Serie Huellas de Dios .-12.- Respeto humano
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Presentación de la serie
Las personas que no creen en Dios e, incluso, las que creen pero tienen del Creador una visión alejada y muy distante de sus vidas, no tienen la impresión de que Quién los mira, ama y perdona, puede manifestarse de alguna forma en sus vidas.
Así, cuando el Amor de Dios lo entendemos como el actuar efectivo de quien no vemos puede llegar a parecernos que, en definitiva, poco importa lo que pueda hacer o decir Aquel que no vemos, tocamos o, simplemente, podemos sentir.
Actuar de tal manera de permanecer ciego ante lo que nos pasa y no posibilitar que Dios pueda ser, en efecto, alguien que, en diversos momentos de nuestra vida, pueda hacer acto de presencia de muchas maneras posibles.
En diversas ocasiones, por tanto, se producen inspiraciones del Espíritu Santo en nuestro corazón que muestran la presencia de Dios de forma firme y efectiva. Las mismas son, precisamente, “Huellas de Dios” en nuestras vidas porque, en realidad, nosotros somos su semejanza y, como tal, deberíamos encontrar a nuestro Creador, sencillamente, en todas partes.
No es algo dado a personas muy cualificadas en lo espiritual sino posibilidad abierta a cada uno de nosotros. Por eso no podemos hacer como si Dios estuviera en su reino mirando a su descendencia sin hacer nada porque cada día, a nuestro alrededor y, más cerca aún, en nosotros mismos, se manifiesta y hace efectiva su paternidad.
Las huellas de Dios son, por eso mismo, formas y maneras de hacer cumplir, en nosotros, la voluntad de Creador que, así, nos conforma para que seamos semejanza suya y, en efecto, lo seamos porque, como ya dejó escrito San Juan, en su primera Epístola (3, 1) es bien cierto que, a pesar de los intentos de evadirse de la filiación divina, no podemos preterirla y, como mucho, miramos para otro lado porque no es de nuestro egoísta gusto cumplir lo que Dios quiere que cumplamos.
Sin embargo, el Creador no ceja en su voluntad de llamarnos y sus huellas brillan en nuestro corazón siendo, en él, la siembra que más fruto produce.
12.- Respeto humano
Nuestras relaciones con el prójimo pueden llevarse a cabo de forma diversa. Así, bien podemos hacer lo que en espíritu nos conviene o, también, lo que en materia nos interesa.
Recogen los Hechos de los Apóstoles (5,29) algo que nunca deberíamos olvidar y que siempre deberíamos traer a nuestras vidas:
“Se debe obedecer a Dios antes que a los hombres“.
Por su parte, el Cura de Ars venía a decir lo siguiente: “¿Sabéis cuál es la primera tentación que el demonio presenta a una persona que ha comenzado a servir mejor a Dios? Es el respeto humano ¡Oh, maldito respeto humano, qué de almas arrastra al infierno! “.
Entonces, ¿Qué es, exactamente, el respeto humano?
En realidad, supone situarse ante la realidad que vivimos dándole más importancia a lo que los demás puedan decir o pensar sobre nuestras actitudes y, al fin y al cabo, sobre nosotros.
Y, sobre todo, lo que supone el respeto humano es que, al adoptar, nosotros, una actitud relacionada con nuestros valores cristianos, tal actitud pueda suponer algún tipo de malestar para nuestra convivencia.
Entonces, si ponemos por delante el qué dirán por sobre tales valores es cuando nos dejamos dominar por el respeto humano y nos olvidamos, con demasiada facilidad, de la frase de los Hechos de los Apóstoles citada arriba.
Supone, por tanto, el respeto humano, algo muy negativo para nuestra vida espiritual porque la hace decaer en los abismos de la ignorancia o de la falta de presentación al mundo de la misma. Así, cuando preferimos no mostrar nuestro pensamiento, venido del Espíritu, ante los acontecimientos del mundo y, simplemente, ponemos en primer lugar lo que nos dice la mundanidad… entonces no podemos decir que prevalezca la voluntad de Dios.
Ante todo esto, no está de más traer, aquí, lo dicho por Sto. Tomás de Aquino (al comentar el Credo): “Asimismo, todos aquellos que obedecen a los reyes más que a Dios o en aquellas cosas que no deben obedecer, lo constituyen dioses suyos”
Constituirse en dios de uno mismo es, o supone, el final de una fase de alejamiento de Dios: en primer lugar, no cumplimos los mandamientos porque, a lo mejor, no entendemos el contenido de su mensaje o, simplemente, no nos conviene; luego, nos vamos apartando del Padre porque, en realidad, no lo creemos necesario para nuestra vida; por último, nos hacemos dioses de nosotros mismos porque es la única manera de sobrevivirnos.
Y esto es lo que, al fin y al cabo, nos provoca el respeto humano: alejamiento de Dios y sometimiento al mundo.
Y esto es lo que nos produce el respeto humano: empobrecimiento de nuestra vida espiritual y caída en el abismo de nuestro egoísmo.
Y es que, en realidad, respetar lo humano, en cuanto comportamiento y en cuanto espíritu por sobre lo divino no es buen negocio para nosotros que buscamos la salvación eterna.
Eleuterio Fernández Guzmán
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