Serie Adviento - 4º domingo (18 de diciembre de 2011): María, actitudes suyas que seguir
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Tradicional y litúrgicamente se ha dedicado el último domingo de Adviento, el 4º, a la persona que, dando su sí ante Gabriel, supo manifestar una humildad y un amor digno de su propia causa.
No extraña que así se haga porque, ciertamente, a las puertas de recordar el nacimiento del Hijo de Dios, que la Madre del Creador sea a quien se dedique el recuerdo, entra dentro del más puro sentimiento humano.
Si seguimos al evangelista que fuera médico, como hemos estado haciendo las dos últimas semanas, podemos darnos cuenta de que María, ante la comunicación del Enviado de Dios, no se queda en su casa a la espera del nacimiento de su hijo. Muy al contrario, “se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel”.
Así lo recoge san Lucas en 1, 39-40. Y no dice poco.
Casi como un resorte y pensando, seguramente, en la situación por la que estaba pasando Isabel, prima suya, a la que llamaban estéril, presta se dispuso a acudir en su ayuda. Manifestó, así, una disposición a la entrega que, luego, perfeccionaría a lo largo de su vida.
Así sirvió y, como tal servicio, se presentó como quien, a pesar de ser la Madre de Dios, se sabía servidora. Y tal actitud no podemos olvidarla porque debería marcar nuestras propias vidas.
Pero no sólo sucedió aquello en aquel momento de la salvación de la humanidad.
A Isabel se le debió comunicar algo más de lo que aparece en las Sagradas Escrituras porque, como bien es sabido, en aquellos tiempos no existían ciertos medios de comunicación como de los que de hoy disponemos y era difícil que tuviera conocimiento, de otra forma que no fuera divina, del hecho del embarazo de su prima María. No pudo llegarle ningún correo electrónico ni ninguna postal que dijera: “Soy María, estoy embarazada por intervención del Espíritu Santo. Voy para ayudarte”
Entonces, en aquel preciso momento “Otro” habló por ella: “quedó llena de Espíritu Santo”, dice san Lucas en 1, 41b y, como más tarde dijera quien iba a nacer, “Porque no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu Santo” (Mc 13,11), fue, digamos, Quien hizo proclamar bendita a María por parte de Isabel.
Otra cosa no podemos pensar cuando le dice “¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lc 1,43)
Pero Isabel dice algo más. No le basta con alegrarse de la llegara de María sino que dice de ella varias cosas de no poca importancia:
-La proclama bendita entre el resto de mujeres.
-Proclama bendita a la criatura que lleva en su seno María.
-Le atribuye, en grado sumo, la fe.
Por eso ha de nacer Cristo: para que se cumplan “las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Lc 1, 45) a María.
¿Qué era lo que Dios había dicho, a través, de Gabriel, a María?
Pues varias cosas que recoge san Lucas, también, entre los versículos 31 al 33 del primer capítulo de su Evangelio:
-Iba a concebir en su seno y dar a luz un hijo.
-Le pondría el nombre de Jesús.
-Aquella criatura sería grande y se le llamaría “Hijo del Altísimo”.
-Dios le dará, a aquella criatura que iba a nacer, “el trono de David” que es, además, por ascendencia espiritual, su padre.
-Iba a reinar, aquella criatura, sobre sus antepasados.
-El reino de aquella criatura que iba a nacer “no tendría fin”.
Y todo aquello se iba a cumplir porque María había afirmado, con su voluntad, seguir la de Dios. Y ser, entonces, consecuente con lo que eso suponía en su vida.
Entonces: entrega, amor, sometimiento a Dios, servicio a quien lo necesita, humildad, sencillez… parecen virtudes más que suficientes como para que sea, precisamente, la persona que abra el verdadero tiempo de Navidad porque a punto está, ya, de venir el Salvador.
Otra vez y siempre.
Eleuterio Fernández Guzmán
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