La Palabra del domingo - 12 de mayo de 2019
Jn 10, 27-30
“27 Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. 28 Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. 29 El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. 30 Yo y el Padre somos uno’.”
COMENTARIO
Es bien cierto que el ser humano creyente, el que pertenecía al pueblo elegido por Dios (el judío) esperaba que el Mesías fuera enviado al mundo para que el mundo se salvase. También es cierto que yo día, mayo de 2019, aún hay muchos miembros de tal pueblo que no creen que el Mesías haya sido enviado por Dios y, claro está, aún esperan.
Nosotros o, lo que es lo mismo, aquellos que confesamos que Jesucristo es el Mesías, tenemos por gran verdad, por la Verdad, que lo es, que es Quien Dios quiso enviar al mundo para que el mundo se salvase. Y lo creemos porque hay pruebas más que suficientes como para no hablar por hablar o, sencillamente, para no llevar el agua a nuestro molino.
En fin…. Que nosotros estamos seguros de eso y, por tanto, debemos escuchar lo que nos dice porque, al menos que sepamos, en dos ocasiones, Dios dijo que debíamos escuchar a su hijo amado: a saber, cuando salió del Jordán bautizado y cuando se transfiguró ante Pedro, Juan y Santiago.
No podemos decir, por tanto, que ignoremos la verdad.
El caso es que lo que nos dice hoy Jesucristo en este texto del Evangelio de San Juan es bien hermoso y, además, más que aprovechable. Y es que ya sabemos que de la boca del Mesías nada de lo que sale está dicho porque no tuviera otra cosa que decir sino que todo tiene sentido, todo es Palabra de Dios. Y no podemos negar que lo que hoy nos dice es más que importante. Vamos, que nos va la vida eterna en ello.
Habla, aquí, Cristo, de pertenencia. Sí, de que nosotros, que hemos querido ser sus ovejas, escuchamos su voz o, lo que es lo mismo, que sabemos que de la misma viene algo bueno y más que mejor. Y le seguimos…
Pero es que Jesucristo nos dice más. Y es que seguir al Hijo de Dios tiene una gran recompensa espiritual: nuestra alma no ha de morir jamás porque seremos salvados, como sabemos, el llamado Último día. Y lo ponemos en mayúscula porque merece tal letra capital el momento en el que Jesucristo, venido al mundo en su Parusía, salvará… a quien merezca salvarse.
Nos dice nuestro hermano y Maestro que seguir su voz supone no perecer nunca. Y se refiere, sin duda alguna, a nuestra alma que es, de nosotros, lo que perdurará para siempre sea la situación en la que la misma quede después del Juicio particular a la que será sometida por el Tribunal de Dios.
Ahora bien, para no morir nunca no basta con decir de boquilla que seguimos la voz de Cristo. No. Y es que sería más que fácil hacer eso pero luego llevar a cabo conductas, acciones y omisiones que desdijeran tal cosa. No. debemos ser consecuentes con Jesucristo y con lo que no dice porque, como decimos, la recompensa no es poca cosa sino mucha y más que mucha: nada más y nada menos que la vida eterna.
¡Ah! Y que no se nos olvide lo último que aquí nos dice el Maestro. Él y Dios son uno o, lo que es lo mismo, que cuando Dios envió a su Hijo al mundo se encarnó él mismo y se hizo hombre. ¿Vale, pues, la pena o no vale la pena escuchar a Cristo?
PRECES
Pidamos a Dios por todos aquellos que hacen oídos sordos a estas palabras de Jesucristo.
Roguemos al Señor
Pidamos a Dios por todos aquellos que no creen en la Santísima Trinidad.
Roguemos al Señor.
ORACIÓN
Padre Dios; gracias por poner sobre la mesa una verdad tan verdad como es la unidad entre Tú, Tu Hijo y Tu Espíritu.
Gracias, Señor, por poder transmitir esto.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Palabra de Dios; la Palabra.
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Para leer Fe y Obras.
Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.
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