Entre la luz y la tiniebla - La imposible discusión sobre el valor de la vida
El espacio espiritual que existe entre lo que se ve y lo que no se ve, entre la luz que ilumina nuestro paso y aquello que es oscuro y no nos deja ver el fin del camino, existe un espacio que ora nos conduce a la luz ora a la tiniebla. Según, entonces, manifestemos nuestra querencia a la fe o al mundo, tal espacio se ensanchará hacia uno u otro lado de nuestro ordinario devenir. Por eso en tal espacio, entre la luz y la tiniebla, podemos ser de Dios o del mundo.
La imposible discusión sobre el valor de la vida
En un momento muy difícil de su vida física, Jesucristo dijo, refiriéndose a los que le estaban dando muerte de cruz “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen”. Así lo recoge el médico evangelista Lucas en el versículo 34 del capítulo 23 de su evangelio.
Sentía, Cristo, que tenía que cumplir con la voluntad de Dios que no era, como podría pensarse, que su Hijo muriera de aquella muerte infamante sino que perdonara y mostrara misericordia. Así, además, nos ganó la salvación.
Existe un tema acerca del cual existe la tentación de discutir. Y no es que la discusión, en general, sea mala recomendación ni que se deba impedir desde una posición católica. El caso es que, sin embargo, sobre el valor de la vida no debería intentarse un consenso.
Dice san Josemaría en “Surco” (137), refiriéndose al hecho de poder sentirse tentado, “No dialogues con la tentación. Déjame que te lo repita: ten la valentía de huir; y la reciedumbre de no manosear tu debilidad, pensando hasta dónde podrías llegar. ¡Corta, sin concesiones!”
Decimos esto porque hay una tendencia a querer someterlo todo a diálogo siquiera para ver si se puede obtener alguna conclusión válida. Hacer esto con algo como la vida del ser humano, con su dignidad y origen (aborto) o final (eutanasia) es un paso que no se debería dar.
La vida es sagrada porque es creación de Dios y porque todo lo que procede del Padre merece la pena ser defendido. No podemos, además, olvidar que “Mi alma conocías cabalmente, y mis huesos no se te ocultaban, cuando era yo formado en lo secreto, tejido en las honduras de la tierra. Mi embrión tus ojos lo veían; en tu libro están inscritos todos los días que han sido señalados, sin que aún exista uno solo de ellos” (Sal 139, 14.15) y que el Creador, que nos creó como expresión de su voluntad, atiende a la vida de sus hijos que deben reconocer que su vida no les pertenece porque no es propia sino, precisamente, de Dios.
Por eso la vida tiene un valor que es intrínsecamente bueno y es, justamente, contrario, a la perversidad de las leyes y reglamentos que pretenden ejercer sobre ella un poder que no tienen porque Dios no se lo ha dado. Y esto porque somos “imagen y semejanza” del Creador, que dedicó, como recoge el Génesis, seis días a formar el mundo que conocemos y a los hombres y mujeres que conocemos pero, aún, sin el pecado que trajera al mundo la muerte.
Así, cuando el beato Juan Pablo II escribió, en su Evangelium vitae, que “El aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar” lo hacía en el entendido de que “Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia” y marcaba un camino del que ningún católico debería salirse e, incluso, ninguna persona que tenga la dignidad de su especie como algo importante.
Y sobre eso no se puede dialogar ni discutir sin pretender, con ello, suplantar la voluntad de nadie que quiera hacerlo. Sin embargo, reconocer en la vida humana la mano divina de Dios que nos ofrece la posibilidad de poner en las suyas lo que entendemos por vida. Y, repetimos, sobre eso, toda discusión, sobra.
Es más, nosotros, los creyentes que nos sabemos hijos de Dios y tenemos a la vida como ejemplo de lo que el Creador puede ser y puede hacer por su creación, tenemos la obligación grave de anunciar el Evangelio de la vida, celebrar el Evangelio de la vida y, por último, servir al Evangelio de la vida porque si el Evangelio es la Buena Noticia nada mejor que considerar que Dios quisiese hacer de la misma una luz que, además, fuese sal.
Querer ser, digamos, más Dios que Dios mismo es ir un poco lejos en la pretensión del hombre siendo como es, además, cosa inútil e intento vano pues nuestra filiación divina es, precisamente, muestra de paternidad de parte de Dios hacia sus criaturas.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Para el Evangelio de cada día.
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3 comentarios
Sobre Dios:
"El no es Dios de muertos, sino de vivos" (Mc 12,27)
"El es Quien vive por los siglos de los siglos" (Ap 10,6)
María, "Madre del Verdadero Dios, por Quien se vive" (Nican Mopohua, Guadalupe)
Dice Jesucristo muerto y resucitado en su carta a la Iglesia de Sardes -sospechosamente parecida a la Iglesia actual-:
- "Conozco tu conducta, tienes nombre de Quien Vive pero estás muerto" *(lo dijo acaso por los cristianos actuales en general)
- "Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir"
- "Acuérdate, por tanto, de cómo recibiste y oíste mi palabra: Guárdala y arrepiéntete"
- "Porque, si no estás en vela, vendré como ladrón y no sabrás a qué hora vendré sobre ti"
- "Tienes no obstante en Sardes unos pocos que no han manchado sus vestidos. Ellos andarán conmigo vestidos de blanco; porque lo merecen"
- "El vencedor será así revestido de blancas vestiduras y no borraré su nombre del libro de la vida, sino que me declararé por él delante de mi Padre y de Sus ángeles. El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias"
Radicados en Cristo, no tengamos miedo a defender la vida hasta el martirio si fuera el caso. No será en balde ni se perderá una gota de nuestro esfuerzo o sangre. Llevamos por el bautismo el sello del Único por Quien se vive. No hay nada que hablar ni discutir con los muertos. Tontería.
Como el tema del alma es bastante interesante, la semana que viene, en concreto el viernes 11 de marzo dedicaré el artículo de la serie "Eppur si muove" al mismo. Espero que entonces podamos sacar alguna que otra conclusión al respecto.
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