Un amigo de Lolo - El hombre y la luz de Dios
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Presentación
Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.
Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.
El hombre y la luz de Dios
Estamos hechos de materia. Eso cualquiera puede atestiguarlo con tan sólo mirarse a sí mismo y cerciorarse de que su cuerpo es más o menos sólido. Pero también estamos hechos de espíritu.
El espíritu nos colma desde que somos bautizados o desde que Dios nos crea cuando, al hacer lo propio con el alma nos pone el poder conocerle por encima de todas las cosas y el querer aceptarlo como lo mejor que pueda pasarnos.
En nuestra vida cotidiana nos vemos a nosotros mismos, a veces, como a unos extraños que no saben dónde está su destino. Hemos olvidado, muchas veces, lo que Dios quiere para nosotros porque bien nunca hemos sido capaces de escuchar lo que nos dice el Padre o bien si lo hemos escuchado no lo hemos tenido en cuenta porque nos propone algo que no queremos llevar a cabo.
Y todo esto lo pone, ante nosotros, la luz de Dios.
La luz de la que el Creador nos surte ilumina el camino que seguimos hacia su definitivo Reino. Con ella nuestras ilusiones se ven mejor, nuestras luchas tienen sentido y nuestro proceder se incardina donde tiene que arraigar y que no es en otro espacio espiritual que el corazón.
No quiere decir, tal realidad, que nos pesen y nos abrumen las preocupaciones. Como compañeras de nuestra vida nos sirven para darnos cuenta de que estamos vivos y, por eso mismo, para tener bien seguro el hecho de que, cuando Dios quiera, nos encaminaremos a la Casa de donde ya no se vuelve y donde somos llamados para dar cuenta de nuestra vida y de nuestro proceder. Por eso conviene no obviar la luz de Dios y por eso mismo es tan importante darse cuenta de cuál es el espacio en el que la misma nos induce a ser buenos y mejores con el prójimo y, así, con Dios mismo.
Con la luz de Dios nos hacemos dependientes, obligados adoradores del cielo que nos espera, de la vida eterna que, gracias a la entrega de Jesucristo, nos ganó el Hijo para sus hijos. Y aceptándola, por encima de sinsabores y malos momentos, nos permite sabernos entre los que dijeron sí cuando podían haber dicho no.
Y es esperanza. La luz de Dios nos aleja de la desazón de no saber qué ni saber cuándo porque la divina Providencia del Creador sabe lo que nos conviene y, sobre todo, lo que nos va a convenir. Y no nos permite entrar en el túnel obscuro de la desesperanza, con sus trampas espirituales y sus falsas verdades que no nos conforman sino que nos hacen mirar, con exceso, a la fosa de la que el salmista tanto escribió.
Y la cruz. También la cruz es parte de la luz de Dios. Y aceptarla nuestra mejor decisión como hijos y como herederos de su Reino.
Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.
Eleuterio Fernández Guzmán
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1 comentario
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EFG
Pues muestra hasta dónde un hijo de Dios que se sabe hijo de Dios puede soportar lo que le pase en la seguridad de que le espera la vida eterna que dura para siempre, siempre, siempre.
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