Llevar con orgullo la cruz
Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.
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Es posible que se pueda pensar que por estas tierras nada pasa al respecto de las noticias que, poco a poco, van llegando desde tierras, por ahora, inglesas. Al parecer se está en proceso de prohibir, si es que no se ha hecho ya, el hecho de portar una cruz en el lugar de trabajo. Y, aunque la noticia puede parecer una broma, no es menos cierto que hay personas que han sido despedidas por, precisamente, llevar una cruz en el lugar de trabajo.
Esto viene a resultas de lo que, recientemente, ha dicho el primado de la Iglesia católica en el Reino Unido, el cardenal Keith O’Brien, que se vio obligado, el pasado Domingo de Resurrección, en vistas de lo que está pasando, a decir a los fieles católicos que “lleven con orgullo un símbolo de la cruz de Cristo” y que lo hagan mientras, por ejemplo, trabajan y, por lo tanto, en sus actividades más ordinarias o comunes.
Lo que quiere el pastor inglés es que no se olvide que la cruz es algo más que un símbolo religioso y que, siéndolo, representa demasiado como para esconderlo no ya debajo del celemín sino en un cajón o en un bolsillo para que no se molesten los laicistas de turno.
¿Por qué es tan importante no hacer dejación de un derecho tan esencial como es el de llevar una cruz?
En primer lugar por no dejar paso a las corrientes sociales que pretenden marginalizar la religión e instaurar una sociedad donde lo políticamente correcto y el relativismo se conviertan en la moneda de cambio de uso común; en segundo lugar porque es un derecho tan elemental del cristiano, aquí católico, poder llevar una cruz que no afecta sólo a los fieles ingleses sino que, por fraternidad, nos corresponde a todos poner el grito, nunca mejor dicho, en el cielo ante tamaño intento de acallar lo que hasta las piedras pueden gritar.
A este respecto, Luis María Grignion de Monfort, en su obra “Carta a los Amigos de la Cruz” (en edición de Fundación Gratis Date) dice, en un momento determinado, al respecto, de los “dos bandos con los que a diario nos encontramos: el de Jesucristo y el del mundo” que
“A la derecha, el pequeño rebaño (Lc 12,32) que sigue a Jesucristo sólo sabe de lágrimas y penitencias, oraciones y desprecios del mundo. Entre sollozos, se oye una y otra vez: «suframos, lloremos, ayunemos, oremos, ocultémonos, humillémonos, empobrezcámonos, mortifiquémonos (+Jn 16,20). Pues el que no tiene el espíritu de Jesucristo, que es un espíritu de cruz, no es de Cristo (Rm 8,9), ya que los que son de Jesucristo han crucificado su carne con sus concupiscencias (Gál 5,24). O nos configuramos como imagen viva de Jesucristo (Rm 8,29) o nos condenamos. ¡Animo!, gritan, ¡valor! Si Dios está por nosotros, en nosotros y delante de nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”
Y en tal rebaño, que procura ser diezmado por el demonio en todas sus formas y tentaciones, nos encontramos aquellos que consideramos la cruz como una parte muy importante de nuestra vida como hijos de Dios. Por eso nos atenemos a lo escrito por el P. José María Iraburu en su “Cristianismo con cruz o sin ella.- y 2” (dentro de su serie publicada en InfoCatólica de título “La Cruz gloriosa“) cuando, en un momento determinado, y como colofón de lo mucho escrito al respecto por él, que es decisivo que
“Esté la cruz al cuello y sobre el pecho de los cristianos, sobre la cuna del niño, frente a la cama del matrimonio y del enfermo, guardándolos a todos como templos de Dios. Tenga la Cruz en las iglesias un lugar absolutamente central y privilegiado, y mejor si hay a sus pies un reclinatorio, como es tradición, invitando a rezarle. Esté la Cruz en las puertas, en los cruces de caminos, en las escuelas y aulas académicas, en los talleres, en lo alto de los montes, en las salas y claustros de nuestros conventos, culminando las torres de las iglesias.”
A esto bien se le puede llamar, se le llama, devoción a la cruz. Y no es ningún tipo de superchería o de cosa de poca importancia sino lo que, en verdad, da consistencia a la fe del cristiano. Es más, sin ella nuestra fe es vana porque tras la cruz llegó la resurrección.
Y bien sabemos que no tiene nada de vana sino de real y bien cierta.
Apoyemos, pues, con nuestra oración y con nuestra confianza infinita en Dios Padre Todopoderoso al sufriente pueblo cristiano inglés y no olvidemos eso de las barbas de nuestro vecino que, al verlas pelar nos impele a poner las nuestras a remojar.
Eleuterio Fernández Guzmán
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3 comentarios
En mi trabajo, en mi misma oficina, convivimos un católico, un egipcio musulman y varios agnosticos y ateos como yo y no hay problema alguno. Se trata de respetar los simbolos y costumbres de cada uno, el católico no le pone una cruz al musulman en su escritorio, el musulman no impide que los demas comamos jamón y ambos no hacen proselitismo de su fe al resto.
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EFG
Pero lo que pasa aquí es que se trata, precisamente, de no permitir que se lleve una cruz porque debe ofender a determinadas malas conciencias.
Y por eso de la existencia del respeto entre personas de diversas religiones no se debe prohibir que alguien pueda llevar un símbolo como una cruz.
El católico que lleve una cruz, insisto: pudiendo llevarlo sin comprometer la seguridad de su actividad laboral, no ofende. Es la otra persona la que se ofende y la que tiene el problema. Al igual que si un católico se ofende si un satanista lleva la misma cruz invertida. Prohibir lo uno y lo otro me parece un absurdo completo.
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EFG
Pues yo podría hacer lo mismo porque la cruz que está en mi misma Parroquia situada en el retablo es, precisamente, una cruz invertida en honor de San Pedro.
En efecto... ¡Qué cosas!
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