Hoy Lolo se ha quedado ciego
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Panecillos de meditación
Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.
Panecillo de hoy:
Luz, la del alma, la que nos llega de Dios y de su Espíritu. Y sea para iluminar nuestro camino hacia su definitivo Reino.
Y, ahora, el artículo de hoy.
Hay cosas que, sin saber la razón de que suceda lo que sucede, nos llegan al corazón de una forma especial. Allí se quedan, como sembradas por las manos de Dios esperando el momento de fructificar y de demostrarnos, una vez más, que la voluntad del Creador es que las conozcamos y nos enriquezcamos con ellas hasta límites que nunca habríamos pensado que existiesen.
Algo así me ha pasado con Lolo.
Es en el libro “Las golondrinas nunca saben la hora” (cuarto de los suyos publicados en orden cronológico) en el que el Beato de Linares (Jaén, España) nos va describiendo el proceso final que le llevó a su ceguera total.
Que me perdonen aquellos que lo conocieron y que saben, seguramente, mejor que el que esto escribe, si los datos que doy (de fecha, sobre todo) son acertados del todo o no lo son. Pero a mí me parece que, a tenor de lo leído, Manuel Lozano Garrido marca en su particular calendario de ser humano y de diario escrito el día 17 de mayo de 1963 como momento en el cual se cuenta de que, en efecto, ya no ve nada.
También pido perdón por haber utilizado, en el título y en el desarrollo de esto que estoy escribiendo, el tiempo verbal en presente de indicativo como si, en efecto, hoy mismo Lolo se hubiera quedado ciego y no entonces, en su día. Sin embargo, eso es lo que tienen los santos: todo lo hacen como si fuera ahora mismo que está sucediendo y debe ser por la especial inspiración divina que les llevó por el camino que les llevó.
En fin… vayamos, pues, a sobrenadar, si es que podemos, por las dificultades de describir lo que se siente al leer ciertas cosas.
Al respecto de la enfermedad y, en general, del dolor que genera cualquier tipo de afección física que caiga sobre nosotros, cada cual la afronta como bien le da a entender el Señor. Hay personas que lo entienden de una forma muy especial y sobrenaturalizan lo que, para el común, es fastidioso y amargo. Y eso le pasa a Lolo.
Dice, en un momento determinado de su diario de aquel día, “Hoy comulgué en la cama. Es que me acuesto antes por lo de la inflación de las piernas. Vino D. José, y, con la luz artificial, me di cuenta de que ya no le veía. Antes notaba los bultos y las manchas oscuras de los cuadros, pero ahora ni eso”.
De tal forma recibe, en su vida, aquel hombre físicamente perjudicado, la llegada de la ceguera total.
Lolo, sin embargo, lo entiende así:
“Ahora te toca vivir la prueba de la fe. Día y noche te visitarán las tinieblas, pero yo necesito que te apropies con alegría de estas horas de Getsemaní. De cada Oración del huerto brotan en el mundo noventa esquejes de cumbres de Tabor. Acepta así y calla; tras de cada nube rutilan siempre las dos órbitas más que garantizan el Amor”.
¿Qué decir de un ser humano que afronta una prueba tan difícil como es la de quedarse ciego y lo hace de tal forma? Seguramente que es, ya, un santo y que ha comprendido a la perfección lo que es una fe que vive con fuerza pero, sobre todo, con esperanza.
Pero hay más porque siempre sorprende quien tiene y lleva una existencia gozosa a pesar de los pesares.
Por aquel entonces le proponen ir a la sierra a pasar en verano en una casa casi de ensueño: construida con troncos de madera, con animales en derredor y con una naturaleza viva que, para cualquier otro que no pudiera verlo con los ojos supondría un sufrimiento, digamos, insufrible. Sin embargo, Lolo está hecho de una pasta muy distinta. Lo digo porque él escribe que, a veces, lo que se le olvida “es el ángulo de las compensaciones de Dios”. Y lo dice porque entonces, se dice “¿Es que alguna vez, mi alma, se te han quedado a medio llenar las ansias del corazón?”. Y, entonces, el resultado del respeto a la voluntad de Dios: “Pues, hala, a la sierra, a gozar de una belleza retransmitida, rebozada con el fervor de las descripciones de los que te aman. Lo que de divino se refleja en las cosas embriaga aunque tengan que pasar por un colador. Él garantiza la luz, la gracia y el gozo”.
Queda ciego del todo y su respuesta es aceptar la ceguera y sentir un gozo difícil de describir porque sabe que Dios nunca le abandonará y que, a través de sus seres queridos (familiares y amigos) le llegará la maravillosa naturaleza que el Todopoderoso creó y mantiene.
Sin duda, Dios suscita, entre nosotros, a sus mejores hijos.
Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega, más que nunca, por nosotros.
Eleuterio Fernández Guzmán
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