Meditaciones de Adviento – Jueves III de Adviento. Triduo de Adviento. Primer día.

 Resultado de imagen de Habrá señales en el sol

(Señal de la cruz)

 

-Dios mío, ven en mi auxilio.

-Señor, date prisa en socorrerme.

 

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo,

como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

  

Texto Bíblico

Lc 21, 25-28. 34-36. Se acerca vuestra liberación

 

25 ‘Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas; y en la tierra, angustia de las gentes, perplejas por el estruendo del mar y de las olas, 26 muriéndose los hombres de terror y de ansiedad por las cosas que vendrán sobre el mundo; porque las fuerzas de los cielos serán sacudidas. 27 Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. 28 Cuando empiecen a suceder estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra liberación.’

 

34 ‘Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida, y venga aquel Día de improviso sobre vosotros, 35 como un lazo; porque vendrá sobre todos los que habitan toda la faz de la tierra. 36 Estad en vela, pues, orando en todo tiempo para que tengáis fuerza y escapéis a todo lo que está para venir, y podáis estar en pie delante del Hijo del hombre.”

                                

Meditación para el primer día

Velando siempre: terror y esperanza

 

En esta primera meditación del Triduo de Adviento esperamos a quien nos da la vida. Por eso, el texto de la liturgia de hoy nos trae cierto recuerdo escatológico o, más bien, previo a la escatología o al resultado de ésta. Este es un canto de alegría, sin embargo; en la tribulación, también aquí, el mensaje es de optimismo, de un claro optimismo cristiano. 

Estos versículos, encuadrados en el capítulo 21 del Evangelio de San Lucas se encuentran dentro del denominado “Discurso sobre la ruina de Jerusalén”. Sin embargo más que referirse, que también, a esta ruina del templo, esto que dice Jesús tiene mayor trascendencia. Creo, por esto, que se refiere a la Parusía, o segunda, y definitiva, venida del Hijo de Dios. Y para que venga por segunda vez, primero ha de venir por primera. 

Teniendo en cuenta que la segunda destrucción del Templo de Jerusalén es un hecho y dato histórico (año 70 d.C., por las tropas de Vespasiano) y que se produjo tal y como lo anunció, profetizó Jesús, esa otra destrucción de lo que nos habla el Mesías, para la que hay que estar preparados (sucederá cuando Dios quiera) tiene una notable importancia. Es más, es vital para nosotros pues depende, de la misma, nuestra vida eterna. 

Tal es así que bien podemos descomponer, para comprenderlo mejor, estos versículos de Lucas para, así, obtener un conocimiento, digamos, más cercano al verdadero sentido con el fin, que siempre ha de surgir de sus palabras, de comprender nuestro papel en tan terrible momento. 

Por un lado, los acontecimientos que han de anticipar la llegada del Hijo del hombre son terribles: multitud de señales la acompañan provocando en el hombre, en las personas, una situación de angustia de difícil parangón. Digamos que el punto final de todo este padecimiento será la llegada, venida, de nuevo, de Jesús, aunque esto no suceda de forma inmediata a la producción, o acontecimiento, de las señales y signos que señala el Evangelio de hoy. 

Además, y por el contrario, no cabe temer ante esto porque el final del sufrimiento, con este sufrimiento precedente, se acerca.

Digamos que el aspecto más positivo de este terrible anuncio es que llega esa nuestra liberación. Por esto hay una serie de cosas que no hay que hacer, otras que hay que hacer y, por último, un consejo general de tal valía que la comprensión del mismo resulta de vital importancia. 

Así, no hay que cargar nuestro corazón con la comisión de pecados en los que podamos incurrir que procedan, por un lado, de un uso excesivo y extralimitado de la libertad que nos da Dios; por otro, del ensoberbecimiento de nuestro actuar en la vida y de un exceso de “preocupaciones de la vida”, dice el texto. Todo esto es un programa, a contrario, claro, de lo que hay que hacer: someter nuestro gusto al adecuado a la voluntad de Dios, huir de la querencia de poder y de bienes, no dejarse dominar por lo que podríamos denominar, el “espíritu de Marta” (preocupada, sólo, por los haceres materiales en vez de dar cabida, en su vida, al espíritu). Todo esto es una clara forma de favorecer un comportamiento que nos conduzca cuando, en el momento más insospechado o, simplemente, poco sospechado, acaezca la venida, de nuevo, del Mesías. 

Además de darnos pruebas de lo que sucederá y de lo que no hay que hacer para empeorar nuestra ya precaria situación, Jesús nos da, nos muestra, una idea que ha de ser guía para nuestra vida: velad, esa vela que hemos de mantener y de promover en nosotros. 

Como otras veces, dice, esta actitud (que no serían capaces de cumplir Santiago, Pedro y Juan en Gethsemaní la noche fatal, pues se quedaron dormidos) nos ha de abrir muchas puertas en el Reino de Dios. Por de pronto, nos permite, nos permitirá, escapar (yo ignoro cómo) de las tribulaciones que precederán a la Parusía y, sobre todo, nos permitirá “estar en pie delante del hijo del hombre” dando a entender, con esto, que aquellos que se hayan dejado llevar por aquella “embriaguez y por las preocupaciones de la vida” y por “el libertinaje, etc.” no permanecerán en tal estado vital. 

Vemos, por lo tanto, dos recomendaciones que hemos de seguir: evitar, en lo posible, las tentaciones de un exceso en nuestro comportamiento moral y, sobre todo, vital (que es donde nos ven y se nos conoce, “por sus obras los conoceréis”, dijo) y, por otro, el hecho mismo de servirse de la oración como bálsamo suavizante de esa peregrinación por este mundo, llegando, así, al conocimiento que Dios nos tiene reservado de su Reino. Y todo esto no es sólo pose, sino actitud, no sólo apariencia sino realidad.

  

Oración final 

 

Oh Dios, Tú que procuras a tus hijos

el bien y que ansías, para ellos,

lo mejor de cuanto sea posible exista,

envía al Mesías

para que gocemos con la Vida eterna

anticipada,

haz posible que tu Hijo

se haga presente y sea la Verdad,

el Camino, la Vida.

 

Oh Dios, que en tu corazón

nos tienes a cada uno de nosotros.

Que no sea posible olvidarte,

que te tengamos siempre presente y, al fin,

que agradezcamos lo que, entonces, hiciste

y ahora esperamos.

  

Padre nuestro, Gloria, Ave María

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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