Ad pedem litterae - P. Pablo Cabellos Llorente
Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.
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Panecillos de meditación
lama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Caminar por el mundo sin darnos cuenta de que somos hijos de Dios es como hacerlo cerca de un precipicio con los ojos cerrados.
Y, ahora, el artículo de hoy.
Al pie de la letra es, digamos, una forma, de seguir lo que alguien dice sin desviarse ni siquiera un ápice.
En “Ad pedem litterae - Hermanos en la red” son reproducidos aquellos artículos de católicos que hacen su labor en la red de redes y que suponen, por eso mismo, un encarar la creencia en un sentido claro y bien definido.
Ad pedem litterae - P. Pablo Cabellos Llorente
Presentación del artículo del P. Pablo Cabellos .
Algunos sectores, digamos, excesivamente tradicionalistas en el seno de la Iglesia católica, achacan gran culpa al Papa Francisco porque, por ejemplo, ha mantenido una fluida relación con la comunidad judía de Argentina y, en concreto, con el rabino Abraham Skorka, con el que escribió un libro titulado “Sobre el Cielo y la Tierra”. Esto, al parecer, parece un gran pecado.
Sin embargo, el autor del artículo, no por casualidad lo titula “Cultura del encuentro” no está, para nada, de acuerdo con tal forma de pensar. Pero es que, además, el actual Pontífice es un defensor a ultranza, precisamente, del encuentro con el otro, con el prójimo. Por eso dijo aquello de que los sacerdotes tenían que “oler a oveja” que, seguramente, a alguno le debió parecer algo extraño pero que apunta a una relación muy cercana entre pastor y, precisamente, oveja.
El encuentro con el otro no es tema de poca importancia sino que resulta crucial para poder sostener que formamos parte de un grupo espiritual que mira hacia más allá de sus propias circunstancias. Por eso es mejor, como dice el P. Pablo Cabello, “el encuentro que el encontronazo”. Y, para eso, hace falta, también nos dice, humildad, mucha humildad.
¡Ay!, volver a ser humus, sustancia tan humilde de la que, a lo mejor, hizo Dios al hombre… Es decir, nada de nada. ¡Qué difícil es eso!
Y, ahora, el artículo del P. Pablo Cabellos Llorente.
Cultura del encuentro
Es muy sugestiva esta expresión del Papa Francisco, tal vez basada en Romano Guardini. En cualquier caso, profundamente enraizada en la vida cristiana. Sin embargo, llama manifiestamente la atención en este mundo paradójico por global y a la par individualista, tanto en las personas singulares como en las agrupaciones. Por comenzar por lo más abultado: ¿qué clase de búsqueda del encuentro es la permisión de tantas guerras?, ¿qué es el nacionalismo excluyente?, ¿qué es el hambre en el mundo?, ¿qué son las disputas partidistas? ¿qué son la murmuración o la calumnia? Se podría seguir, pero basten cómo ejemplo.
En el libro-conversación entre el cardenal Bergoglio y el rabino Skorka, dice el Papa Francisco que no tuvo necesidad de negociar su identidad católica ni Skorka la judía, pero se encuentran y tienen grandes coincidencias. Una no poco substancial es la que da título a este artículo. Afirma de los argentinos que son más propicios a construir murallas que puentes, que sucumben ante actitudes impedientes del diálogo: prepotencia, no saber escuchar, crispación del lenguaje comunicativo, descalificación previa y tantas otras cosas. ¿No es cierto que todo esto nos resulta tremendamente familiar?
Esa cultura del encuentro es bien aplicable a la Iglesia. En el libro-entrevista “El Jesuita", vuelve sobre el mismo asunto de Argentina, pero también lo dedica a la Iglesia. Baste un ejemplo puesto por él mismo: “un alto miembro de la curia romana, que había sido párroco durante muchos años, me dijo una vez que llegó a conocer hasta el nombre de los perros de sus feligreses. Yo no pensé qué buena memoria tiene, sino qué buen cura es". De los laicos, afirma que frecuentemente los curas clericalizan a los laicos y los laicos piden ser clericalizados, cuando basta el bautismo -asegura, con la doctrina recordada por el Vaticano II- para salir al encuentro de los demás. Esta cultura es cosa de todos, tras dejarse encontrar por Dios.
El Domingo de Ramos -ya Obispo de Roma- hablaba de salir a las periferias para ir al encuentro de la gente, de los más alejados, de los olvidados, de aquellos que necesitan comprensión, consuelo y ayuda. Y ha vuelto sobre la clarificadora expresión “cultura del encuentro". Con palabra neta, ha solicitado de los pastores que “huelan a oveja". Ahora pienso en todos, no solamente en la Iglesia, para seguir de cerca esta sabiduría. Y explorar el encuentro en lugar del encontronazo.
La libertad, elemento esencial en la vida humana, es apertura hacia el mundo y, particularmente, hacia sus gentes. Muchos autores actuales se han referido al carácter dialogante de la persona, tan capital en el ejercicio de su albedrío. Una pregunta hecha por R. Yepes viene como anillo al dedo: ¿qué sucedería si no hubiese otro alguien que nos reconociera, nos escuchara y aceptara el diálogo y el don que le ofrecemos? Si eso fuera así, radicalmente, la vida de la persona sería un fracaso, una soledad insufrible. Pero esa capacidad de relación del ser humano, aunque nunca se pierda a lo Robinson Crusoe, puede ser inhibida, selectiva, no escuchada, poco comprendida, no alimentada, impositiva…
Las relaciones con la naturaleza y particularmente las interpersonales, sin las que el hombre quedaría totalmente incompleto, pueden medirse -también lo indica el citado autor- por el amor y la justicia. Visto así, la cultura del encuentro exigiría esas dos virtudes, ejercitadas con todos, aunque nos afecten más intensamente con los cercanos, pero no son remotos algunos que viven muy distantes, cuando su biografía nos atañe por muy justas necesidades de índole material o espiritual. Nos incumbe toda la vida social, basada en la existencia de lo común, en un bien compartido por muchos.
Pero la cultura del encuentro no consiste solamente en distribuir lo tangible, sino en buscar, escuchar, comprender las actitudes, las ideas, las religiones de otros y situarse en disposición de encontrarse con todos sin exclusiones. No es preciso renunciar a lo que se es esencialmente para poder aprender de los demás, integrar en su vida lo que escucha, perdonar si se siente ofendido, dialogar sin ira. Y volviendo al principio, evitar esas actitudes que Bergoglio no compartía con sus paisanos -también él se incluía-, y que nos resultan bien conocidas. En “Surco” se lee: Un buen criterio de gobierno: el material humano hay que tomarlo como es, y ayudarle a mejorar, sin despreciarlo jamás. Esas palabras, escritas para los constituidos en autoridad, bien pueden destinarse a todas nuestras relaciones.
La cultura del encuentro -para que sea amor y justicia- necesita asentarse en una virtud de no fácil práctica, pero indispensable para que la vida social lo sea realmente: la humildad. Sin ella, la caridad se tornaría hipocresía, y la justicia, rigorismo. Humilde no es el que sabe inclinarse ante quien reconoce superior por algún título. Eso sería sinceridad. La humildad arranca cuando el mayor -por cualquier motivo- se inclina con respeto hacia el pequeño. Pero como cada cual se siente grande en su opinión, idea o realización, la posibilidad de abajarnos está al alcance de todos. Este descendimiento confiere la grandeza, y elimina el engreimiento vano que nos acontece a diario.
Publicado originalmente en Las Provincias y traído a InfoCatólica con permiso expreso del autor.
P. Pablo Cabellos Llorente
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