Ventana a la Tierra Media – Soberbia y ceguera: la caída de Númenor

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De la gloria al fin de todo. Así podemos definir la existencia de un regalo que hizo Eru a la raza de los hombres que tanto habían luchado y sufrido contra Morgoth. Pero, sobre todo, bien podemos decir que en este caso particular, muy especial en la obra de J.R.R. Tolkien y que, a lo mejor, tanto tiene que ver con la existencia de la Atlántida en cuanto a lo que la imaginación de nuestro autor pudiera servir la misma, aquí tiene que ver mucho el comportamiento ciego y cegado por la soberbia y la falta de seso… si ustedes nos entienden. 

Por cierto, no hemos dicho que el regalo citado arriba es la isla estrellada (con forma de estrella aunque luego también se “estrelló”, hundiéndose, por culpa de los hombres, podemos decir) de Númenor que es un nombre que, en sí mismo, incita mucho la imaginación y, podemos decirlo así, el ansia por conocerla. ¿Qué fue Númenor?, ¿Qué fue de ella? 

Veámoslo. 

En la memoria del tiempo       perdida ha quedado,

en antiguas historias              que siempre se han narrado,

en cuentos perdidos              en sueños habidos,

Númenor,                              la de estrellados lados,

Númenor,                             la que se perdió,

la que se hundió,                 la que sucumbió

por el ser de los hombres,  nunca más existió.

 

Este poema, que se recoge en libros de los hombres, nos dice algo de aquella isla. Sin embargo, es conocida, por mucho tiempo que haya pasado desde entonces, su historia y devenir. Y lo que ponemos aquí es una narración hecha en primera persona por un sobreviviente de aquel desastre. Y no es que llegara nadando, digamos, a la Tierra Media después del hundimiento de Númenor sino que había salido de ella por ver peligrar su vida, como veremos de inmediato, bastante tiempo antes y pudo, así, sobrevivir al desastre.

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La isla de Númenor, llamada también “Tierra de Occidente”, fue una donación que Eru nos dio a los hombres como recompensa. Y es que habíamos luchado y sangrado contra el Valar Morgoth durante mucho tiempo y eso, a su entender, merecía un premio que agradeciéramos siempre. Eso, claro está, no fue así y no siempre lo agradecimos. Pero eso es cuestión que no corresponde ahora decir y, además, hubo “otro” que mucho tuvo que ver con el final trágico de nuestro hogar. 

Yo soy unos de los llamados “Fieles” que no quisieron, en su día, oponerse a la voluntad de los Valar y se opusieron a la que llegaron a tener algunos de nuestros reyes de atacar las Tierras Benditas para arrebatar la inmortalidad a los gozaban de ella. Y, como bien sabemos, el resultado no fue, precisamente, el esperado. Y huimos a la Tierra Media desde donde, gracias a Eru, ahora puedo contar esto porque otros de los nuestros fueron duramente perseguidos en cuanto se supo que no íbamos a favorecer, para nada, las malignas intenciones de los poderosos. 

Pero todo empezó con una duda y un obsesión: la primera acerca de si era posible cambiar el destino mortal del hombre por otro que no lo fuera; la segunda tenía que ver con la intervención de aquel hijo del Mal llamado Sauron que fue llevado a Númenor porque los poderosos creían que lo habían humillado y sometido y, con el paso del tiempo (tampoco mucho) consiguió dominar los corazones y voluntades de casi todo el pueblo que habitaba en aquella isla donada por los Valar. 

Nosotros, la raza de los hombres, vivíamos muy bien en Númenor. Todo nos iba tan bien que navegábamos a la Tierra Media, en un principio, y ayudábamos todo lo que podíamos a los hombres que allí vivían y que lo estaban pasando más que mal. Y es que, en un principio hasta que todo se torció, nosotros recibíamos enseñanza de los Elfos que nos visitaban porque nos tenían por amigos hasta que todo se torció… Entonces dejaron de visitarnos y nos quedamos solos. A la par, la ambición creció en el corazón de nuestros reyes y lo que, en principio eran puertos construidos en la Tierra Media de ayuda y auxilio se acabaron convirtiendo en fortalezas desde las que ya no se irradiaba ayuda y auxilio sino sometimiento y poder mal entendido. Y, a la par, podemos decir que la vida, que se nos había otorgado de mucha más duración que la de un hombre cualquiera (a lo mejor hasta tres veces más años) empezó a declinar y la muerte, a la que tantos acabaron teniendo más que miedo, se acercó mucho y más que mucho. Y eso acrecentó las ansias de hacerse con la inmortalidad… 

Y ahora, hace tiempo en realidad, nos llegan noticias de la desaparición, bajo las aguas, de nuestra amada Númenor. Y decimos, más de uno de nosotros lo dice, que era lo que podía pasar y, es más, que era lo que debía pasar como justo castigo a tanta insolencia, tanta ceguera y tanta soberbia. 

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Sobre nuestra historia como pueblo isleño fue, además de gloriosa, muy extensa. Y es que desde el Medio Elfo Elros (dando lugar a la Casa de Elros) se coronó primer Rey de Númenor, y era el año 32 de la Segundad Edad hasta que casi 3300 años después el último Rey, el osado y cegado por la ambición Ar-Pharazôn, quisiera hacerse con la inmortalidad invadiendo Valinor, tierra de los Valar llamadas, por eso, Imperecederas, muchos acontecimientos jalonaron una tan larga historia. Y, sin embargo, no podemos decir que fuera nada buena porque, al fin y al cabo y como decimos arriba, no ha sido un buen final lo que tuvo un tan buen principio. Y es que el tiempo que transcurrió desde aquellos primeros y buenos tiempos fue, a lo mejor, demasiado y no se podía esperar que el corazón del hombre dejase de ambicionar lo que creía imposible de alcanzar como era el no morir. Y todo eso sin darse cuenta de que la muerte era un don de Eru (luego, un favor, una gracia aunque muchos no lo entendían así, claro está) y que, por tanto, no podía ser rechazado por ninguno de sus destinatarios aunque, como vemos, quería ser no rechazado sólo sino, mejor, olvidado, dejado en un cajón del tiempo. Y por eso la rebelión iniciada, en contra los Inmortales, por un simple ser mortal como fue, al fin y al cabo, el último de nuestros reyes. Todo eso sin darse cuenta de que ellos no alcanzarían la inmortalidad al pisar las Tierras Imperecederas como tampoco alcanzaban más años de vida aquellos de la raza de los hombres que pudieran navegar desde la Tierra Media hasta Númenor. Y es que tal posibilidad era donación personalizada de parte de Eru hacia nosotros, aquellos habitantes que fuimos de nuestra amada isla estrellada. Pero eso, al parecer y como vemos, de nada servía para tener un corazón recto y un hacer legítimo. 

Ahora, tristemente lo digo, todo ha quedado en algo que pasó, en una historia para contar, en un pasado que no ha de volver.

 

En la memoria del tiempo       perdida ha quedado,

en antiguas historias              que siempre se han narrado,

en cuentos perdidos              en sueños habidos,

Númenor,                              la de estrellados lados,

Númenor,                              la que se perdió,

la que se hundió,                 la que sucumbió

por el ser de los hombres,  nunca más existió.

 

Y nosotros, los Fieles que aún quedamos con vida, procuraremos que nunca se olvide este poema que hemos tenido que componer por el ser de las cosas, por el ser del hombre.” 

Y así se recoge, para que nadie olvide que hay muchas ocasiones en las que la soberbia y la ceguera  dan lugar a consecuencias más que notables. Y esto no es un alegoría sino la pura y exacta realidad.

 

 

Eleuterio Fernández GuzmánErkenbrand de Edhellond

  

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

 

Hay mundos que, sin duda alguna, nos llevan más lejos del que vivimos, nos movemos y existimos.

 

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Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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