Ad pedem litterae – P. Pablo Cabellos Llorente
Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.
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Panecillos de meditación
lama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Amar a Dios sobre todas las cosas… y sobre todos los egoísmos, también.
Y, ahora, el artículo de hoy.
Al pie de la letra es, digamos, una forma, de seguir lo que alguien dice sin desviarse ni siquiera un ápice.
En “Ad pedem litterae - Hermanos en la red” son reproducidos aquellos artículos de católicos que hacen su labor en la red de redes y que suponen, por eso mismo, un encarar la creencia en un sentido claro y bien definido.
Ad pedem litterae - P. Pablo Cabellos Llorente
Presentación del artículo del P. Pablo Cabellos .
Consideramos “normal” que haya separación entre las parejas que han contraído matrimonio. En realidad, pudiera parecer que es obligatorio, al cabo de un tiempo de haberse casado que haya “cansancio” en los contrayentes. Hay, también, como dice el autor del artículo, mucho egoísmo y, por eso mismo, debe vencerse, precisamente, con amor.
Es cierto que, como dice el P. Pablo Cabellos, que tiene que acercarse aquel contrayente que más ame porque sabrá perdonar más pronto lo sucedido.
En realidad, lo que sucede es que el individualismo más acérrimo se ha aferrado a los corazones de muchos fieles católicos y eso ha producido un efecto negativo en la comprensión hacia el prójimo más próximo a nosotros.
Y pedir perdón. Tal es la herramienta fundamental que tantas veces no se usa…
Y, ahora, el artículo del P. Pablo Cabellos Llorente.
Parejas rotas
“Días atrás, recibí el enlace de un buen vídeo sobre cuestiones matrimoniales. El conferenciante interrogaba al público acerca de quién debía dar el primer paso después de una disputa. Tras varias respuestas más o menos acertadas, afirmó: debe acercarse primero el que ama más. No parece difícil encontrar el problema aun sin indagar en las revistas del corazón ni atender a esos espectáculos televisivos que airean por dinero lo peor del ser humano. Podemos observarlo en la propia familia, en un vecino, amigo o conocido. Cada vez son más las parejas rotas, más frecuentes cuando sus lazos de unión fueron más débiles. Y como ha devenido ‘normal’, nos esforzamos poco para indagar las causas de tales situaciones que, se quiera o no, lesionan a la pareja dividida, a los hijos, a la sociedad. Nos conformamos con un triste ‘tiene derecho a rehacer su vida’, que puede transformarse en otro fracaso. Muchas de esas historias -no puedo generalizar- no son un canto a la generosidad, sino lo contrario de ese ponerse en la piel del otro, imprescindible para el verdadero amor. Sin ese costoso empeño, en lugar de la concordia aparece la discordia. El amor fenece cuando el egoísmo gana, cuando preferimos la propia felicidad en vez de buscar la de la persona amada, cuando deseamos que nos comprendan más que comprender, si queremos adaptación a nuestro modo de ser en lugar de entregarnos al del otro. Ya decía Tomás de Aquino que es propio de los amigos gozar y querer lo mismo. ¿Qué diríamos si se trata del amor conyugal? ¿Comprometemos nuestro futuro con la persona amada?
Esta sociedad procede en parte de esa patología de la libertad que es el individualismo liberal moderno. El Leviatán de Hobbes es un ser caprichoso, soberbio y altivo, un ser que busca su beneficio sobre todas las cosas, cuyo fin es su bienestar, y lo identifica con el de la comunidad. Muchas parejas rotas no conocen el liberalismo ni el Leviatán, pero no viven la libertad como un bien radical de la persona dirigido a un fin que la mejora al darse, sino ese individualismo tan igual al egoísmo. De ahí surge el autosuficiente, el coloquial ‘que se apañe’, la insolidaridad teñida en ocasiones con el buenismo de una ONG, la excesiva separación entre lo privado y lo público, que conduce a desentenderse de virtudes o valores por estimarlos privados, mientras que lo público sería lo presidido por el interés y la utilidad. Quizá es una pista para descubrir y remediar algunos fallos sobre el amor. Posiblemente, estas palabras de san Josemaría la completen: debemos acostumbrarnos a pensar que nunca tenemos toda la razón. Incluso se puede decir que, en asuntos de ordinario tan opinables, mientras más seguro se está de tener toda la razón, tanto más indudable es que no la tenemos. Discurriendo según este consejo, resulta más sencillo rectificar y, si hace falta, pedir perdón, que es la mejor manera de finalizar un enfado: así se llega a la paz y al cariño.
P. Pablo Cabellos Llorente
Publicado originalmente en Levanter-EMVy traído a InfoCatólica con permiso expreso del autor.
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