Un amigo de Lolo - Decálogo del periodista - 4
Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.
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Presentación
Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.
Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.
Por otra parte, el Decálogo del periodista que escribió Lolo nos informa, a todas aquellas personas que, de una u otra forma, nos dirigimos a los lectores, que hay una forma cristiana de comportarse y que, aunque a veces podamos incurrir en ciertas extralimitaciones, la intención final ha de ser la que refiere el beato Manuel Lozano Garrido.
Decálogo del periodista según Manuel Lozano Garrido, Lolo
4- Abre pasmosamente tus ojos a lo que veas y deja que se te llene de sabia y frescura el cuenco de las manos, para que los otros puedan tocar ese milagro de la vida palpitante cuando te lean.
Ante lo que de bueno hay en la vida podemos adoptar, en esencia, dos actitudes: bien lo tenemos como algo que pasa y, por lo tanto, no le damos mayor importancia o bien, al contario, lo tenemos como puesto por Dios para que nos demos cuenta de la importancia que tiene el Creador en nuestra vida. Y esto último, lo que Dios quiere que conozcamos, también es su voluntad que sea transmitido al resto de hermanos.
Mirar al mundo y, como dice el hermano Lolo, tener los ojos bien abiertos, sólo podemos hacerlo con los de la fe que son los que miran a lo que les rodea con amplia voluntad de aceptar lo distinto por ser, también, creado por Dios; son los que tienen por bueno lo que el mundo desprecia por estar alejado de los modelos que el mismo pretende imponer en los que no cuenta la misericordia sino el egoísmo y no el amor sino el desprecio; son los que no cejan en su intento de asimilar lo que el Creador ha hecho para que sea nuestro.
Mirar de tal forma al mundo y a lo que nos rodea no ha de quedar como si se tratase de una obligación que cumplimos con el viejo hacer del cumplo y miento. Muy al contrario ha de ser si es que queremos que sea fructífera nuestra labor de llevadores de realidades que no pueden quedar perdidas en el pasar rápido del siglo.
Por eso, las “cosas nuevas” de las que escribe el profeta Isaías (cf. 42,9) y que Dios anuncia como creadas por Él y pone para que sean descubiertas, han de llenar nuestro corazón y, así, nuestras manos de palabras que, al transmitirlas a nuestro prójimo, colmen su vida con lo que, a lo mejor, no ha podido apreciar un corazón lleno más de mundo que de la voluntad del Todopoderoso.
En realidad no hacemos más que llevar al papel lo que en la maravillosa mente de Dios existe y que, para nosotros, es ejemplo de puro milagro o hecho extraordinario que no comprendemos en la mayoría de las ocasiones. A eso llama el Beato jienense “milagro de la vida palpitante” porque es, en efecto, algo que está fuera de nuestra atribulada realidad y porque muestra el poder todo de Quien todo lo puede.
No conviene, pues, que miremos con ojos desencantados por el mundo. Aquello que es negativo o que está puesto para producir malestar espiritual debemos alejarnos de nosotros mismos porque no es bueno ni benéfico para nadie que el Mal acabe imponiendo su desesperanza a nuestros corazones. Al contrario ha de ser nuestro actuar: vencer con la fe la desazón y la falta de alegría que muestra, en muchas ocasiones, lo que a nuestro alrededor o en la lejanía pasa.
Si esto lo hacemos con pasmo y, entonces, admiramos lo que pasa y nos asombramos sin límite ante la donación de Dios a su semejanza podremos dejar, seguramente, suspendida la razón y colgada de un pensamiento gozoso de saberse hijos que aman a su Padre, transmiten, a sus hermanos, la hermosa locura de vivir e inoculan, en los corazones otros, el necesario agradecimiento a Quien, pudiendo haber hecho otra cosa, nos amó a pesar de nuestra infidelidad.
Y todo esto porque es posible que haya alguien que espere entrever, entre estas sílabas o en otras, el rastro franco de las huellas de Dios.
Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.
Eleuterio Fernández Guzmán
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