El Infierno para principiantes, olvidadizos y para quien mira para otro lado
Ignasi Moreta es editor de Fragmenta. En una entrevista publicada en Religión Digital, a una de las preguntas (que se cita aquí) responde lo que aquí se cita basándose en un libro de la propia editorial. No pierdan el ojo a nada de lo que dice porque es de aupa y viene muy bien en estos días en los que a más de uno le da por pensar, con optimismo, que el Infierno no existe o, lo mejor… es que no exista.
¿Y el diálogo sobre el Juicio Final?
En el Evangelio se nos habla de que para los pecadores habrá “crujir de dientes", mientras que nuestra sensibilidad religiosa actual más bien nos habla de que iremos todos al Paraíso. Recuerdo que una mujer me dijo una vez: “Es que si yo estoy salvada pero mi hermano está condenado en el infierno… se me atraganta el bollo". Fue una forma muy gráfica de decirlo, y de preguntarse si es posible la dicha eterna si no es compartida por todo el mundo. Dante en su día dio una respuesta, pero lo que en esta ocasión han hecho los autores del libro ha sido leer los textos neotestamentarios sobre el Jucio Final (que son muchos) y aplicarles sus herramientas hermenéuticas o de psicoanálisis, a veces haciendo una lectura muy literal del texto y a veces aplicando una creatividad enorme.
Ambos autores tienen un conocimiento de los textos extraordinario, y nos hacen descubrir muchas cosas. Hay pasajes de los Evangelios que normalmente nos pasan desapercibidos, y que tras leer el libro nos parecerán otra cosa.
La tesis de los autores es que ha habido una utilización del infierno como arma para atemorizar a la gente. Las penas eternas del infierno como amenaza. Y eso ha dado lugar a una religión degradada, una religión del miedo no liberadora. Pero bueno, salvo cuatro nostálgicos, creo que este tipo de religión ya no se transmite.
¿Cómo se les ha quedado el cuerpo?
Desde luego, hay personas que creen que, como diría la zarzuela, “los tiempos cambian una barbaridad” y que aquello relacionado con la Iglesia católica, con su doctrina, con aquello que está obligada a transmitir… pues puede cambiar según el correr del tiempo. Y en el tema del Infierno (muy malo y negativo él) debe cambiar a tenor de lo que hoy nos ha tocado vivir.
Ya ven ustedes: todos iremos al Paraíso (luego, el Infierno no existe o si existe, importa poco porque allí no va nadie) o, también, que el Infierno ha sido utilizado como arma para atemorizar como si fuera importante tener miedo de una muerte para siempre y toda la eternidad.
En fin…
En realidad la Iglesia católica no habla del Infierno para meter el miedo en el cuerpo (aunque sería muy conveniente tenerlo por la cuenta que nos trae) sino porque Jesucristo hizo, muchas veces, referencia al mismo. Por ejemplo, aquí:
Mateo 5, 22 “Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano ‘imbécil’, será reo ante el Sanedrín; y el que le llame ‘renegado’, será reo de la gehenna de fuego”.
Mateo 5, 29 “Si, pues, tu ojo derecho te es ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; más te conviene que se pierda uno de tus miembros, que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna”.
Mateo 10, 28 “Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna”.
Mateo 23, 33 “¡Serpientes, raza de víboras! ¿Cómo vais a escapar a la condenación de la gehenna?”
Por eso el Catecismo de la Iglesia católica se ha de referir al Infierno con toda claridad y contundencia. Y lo hace así:
“1033 Salvo que elijamos libremente amarle no podemos estar unidos con Dios. Pero no podemos amar a Dios si pecamos gravemente contra El, contra nuestro prójimo o contra nosotros mismos: “Quien no ama permanece en la muerte. Todo el que aborrece a su hermano es un asesino; y sabéis que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él” (1 Jn 3,15). Nuestro Señor nos advierte que estaremos separados de El si omitimos socorrer las necesidades graves de los pobres y de los pequeños que son sus hermanos (cf. Mt 25, 31-46). Morir en pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de El para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra “infierno".
1034 Jesús habla con frecuencia de la “gehenna” y del “fuego que nunca se apaga” (cf. Mt 5, 22.29; 13, 42.50; Mc 9, 43-48) reservado a los que, hasta el fin de su vida rehúsan creer y convertirse, y donde se puede perder a la vez el alma y el cuerpo (cf Mt 10, 28). Jesús anuncia en términos graves que “enviará a sus ángeles que recogerán a todos los autores de iniquidad…, y los arrojarán al horno ardiendo” (Mt 13, 41-42), y que pronunciará la condenación:” ¡Alejaos de mí, malditos al fuego eterno!” (Mt 25, 41).
1035 La enseñanza de la Iglesia afirma la existencia del infierno y su eternidad. Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno, “el fuego eterno” (cf DS 76; 409; 411; 80 1; 858; 1002; 135 1; 1575; SPF 12). La pena principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira.
1036 Las afirmaciones de la Escritura y las enseñanzas de la Iglesia a propósito del infierno son un llamamiento a la responsabilidad con la que el hombre debe usar de su libertad en relación con su destino eterno. Constituyen al mismo tiempo un llamamiento apremiante a la conversión: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y son muchos los que entran por ella; mas ¡qué estrecha la puerta y qué angosto el camino que lleva a la Vida!; y pocos son los que la encuentran” (Mt 7, 13-14)
Como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario, según el consejo del Señor, estar continuamente en vela. Así, terminada la única carrera que es nuestra vida en la tierra, mereceremos entrar con El en la boda y ser contados entre los santos y no nos mandarán ir, como siervos malos y perezosos, al fuego eterno, a las tinieblas exteriores, donde “habrá llanto y rechinar de dientes” (LG 48).
1037 Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que “quiere que nadie perezca, sino que todos lleguen a la conversión” (2 P 3:9).”
Por eso, algunos creyentes han sido, especialmente, privilegiados con visiones del Infierno. Por ejemplo Santa Faustina Kowalska que escribió, tras haber tenido una del mismo, lo siguiente:
“Hoy, fui llevada por un ángel a las profundidades del infierno. Es un lugar de gran tortura; ¡qué imponentemente grande y extenso es! Los tipos de torturas que vi: la primera que constituye el infierno es la pérdida de Dios; la segunda es el eterno remordimiento de conciencia; la tercera es que la condición de uno nunca cambiará; (160) la cuarta es el fuego que penetra el alma sin destruirla; es un sufrimiento terrible, ya que es un fuego completamente espiritual, encendido por el enojo de Dios; la quinta tortura es la continua oscuridad y un terrible olor sofocante y, a pesar de la oscuridad, los demonios y las almas de los condenados se ven unos a otros y ven todo el mal, el propio y el del resto; la sexta tortura es la compañía constante de Satanás; la séptima es la horrible desesperación, el odio de Dios, las palabras viles, maldiciones y blasfemias. Éstas son las torturas sufridas por todos los condenado juntos, pero ése no es el extremo de los sufrimientos. Hay torturas especiales destinadas para las almas particulares. Éstos son los tormentos de los sentidos. Cada alma padece sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la forma en que ha pecado. Hay cavernas y hoyos de tortura donde una forma de agonía difiere de otra. Yo me habría muerto ante la visión de estas torturas si la omnipotencia de Dios no me hubiera sostenido.
Debe el pecador saber que será torturado por toda la eternidad, en esos sentidos que suele usar para pecar. (161) Estoy escribiendo esto por orden de Dios, para que ninguna alma pueda encontrar una excusa diciendo que no hay ningún infierno, o que nadie ha estado allí, y que por lo tanto nadie puede decir cómo es. Yo, Sor Faustina, por orden de Dios, he visitado los abismos del infierno para que pudiera hablar a las almas sobre él y para testificar sobre su existencia. No puedo hablar ahora sobre él; pero he recibido una orden de Dios de dejarlo por escrito. Los demonios estaban llenos de odio hacia mí, pero tuvieron que obedecerme por orden de Dios. Lo que he escrito es una sombra pálida de las cosas que vi. Pero noté una cosa: que la mayoría de las almas que están allí son de aquéllos que descreyeron que hay un infierno. Cuando regresé, apenas podía recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! Por consiguiente, oro aun más fervorosamente por la conversión de los pecadores. Suplico continuamente por la misericordia de Dios sobre ellos.
Oh mi Jesús, preferiría estar en agonía hasta el fin del mundo, entre los mayores sufrimientos, antes que ofenderte con el menor de los pecados".
O esto otro referido a San Juan Bosco:
“En la mañana del tres de abril San Juan Bosco dijo a Viglietti que en la noche precedente no había podido descansar, pensando en un sueño espantoso que había tenido durante la noche del dos. Todo ello produjo en su organismo un verdadero agotamiento de fuerzas. —Si los jóvenes —le decía — oyesen el relato de lo que oí, o se darían a una vida santa o huirían espantados para no escucharlo hasta el fin. Por lo demás, no me es posible describirlo todo, pues sería muy difícil representar en su realidad los castigos reservados a los pecadores en la otra vida. El Santo vio las penas del infierno. Oyó primero un gran ruido, como de un terremoto. Por el momento no hizo caso, pero el rumor fue creciendo gradualmente, hasta que oyó un estruendo horroroso y prolongadísimo, mezclado con gritos de horror y espanto, con voces humanas inarticuladas que, confundidas con el fragor general, producían un estrépito espantoso. El rumor, cada vez más ensordecedor, se iba acercando, y ni con los ojos ni con los oídos se podía precisar lo que sucedía.
‘Vi primeramente una masa informe que poco a poco fue tomando la figura de una formidable cuba de fabulosas dimensiones: de ella salían los gritos de dolor. Pregunté espantado qué era aquello y qué significaba lo que estaba viendo. Entonces los gritos, hasta allí inarticulados, se intensificaron más haciéndose más precisos. Después vi dentro de aquella cuba ingente, personas indescriptiblemente deformes. Los ojos se les salían de las órbitas; las orejas, casi separadas de la cabeza, colgaban hacia abajo; los brazos y las piernas estaban dislocadas de un modo fantástico. A los gemidos humanos se unían angustiosos maullidos de gatos, rugidos de leones, aullidos de lobos y alaridos de tigres, de osos y de otros animales.
Observé mejor y entre aquellos desventurados reconocí a algunos. Entretanto, con el aumento del ruido se hacía ante él más viva y más precisa la vista de las cosas; conocía mejor a aquellos infelices, le llegaban más claramente sus gritos, y su terror era cada vez más opresor. Entonces preguntó en voz alta: —Pero ¿no será posible poner remedio o aliviar tanta desventura? ¿Todos estos horrores y estos castigos están preparados para nosotros? ¿Qué debo hacer yo? —Sí —replicó una voz—, hay un remedio; sólo un remedio. Apresurarse a pagar las propias deudas con oro o con plata. —Pero estas son cosas materiales. Con la oración incesante y con la frecuente comunión se podrá remediar tanto mal. Durante este diálogo los gritos se hicieron más estridentes y el aspecto de los que los emitían era más monstruoso, de forma que, presa de mortal terror, se despertó. Eran las tres de la mañana y no le fue posible cerrar más un ojo. En el curso de su relato, un temblor le agitaba todos los miembros, su respiración era afanosa y sus ojos derramaban abundantes lágrimas’”.
Pero, además, sobre la eternidad (que dura para siempre, siempre, siempre, como diría Santa Teresa de Jesús sobre, eso sí, el Cielo) San Alfonso María de Ligorio, en la consideración 27 de su “Preparación para la muerte” dice que
“Si el infierno no tuviera fin, el infierno no sería infierno, la pena que dura poco no es gran pena, si a un enfermo se le saca un tumor o se le quema una llaga, no dejara de sentir vivísimo dolor. Pero como este dolor se acaba en breve, no se le puede tener por un tormento muy grave.
Más seria grandísima tribulación que al cortar o quemar continuara sin tregua semanas, o meses. Cuando el dolor dura mucho aunque sea muy débil se hace insoportable y no ya los dolores sino aun los placeres y diversiones duraderos en demasía, por ejemplo una comedia o un concierto continuado sin interrupción por muchas horas, nos ocasiona insufrible tedio.
Y que, si durasen un mes o un año, que sucederá pues entonces en el infierno, donde no es música ni comedia lo que siempre se oye, ni tampoco leve dolor lo que se padece, ni ligera herida o breve quemadura de candente hierro lo que atormenta, sino el conjunto de todos los males, de todos los dolores, no en tiempo limitado, sino por toda la eternidad.
Esta duración eterna es de fe, no es una mera opinión, sino una verdad revelada por Dios en muchos lugares en las escrituras, apartaos de mi malditos al fuego eterno he irán estos al fuego eterno, pagaran la pena de eterna perdición, todos serán con fuego asolados.
Así como al sal conserva los manjares, el fuego eterno del infierno atormenta a los condenados, y al mismo tiempo sirve, como de sal, conservándoles la vida.”
O, en la visión del Infierno de 13 de julio de 1917 a los videntes de Fátima que fue tal que así:
“Al decir estas palabras, abrió de nuevo las manos como en los dos meses anteriores. El reflejo (de luz que ellas irradiaban) parecía penetrar en la tierra y vimos un como mar de fuego y, sumergidos en ese fuego, a los demonios y las almas como si fueran brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que fluctuaban - en el incendio llevadas por las llamas que salían de ellas mismas juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados - semejante a la caída de pavesas en los grandes incendios - pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. Los demonios se distinguían por formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros tizones en brasa”
Por otra parte, Santa Verónica Giuliani, a la sazón Clarisa Capuchina (1660-1727) en una meditación sobre el Infierno, dejó dicho lo que sigue:
” ..En un momento, me encontré en un lugar oscuro, profundo y pestilente; escuché voces de toros, rebuznos de burros, rugidos de leones, silbidos de serpientes, confusiones de voces espantosas y truenos grandes que me dieron terror y me asustaron. También vi relámpagos de fuego y humo denso. ¡Despacio! que todavía esto no es nada.
Me pareció ver una gran montaña como formada toda por mantas de víboras, serpientes y basiliscos entrelazados en cantidades infinitas; no se distinguía uno de las otras. Se escuchaba por debajo de ellos maldiciones y voces espantosas. Me volví a mis Ángeles y les pregunté qué eran aquellas voces; y me dijeron que eran voces de las almas que serían atormentadas por mucho tiempo, y que dicho lugar era el más frío. En efecto, se abrió enseguida aquel gran monte, ¡y me pareció verlo todo lleno de almas y demonios! ¡En gran número! Estaban aquellas almas pegadas como si fueran una sola cosa y los demonios las tenían bien atadas a ellos con cadenas de fuego, que almas y demonios son una cosa misma, y cada alma tiene encima tantos demonios que apenas se distinguía. El modo en que las vi no puedo describirlo; sólo lo he descrito así para hacerme entender, pero no es nada comparado con lo que es.
Fui transportada a otro monte, donde estaban toros y caballos desenfrenados los cuales parecía que se estuvieran mordiendo como perros enojados. A estos animales les salía fuego de los ojos, de la boca y de la nariz; sus dientes parecían agudísimas espadas afiladas que después reducían a pedazos todo aquello que les entraba por la boca; incluso aquellos que mordían y devoraban las almas. ¡Qué alaridos y qué terror se sentía! No se detenían nunca, fue cuando entendí que permanecían siempre así. Vi después otros montes más despiadados; pero es imposible describirlos, la mente humana no podría nunca nuca comprender.
En medio de este lugar, vi un trono altísimo, larguísimo, horrible ¡y compuesto por demonios! Más espantoso que el infierno, ¡y en medio de ellos había una silla formada por demonios, los jefes y el principal! Ahí es donde se sienta Lucifer, espantoso, horroroso. ¡Oh Dios! ¡Qué figura tan horrenda! Sobrepasa la fealdad de todos los otros demonios; parecía que tuviera una capa formada de cien capas, y que ésta se encontrara llena de picos bien largos, en la cima de cada una tenía un ojo, grande como el lomo de un buey, y mandaba saetas ardientes que quemaban todo el infierno. Y con todo que es un lugar tan grande y con tantos millones y millones de almas y de demonios, todos ven esta mirada, todos padecen tormentos sobre tormentos del mismo Lucifer. Él los ve a todos y todos lo ven a él.
Aquí, mis Ángeles me hicieron entender que, como en el Paraíso, la vista de Dios, cara a cara, vuelve bienaventurados y contentos a todos alrededor, así en el infierno, la fea cara de Lucifer, de este monstruo infernal, es tormento para todas las almas. Ven todas, cara a cara el Enemigo de Dios; y habiendo para siempre perdido Dios, y no tenerlo nunca, nunca más podrán gozarlo en forma plena. Lucifer lo tiene en sí, y de él se desprende de modo que todos los condenados participan de ello. Él blasfema y todos blasfeman; él maldice y todos maldicen; él atormenta y todos atormentan.
- ¿Y por cuánto será esto?, pregunté a mis Ángeles.
Ellos me respondieron:
- Para siempre, por toda la eternidad.
¡Oh Dios! No puedo decir nada de aquello que he visto y entendido; con palabras no se dice nada. Aquí, enseguida, me hicieron ver el cojín donde estaba sentado Lucifer, donde eso está apoyado en el trono. Era el alma de Judas. Y bajo sus pies había otro cojín bien grande, todo desgarrado y marcado. Me hicieron entender que estas almas eran almas de religiosos; abriéndose el trono, me pareció ver entre aquellos demonios que estaban debajo de la silla una gran cantidad de almas. Y entonces pregunte a mis Ángeles:
- ¿Y estos quiénes son?
Y ellos me dijeron que eran Prelados, Jefes de Iglesia y de Superiores de Religión.
¡Oh Dios!!!! Cada alma sufre en un momento todo aquello que sufren las almas de los otros condenados; me pareció comprender que ¡mi visita fue un tormento para todos los demonios y todas las almas del infierno!
Venían conmigo mis Ángeles, pero de incógnito estaba conmigo mi querida Mamá, María Santísima, porque sin Ella me hubiera muerto del susto. No digo más, no puedo decir nada. Todo aquello que he dicho es nada, todo aquello que he escuchado decir a los predicadores es nada. El infierno no se entiende, ni tampoco se podrá aprender la acerbidad de sus penas y sus tormentos. Esta visión me ha ayudado mucho, me hizo decidir de verdad a despegarme de todo y a hacer mis obras con más perfección, sin ser descuidada. En el infierno hay lugar para todos, y estará el mío si no cambio vida.
Y, ya, para ir terminando (aquí podríamos estar un buen rato poniendo ejemplos del Infierno y de su realidad para aquellos que, principiantes en la fe, o desesperados por la verdad, prefieren no tenerlo en cuenta) Santa Teresa de Jesús, en Vida 32, 1-4 dice esto:
“Estando un día en oración, me hallé en un punto toda, sin saber cómo, que me parecía estar metida en el infierno. Entendí que quería el Señor que viese el lugar que los demonios allá me tenían aparejado, y yo merecido por mis pecados. Ello fue en brevísimo espacio; mas, aunque yo viviese muchos años, me parece imposible olvidárseme […], sentí un fuego en el alma, que yo no puedo entender cómo poder decir de la manera que es. Los dolores corporales tan insoportables, que, con haberlos pasado en esta vida gravísimos, y según dicen los médicos, los mayores que se pueden acá pasar (porque fue encogérseme todos los nervios cuando me tullí, sin otros muchos de muchas maneras que he tenido, y aun algunos, como he dicho, causados del demonio), no es todo nada en comparación con lo que allí sentí, y ver que habían de ser sin fin y sin jamás cesar.
Esto no es nada, pues, nada en comparación del agonizar del alma, un apretamiento, un ahogamiento, una aflicción tan sensible y con tan desesperado y afligido descontento, que yo no sé cómo encarecerlo. Porque decir que es un estarse siempre arrancando el alma, es poco; porque aun parece que otro os acaba la vida, mas aquí el alma misma es la que se despedaza. El caso es que yo no sé cómo encarezca aquel fuego interior, y aquel desesperamiento sobre tan gravísimos tormentos y dolores. No veía yo quién me los daba, mas sentíame quemar y desmenuzar a lo que me parece, y digo que aquel fuego y desesperación interior es lo peor […]; fue una de las mayores mercedes que el Señor me ha hecho, porque me ha aprovechado muy mucho, así para perder el miedo a las tribulaciones y contradicciones de esta vida, como para esforzarme a padecerlas y a dar gracias al Señor, que me libró, a lo que ahora me parece, de males tan perpetuos y terribles”.
E, incluso, un escritor cristiano como C.S. Lewis en sus “Cartas del Diablo a su sobrino”, en concreto, en la segunda carta dice esto acerca del infierno:
“Mi querido Orugario, demonio humano.
Veo con verdadero disgusto que tu paciente se ha hecho cristiano. Tenemos que hacer lo que podamos, en vista de la situación. No hay que desesperar, cientos de esos conversos adultos, tras una breve temporada en el campo de DIOS el Enemigo, han sido reclamados y están ahora con nosotros, en el infierno. Todos los hábitos del paciente, tanto mental como corporal, están todavía de nuestra parte.
En la actualidad, la misma Iglesia es uno de nuestros grandes aliados. No me interpretes mal, no me refiero a la Iglesia de raíces eternas, Confieso que es un espectáculo que llena de inquietud incluso a nuestros más audaces tentadores, pero, por fortuna, se trata de un espectáculo completamente invisible para esos humanos. Y cuando penetra en la iglesia tu paciente, llega a su banco, mira en torno suyo y ve precisamente a aquellos vecinos que, hasta entonces, había procurado evitar. Procura que el pensamiento de tu paciente pase rápidamente de expresiones como el cuerpo de Cristo a las caras de los que tiene sentados en el banco de al lado.
Tu paciente, gracias a Nuestro Padre de las tinieblas, es un insensato, y con tal de que alguno de esos vecinos desafine al cantar, o lleve botas que crujan, o tenga papada, o vista de modo extravagante, el paciente creerá con facilidad que, por tanto, su religión tiene que ser, en algún sentido, ridícula. Enla etapa que actualmente atraviesa, tiene una idea de los cristianos que considera muy espiritual. Hasta el simple hecho de que las personas que hay en la iglesia lleven ropa moderna supone, para él, un auténtico problema. Nunca permitas que esto aflore a la superficie de su conciencia, no le permitas que llegue a peguntarse cómo esperaba que fuese. Mantén sus ideas vagas y confusas, y tendrás toda la eternidad para divertirte en el infierno jajajaja, provocando en él esa peculiar especie de lucidez que proporciona el Infierno.”
Horror, pues, debemos tener al Infierno y no tratarlo como si fuera un asunto baladí que se utiliza para atemorizar a los fácilmente dominables o faltos de espíritu porque, además, al Infierno no nos condena Dios por su falta de misericordia sino que es cada persona la que allí queda destinada según sus propias elecciones.
¡Líbrenos Dios del Infierno sin olvidar que, como dijo San Agustín, nos nos salvará sin nosotros mismos!
Eleuterio Fernández Guzmán
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Ignorar el infierno no es una buena recomendación. Luego, a lo mejor, será tarde para reconocer su existencia.
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1 comentario
La imaginería del Infierno, que como puede verse en los ejemplos que ha puesto suele ser contradictoria- a saber, hay allí cosas y situaciones diferentes, según el Santo o Santa que lo vea en su visión, con todo respeto, a veces le hace un flaco favor a la seriedad del asunto. Los asadores, calderos, y demás utensilios de cocina infernal, así como los condenados en estado de incandescencia, pueden mover a risa o ridiculización del severo asunto.
Son representaciones de vivo pintoresquismo, que a veces hacen huella en el alma del creyente de modo que se transforman en una visión.
Me parece lógico y hasta prudente que un católico rechace cordialmente esta imaginería. Creo, que más allá de la pena de daño y sentido, que no incluye dogmáticamente calderos, etc., no es necesario creer algo más. Eternidad del infierno, pena de daño y de sentido. Dolor eterno por los pecados ya irredimibles, mala compañía, y un "fuego sobrenatural" que según algunos han dicho, será la propia presencia divina, que en ese estado se convierte en doloroso rechazo constante, amor al que jamás se podrá responder más que con dolor y odio.
Me temo que algunos fundadores de nuevas religiones anexas a la Iglesia, que tales son, rechazan de plano la realidad del Infierno, ya no su imaginería. Pretenden que Jesusito Light, perdonará a tutti quanti, sobre todo a los camaradas que transitan ciertos caminos de "liberación", agasajándolos con un convite en el Reino.
No sé qué doctrina ofrecen como posible punición para los carcas regresivos que "asustan con el infierno", tal como Jesús, con la Gehenna. Más vale no preguntar.
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