Serie Huellas de Dios .-11.- Pobreza y esperanza

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Presentación de la serie

Huellas de Dios

Las personas que no creen en Dios e, incluso, las que creen pero tienen del Creador una visión alejada y muy distante de sus vidas, no tienen la impresión de que Quién los mira, ama y perdona, puede manifestarse de alguna forma en sus vidas.

Así, cuando el Amor de Dios lo entendemos como el actuar efectivo de quien no vemos puede llegar a parecernos que, en definitiva, poco importa lo que pueda hacer o decir Aquel que no vemos, tocamos o, simplemente, podemos sentir.

Actuar de tal manera de permanecer ciego ante lo que nos pasa y no posibilitar que Dios pueda ser, en efecto, alguien que, en diversos momentos de nuestra vida, pueda hacer acto de presencia de muchas maneras posibles.

En diversas ocasiones, por tanto, se producen inspiraciones del Espíritu Santo en nuestro corazón que muestran la presencia de Dios de forma firme y efectiva. Las mismas son, precisamente, “Huellas de Dios” en nuestras vidas porque, en realidad, nosotros somos su semejanza y, como tal, deberíamos encontrar a nuestro Creador, sencillamente, en todas partes.

No es algo dado a personas muy cualificadas en lo espiritual sino posibilidad abierta a cada uno de nosotros. Por eso no podemos hacer como si Dios estuviera en su reino mirando a su descendencia sin hacer nada porque cada día, a nuestro alrededor y, más cerca aún, en nosotros mismos, se manifiesta y hace efectiva su paternidad.

Las huellas de Dios son, por eso mismo, formas y maneras de hacer cumplir, en nosotros, la voluntad de Creador que, así, nos conforma para que seamos semejanza suya y, en efecto, lo seamos porque, como ya dejó escrito San Juan, en su primera Epístola (3, 1) es bien cierto que, a pesar de los intentos de evadirse de la filiación divina, no podemos preterirla y, como mucho, miramos para otro lado porque no es de nuestro egoísta gusto cumplir lo que Dios quiere que cumplamos.

Sin embargo, el Creador no ceja en su voluntad de llamarnos y sus huellas brillan en nuestro corazón siendo, en él, la siembra que más fruto produce.

11.-Pobreza y esperanza

Ya sabemos que Jesús dijo que a los pobres siempre los íbamos a tener con nosotros (Mt 26, 11) Tal cosa se ha cumplido, exactamente, a rajatabla.

Pobres sigue habiendo y naciones pobres, también, porque, es seguro esto, la riqueza está mal, muy mal repartida.

¿Es posible, por tanto, quedarse callado o, simplemente, quieto?

Sobre esto, dejó escrito San Josemaría que “Un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del corazón de Cristo. Los cristianos -conservando siempre la más amplia libertad a la hora de estudiar y llevar a la práctica las diversas soluciones y, por tanto, con un lógico pluralismo- han de coincidir en el idéntico afán de servir a la humanidad. De otro modo, ese cristianismo no será la Palabra y la Vida de Jesús: será un disfraz, un engaño de cara a Dios y de cara a los hombres”.

Por tanto, el servicio a la humanidad ha de ser cierto y no algo meramente teórico porque, ante una situación como la actual y la que, seguro, se avecina, hacer lo contrario de lo que se piensa es, más que nada, defraudar a Aquel que nos creó y que nos entregó, para ser diligentes, en depósito, a la humanidad misma y a sus problemas.

Sin embargo, no todo está perdido, porque ante la pobreza, la esperanza cierta y segura de que Dios no nos abandona y que entrega, a su semejanza, los instrumentos para que, sirviéndose de ellos, podamos corregir tan gran mal y daño que la humanidad sufre.

Por ejemplo, la Beata Teresa de Calcula nos dejó el siguiente escrito:

“No hace mucho recibí una hermosa carta de y un consistente donativo de un niño italiano que acababa de hacer la Primera Comunión.

En la carta me explicaba que antes de la Primera Comunión había pedido a sus padres que no le comprasen un traje especial y que se abstuviesen de una comida especial de celebración.

Añadió que había pedido asimismo a sus parientes y amigos que no le hiciesen ningún regalo con tal motivo.

Había decidido renunciar a todo a cambio de poder ahorrar dinero para ofrecerlo a la Madre Teresa.

Fue una espléndida muestra de generosidad por parte de aquel niño.

Vi en ello una disponibilidad para el sacrificio, para privarse de algo”.

Por eso, nos deja, en nuestras manos, que la pobreza deje de serlo.

Amén.

Eleuterio Fernández Guzmán

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2 comentarios

  
Renzo
Eleuterio, debo reconocer que nunca deja de sorprenderme como podeis creeros lo que decis, si es que realmente os lo llegais a creer, claro.


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EFG


Pues a mí no me deja de sorprender el hecho de que haya personas incrédulas.
01/10/12 9:16 AM
  
Renzo
No hombre, a ti lo que te sorprende no es que haya incredulos, digo yo que tu mismo debes de serlo sobre algunas cosas, no ?. Lo que a ti te sorprende es que no todos tragemos con lo que vosotros tragais sin pestañear, no compares.
01/10/12 12:38 PM

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