Los obispos mudos
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Como suele ser costumbre cada vez que el Gobierno de turno convoca unas elecciones generales, la Conferencia Episcopal Española o, como suele decirse, los obispos, han dicho, en una “Nota ante las elecciones de 2011“, lo que han tenido por oportuno decir y que es que, en general, no se vote a las opciones políticas de cuyos programas (o, pienso yo, acciones) se pueda deducir que, de votarlos, se va a actuar contra la doctrina católica. Y en eso no hay nada de extraño porque para eso son pastores y, por eso mismo, tienen que conducir a su rebaño por el camino recto hacia el definitivo Reino de Dios.
Pero esto a algunas personas, amigas de sí mismas pero no de la libertad ajena, no les gusta mucho y manifiestan su animadversión hacia lo que los obispos han dicho que, por cierto, no es nada del otro mundo sino, más bien, de éste pues no se trata de unas elecciones para ganar la eternidad sino, al contrario, para bien aferrarse al mundo y esto hay que tratar de adecuarlo a una forma, digamos, sobrenatural del actuar.
Extraña, por ejemplo, que los obispos digan que “Es necesario tutelar el derecho de los españoles a ser tratados por la ley como esposo y esposa, en un matrimonio estable, que no quede a disposición de la voluntad de las partes ni, menos aún, de una sola de las partes. Son también peligrosos y nocivos para el bien común ordenamientos legales que no reconocen al matrimonio en su ser propio y específico, en cuanto unión firme de un varón y una mujer ordenada al bien de los esposos y de los hijos” porque parece que no se comprende que el gaymonio no ha sido más que la concesión al capricho de un grupo de presión bastante definido y que otorgaba una cantidad de votos (verdaderamente ridícula, por cierto) al partido, hasta ahora, en el poder, el socialista. Por tanto, tal decisión de aprobar el imposible matrimonio entre personas del mismo sexo sólo ha podido tener un interés ideológico y de ingeniería social.
Extraña, por ejemplo, que los obispos digan que se “debe evitar imposiciones ideológicas que lesionen el derecho de los padres a elegir la educación filosófica, moral y religiosa que deseen para sus hijos. En cambio, ha de ser facilitada la justa iniciativa social en este campo” porque parece que es difícil que se entienda, desde opciones políticas totalitarias, que el derecho de los padres a hacer lo que dicen los obispos es un derecho inalienable porque se refiere a derechos que lo son.
Extraña, también, que los obispos digan que “no se podría hablar de decisiones políticas morales o inmorales, justas o injustas, si el criterio exclusivo o determinante para su calificación fuera el del éxito electoral o el del beneficio material” porque “Las decisiones políticas deben ser morales y justas, no sólo consensuadas o eficaces; por tanto, deben fundamentarse en la razón acorde con la naturaleza del ser humano. No es cierto que las disposiciones legales sean siempre morales y justas por el mero hecho de que emanen de organismos políticamente legítimos” porque parece que es difícil comprender que no basta ganar unas elecciones para hacer de su capa un sayo y, porque, en definitiva, no todo puede estar cubierto por el la urna y la papeleta. Todo no.
Pero, seguramente, lo que más molesta porque es la base de todo lo que han dicho los obispos de aquí y de cualquiera que se precie de ser católico es que digan, los mismos, que “Nosotros hacemos nuestras consideraciones desde ese horizonte de los fundamentos prepolíticos del derecho” porque, en realidad, se trata de que existe una Ley Natural que está por encima de la Ley positiva pero en el sentido según el cual la segunda ha de estar inspirada en la primera. Y es así de sencillo y así de fácil de entender y así de criticado por aquellos que entienden que sólo puede ser fundamento de la norma las decisiones puramente humanas sin tener en cuenta lo que, de verdad, importa y que no es otra cosa que la voluntad de Dios, Creador y, digamos, sostenedor de su creación.
En realidad, lo que subyace aquí es una voluntad clara y que consiste en hacer lo posible para que los obispos, pastores de la grey de Dios, no digan lo que piensan y que permanezcan mudos ante los tejemanejes del poder establecido siendo, además, como es el que es manipulador hasta la náusea y hasta todos los extremos más extremosos de lo cual, por cierto, ha dado más de un ejemplo. Y lo mejor para que no haya testigos incómodos es que los mismos hagan como si no viesen nada y callen ante lo que pasa. Mudez que sería pura complicidad y ayuda a quien tanto daño ha hecho.
Pero eso, para quien se dice demócrata sólo es cuestión de circunstancias, de conveniencias, de comportamientos políticamente correctos y de relativismos en acción. Vamos, del mundo más mundano y más del siglo.
Y es que, además, dice más de uno que esto es el voto “anti” de los obispos como si los mismos pudiesen hacer otra cosa que lo que hacen. Y no pueden ni deben mientras que otros, sin embargo, pueden y dicen lo que les viene en gana zahiriendo el derecho ajeno.
¡Demócratas, que son unos demócratas… de salón!
Eleuterio Fernández Guzmán
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4 comentarios
Es más fácil decir que la Iglesia condena el aborto ,la eutanasia,las prácticas eugenésicas etc así formulado está en negativo, pero es que no debería existir ley que aprobase esto,ya que son leyes injustas y algunas muy inmorales. Y Juan pablo II en Evangelio vitae habla de no darles el voto.A mí también me gusta decir que se respete la ley natural,pero si esto no es suficientemente claro, habrá que explicitar lo que es un mal grave para el bien común.
Los fieles piden condena explicita de la ley o de su justificación.
Por si acaso voy a dejar de votar, ya que entiendo que "hacer voto" significa poner mi confianza, depositar mi esperanza en personas que no comparten y con las que no comparto la misma fe ni moral. Por tanto, como los colegios de obispos (y aunque tampoco todos los obispos sean buenos, aunque tienen el don de autoridad) como los obispos no se presentan a las elecciones, pues entonces yo tampoco me presento a los colegios electorales. No juzgo ni condeno a quien vote o salga elegido por las urnas (tumbas blanqueadas y hasta transparentes) sino que acataré la voluntad de la mayoría, aunque vaya contra la mía, del mismo modo que acato el juicio de Dios sobre mí aunque esto me acarree mi justa penitencia, en pago por mis pecados. No me avergüenzo de Cristo. Me avergüenzo de los que se avergüenzan de Cristo por sus pecados, y de mí mismo por los míos. No tengo nada que ver con el pecado. Como signo de mi amor a Jesús sobre todas las personas y cosas, a quienes no odio, renuncio a mis amores o preferencias por otras personas e ideas si no son las de Jesús. Por amor y confianza en Jesús libremente me someto a la ley y justicia humanas. Hago el propósito de no defenderme a mí mismo, no a mi vida, más o antes de la defensa de la Fe, Esperanza y Caridad en Dios, pues mi vida sólo la defiende y salva este Dios de mi Iglesia Católica, Jesús el Mesías al que espero ver llegar pronto.
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