En los altares - San Pancracio
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En Asia Menor, en concreto en Frigia, nació Pancracio. Sus padres eran nobles pero no cristianos y, en concreto, su padre de nombre Cleonio, era conocido del emperador Diocleciano.
Quedó huérfano de padre a los siete años y marchó a vivir con Dionisio, hermano de su padre y, por tanto, tío suyo. El ejemplo de vida de su pariente fue modélico para el joven y, juntos, se trasladaron a Roma cuando Pancracio tenía 10 años de edad.
Como los caminos por los que el Señor nos llama son desconocidos por nosotros y por cualquiera nos puede llegar la evangelización y el conocimiento del Reino de Dios y de su salvación, fue un criado cristiano de Pancracio y Dionisia el que les llevó la Palabra del Creador y les acercó a su Sabiduría.
Se convirtieron y el servidor ayudó a que ellos vinieran a ser, también, servidores del prójimo y pasaran a formar parte del pueblo mártir cristiano que, en aquellos tiempos, sufría la nueva persecución de la pagana Roma con su emperador a la cabeza.
Los efectos del bautismo fueron inmediatos: se desprendieron de muchos de sus bienes y los entregaron a los más necesitados.
Además, aquel criado que les ayudó a descubrir a Dios los puso en contacto con el Santo Padre.
Pero el Mal escucha a mucha distancia y no tardó Diocleciano en tener conocimiento de la conversión de Pancracio y Dionisio y ni corto ni perezoso (para lo malo) hizo llamar a Pancracio cuyo padre, según hemos dicho arriba, era conocido del emperador y extrañar, a lo mejor, que de un padre pagano pudiese salir alguien cristiano.
Es de suponer que Diocleciano quisiera que renegase Pancracio de su fe y que le ofreciese bienes mundanos y otras dádivas para que tal cosa hiciese. Contaba, a lo mejor, con el hecho de que en su vida el joven, de 14 o 15 años entonces, no había sido siempre cristiano y que el poco tiempo que llevaba de serlo podía hacerle pensar otra cosa distinta a la decisión que había tomado. Ignoraba el emperador que la Fe, cuando arraiga en el corazón de un hijo de Dios que busca al Padre, es difícil de erradicar… ni siquiera, menos si el arraigo ha sido profundo, por la fuerza.
Pancracio resistió las acometidas de tan gran perseguidor de los discípulos de Cristo y se negó a renunciar a su fe. El resultado de tal negativa es el conocido y no fue otro que la sentencia de muerte decretada por Diocleciano.
Le cortaron la cabeza en la Vía Aurelia un 12 de mayo del año 305 no sin antes dejar de dar gracias a sus verdugos porque comprendía, a la perfección, que le estaban acortando el tiempo de encontrarse con Dios. Y murió, mártir, aquel joven cristiano que supo mantenerse fiel a pesar de los pesares y cumpliendo aquello que recogiera san Lucas en los Hechos de los Apóstoles (6,41) y que no era otra cosa que “En su corazón había una gran alegría, por haber podido sufrir humillaciones por amor a Jesucristo“. Era el año de Nuestro Señor Jesucristo de 304.
Abrazó la palma del martirio y entró, con ella, en el definitivo Reino de Dios.
Algo, sin embargo, sería muy importante conocer y llevar a la práctica con relación a San Pancracio. Y es lo que sigue.
A San Pancracio se le tiene como santo muy dado a conseguir ciertos bienes materiales a los creyentes. Así se le suele situar en las casas particulares, e incluso en los negocios, y se le acompaña de alguna moneda o de una ramita de perejil. Se actúa así con el santo y se le tiene como a alguien estático con el que se pretende obtener algún tipo de beneficio mundano.
Sin embargo, ni este santo ni ningún otro (pero, ahora, nos referimos a San Pancracio) debería ser utilizado de forma materialista porque, por ejemplo, lo primero que hizo el joven Pancracio fue desprenderse de sus bienes cuando fue bautizado. No buscó riquezas. Pero sí nos puede servir como ejemplo de fidelidad a Dios y de entrega a los demás. Supo morir como un mártir y eso es bastante más importante que el hecho de que se pretenda hacer de él alguien que consigue bienes o que facilita alcanzarlos con sólo rezarle o dejarlo en determinado lugar como si eso atrajese la riqueza porque, además, San Pancracio protege contra el perjurio y el falso testimonio y tal forma de proceder sí es verdaderamente santa.
Valga, pues la siguientes oración para encomendarnos a tan joven mártir.
“Glorioso mártir de Jesucristo, amable protector mío, San Pancracio, ya que el Señor escucha tan favorablemente tus ruegos, ayudando espiritual y temporalmente a los que piden sus gracias por tu intercesión, atiende la petición que, con humilde confianza en la bondad de Dios y apoyado en tu poderoso valimiento, elevo al cielo en mi presente necesidad.
(Aquí hágase la petición que se desea conseguir del Santo.)
Ya que tu grande amor a Dios te animó a ofrecer la vida en testimonio de la fe, obtén para mí este mismo amor y esta fortaleza en la práctica y en la confesión de la fe.
Para alcanzar tu continua protección sobre mí y sobre mi familia, te ofrezco ser fiel en el cumplimiento de la ley de Dios y en los deberes de mi estado, y procuraré agradarte con la frecuente recepción de los santos Sacramentos. Sirviendo a Dios y ayudado por ti, espero gozar de tu compañía en el cielo. Amén.”
Eleuterio Fernández Guzmán
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