¿Evangelizar a tiempo y a destiempo?
“Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas. Tú, en cambio, pórtate en todo con prudencia, soporta los sufrimientos, realiza la función de evangelizador, desempeña a la perfección tu ministerio”.
En la Segunda Epístola a Timoteo, concretamente entre los versículos dos y cinco del capítulo cuatro, el apóstol de los gentiles dijo entonces, y dice ahora, que existe algo sobre lo que no podemos hacer dejación, preterir o hacer como si no nos correspondiente: evangelizar.
En tiempos de tribulación, persecución material o espiritual de la Iglesia y de sus fieles, se hace, aún, más necesaria.
Cuando concluía el Gran Jubileo del año 2000, san Juan Pablo II regaló al mundo la Carta Apostólica Novo Millennio ineunte, pues el comienzo de un nuevo milenio no podía quedar dejado de la mano de la Iglesia. Así, en orden a la importancia de la evangelización decía lo siguiente (40):
“Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una “sociedad cristiana“, la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la ‘llamada’ a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: ‘¡ay de mí si no predicara el Evangelio!’ (1 Co 9,16)”.
Destaca, en esta clara declaración de intenciones y establecimiento de una obligación para el católico, lo que nunca podemos olvidar:
-Ya no existe la sociedad que se regía por valores cristianos.
-Se hace necesario acudir a la llamada a la evangelización.
-Es imperiosa y, como se ha dicho arriba, obligada, la predicación.
Se cumple, así, tantos siglos después de haber sido escrito, lo dicho por san Pablo en la Epístola citada arriba que, por cierto, hace mención de una realidad que, hoy mismo, se hace evidente y, así, peligrosa.
Dice quien fuera perseguidor de los discípulos de Jesús que llegará un tiempo en el que muchos “se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas”.
Evangelizar, pues, a tiempo (cuando corresponde) o a destiempo (incluso cuando no corresponde) o, lo que es lo mismo, siempre, ha de querer decir, en primer lugar, que tenemos que estar preparados para no caer en la llamada que lo “nuevo” puede pretender traer a nuestro corazón.
Lo nuevo nos propone saltarnos la doctrina que la Iglesia propugna y defiende; hacer de nuestra fe un comportamiento alejado de la Verdad porque, así, vivimos de acuerdo con el mundo y con la mundanidad que propone; romper con la Tradición y hacer, incluso, mofa y escarnio del Magisterio como si fuera cosa de hijos de Dios y no procediese de Dios mismo.
Lo nuevo, al fin y cabo lo que pretende es, en efecto, retrotraer nuestra fe y, así, nuestra creencia, a tiempos paganos en los que no se reconocía a Dios como Padre ni a la Iglesia como madre y se sostenía, el devenir del hombre, en supersticiones y comportamientos mágicos con arraigo en concepciones precristianas relacionadas con la naturaleza y su supuesto poder decisorio.
En segundo lugar, esto (lo novedoso en materia espiritual) tiene que ser contestado con la sana doctrina con que cuenta la Santa Madre Iglesia que no cejado, desde que fuera creada por Jesucristo, en transmitir una forma de ser, unos valores y una doctrina que arraiga en la divinidad y en Dios tiene su asiento (léase, encarecidamente lo pedimos, la Carta encíclica “Quanta cura” de SS. Pío IX relativa a “los principales errores de la época”)
Pero no sólo se dice y recomienda que se evangelice sino que se “insista” en la evangelización porque, al igual que nuestra oración ha de ser perseverante y no limitada a determinados momentos (bien podemos decir que nuestra propia vida, toda, ha de ser oración) en la evangelización toda limitación de esfuerzo concluirá en una que sea, en su resultado, nula.
Pero, podemos preguntarnos las razones de la necesidad de evangelización. Si es que no alcanzamos a encontrar aquellas que sean fundamentales para nuestro hacer y quehacer, al Catecismo de la Iglesia católica nos ayuda y nos echa una mano. Así, por ejemplo, cuando habla de “La Ley nueva o Ley evangélica” nos dice lo siguiente:
”1965 La Ley nueva o Ley evangélica es la perfección aquí abajo de la ley divina, natural y revelada. Es obra de Cristo y se expresa particularmente en el Sermón de la Montaña. Es también obra del Espíritu Santo, y por él viene a ser la ley interior de la caridad: ‘Concertaré con la casa de Israel una alianza nueva […] pondré mis leyes en su mente, en sus corazones las grabaré; y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo’ (Hb 8, 8-10; cf Jr 31, 31-34).
1966 La Ley nueva es la gracia del Espíritu Santo dada a los fieles mediante la fe en Cristo. Actúa por la caridad, utiliza el Sermón del Señor para enseñarnos lo que hay que hacer, y los sacramentos para comunicarnos la gracia de realizarlo:
‘El que quiera meditar con piedad y perspicacia el Sermón que nuestro Señor pronunció en la montaña, según lo leemos en el Evangelio de san Mateo, encontrará en él sin duda alguna cuanto se refiere a las más perfectas costumbres cristianas, al modo de la carta perfecta de la vida cristiana […] He dicho esto para dejar claro que este sermón es perfecto porque contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana’ (San Agustín, De sermone Domine in monte, 1, 1, 1).
1967 La Ley evangélica ‘da cumplimiento’ (cf Mt 5, 17-19), purifica, supera, y lleva a su perfección la Ley antigua. En las ‘Bienaventuranzas’ da cumplimiento a las promesas divinas elevándolas y ordenándolas al ‘Reino de los cielos’. Se dirige a los que están dispuestos a acoger con fe esta esperanza nueva: los pobres, los humildes, los afligidos, los limpios de corazón, los perseguidos a causa de Cristo, trazando así los caminos sorprendentes del Reino.
1968 La Ley evangélica lleva a plenitud los mandamientos de la Ley. El Sermón del monte, lejos de abolir o devaluar las prescripciones morales de la Ley antigua, extrae de ella sus virtualidades ocultas y hace surgir de ella nuevas exigencias: revela toda su verdad divina y humana. No añade preceptos exteriores nuevos, pero llega a reformar la raíz de los actos, el corazón, donde el hombre elige entre lo puro y lo impuro (cf Mt 15, 18-19), donde se forman la fe, la esperanza y la caridad, y con ellas las otras virtudes. El Evangelio conduce así la Ley a su plenitud mediante la imitación de la perfección del Padre celestial (cf Mt 5, 48), mediante el perdón de los enemigos y la oración por los perseguidores, según el modelo de la generosidad divina (cf Mt 5, 44).
Vemos, pues, que tenemos razones más que suficientes como para instar, en nuestro corazón, la necesidad de evangelización. Es cierto que eso se dice mucho y que la expresión “nueva evangelización” está de actualidad y se transmite mucho por todos los foros posibles y existentes. Sin embargo, corremos el riesgo de tenerla por puesta y no hacer demasiado caso a lo que significa y supone tal expresión.
Todo lo bueno y mejor está en la evangelización: la vida mejor, la eterna. Y, por eso mismo, evangelizar a tiempo y a destiempo no es una simple propuesta que se nos hace desde las mismas Sagradas Escrituras sino una obligación grave de todo discípulo de Cristo.
¿Hasta dónde somos capaces de entender esto?
Eleuterio Fernández Guzmán
La Editorial Stella Maris convoca el I Premio de Ensayo REVISTA EL PENSADOR.
Las bases son las que siguen:
1.- Editorial Stella Maris convoca el I Premio de Ensayo REVISTA EL PENSADOR, conforme a las presentes bases.2.- Podrán concurrir al Premio cualesquiera obras inéditas de ensayo, en lengua castellana, cuya temática verse sobre “De Franco a hoy: evolución de España desde 1975 a 2013″ desde el punto de vista social, cultural y/o moral. Esta temática podrá ser abordada en conjunto o desde cualquier aspecto concreto.
3.- Las obras tendrán una extensión mínima de 150 páginas y máxima de 300. La tipografía a utilizar será el Times New Roman, tamaño 12, espaciada a 1,5. Se presentarán dos copias impresas en papel y se adjuntará una copia en formato word.
4.- Los autores, que podrán ser de cualquier nacionalidad, entregarán sus obras firmadas con nombre y apellidos, o con pseudónimo.
En el caso de que la obra venga firmada con nombre y apellidos, es obliga-torio incluir fotocopia del documento oficial de identidad, una hoja con los datos personales (nombre y apellidos, dirección postal, teléfono y email), un currículum vitae detallado del autor, así como un certificado firmado en donde se haga constar que la misma es propiedad del autor, que no tiene derechos cedidos a o comprometidos con terceros y que es inédita.
En el caso de que la obra sea presentada bajo pseudónimo, se incorporará una plica (con el título de la obra y el pseudónimo utilizado), en cuyo interior se incluirá la documentación referida en el párrafo anterior. Las plicas sólo serán abiertas en el caso de que la obra fuera premiada. En caso contrario serán destruidas junto a los originales presentados.
5.- Se admite la presentación de obras colectivas, pero en este caso el premio se repartirá a prorrata entre los autores. Y la documentación exigida en la cláusula anterior regirá por cada uno de ellos.
6.- Las obras presentadas al Premio no podrán ser editadas, reproducidas, cedidas o comprometidas con terceros, hasta el fallo definitivo. El ganador y, en su caso, los accésits ceden, por el mismo acto del fallo y de manera inmediata, los derechos exclusivos y universales de edición durante quince años a favor de Stella Maris.
Ninguna obra presentada al Premio podrá ser retirada del concurso hasta el fallo del Jurado.
7.- El Premio consistirá en:
* 6.000 euros en concepto de anticipos de derechos de autor.
* Publicación de la obra en una de las colecciones de Stella Maris.
* El 7% sobre las ventas, en concepto de derechos de autor.8.- El Premio puede ser declarado desierto. Asimismo puede otorgarse un Accésit por cada una de las siguientes modalidades: Ciencias Sociales, Cultura y Filosofía.
El premio de cada accésit será un diploma acreditativo. Stella Maris se reservará el derecho de publicación de cada accésit y, en este caso, el otorgamiento de un 7% sobre ventas en concepto de derechos de autor.
9.- El plazo máximo de presentación de obras que opten al Premio comienza el 1 de febrero y finaliza el 29 de diciembre de 2014 a las 24 horas.
Las obras deberán presentarse por correo certificado a la siguiente dirección:Stella Maris
(PREMIO “REVISTA EL PENSADOR")
c/. Rosario 47-49
08007 Barcelona10.- El Jurado estará compuesto por cinco profesores universitarios e intelectuales de reconocido prestigio, designados por Stella Maris. La composición del Jurado se hará pública al mismo tiempo que el fallo del Premio.
11.- El premio será fallado el 27 de febrero de 2015 y será publicado al día siguiente, comunicándose directamente además al ganador y accesits. El fallo del jurado será inapelable.
Las obras no premiadas serán automáticamente destruidas y no se devolverán en ningún caso a sus autores. Stella Maris no están obligados a mantener correspondencia con ninguno de los aspirantes al Premio.
12.- La concurrencia al Premio implica la aceptación expresa de las presentes bases de convocatoria.
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Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa
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Enlace a Libros y otros textos.
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Tener siempre a Dios en nuestra palabra y en nuestra acción.
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Para leer Fe y Obras.
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4 comentarios
El problema está en el abandono de la oración para atender cosas que no tienen relación con el Evangelio de Cristo.
El abandono de la oración, lleva al alma incluso a manipular el Magisterio de la Iglesia Católica a su propia medida, es el alma tibia. El corazón cuando se llena de mundanidad se vacía de Cristo.
No se equivoca San Pablo, de aquellos que por oír las novedades ya no son fieles a Dios, el Magisterio de la Iglesia Católica ya no lo tienen en cuenta. Y este rechazo al Magisterio, en realidad a nadie puede hacer feliz y el entendimiento se hace torpe para comprender las cosas.
El Magisterio de la Iglesia Católica es de gran necesidad para todos los que deseamos alcanzar el camino de la conversión del corazón y la salvación del alma.
¿Magisterio de la Iglesia o magisterio de los teólogos?
Hoy más que nunca existe el fenómeno de la CONTESTACIÓN en el seno de la Iglesia. La voz del obispo, es muchas veces atenuada o suplantada por la de las otras personas. Ciertas opiniones dichas por algunos “teólogos” contribuye a sembrar el desconcierto, sobre todo, a los cristianos de a pie que son los más sencillos. Todo el mundo hoy pretende hablar “en nombre” de la Iglesia. Algunos dan la sensación de pretender sustituir y RECHAZAR lo que enseña el Magisterio de la Iglesia.
A la jerarquía misma se le acusa de ser inquisitorial, involucionista, incapaz de escuchar al pueblo de Dios. Ante estos hechos, que por desgracia son frecuentes, los cristianos de a pie, acostumbrados a aceptar al Magisterio, a fiarse de sus obispos, no saben a qué atenerse y se preguntan: ¿A quién escucho, al Magisterio de la Iglesia o al magisterio de los “teólogos”?
Pero, ¿qué es ser un teólogo católico? Es un cristiano intelectual EN y CON la Iglesia. El teólogo no es un sabio de este mundo. Ser teólogo católico significa ser obediente a la fe de la Iglesia. No se puede profundizar en la fe, al margen de lo que enseña la Iglesia. El objeto de la fe es el mensajero, y por tanto, su mensaje no se puede separar. El teólogo católico acepta al mensajero, y por tanto su mensaje.
La humildad del teólogo se demuestra en la medida en que sea capaz de dejarse interpelar por quienes tienen el carisma de proponer con garantía la auténtica fe de la Iglesia, o sea, de dejarse interpelar por la misma fe que trata de explicar. Ni el teólogo ni nadie, si quiere considerarse católico, pueden pasar por encima de la fe de la Iglesia.
Se habla mucho de que el teólogo no tiene libertad en la Iglesia. Pero, ¿esta libertad es para servir o para destruir la fe católica? Por mucho que aluda a la libertad de pensamiento, no puede exigir ser considerado como católico por mucho que esgrima su libertad para pensar y para investigar. El teólogo (me refiero al que no acepta la fe de la Iglesia) podrá hacer de su libertad el uso que crea conveniente; pero lo que ya no entra en el campo de su competencia es la exigencia a ser aceptado como católico, ni mucho menos que se le confíen en nombre de la Iglesia unas tareas que sólo a los católicos se les pueden confiar. Lo que no entiendo es cómo algunos “teólogos”, en abierta contradicción con las enseñanzas del Magisterio quieren que el pueblo de Dios les crea. Ser teólogo católico, como ser obispo católico, exige comunión plena con la fe de la Iglesia. Un teólogo sin estas credenciales, equivale a destruir esa misma fe que debe aclarar y explicar al pueblo de Dios.
Todos sabemos cómo en la actualidad, hay algunos teólogos que con sus escritos y conferencias producen escándalos y divisiones al católico de a pie. Sabemos que en la historia de la Iglesia, las herejías (que han desgarrado la túnica de Cristo) tuvieron el apoyo de teólogos de brillante palabra y de grandes cualidades. El gran peligro que corre el teólogo es cambiar el mensaje o ser un teólogo de “moda”. No puede estar pendiente de dar gusto a los hombres, sino a Dios, pero a través de la Iglesia. Tampoco es importante que vea el fruto de su obra. Como católico que es, SABE que Dios da el fruto cuando quiere y como quiere.
Saludos
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