¡Alabado sea Dios por esta denostada práctica piadosa!
Si nos atenemos a lo que, por lo general, se piensa acerca de determinadas prácticas religiosas católicas, el rezo del Santo Rosario puede que parezca, a más de una persona incluso católica, algo desfasado y que es propio de personas de avanzada edad.
Nada más lejos de la realidad. El Rosario es una oración sumamente importante para quien cree en Dios.
Para que nadie dude sobre lo aquí dicho, nada mejor que sea el Santo Padre, emérito, quien diga lo que, al respecto, entiende sobre el Santo Rosario:
“El Rosario es escuela de contemplación y de silencio. A primera vista, podría parecer una oración que acumula palabras, y por tanto difícilmente conciliable con el silencio que se recomienda justamente para la meditación y la contemplación. En realidad, esta cadenciosa repetición del ‘Ave María’ no turba el silencio interior, sino que lo busca y alimenta. De la misma forma que sucede con los Salmos cuando se reza la Liturgia de las Horas, el silencio aflora a través de las palabras y las frases, no como un vacío, sino como una presencia de sentido último que trasciende las mismas palabras y junto a ellas habla al corazón. Así, recitando las Ave María es necesario poner atención para que nuestras voces no “cubran” la de Dios, que siempre habla a través del silencio, como “el susurro de una brisa ligera” (1 Re 19, 12). ¡Qué importante es entonces cuidar este silencio lleno de Dios, tanto en la recitación personal como en la comunitaria! También cuando es rezado, como hoy, por grandes asambleas y como hacéis cada día en este Santuario, es necesario que se perciba el Rosario como oración contemplativa, y esto no puede suceder si falta un clima de silencio interior”.
Esto lo dejó dicho Benedicto XVI durante el rezo, precisamente, del Rosario en Pompeya el 19 de octubre de 2008.
Pero si hay un, digamos, documento en el que se expresa la importancia del Santo Rosario y de donde podemos entresacar las gracias que contiene tal oración católica y a donde podemos dirigirnos en busca de la misma, tal es, sin duda la Carta Apóstolica Rosarium Virginis Mariae que el Beato Juan Pablo II dio a la luz pública el 16 de octubre de 2002. Entre otras muchas e importantes verdades, dice lo que sigue sobre un tema que suele ser muy atacado como es el carácter repetitivo que tiene el Rosario:
“El Rosario propone la meditación de los misterios de Cristo con un método característico, adecuado para favorecer su asimilación. Se trata del método basado en la repetición. Esto vale ante todo para el Ave María, que se repite diez veces en cada misterio. Si consideramos superficialmente esta repetición, se podría pensar que el Rosario es una práctica árida y aburrida. En cambio, se puede hacer otra consideración sobre el Rosario, si se toma como expresión del amor que no se cansa de dirigirse a la persona amada con manifestaciones que, incluso parecidas en su expresión, son siempre nuevas respecto al sentimiento que las inspira.
En Cristo, Dios ha asumido verdaderamente un ‘corazón de carne’. Cristo no solamente tiene un corazón divino, rico en misericordia y perdón, sino también un corazón humano, capaz de todas las expresiones de afecto. A este respecto, si necesitáramos un testimonio evangélico, no sería difícil encontrarlo en el conmovedor diálogo de Cristo con Pedro después de la Resurrección. ‘Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?’ Tres veces se le hace la pregunta, tres veces Pedro responde: ‘Señor, tú lo sabes que te quiero’ (cf. Jn 21, 15-17). Más allá del sentido específico del pasaje, tan importante para la misión de Pedro, a nadie se le escapa la belleza de esta triple repetición, en la cual la reiterada pregunta y la respuesta se expresan en términos bien conocidos por la experiencia universal del amor humano. Para comprender el Rosario, hace falta entrar en la dinámica psicológica que es propia del amor.
Una cosa está clara: si la repetición del Ave María se dirige directamente a María, el acto de amor, con Ella y por Ella, se dirige a Jesús. La repetición favorece el deseo de una configuración cada vez más plena con Cristo, verdadero ‘programa’ de la vida cristiana. San Pablo lo ha enunciado con palabras ardientes: ‘Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia’ (Flp 1, 21). Y también: ‘No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí’ (Ga 2, 20). El Rosario nos ayuda a crecer en esta configuración hasta la meta de la santidad” (RVM 26)
Por eso, cada cuenta del Santo Rosario, nos trae a la memoria el devenir de una Madre y todo lo que con su hijo tuvo que ver que es, no por casualidad sino por voluntad divina, es como la vida de cada uno de los creyentes que ponemos en tal oración nuestra propia vida, nuestra esencia como hijos de Dios y, sobre todo, la creencia firme y fiel en lo que es la Verdad.
Es bien cierto (el que esto escribe ha sido testigo de quien, de forma despectiva, ha dicho, más o menos (el número, en todo caso, es exacto) “yo apenas he hecho dos rosarios en mi vida”) que hay muchos creyentes que creen que esta oración está, como hemos dicho arriba, desfasada y que es cosa de personas mayores que no tienen otra cosa que hacer y, ¡hala!, allá que van a la iglesia a pasar un rato.
Valga, para estos hermanos en la fe, que la Virgen María (a la que supongo tendrán como Madre) hizo a Santo Domingo quince promesas para quienes recen el Rosario (conviene leer las promesas muy despacio):
“Quien rece constantemente mi Rosario, recibirá cualquier gracia que me pida.
Prometo mi especialísima protección y grandes beneficios a los que devotamente recen mi Rosario.
El Rosario es el escudo contra el infierno, destruye el vicio, libra de los pecados y abate las herejías.
El Rosario hace germinar las virtudes para que las almas consigan la misericordia divina. Sustituye en el corazón de los hombres el amor del mundo con el amor de Dios y los eleva a desear las cosas celestiales y eternas.
El alma que se me encomiende por el Rosario no perecerá.
El que con devoción rece mi Rosario, considerando sus sagrados misterios, no se verá oprimido por la desgracia, ni morirá de muerte desgraciada, se convertirá si es pecador, perseverará en gracia si es justo y, en todo caso será admitido a la vida eterna.
Los verdaderos devotos de mi Rosario no morirán sin los Sacramentos.
Todos los que rezan mi Rosario tendrán en vida y en muerte la luz y la plenitud de la gracia y serán partícipes de los méritos bienaventurados.Libraré bien pronto del Purgatorio a las almas devotas a mi Rosario.
Los hijos de mi Rosario gozarán en el cielo de una gloria singular.
Todo cuanto se pida por medio del Rosario se alcanzará prontamente.
Socorreré en sus necesidades a los que propaguen mi Rosario.He solicitado a mi Hijo la gracia de que todos los cofrades y devotos tengan en vida y en muerte como hermanos a todos los bienaventurados de la corte celestial.
Los que rezan Rosario son todos hijos míos muy amados y hermanos de mi Unigénito Jesús.
La devoción al Santo Rosario es una señal manifiesta de predestinación de gloria.”
No parecen poca cosa estas promesas… ¿Vale, pues, la pena el Santo Rosario?
Por eso, aquellos creyentes de no tan elevada edad (aún no siendo unos jovenzuelos o mozos) nos parece que está más que bien dirigirse a Dios de esta manera. Así, bien con gozo o dolor o con luz decimos al Padre que bien sabemos que nos tiene en su corazón y que esta muy especial oración ha de llenar, también, las copas de muchos santos de las que habla el Apocalipsis. No obstante, María también es Reina de los Santos, de todos.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
¿No es cierto que Dios nos prefiere bajo su dulce corazón?
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2 comentarios
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EFG
Muchas gracias por todo pero mérito, lo que se dice mérito mío... poco, poco.
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