Eppur si muove - Tolerancia religiosa y dominación ajena

Tolerar al otro, a quien piensa distinto de uno mismo, es lo que, desde un punto de vista cristiano, se puede recomendar y, de hecho, se recomienda.

Si hacer tal cosa es importante, digamos, a nivel general, mucho más lo es al que lo es religioso que tan dado es, muchas veces, a llevar las cosas más allá del simple pensamiento.

¿Hasta dónde ha de llegar la tolerancia?

Es, ésta, una pregunta que no resulta fácil contestar. En general, cualquiera diría, llevado por un pensamiento buenista, que, por supuesto, la tolerancia es la tolerancia y que no se pueden poner trabas a ningún tipo de pensamiento que, por supuesto, sea políticamente correcto.

Sin embargo, muy lejos de tal cosa está la verdad de la realidad que nos toca vivir porque bien sabemos que ciertos tipos de tolerancia llevan, precisamente, a la intolerancia de los que pretenden ser tolerados.

Quizá pueda parecer un trabalenguas lo arriba escrito pero, en sí mismo, es el quid de la cuestión de la tolerancia religiosa y de lo que, como dominación, puede encerrar el ejercicio demasiado extensivo de la misma.

Hace tiempo que Oriana Fallaci acuñó aquella expresión de “Eurabia” que consistía, en general, en tratar de hacer ver que lo que se estaba formando en la vieja Europa era un cambio de civilización y, sobre todo, que no debería mirar para otro lado cuando estaba sucediendo lo que estaba sucediendo.

Sin embargo, cuando se elabora un texto constitucional para la Unión Europea que olvida, por casualidad, las raíces cristianas que sustentan al viejo continente, a lo mejor se está sembrando algo que, luego, va a ser algo peor que cizaña cuando llegue el tiempo de la cosecha social e, incluso, electoral (en España, por ejemplo, ya hay partidos políticos musulmanes que tienen intención de presentarse a próximos llamamientos electorales).

Sin embargo, cuando se intenta quedar bien con la civilización musulmana y, por ejemplo, se le quitan, en los escudos de poblaciones españolas, las cadenas a la imagen de Boadil, a lo mejor se está sembrando algo que, a lo mejor, es peor que la cizaña que estropea la cosecha.

Pero, para echar más leña al fuego, y por si fuera poco, el presidente del Ejecutivo Español ha dicho algo así como que siempre estará a favor de que Turquía entre en la Unión Europea porque no debe darse cuenta (o, a lo mejor, sí) que las civilizaciones no es que se enfrenten ni que haya ninguna guerra al respecto sino que, simplemente, son distintas y que cuando una no quiere saber nada de la otra poco se puede hacer.

Por eso dijo en su viaje aquella nación musulmana, en 2008, que “España es un país orgulloso de la influencia del Islam en su historia”. Pues tal es un orgullo extraño que supuso la expulsión de los invasores tras largos siglos de luchas y refriegas.

Por eso mismo se debería tener bastante claro qué civilización es la que no quiere saber nada de la otra. Es fácil darse cuenta de tal cosa a no ser que se esté ciego o, por otra parte, se quiera actuar de nuevos visigodos traidores que abran las puertas a según qué personas porque habiendo, hoy día, formas más sutiles de abrir las puertas que las de entonces, es, exactamente lo que se está haciendo.

¿Vale la pena, por tanto, seguir con la política de tolerancia religiosa llevada al extremo?

Constan, a este respecto, porque han sido unas imágenes muy difundidas por la red de redes, datos numéricos sobre el crecimiento de la población musulmana en las naciones europeas. Eso debería hacer pensar a más de uno sobre la actitud que está teniendo al respecto de la verdadera situación por la que pasa nuestro continente porque también consta que, digamos, la integración de la misma población a las formas de ser europeas no es demasiado efectiva.

No hay, en esto, alarma alguna que no trate de hacer ver cuál es el camino que, como Unión Europea estamos tomando.

Quizá más de uno debería pensar, si de verdad quiere dejar de hacer el canelo, qué es lo que se está consiguiendo con su extraña política de acercamiento a quien, en verdad, no quiere acercarse.

Y creo que me explico: el que tenga ojos para ver, que vea porque la citada Oriana Fallaci vio, a la perfección, la situación por la que para Europa.

Por eso, seguramente, la hicieron de menos.