Vírgenes, advocaciones – Nuestra Señora Aparecida (Brasil)
María, Madre de Dios y Madre nuestra, en determinadas ocasiones, se hace presente de las formas más inesperadas.
Eso sucedió en 1717. Era el mes de octubre y el gobernador de San Pablo iba camino de Minas cuando los pescadores de Guaratinguetá quisieron obsequiarle con el producto de su pesca. Nada, sin embargo, obtuvieron.
Pero Juan Alves, también pescador, hizo lo propio en otra zona y obtuvo una captura mucho mejor: una imagen de la Virgen Inmaculada a la que faltaba la cabeza. Pero el buen hombre perseveró y, un poco más lejos, encontró la parte de la escultura que había hecho, hacia 1650, Frei Agostino de Jesús, monje de Sao Paulo que trabajaba el barro.
Hasta que el 5 de mayo de 1743 se comenzara a construir un templo a María la imagen fue visitada por los fieles primero en casa de un pescador donde se le preparó un sencillo altar y luego en la de otro que habilitó, para tal fin, un pequeño oratorio. Allí acudían los fieles a rezar el Santo Rosario y a entonar himnos a la Madre de Dios.
Ya muchos años después, en concreto el 8 de septiembre de 1900, se organizó la primera romería para visitar a la Nuestra Señora Aparecida que coronó con la solemnidad debida y correspondiente, en 1904 el obispo de Sao Paulo, don José de Camargo Barros.
Posteriormente, fue el Papa Pío XI el que, el 16 de julio de 1930, declaró a Nuestra Señora de Aparecida Reina y Patrona de Brasil.
Años más tarde, en concreto 50, el beato Juan Pablo II visitó el Santuario y lo consagró concediéndole el título de Basílica. Allí mismo, significó, con sus palabras, el hondo significado histórico y religioso del Santuario. Y dijo:
«En este lugar, hace más de dos siglos, la Virgen marcó un encuentro singular con la gente brasileña. Con razón, hacia aquí se vuelven desde entonces los anhelos de esta gente, aquí late desde entonces el corazón católico del Brasil. Meta de incesantes peregrinaciones venidas de todo el país, ésta es la Capital espiritual del Brasil.
Leí con religiosa atención, preparándome para esta romería a la Aparecida, la sencilla y encantadora narración de la imagen que aquí veneramos. La inútil faena de los tres pescadores buscando peces en las aguas del Paraíba, en aquel lejano 1717; el inesperado encuentro del cuerpo y, después, de la cabeza de la pequeña imagen de cerámica ennegrecida por el lodo; la pesca abundante que se siguió al encuentro; el culto, iniciado luego a Nuestra Señora de la Concepción, bajo las apariencias de aquella estatua trigueña, cariñosamente llamada “la Aparecida"; las gracias de Dios abundantes, en favor de los que aquí invocan a la Madre de Dios.
¿Qué buscaban los antiguos peregrinos? ¿Qué buscan los peregrinos de hoy? Aquello mismo que buscaban en el día, más o menos remoto, del bautismo: la fe y los medios para alimentarla. Buscan los sacramentos de la Iglesia, sobre todo la reconciliación con Dios y el alimento eucarístico. Y vuelven reconfortados y agradecidos con la Señora, Madre de Dios y nuestra.
Vengo, pues, a consagrar esta Basílica, testimonio de la fe y devoción mariana del pueblo brasileño, y lo haré conmovido de alegría, después de la celebración de la Eucaristía… Madre de la Iglesia, la Virgen Santísima tiene una presencia singular en la vida y acción de esta misma Iglesia. Por eso mismo la Iglesia tiene los ojos siempre dirigidos hacia Aquella que, permaneciendo virgen, concibió, por obra del Espíritu Santo, al Verbo hecho carne. ¿Cuál es la misión de la Iglesia si no la de hacer nacer a Cristo en el corazón de los fieles, por la acción del mismo Espíritu Santo, a través de la evangelización? Así, la ‘Estrella de la Evangelización’ indica e ilumina los caminos del anuncio del Evangelio. Este anuncio de Cristo Redentor, de su mensaje de salvación, no puede ser reducido a un nuevo proyecto humano de bienestar y felicidad temporal. Tiene ciertamente incidencias en la historia humana e individual, pero es fundamentalmente un anuncio de liberación del pecado para la comunión con Dios, en Jesucristo. Por lo demás, esta comunión con Dios no prescinde de una comunión de los hombres unos con otros, ya que los que se convierten a Cristo, autor de la salvación y principio de unidad, son llamados a consagrarse en la Iglesia, sacramento de esta unidad humana y salvífica.”
Y allí, al finalizar la Homilía, oró con la siguiente plegaria:
“Señora Aparecida, un hijo vuestro
que os pertenece sin reserva —totus tuus!—
llamado por misterioso designio de la Providencia
a ser Vicario de Vuestro Hijo en la tierra,
quiere dirigirse a Vos, en este momento.
El recuerda, con emoción, por el color moreno
de esa vuestra imagen, otra representación vuestra,
¡la Virgen Negra de Jasna Góra!
Madre de Dios y nuestra,
proteged a la Iglesia, al Papa, a los obispos, a los sacerdotes
y a todo el pueblo fiel; ¡acoged bajo vuestro manto protector
a los religiosos, religiosas, a las familias,
a los niños, a los jóvenes y a sus educadores!
Salud de los enfermos y Consoladora de los afligidos,
sed consuelo de los que sufren en el cuerpo o en el alma;
sed luz de los que buscan a Cristo,
Redentor del hombre; todos los hombres
mostradles que sois la Madre de nuestra confianza.
Reina de la paz y Espejo de justicia,
¡alcanzad para el mundo la paz,
haced que Brasil tenga paz duradera,
que los hombres convivan siempre como hermanos,
como hijos de Dios!
Nuestra Señora Aparecida
bendecid este vuestro santuario y a quienes en él trabajen,
bendecid a este pueblo que aquí reza y canta,
bendecid a todo vuestros hijos,
bendecid a Brasil.
Amén.”
Nuestra Señora de Aparecida, ruega por nosotros.
Eleuterio Fernández Guzmán
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Para el Evangelio de cada día.
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