J.R. R. Tolkien -Ventana a la Tierra Media – El Espíritu de la Tierra Media
Desde que los Elfos despiertan en Cuiviénen hasta que, por ejemplo, Frodo y sus compañeros embarcan hacia las Tierras Imperecederas después de salir victoriosos en la Guerra del Anillo, es bien cierto que pasaron muchos siglos. Es más, miles de años discurrieron en los que tantas cosas acaecieron y de las que, lógicamente, nada de ellas vamos a decir aquí porque siempre nos quedaríamos cortos, muy cortos.
Podemos decir que ellos, aquellos Primeros Nacidos, miraron hacia arriba y vieron las estrellas porque aún no había ni Sol ni Luna. Y quedaron maravillados con aquel espectáculo nocturno. Y entonces, precisamente entonces, creemos que pronunciaron sus primeras palabras que eran expresión, seguro, de admiración y de gozo.
Sin embargo, y como no puede ser de otra forma cuando alguien escribe, hay un hilo que une toda esa trama que es, decimos, no sólo extensa sino, en los corazones de los lectores, gozosa y abarcadora de todo aquello por lo que vale la pena no sólo leer sino, incluso, vivir.
Es bien cierto que J.R.R. Tolkien, a lo mejor, no quiso que eso pasase eso. Es decir, que en un principio no dijo, por ejemplo, “ahora voy a escribir de forma que pueda deducirse, alegóricamente, algo de todas las letras que puede dejar plasmadas”.
Sabemos que eso jamás pudo suceder de tal manera porque ya sabemos la aversión que tenía nuestro profesor por la llamada “alegoría” aunque, en realidad, no es que tal figura literaria le diera rabia o algo así sino que decía, y dijo muchas veces, que su obra no era alegórica. Por tanto, nada de decir que El Hobbit o, sobre todo, El Señor de los Anillos quieren decir esto o lo otro. No. Y aunque los lectores quieran hacer eso deben saber, ya desde un principio, que el autor de tan fantásticas obras, no pretendía tal cosa. Allá cada cual, pues, con lo que pueda pensar sobre ellas…
En realidad, tales obras quieren decir… lo que dicen y ya está y se refieren a lo que se refieren y ya está. Ahí queda la cosa aunque sabemos que no poco es tal cosa sino que es mucho y muy mucho.
Pues bien, aquí decimos, en el título lo decimos, que hay un “espíritu de la Tierra Media”. Y, entiéndase, que dejamos de lado a las Tierras Imperecederas porque allí se encuentran aquellos que están alejados, acabaron alejados por los acontecimientos de los que se tienen noticia en los libros y relatos de la raza de los Hombres, de los Elfos, de los Enanos y, claro, del Mal mismo que mucho tuvo que ver con aquella definitiva separación que, con el tiempo, fue capaz Eärendil de hacer, digamos, desaparecer.
Decimos, por lo tanto, que aquella Tierra, en sus personajes, las acciones de estos y, sobre todo, en el devenir de los acontecimientos que acaecen, se contiene un espíritu que da forma a todo. Y resulta, de todo punto, maravilloso, que en aquellas páginas escritas con tanto esfuerzo, perseverancia y ánimo perfeccionista, se contenga lo mejor que, en definitiva, puede ser un hijo de Ilúvatar y, aquí, de Dios mismo, Creador de todo.
Subyace, porque está, digamos, “por debajo” de todo hacer, de cada una de las intenciones de los buenos (de los malos ya sabemos que es, justamente, lo contrario y aquí es conveniente que siempre salga victorioso el Bien) una intención basada en el honor, en el bien hacer, en el querer dar la vida, incluso si es necesario, por las necesidades y realidades del otro, de tu pueblo o, en suma, de tu raza y de las otras que habitan en la Tierra Media.
El espíritu, el ser mismo, de lo que pasa en el mundo subcreado por el profesor de Oxford, tiene todo que ver con el ansia de Bien y, por tanto, con el pensamiento y hacer, justamente, contrario al Mal que, digámoslo, tanta importancia tiene en la obra de J.R.R. Tolkien. Y la tiene porque es posible demostrar que puede ser derrotado y que lo bueno y mejor que hay en cada una de las razas que allí habitan conviene a todos que salga vencedor de una lucha, sí, sangrienta y dolorosa (¡Tantas batallas jalonan aquellos siglos de historia!) y que da lugar a canciones que muestran el valor y, a la vez, la desazón de la muerte pero, al fin y al cabo, tan necesaria como el querer ser libres.
El espíritu de la Tierra Media impregna los corazones y los dignifica de tal forma que no era posible, no podía ser posible, que Morgoth saliera vencedor de aquella lucha que había empezado muy pronto, cuando Ilúvatar dijera a los Ainur que hicieran música y él, aquel ya entonces maligno espíritu divino, quisiera ir por su cuenta y hacer todo el daño, ya entonces, que pudiera. Y es que su espíritu era, justamente, contrario a los de los demás allí presentes. Y luego, cuando quisieron visitar la Tierra Media se vio a la perfección que allí, como suele pasar en la ordinaria vida, había que escoger entre el Bien y el Mal: el primero de ellos representaba lo bueno y lo justo, el espíritu de Dios mismo; el segundo, exactamente, lo contrario y, podemos decir, el del espíritu caído en su propia desgracia avariciosa y odiadora.
Aquí, pues, en realidad, hay dos espíritus y, cada uno de ellos quería prevalecer. Y nosotros sabemos que salió vencedor aquel que no se había opuesto a los designios de Ilúvatar a quien tenían, los muchos y diversos habitantes de la Tierra Media, por su creador (nosotros sabemos que, en realidad, había quien los había subcreado pero ellos, en sus seres mismos eso no lo sabían…) Y quedó todo de manera que el espíritu de la Tierra Media, aquel que prefería el cumplir la palabra dada, aquel que al honor en lo que se hacía daba la importancia que merecía o, en fin, donde el amor tanto tenía que decir y dijo, salió victorioso de una batalla que, creemos, no podía vencer. Y no podía vencer porque Aquel que todo lo había creado y que, desde un principio, supo lo que podía pasar si había, allí, algún espíritu rebelde (Y Melkor/Morgoth lo era y lo fue luego) no podía permitir otra cosa.
¿Y a eso no se le podría llamar, digamos, dominio desde lo alto, desde arriba y falta de acción de los de abajo?
No. A eso sencillamente se le puede llamar tener un espíritu de (sub)Creador y querer proteger a su (sub)creación. Vamos, lo mismo que, ya en nuestro mundo, hace Dios con sus hijos.
Eleuterio Fernández Guzmán- Erkenbrand de Edhellond
…………………………..
Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Hay mundos que, sin duda alguna, nos llevan más lejos del que vivimos, nos movemos y existimos.
…………………………….
Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
1 comentario
No obstante existen varias similitudes en tan excelente y amena obra que a mí me permiten suponer que la inspiración de Tolkien no era solamente humana.
-Un único Dios Creador.
-Un señor del mal destructor de todo lo bueno y bello.
-La lucha entre el Bien y el mal.
-La lucha interior permanente en el hombre entre hacer lo correcto o lo instintivo.
-Seres defensores de la Naturaleza frente a legiones de monstruos. ( Elfos/orcos. Ángeles/demonios).
-El más pequeño es el más importante.
-El Bien triunfador final.
Etc.
Gracias por el post y saludos cordiales.
---
EFG
Estoy de acuerdo con usted. Gracias por su aportación.
Dejar un comentario