.
Pues bien. El pobre José no había encontrado ningún lugar donde poder descansar aunque, bien podemos imaginar, que lo que quería nuestro fiel amigo es que descansara María porque estaba en un estado, sí, de buena esperanza divina pero, al parecer, de poca humana…
Todo, sin embargo, no estaba perdido. Y no podía estarlo porque era Dios quien proveía. Y, al fin, encontraron un sitio, pobre sí, humilde también, pero válido para, al menos, poder pasar aquella noche que, a lo grande, fue llamada Noche Buena porque fue, en efecto, expresión de la Bondad de Dios que quiso que su criatura humana se salvara y que la salvación fuera para siempre, siempre, siempre.
Y allí estaban José y María junto a algunas bestias que se refugiaban del relente nocturno. Podemos creer que las habían dejado sus dueños porque bien sabían que, al menos, estarían algo protegidas. Y, a qué negarlo, algo de calor dieron a los presentes.
Luego, Dios hizo el resto: avisó a los pastores, mediando algunos ángeles, sobre que había de nacer alguien muy importante. Y los pastorcillos, que eran humildes y creyeron en aquellas palabras, lo dejaron todo (seguramente, al cuidado de alguno de ellos) y se fueron raudos a Belén, lugar del que, imaginamos, no andaban muy lejos. Y fueron, según creemos, de los primeros en llegar al sitio y ver al recién nacido.
¡Sí! El caso es que había venido al mundo un Niño. Y ponemos esta palabra con mayúscula porque no era, aún siéndolo en su ser humano, un niño cualquiera sino uno que iba a apacentar ovejas y a ser un Buen Pastor y Salvador de la humanidad que creyera, precisamente, en tales virtudes y dones.
Por eso aquella noche la llamamos Buena. Y es que fue bueno que Dios cumpliese con su promesa de enviar al Mesías; fue bueno que una Virgen llamada María aceptase ser la esclava del Señor…¡Y lo fuese!; fue bueno que José comprendiese lo que se le dijo en sueños; fue bueno, incluso, que el emperador ordenase hacer aquel censo que los llevó a Belén para que se cumpliese hasta el último punto de lo escrito en libros antiguos; fue bueno, ya para terminar, que aquel Niño naciese de una forma tan pobre y tan humilde.
Todo, pues, fue bueno. Pero lo mejor vino después, al día siguiente. Y es que la humanidad supo (unos antes, otros después y otros, a lo mejor, ahora mismo o mañana, también) que Dios, que fue el Creador de todo y que todo lo mantenía, había decidido hacer posible que su descendencia, que tantas veces se había extraviado y caído en la fosa de la que tanto escribió el salmista, iba a tener una oportunidad más de salvarse a través de aquel Salvador que se había hecho hombre siendo Dios mismo.
Y, entonces, llegó el día siguiente. Y fue Navidad, la primera Navidad del mundo a la que han seguido más de muchas.
Y nosotros unimos tal Noche Buena y tal Navidad porque creemos que es una forma de agradecer a Dios que fuese, otra vez, tan bueno con sus hijos, creados a su imagen y semejanza. Y, desde entonces, por eso mismo, miramos al Niño, en vísperas de nacer y, luego, nacido, y sabemos que no estamos, del todo, perdidos.
¡Feliz Nochebuena y Feliz Navidad!
Es, en realidad, un 2 en 1 perfecto; un regalo, otro, de Dios.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
A una noche como la Noche Buena sólo puede seguir la Navidad.
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
1 comentario
Paz y bien
EFG
También le deseo una feliz Navidad y, por supuesto, mucha paz y mucho bien.
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