Esto está fuera de lugar, sobra y da un poquito de asco

Donde es sí sea sí y donde es no, sea no”.

Cuando Jesucristo dijo esto se debía referir a la actitud, digamos, volandera en lo espiritual que muchos de sus contemporáneos tenían al respecto de la fe y del hecho mismo de llevarla a sus vidas.

Proponía, además, con eso, un cambio de corazón, una verdadera conversión que consistía, sobre todo, en acoger en el mismo un ser de carne frente al comportamiento duro de la piedra que era común entre los suyos. Con esto tampoco dijo nada nuevo el Hijo de Dios porque el profeta Ezequiel (11, 19) recoge las siguientes palabras dichas por el Creador y referidas al pueblo elegido: “quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne”.

Sin embargo, no bastaba con tener tal tipo de corazón sino que lo hacía por algo que, por cierto, recoge a continuación el naví (11,20): “para que caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en práctica, y así sean mi pueblo y yo sea su Dios”. Y esto, lo que quiere decir es que no puede haber separación entre las creencias que se dicen tener y, al fin y al cabo, lo que se hace con ellas.

Eso, para acabar pronto, significa que, por ejemplo, cuando la fe dice una cosa un creyente no puede hacer como si no lo dijera y, si le conviene (en una expresión relativista) decir sí pero no.

Hacer esto es contradecir, de forma flagrante, lo dicho por Jesucristo y que se ha recogido arriba.

¿Qué se puede decir de quien actúa de tal forma?

En primer lugar, que no lo hace de forma correcta; en segundo lugar, que muestra un fe manifiestamente mejorable y que presenta una actitud ciertamente muelle, light o como peor pueda considerarse el tal hacer venir a menos la fe.

Es más, ¿qué decir cuando quien actúa de tal forma es una persona, digamos, de elevado rango espiritual?

Peor. Entonces es mucho peor, porque a lo dicho arriba se añade el ejemplo que debe dar al resto de fieles.

Todo lo dicho hasta ahora, a modo de introducción aclaratoria, tiene una razón de ser porque, además, no se puede poner una vela a Dios y otra al diablo que es lo que ha hecho, exactamente, el Abad de Monserrat, José María Soler.

El no: “a favor de la vida, desde el inicio hasta el final de la existencia” dice estar. Esto es decir no al aborto.

El sí: “otra cosa es que un Estado democrático, si se dan estas situaciones de aborto, no tenga que regular el tema del aborto de alguna manera”. Esto es decir sí al aborto.

Entonces, si una persona como el Abad de Monserrat dice que sí a la vida pero que no, en definitiva, a la misma porque entiende que se tenga que regular y, así, que se haga como se hace, es que se está comportando de una forma poco acorde con su fe que dice “Donde es sí sea sí y donde es no, sea no”.

Cuando el Mesías dice que no se puede ser decir una cosa y, a la vez, la contraria, está definiendo, a la perfección, el tipo de comportamiento que se exige a sus discípulos porque es, además, tajante: sí es sí y no es no.

Pero es que no contento con ser transgresor en lo elemental, básico o esencial, atribuye bondades a la nueva legislación del aborto que es, como sabemos, una norma que incita a abortar . Y hace esto cuando dice que “en algún aspecto puede reducir el número de abortos”.

Así es admisible, para el Abad de Monserrat, que la ley del aborto siga propiciando la muerte de seres inocentes porque, en algunos casos, salvará vidas cuando, en verdad, esto es una mera elucubración o, simplemente, disimulo malo y negativo.

Además, resulta hasta ridículo y pretender tomar a todo el mundo por tonto querer defender tal cosa cuando con la nueva legislación da carta de naturaleza a un nuevo “derecho” que no es otro que el aborto. Y siendo derecho algo milagroso tendría que suceder para que no aumentaran los abortos.

Aunque, claro, tampoco debería extrañarnos tanto lo que sostiene don José porque el obispo de su diócesis no hizo lo suficiente como para que un sacerdote que facilitó un aborto dejara de ser sacerdote. Así se entienden ciertas cosas y ciertos comportamientos que son, además, la explicación de un clima de dejación espiritual y de mundanización eclesial.

Por eso digo que todo esto está fuera de lugar (es extravagante al respecto de la doctrina católica), sobra (dicho por quien ha sido dicho) y da un poquito de asco porque supone la manifestación de una actitud ciertamente relativista y, por tanto, muy alejada de Dios y de la unidad de vida.

Siempre, sin embargo, es posible que uno se supere. Y lo ha hecho porque hay que tener mucho cuajo para decir que la situación actual esconde una “crisis de valores”.

Si lo sabrá él.

Eleuterio Fernández Guzmán

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