Santos por inocentes e inocentes por Santos
La primera imagen de este artículo muestra el horror. También, es cierto, el arrepentimiento. Se inauguró, tal escultura, un 28 de octubre de 2011 en Eslovaquia y muestra, como podemos ver, lo que muestra. Imagen dura donde las haya pero real donde existan: una madre de piedra ante un hijo casi traslucido porque, en realidad, no está aunque esté siempre en la memoria de la madre y en el corazón de Dios.
Una madre que podría haberlo sido pero que, por miedo, por egoísmo o por cualquier otra circunstancia toma la decisión de abortar y de impedir que su hijo venga al mundo, es más que probable que tenga que darse cuenta de lo que ha hecho.
El inocente que no hace lo es en doble sentido: su indefensión y la edad que tiene (pues la empezamos a contar desde el mismo momento de la fecundación) Por eso el horror ha de ser doble y por eso mismo la madre llora, ya no hay consuelo posible que mitigue lo hecho, y espera, ha de esperar, ser perdonada por Dios.
Pero bien es cierto que la criatura que no ha venido al mundo perdona a la madre. Eso es cosa de grandes espíritus y los no nacidos han de ser grandes en el definitivo Reino de Dios. Y estamos más que seguros que en el cielo, junto a Dios (de quien han de ver su rostro) pide por su madre porque para tal niño siempre será su madre y para la madre siempre será su hijo; no nacido, pero hijo al fin y al cabo.
Estos son inocentes a fuer de ser hijos de Dios que han muerto, que mueren a diario, sin tener culpa ni razón válida para que eso sea así. Y, como tales, el Creador los ha de recibir como santos porque lo son en sentido estricto pues si así se llamaban entre ellos los primeros cristianos no ha de ser menos para aquellos que, siendo hijos de Dios, no han podido ver, siquiera la luz del sol.
Pero entre la primera imagen y la segunda, en la que se muestra el horripilante asesinato de los menores, muy pequeños, por orden del homicida Herodes no hay tanta diferencia como pueda creerse porque ambos casos son dos que lo son ejemplo de hasta donde puede llegar la falta de comprensión de la realidad y donde se impone el egoísmo y mucha falta de criterio humano.
Es cierto que morir siempre supone lo mismo: partir hacia donde debamos partir. Sin embargo, no todas las formas de morir son iguales ni todas pueden admitirse, siquiera, como legítimas. Y esto porque dejar de existir porque otros seres humanos tengan a bien creer que eso debe ser así no resulta de ser algo extraño. Es más, nos produce una sensación rara en el espíritu porque podemos llegar a creer que la vida del prójimo no tiene importancia o, lo que es peor, que tiene menos importancia que la nuestra que es la forma más directa de mostrar un grado de soberbia sólo perdonable por Dios.
Morir, si bien lo miramos, es una parte de nuestra vida. Es más, es seguramente la parte más importante porque no pone final a la misma, aunque lo ponga, sino que abre la puerta a otro porvenir que es más duradero (dura siempre, siempre,siempre, como diría santa Teresa de Jesús) y que puede ser, según y cómo, mucho mejor que la vida que hemos llevado en esta tierra, también llamado valle de lágrimas.
Santos, pues, los primeros que murieron por Cristo aún sin saber nada del Hijo de Dios; santos los que, día a día, dejan de existir mediando la lacra del aborto para el que algunos son capaces de establecer grados de posibilidad de muerte siendo que no pueden hacer nada que se trate de equiparar a la voluntad creadora de Dios pero a la inversa.
¡Desdichados hijos del Creador que creen que en eso pueden imitarlo!
Eleuterio Fernández Guzmán
Ha salido el recopilatorio de “El Pensador”
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Terrible ha de ser la culpa de quien no comprende el valor divino que tiene una vida humana.
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