Escribir de esto es, hoy, más que importante
Por la libertad de Asia Bibi.
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“Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!”
Aquel que se había convertido porque, camino de Damasco, Aquel a quien perseguía le preguntó acerca, precisamente, de la injusta persecución que estaban sufriendo sus discípulos, había llegado a la conclusión de que no es que fuera importante para él llevar al mundo conocido la Buena Noticia sino que era crucial para su propia existencia. Por eso, llevar (1 Cor 9,16) lo que tanto había supuesto para él, Saulo, era un gozo que le valía, además, para superar las incomprensiones y la falta de entendimiento de tantos que, seguramente, no querían siquiera escuchar lo que decía.
Pablo, por los caminos del mundo, supo que evangelizar era prueba de haber asumido, en su corazón, la fe que deslumbró su existencia y la hizo de carne y no de piedra como, hasta entonces, había sido su comportamiento con aquellos que seguían a un Maestro algo más que Maestro.
Algo curioso es que contraponga gloria a deber. Considerar, por eso mismo, que evangelizar es un deber grave que tiene todo discípulo de Cristo le hace, además, comportarse de forma humilde. No busca los premios del mundo sino el gozo de saber que cumple con una obligación que le colma el alma y lo lleva por el camino recto hacia el definitivo Reino del Creador. Quiso Dios suscitar para el mundo un caminante que llevaba en sus pies el polvo del camino como quien sabe que cada paso que da favorece que muchas almas se conviertan y brillen con una nueva luz propia del odre nuevo que contiene el vino traído por el Hijo de Dios en forma de Palabra del Padre.
Evangelizar supone, antes que nada, amar el Evangelio como la savia que recorre el corazón del creyente. Tener a las letras inspiradas por Dios como eje de una vida que peregrina y, sabiéndose de otro mundo, vida eterna y visión beatífica anheladas, ser fuente donde pueda abrevar quien necesita Agua Viva y salvación.
Es más, el mismo que prescribía evangelización para el creyente como actividad y actitud le recuerda a Timoteo, en su segunda epístola (2, 22) que debe llevar a cabo lo siguiente:
“Vete al alcance de la justicia, de la fe, de la caridad, de la paz, en unión de los que invocan al Señor con corazón puro.
En realidad, ir tras la fe es fomentar en nosotros mismos el ansia evangelizadora y pidiendo a Dios (“pedid y se os dará” dice Cristo en Lc 11, 9) acordar, con nuestro corazón, que llevar la Palabra de Dios y predicar la fe en Jesucristo es, en todo caso, parte de la misión que tenemos asignada como hijos de Dios. Por eso, cuando Cristo, tras su resurrección, dijo a unos apóstoles miedosos e incrédulos (Mc 16, 15) “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” les demuestra que, bien al contrario de que creyesen que lo habían perdido todo con la muerte en la cruz del Maestro, habían encontrado la causa y razón de sus existencias a partir de aquel mismo momento.
Evangelizar, pues, era madurar en la fe y ser, a la vez, portadores de la salvación para quien quisiera escucharlos pues no podemos olvidar el resto de lo que, en aquel momento, dijo Cristo y que era que “El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará” (Mc 16, 16). Dios, que ama la libertad de sus hijos sólo puede esperar que, en tales casos, haya afirmación de fe por parte de quien la recibe.
Pues bien, todo lo dicho hasta ahora ha sido sacado a colación de lo que empieza en el día de la fecha. Se le llama “Año de la Fe” porque es, sobre todo, un tiempo limitado y, aunque en realidad, termine no el 11 de octubre de 2013 sino el 24 de noviembre del próximo año, lo hace por ser, entonces, la solemnidad de Cristo Rey que es un magnífico momento para dar por finalizado tal espacio de tiempo.
Evangelizar es, al fin y al cabo, amar porque el amor es la manifestación de un querer ser y no de un simple tener avaricioso. Se da con generosidad porque sabemos que, haciéndolo así, seremos hijos que honran a su Padre que, siendo Todopoderoso es Creador y Mantenedor de todo. Y evangelizar es tener como propios los haceres y quehaceres de aquellos primeros transmisores de la Palabra de Dios que con solo querer hacerlo, lo hicieron posible. Siendo testigos, se puede decir, de lo que sucedió en aquellas tierras de oriente, resulta más llevadera la penalidad por la que se pueda pasar cumpliendo aquella misión. Sin embargo, muchos más son los medios con los que contamos hoy día (“llevar el Evangelio a los hombres de hoy con los medios de hoy”, es consejo del fundador de la Familia Paulina, Santiago Alberione) y con ellos podemos contar.
Y todo esto se hacer por la Fe, así, con mayúsculas, porque es la misma el escabel desde donde mirar el mundo y tener, sobre el mismo, una mirada de comprensión y caridad. Pero hay más.
El Santo Padre entiende como buenos medios evangelizadores el intensificar la celebración de la fe en liturgia (Eucaristía, sobre todo) y el no olvidar que debemos dar testimonio de nuestra fe. Pero, como todo esto se ha de hacer con apoyo, también, intelectual, para descubrir los contenidos de la fe que se dice tener es esencial tratar de conocerlos y llevarlos, con el mayor fundamento posible, a nuestra vida, existencia y relación con el prójimo pues no hay fe sin obras y si la hay queda pobre, raquítica, venida a menos como muy bien supo escribir el apóstol Santiago (2,18) cuando dijo “Pruébame tu fe sin obras y yo te probaré por las obras mi fe”. Y Evangelizar es, también, justificarse por las obras e, incluso, como decía San Josemaría (Conversaciones, 24) al respecto del Opus Dei, un actuar “viejo como el Evangelio y como el Evangelio nuevo”.
Y es que, al fin y al cabo, la Evangelización es tan vieja, por sabia, como vieja, por gozosa, es al ansia de comunicar que Dios existe y que nos ama. Y es nueva porque siempre estamos a tiempo, hoy mismo, de decir lo que somos y en Quien confiamos.
Valga, pues, este día como punto de partida. Y que sea lo que Dios quiera… que quiere.
Eleuterio Fernández Guzmán
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3 comentarios
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EFG
Lo que pasa es que yo no voy a justificar que se le haga daño a nadie que no quiera recibir a Cristo ni voy a decir que es un infiel en el sentido que, por desgracia, todos sabemos. A veces las cosas no son iguales...
¿Diferencias y límites? Si. Aquí y ahora los hay, pero convendrás que son "límites" de obligado cumplimiento legal, y aun eso sólo en occidente, por que ni el Islam, ni el Cristianismo se auto-limitan de motu propio.
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