Una apología del obrero José, santo y padre de Jesús

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Ejemplos de verdaderos hijos de Dios tenemos más que suficientes como para poder fijarnos en ellos. Ciertamente, no es lo que siempre hacemos.

Y, ahora, el artículo de hoy.

San José Obrero

Dice San Josemaría en el número 47 de “Es Cristo que pasa” que

“El trabajo acompaña inevitablemente la vida del hombre sobre la tierra. Con él aparecen el esfuerzo, la fatiga, el cansancio: manifestaciones del dolor y de la lucha que forman parte de nuestra existencia humana actual, y que son signos de la realidad del pecado y de la necesidad de la redención. Pero el trabajo en sí mismo no es una pena, ni una maldición o un castigo: quienes hablan así no han leído bien la Escritura Santa.

Es hora de que los cristianos digamos muy alto que el trabajo es un don de Dios, y que no tiene ningún sentido dividir a los hombres en diversas categorías según los tipos de trabajo, considerando unas tareas más nobles que otras. El trabajo, todo trabajo, es testimonio de la dignidad del hombre, de su dominio sobre la creación. Es ocasión de desarrollo de la propia personalidad. Es vínculo de unión con los demás seres, fuente de recursos para sostener a la propia familia; medio de contribuir a la mejora de la sociedad, en la que se vive, y al progreso de toda la Humanidad.

Para un cristiano, esas perspectivas se alargan y se amplían. Porque el trabajo aparece como participación en la obra creadora de Dios, que, al crear al hombre, lo bendijo diciéndole: Procread y multiplicaos y henchid la tierra y sojuzgadla, y dominad en los peces del mar, y en las aves del cielo, y en todo animal que se mueve sobre la tierra. Porque, además, al haber sido asumido por Cristo, el trabajo se nos presenta como realidad redimida y redentora: no sólo es el ámbito en el que el hombre vive, sino medio y camino de santidad, realidad santificable y santificadora.

En realidad, San José, carpintero de profesión, debía ser una persona bien considerada en el pueblo donde vivía. El taller, su taller, donde trabajaba con esfuerzo y haciendo uso de unas herramientas que podemos imaginar toscas, podría muy bien ser un punto de atención de sus vecinos. Por eso, cuando Jesús transmitía la Buena Noticia no faltó quien preguntó si aquel hombre no era el hijo del carpintero (cf. Mt 13, 55) porque, sin duda alguna, José era tenido por hombre trabajador y honrado, al que cualquiera podría acercarse para pedirle algún pequeño favor y estar seguro que, de ser posible por su parte, no dudaría en echarle una mano.

Era, por lo tanto, aquel hombre que se casó con María, un trabajador del que se predicaría que hacía bien su trabajo y que tenía un especial sentido de lo eficiente y de lo justo. Justo y, por eso, considerado, barón en tal sentido y, por eso mismo, es tenido por patrón de todo obrero que en el mundo hay.

Pero José, como es compartido por todo cristiano, era, también, padre de Jesús. Aunque adoptivo, se debió manifestar, en su relación con el hijo de María y de Dios, como aquella persona que se siente muy cercana a su esposa y a quien cuida como si fuera un hijo de su propia sangre pero que sabe es el Enviado de Dios al mundo y de tal manera lo acoge en su corazón y, luego, en su casa.

Por eso, en el mismo libro citado arriba, pero ahora en el número 56, dice que

José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de El con abnegación alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este varón justo, a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo e íntimo con Cristo, para identificarnos con El. Y José sabrá decirnos muchas cosas sobre Jesús. Por eso, no dejéis nunca su devoción, ite ad Ioseph, como ha dicho la tradición cristiana con una frase tomada del Antiguo Testamento.

Maestro de vida interior, trabajador empeñado en su tarea, servidor fiel de Dios en relación continua con Jesús: éste es José. Ite ad Ioseph. Con San José, el cristiano aprende lo que es ser de Dios y estar plenamente entre los hombres, santificando el mundo. Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y encontraréis a María, que llenó siempre de paz el amable taller de Nazaret.

José, santo por así haberlo considerado el común de los creyentes cristianos, nos facilita el camino hacia el mismo Dios. Y así lo hace porque nos enseña cómo una persona debe permanecer fiel al Creador por mucho que vea peligrar su propia existencia o, también, la de su esposa.

Terminemos, pues, y como siempre es conveniente, con la oración con la que el Beato Juan XXIII, el 1 de mayo de 1959, terminó su alocución con motivo de la festividad que, cuatro años antes, había instaurado, Pío XII:

“¡Oh glorioso San José, que velaste tu incomparable y real dignidad de guardián de Jesús y de la Virgen María bajo la humilde apariencia de artesano, y con tu trabajo sustentaste sus vidas, protege con amable poder a los hijos que te están especialmente confiados!

“Tú conoces sus angustias y sus sufrimientos porque tú mismo los probaste al lado de Jesús y de su Madre. No permitas que, oprimidos por tantas preocupaciones, olviden el fin para el que fueron creados por Dios; no dejes que los gérmenes de la desconfianza se adueñen de sus almas inmortales. Recuerda a todos los trabajadores que en los campos, en las oficinas, en las minas, en los laboratorios de la ciencia no están solos para trabajar, gozar y servir, sino que junto a ellos está Jesús con María, Madre suya y nuestra, para sostenerlos, para enjugar el sudor, para mitigar sus fatigas. Enséñales a hacer del trabajo, como hiciste tú, un instrumento altísimo de santificación".

San José, Obrero y Padre, ruega por nosotros

Eleuterio Fernández Guzmán

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