Serie José María Iraburu - 12- Gracia y virtudes (Spin-off de “Por obra del Espíritu Santo”)

La gracia es un estado de vida, de vida
sobrenatural recibida gratuitamente de Dios

Gracia y Virtudes (G.-v.)
José María Iraburu

Algo que clarificar

Padre Irabubu

El número anterior de la serie dedicada al P. Iraburu tenía como causa del mismo el libro “Por obra del Espíritu Santo”. Pues bien, por considerar especialmente importante el tema de la Gracia hemos decidido “extraer” del análisis anterior el mismo para que sea tratado en artículo aparte. Eso es lo que vamos a hacer. Por eso lo de “Spin off” que es la técnica de dar, digamos, vida propia, a lo que forma parte de un conjunto mayor.

Gracia

Cuando hablamos de “gracia” se nos representa como una especie, digamos, de favor, que Dios hace a su creación y a partir de la cual se puede alcanzar un conocimiento espiritual de la realidad no desdeñable ni poco importante.

Sin embargo, el P. Iraburu nos dice que, por ejemplo, “La palabra griega jaris, traducida al latín por gratia, es la que en el Nuevo Testamento significa con más frecuencia ese amor gratuito y misericordioso de Dios hacia los hombres, que se nos ha manifestado y comunicado en Jesucristo” (1).

Entonces… ¿Cómo podemos entender la gracia?

Dice José María Iraburu que “es también un estado de vida, de vida sobrenatural recibida gratuitamente de Dios” (2) y que “por ella el Padre nos ha hecho ‘gratos a su Amado’ (Ef 2,6; +2Cor 8,9)” (3).

Además, “es también una energía divina que ilumina y mueve poderosamente al hombre” (4). Y “Por ella podemos negar el pecado del mundo y vivir santamente (Tit 2,11-13). Por ella Cristo nos asiste, comunicándonos sobreabundantemente su Espíritu (Jn 10,10; 15,5; 20,22; Rm 5,20; Ef 1,8; Flp 4,19). La gracia conforta nuestra debilidad (2Cor 12,9-10; Flp 4,13). Y ella es también una energía estable que potencia concretamente para ciertas misiones y ministerios (Rm 1,5; 1Cor 12,1-11; Ef 4,7-12)” (5).

Así, de lo que aquí queda dicho acerca de la revelación que de la Escritura Santa se deduce al respecto de la gracia se establece la llamada “teología de la gracia santificante y de las gracias actuales” (6) que determina, por ejemplo, que “La gracia increada es Dios mismo, uno y trino” (7). Sin embargo, la “gracia creada, en cambio, es un don creado, físico, permanente, que Dios nos concede, y que sobrenaturaliza nuestra naturaleza humana. La gracia increada, Dios en nosotros, es siempre la fuente única de la gracia creada; y sin ésta, la inhabitación de las Personas divinas en nosotros es imposible” (8), que “La gracia divina es vida en Cristo” (9) y que, por último la “gracia es vida en el Espíritu Santo, que, efectivamente, es ‘Señor y dados de vida’” (10).

Pero, además, “La gracia nos hace hijos de Dios” (11) y “nos hace capaces de mérito” (12) que viene a querer decir que “Actos meritorios, saludables o salvíficos, son aquellos que el hombre realiza bajo el influjo de la gracia de Dios, y que por eso mismo son gratos a Dios. Los actos buenos del pecador son imperfectamente salvíficos, y le disponen a recibir la gracia santificante. Pero los actos hechos por el hombre que está en gracia de Dios, merecen premio de vida eterna” (13).

Por lo tanto, y por terminar como empezamos, “la gracia, pues, es un don divino, gratuitamente infundido por Dios en el alma del hombre” (14)

Naturaleza de la gracia

¿Qué naturaleza tiene la gracia?

La que sigue:

“La gracia es un don creado, por el que Dios sana y eleva al hombre a una vida sobrenatural. La gracia, en efecto, es un don creado, sobrenaturalmente producido por Dios en el hombre, y es un don distinto de las Personas divinas que habitan en el justo -gracia increada-.

Este don divino, al mismo tiempo que es gracia sanante, que cura al hombre del pecado, es también elevante, pues produce en el hombre un cambio cualitativo y ascendente, un paso de la vida meramente natural a la sobrenatural. Implica, pues, un cambio no sólo en el obrar, sino antes y también en el ser. El hombre viene a ser por la gracia realmente una «nueva criatura» (2Cor 5,17; Gál 6,15)
” (15).

Y, como muchas en otras ocasiones hace el P. Iraburu, y siendo fiel a su práctica de señalar la verdadera doctrina como fuente de su pensamiento y escritura, trae a colación un texto de Santo Tomás de Aquino que no me resisto a traer aquí. Viene referido a lo que produce, en el hombre, el “amor divino de la gracia” (16). Y dice lo siguiente:

“El amor de ‘la voluntad humana se mueve por el bien que preexiste en las cosas; de ahí que el amor del hombre no produce totalmente la bondad de la cosa, sino que la presupone en parte o en todo’. Y por eso el hombre ama las cosas en la medida en que aprecia el bien en ellas.

En cambio, ‘de cualquier acto del amor de Dios se sigue un bien causado en la criatura’. Es, pues, el amor de Dios un amor-productivo, que causa el bien en lo que ama. Ahora bien, en Dios
-‘hay un amor común [el de la creación], por el que “ama todo lo que existe” (Sab 11,25), y en razón de ese amor da Dios el ser natural a las cosas creadas’.

-‘Y hay también en él otro amor especial [el de la gracia], por el que levanta la criatura racional por encima de su naturaleza, para que participe en el bien divino. Cuando se dice simplemente que Dios ama a alguien, nos referimos a esta clase de amor, pues en él Dios puramente quiere para la criatura el Bien eterno, que es él mismo. Así pues, al decir que el hombre posee la gracia de Dios, decimos que hay en el hombre algo sobrenatural procedente de Dios’ (STh I-II,110, 1)
” (17).

Por lo tanto, la “gracia santificante es inherente al alma, y renueva de verdad al hombre interiormente, destruyendo en él todo el mal del pecado” (18)

Gracias actuales

Por otra parte, “las gracias actuales son auxilios sobrenaturales del Espíritu Santo, que iluminan el entendimiento y mueven la voluntad del hombre. Son, pues, cualidades fluidas y transeúntes causadas por el Dios en las potencias humanas, para que obren algo en orden a la vida eterna” (19). Esto, lo que quiere decir es que, en nuestra vida, hacemos el bien y el bien que hacemos lo hacemos “con el auxilio de la gracia divina actual. Dicho en forma de tesis: la previa moción de la gracia actual es absolutamente necesaria para todo acto de una virtud infusa o de un don del Espíritu Santo” (20).

Virtudes

Tenemos, como hemos dicho, por un lado, la “gracia”. De ella “fluyen a las potencias del alma ciertas perfecciones [operativas] que llamamos virtudes y dones. Y de este modo las potencias se perfeccionan en orden a sus actos» sobrenaturales (STh III,62, 2)” (21).

Es problemático, al respecto de lo que la gracia santificante hace en el ser humano creado por Dios, que se pueda pensar que, por lo tanto, de nada sirven las virtudes al concurrir la citada gracia. A esto, dice el P. Iraburu, responde Santo Tomás de Aquino diciendo que “No es conveniente que Dios provea en menor grado a los que ama para comunicarles el bien sobrenatural, que a las criaturas a las que sólo comunica el bien natural. Ahora bien, a las criaturas naturales las provee de tal manera que no se limita a moverlas a los actos naturales, sino que también les facilita ciertas formas y virtudes, que son principios de actos, para que por ellas se inclinen a aquel movimiento; y de esta forma, los actos a que son movidas por Dios se hacen connaturales y fáciles a esas criaturas. Con mucha mayor razón, pues, infunde a aquellos que mueve a conseguir el bien sobrenatural y eterno ciertas formas o cualidades sobrenaturales [virtudes y dones] para que, según ellas, sean movidos por él suave y prontamente a la consecución de ese bien eterno (STh I-II,110,2)” (22).

Por eso, precisamente, se hace necesaria la presencia de las virtudes y dones. Esto pretende ser demostrado por José María Iraburu con el siguiente ejemplo:

Un hombre, amaestrando a su perro, puede enseñarle a realizar algunas acciones semejantes a los actos humanos -dar la mano, abrir una puerta, llevar un paquete a un lugar, etc.-; pero en realidad estos movimientos no serán sino actos animales. Para que el perro pudiera realizar actos humanos tendría que recibir una participación en el espíritu del hombre. Sólo si se le infundieran las potencias del entendimiento y de la voluntad, vendría a hacerse capaz de producir esos actos humanos. Y sólo entonces, habiendo recibido esa elevación ontológica y operativa, podría llegar a tener una verdadera amistad con su dueño” (23)

Partimos, pues, de la necesidad de las virtudes.

En materia de virtudes también se puede distinguir entre las que son “sobrenaturales, infusas” (24) de las “virtudes naturales” (25). Son, pues, distintas. Y tal distinción la concreta el P. Iraburu, así:

“1.-Las virtudes naturales pueden ser adquiridas por ejercicios meramente naturales, mientras que las sobrenaturales han de ser infundidas por Dios.

2.-La regla de las virtudes naturales es la razón natural, la conformidad con el fin natural; mientras que las virtudes sobrenaturales se rigen por la fe, y su norma es la conformidad con el fin sobrenatural.

3.-La virtud natural, por otra parte, no da la potencia para obrar, pues ya la facultad humana la posee por sí misma; lo que da es la facilidad para obrar el objeto propio de tal virtud. Por el contrario, las virtudes sobrenaturales dan la potencia para obrar, y con ella da normalmente la facilidad; pero no necesariamente. Puede darse en alguien el hábito de una virtud infusa realmente, sin que, por causas ajenas a ella, tenga facilidad para su ejercicio (STh I-II, 65,3 ad2m)”
(26).

Pero también existe una distinción entre dos tipos de virtudes que son, a saber, las teologales y las morales.

De las primeras dice el P. Iraburu, que “son potencias operativas por las que el hombre se ordena inmediatamente a Dios, como a su fin último sobrenatural. Dios es en ellas objeto, causa, motivo, fin” (27). Y son, las mismas, la fe, la esperanza y la caridad.

Por un lado “La fe cree, y creer es «acto del entendimiento, que asiente a las verdades divinas bajo el impulso de la voluntad, movida por la gracia de Dios» (STh II-II,2,9; +Vat.I 1870: Dz 1789/3008)” (28).

Por otro lado, “La esperanza es una virtud teologal, infundida por Dios en la voluntad, por la que confiamos con plena certeza alcanzar la vida eterna y los medios necesarios para llegar a ella, apoyados en el auxilio omnipotente de Dios” (29).

Por último, “La caridad, en fin, es una virtud teologal infundida por Dios en la voluntad, por la cual amamos a Dios con todo el corazón y al prójimo como a nosotros mismos (Mt 22,37-39)” (30).

De las segundas, las morales, dice el P. Iraburu que son “hábitos operativos infundidos por Dios en las potencias del hombre, para que todos los actos cuyo objeto no es Dios mismo, se vean iluminados por la fe y movidos por la caridad, de modo que se ordenen siempre a Dios” (31).

Hay que tener, al respecto de las virtudes morales, que “no tienen por objeto inmediato al mismo Dios (fin), sino al bien honesto (medio), que conduce a Dios y de él procede, pero que es distinto de Dios” (32).

A pesar de ser muchas virtudes morales que son infundidas por Dios, se ha dado en entender que son cuatro las principales de ellas que son, a saber, las virtudes cardinales de la templanza, la prudencia, la justicia y la fortaleza. Además, “estas cuatro virtudes regulan el ejercicio de todas las demás” (33).

Así, “-la prudencia rige la actividad de la razón, asegurándola en la verdad y librándola del error y de la ignorancia culpable;

-la justicia fortalece la voluntad en el bien, venciendo así toda malicia;

-la fortaleza asiste a la sensualidad irascible, es decir, el apetito que pretende valientemente el bien sensible arduo y difícil (STh I,81,1-2), protegiéndola de la debilidad nociva; y

-la templanza regula la sensualidad concupiscible, liberándola de los excesos o defectos de una inclinación sensible desordenada”
(34).

Por otra parte, y extendiendo lo dicho por José María Iraburu, dice el autor de “Por obra del Espíritu Santo” que “La prudencia es una virtud que Dios infunde en el entendimiento práctico para que, a la luz de la fe, discierna y mande en cada caso concreto qué debe hacerse u omitirse en orden al fin último sobrenatural. Ella decide los medios mejores para un fin. Es la más preciosa de todas las virtudes morales, ya que debe guiar el ejercicio de todas ellas, e incluso la actividad concreta de las virtudes teologales” (35), que “La justicia es una virtud sobrenatural por la que Dios infunde a la voluntad la inclinación constante y firme de dar a cada uno lo que en derecho es suyo (STh II-II, 58, 1)” (36), que “La fortaleza es una virtud infundida por Dios en el apetito irascible, vigorizándole para que no desista de procurar el bien arduo, ni siquiera por los mayores peligros” (37) y, por último, que “La templanza es una virtud sobrenatural infundida por Dios en el apetito concupiscible para moderar su inclinación a los placeres” (38).

Y, ya, para terminar, y para que se comprenda la verdadera naturaleza de las virtudes morales, el P. Iraburu dice que “Las cuatro virtudes morales son ‘espíritus’ infundidos en las potencias del hombre por obra del Espíritu Santo” (39). Y siendo las mismas la razón, la voluntad, el apetito irascible y concuspicible se entiende que liberen, las virtudes morales, de las “cuatro enfermedades que a causa del pecado sufren” (40).

NOTAS
(1) “Por obra del Espíritu Santo”(O.-E.S.) Gracia y virtudes (G.-v.), p. 31.
(2) Ídem nota anterior.
(3) Ídem nota 1.
(4) Ídem nota 1.
(5) O.-E.S.G.-v. p. 31-32.
(6) O.-E.S.G.-v. p. 32.
(7) Ídem nota anterior.
(8) Ídem nota 6. Acerca de la inhabitación, nos remitimos al apartado “El Espíritu Santo y los cristianos” de “Por obra del Espíritu Santo”.
(9) Ídem nota 6.
(10) Ídem nota 6.
(11) Ídem nota 6.
(12) O.-E.S.G.-v. p. 33.
(13) Ídem nota anterior.
(14) Ídem nota 12.
(15) Ídem nota 12.
(16) Ídem nota 12.
(17) O.-E.S.G.-v. p. 33-34.
(18) O.-E.S.G.-v. p. 34.
(19) Ídem nota anterior.
(20) Ídem nota 18.
(21) Ídem nota 18.
(22) O.-E.S.G.-v. p. 35.
(23) Ídem nota anterior.
(24) O.-E.S.G.-v. p. 36.
(25) Ídem nota anterior.
(26) Ídem nota 24.
(27) Ídem nota 24.
(28) Ídem nota 24.
(29) Ídem nota 24.
(30) Ídem nota 24.
(31) O.-E.S.G.-v. p. 37.
(32) Ídem nota anterior.
(33) Ídem nota 31.
(34) Ídem nota 31.
(35) Ídem nota 31.
(36) Ídem nota 31.
(37) O.-E.S.G.-v. p. 38.
(38) Ídem nota anterior.
(39) Ídem nota 37.
(40) O.-E.S.G.-v. p. 37.

Eleuterio Fernández Guzmán

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3 comentarios

  
Ricardo de Argentina
"El perro es el mejor amigo del hombre", reza un dicho popular.
Pero vemos que no es así. Primero porque el perro no puede ser "amigo" del hombre, no puede protagonizar una verdadera amistad, como aquí bien se explica.
Pero y por sobre todo, que el mejor amigo del hombre es Jesucristo, quien tuvo la infinita deferencia de llamarnos sus amigos.

Y es buena la ocasión para defenestrar a otro refrán perruno de la peor catadura que dice: "Cuando más conozco a los hombres, más quiero a mi perro". Suponiéndose que esa persona se ha desengañado de sus semejantes. Pero un cristiano jamás puede caer en esta postración tan canina. A lo sumo dirá: "Cuanto más conozco a los hombres, más me acerco a Dios". O "...más amo a Dios".
18/06/11 2:04 AM
  
rastri
-El Espíritu Santo se infunde, se derrama como desde un profundo interno menor cúbico hacia un externo mayor del ser infundido. Y en este invadir el alma de la gracia de vida, el agradable sentimiento de seguridad que invade al invadido.

-Este ejemplo de infusión evangélico se nos presenta cuándo y cómo Jesús se transfigura en el monte Tabor.
18/06/11 1:33 PM
  
María
San Pablo nos dijo´que JESUCRISTO nos animó a esperar todo favor de Sus Méritos y toda Gracia.
Y he aquí cómo nos enseñó la manera de obtener todo cuanto queramos de Su Eterno Padre.
"Todo cuanto deseéis, pedidlo a mi Padre en Mi Nombre ....y os prometo que sereis escuchados.
San Pablo nos dijo : que ninguna GRACIA ha sido exceptuada. ...ni el perdón, ni la persevrancia, ni la Gloria del Paraiso...TODO TODO nos lo ha dado...Pero hace falta que se lo pidamos .
Por lo cual cuando Jesús entra en un Alma por la Comunión....lleva consigo TESOROS INMENSOS DE GRACIA
18/06/11 4:54 PM

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