Sentimentalismo
Emociones, pasiones y sentimientos
Los filósofos clásicos les llamaron pasiones. Distinguían dos tipos. El primero eran las pasiones carnales o sensuales, posteriormente conocidas como apetitos corporales. Son mociones internas que podían satisfacer necesidades biológicas (comer, beber, descansar y reproducirse) o despertar placeres: analgesia, excitación, sedación, según el momento. Estas últimas descontroladas dan lugar a las adicciones. Pertenecen a la parte animal del ser humano, pues los brutos también las presentan.
Las segundas eran las pasiones o apetitos del espíritu. Se denomina emociones a las reacciones internas del ser a movimientos externos de todo tipo. Son repentinas y transitorias. Los clásicos señalaban cuatro pasiones del alma: deseo, temor, alegría y tristeza; posteriormente se han descrito más. Muchas de ellas también aparecen en animales “superiores” (particularmente primates). Generan conductas instintivas de atracción o repulsión hacia el objeto que ha provocado la emoción.
El hedonismo o epicureísmo (denominado así por su fundador, el filósofo Epicuro de Samos) postula la regulación de estas pasiones por la razón como objeto de la felicidad.
Las pasiones que hemos visto hasta ahora pertenecen a la parte instintiva de la psique; la razón no interviene en ellas, salvo para reconocerlas externamente.
Las emociones se extinguen tras la desaparición del impulso inicial que las generó; sin embargo, en algunos casos la mente puede racionalizar estas emociones, prolongándolas en el tiempo. Son los llamados sentimientos.
Los sentimientos forman parte de la naturaleza del ser humano, y conforman su carácter o temperamento: colérico, impaciente, manso, retraído, temeroso, agresivo, flemático, etcétera. Asimismo, influyen sobre la voluntad del ser humano de igual modo que la razón o la memoria. Recordemos, no obstante, que el motor interno de los sentimientos es irracional, y que la razón simplemente los modula.
En la historia de la filosofía griega, las pasiones (fuesen del cuerpo o del espíritu), fueron generalmente despreciadas por la escuela platónica, la más fértil y exitosa de todas las socráticas. El predominio de la razón como guía para hallar la verdad y, por ende, alcanzar la virtud, excluía conceder ninguna importancia a los sentimientos. El sabio no se dejaba influir por ellos, sino por la mera razón.
Más adelante, Aristóteles (cuyo fin del acto era la felicidad y el bienestar) admitía que las pasiones formaban parte de la naturaleza humana, suavizando mucho el juicio platónico. No obstante, seguía considerando que era la superior razón la que debía moderarlas y guiarlas, “como un maestro a su pupilo”.
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Las pasiones en las Sagradas Escrituras
En el Antiguo Testamento las pasiones son consideradas fuente de pecado: “la pasión hace morir al necio” (Job 5, 2). Tobías y Sara se comprometen ante Yahvé a unirse como matrimonio verdadero, y no para “satisfacer una pasión desordenada”, esto es, un amancebamiento (Tob 8, 7). En Ezequiel 23 se compara al pueblo de Israel con una mujer que se deja arrastrar por la pasión carnal, cayendo en lujuria con los pueblos de dioses falsos. Algo similar vemos en la oración de Eclesiástico 23, 4-6: “Señor, Padre y Dios de mi vida, no me des ojos altaneros y aparta de mí los malos deseos. ¡Que la sensualidad y la lujuria no me dominen, no me entregues a las pasiones vergonzosas!”. Similares condenas sobre la pasión que conduce a la lujuria se pueden leer en Eclesiástico 23, 17; Daniel 13, 10-20 (la historia de Susana y los dos viejos)
Véanse además Sabiduría 15, 5 (sobre la pasión artística desordenada); Eclesiástico 1, 22 (a propósito de la pasión que lleva a la ira); Eclesiástico 9, 9 (cómo la pasión lleva al adulterio); Eclesiástico 18, 30-31 (dejarse llevar por la pasión provoca la vergüenza pública); Sabiduría 4, 12; y Eclesiástico 6, 2-4.
San Pablo es el autor neotestamentario que más extensamente trata las pasiones, tanto del cuerpo como del alma, en línea con la severidad con que las tratan los autores judíos, enseñando que llevan al desorden y al pecado: “por lo tanto, haced morir en vuestros miembros todo lo que es terrenal: la lujuria, la impureza, la pasión desordenada, los malos deseos y también la avaricia, que es una forma de idolatría. Estas cosas provocan la ira de Dios” (Colosenses 3, 5); “la voluntad de Dios es que seáis santos, que os abstengáis del pecado carnal, que cada uno sepa usar de su cuerpo con santidad y respeto, sin dejarse llevar de la pasión desenfrenada, como hacen los paganos que no conocen a Dios” (1 Tesalonicenses, 3-5); “Dios los entregó también a pasiones vergonzosas: sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza. Del mismo modo, los hombres dejando la relación natural con la mujer, ardieron en deseos los unos por los otros, teniendo relaciones deshonestas entre ellos y recibiendo en sí mismos la retribución merecida por su extravío” (Romanos 1, 26-27); “porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos deseos” (Gálatas 5, 24); “así son los que se introducen en los hogares, seduciendo a mujeres frívolas y llenas de pecados, que se dejan arrastrar por toda clase de pasiones, esas que siempre están aprendiendo, pero nunca llegan a conocer la verdad” (2 Timoteo 3, 6-7).
Los autores de cartas católicas también condenan las pasiones como enemigas del alma y el cumplimiento de los mandatos de Dios. En los versículos 1 a 3 del capítulo cuarto de su carta, Santiago el Menor, obispo de Jerusalén, amonesta a las pasiones del alma como creadoras de discordia: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites”.
También san Pedro en su segunda carta (capítulo 4, versículos 3 y 4) afirma que los malvados e impíos viven de acuerdo con sus pasiones: “sabed, en primer lugar, que en los últimos días vendrán hombres burlones y llenos de sarcasmo, que viven de acuerdo con sus pasiones, y que dirán ¿Dónde está la promesa de su Venida?”. Mensaje muy parecido al de san Judas Tadeo en su carta (versículos 16 a 18): “todos estos son murmuradores y descontentos que viven conforme al capricho de sus pasiones: su boca está llena de petulancia y adulan a los demás por interés. En cuanto a vosotros, queridos míos, acordaos de lo que predijeron los Apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. Ellos les decían: «En los últimos tiempos habrá gente que se burlará de todo y vivirá de acuerdo con sus pasiones impías».”
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Los sentimientos en la historia del pensamiento y la cultura
De acuerdo a esta enseñanza, el cristianismo más primitivo animaba a obrar conforme a los mandatos divinos de amor a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Los textos más antiguos del cristianismo (como por ejemplo el punto III de la Didajé, el comienzo de la “carta a Adriano” o el capítulo V de la parábola sexta y el IX de la octava en el “Pastor de Hemas”), así como varios Padres de la Iglesia, consideraban también a las pasiones como inductoras de todos los pecados graves.
Hubo coincidencias entre el cristianismo y el estoicismo, pero el racionalismo estricto de este último, y su agnosticismo práctico le alejaban del ascetismo cristiano. Este se planteaba como una renuncia al mundo para buscar la felicidad de Dios, mientras los estoicos fiaban su bienestar al mero autodominio como virtud, sin cultivar la esperanza ni un fin trascendente.
San Agustín fue uno de los más destacados platonistas. Considera que las pasiones provienen directamente del pecado original de Adán. En “la Ciudad de Dios” podemos leer: “al pecador le envía Dios adversidades, ya que en el tiempo de la prosperidad se estraga con las pasiones, separándose de las verdaderas sendas de la virtud” (capítulo VIII), y también “como dice el Apóstol, no son dignas las pasiones de éste tiempo de la gloria que se ha de manifestar en nosotros” (capítulo XVIII). De igual modo, en los capítulos XIV y XVI, se afirma que los demonios tienen pasiones como los hombres. San Agustín explica que pasión (se refiere ahora a las pasiones del alma) viene de pathos, que significa “perturbación”, un “movimiento del ánimo contra la razón”. El gran teólogo dedica todo el libro décimocuarto de aquella obra a los estragos que las pasiones hacen al alma y cómo la conducen al pecado. No obstante, cabe señalar que en el capítulo sexto afirma que “las pasiones del alma vienen a ser o malas o buenas”, admitiendo, con el estagirita, que aquellas que nos mueven al bien, no son culpables de conducir al pecado. También recuerda que antes de la caída, el primer matrimonio no sufrió pasión alguna.
Santo Tomás de Aquino, en plena Cristiandad, recuperará los escritos de Aristóteles, y concederá una cierta tolerancia a los sentimientos: si las pasiones del alma son moderadas por la razón, y atienden a un fin santificante, no son consideradas malas de por sí.
Se suele citar a la poesía trovadoresca provenzal (siglos XI y XII) como el primer ejemplo en la literatura culta de un tratamiento positivo de los sentimientos, concretamente del sentimiento erótico, camuflado entre leyendas antiguas revividas para la ocasión. Con todo, en esa lírica del “bell amor” espiritualizado hasta límites casi místicos, se sigue separando y subordinando el sentimiento a las normas morales cristianas: aquellas relaciones ilícitas (por ejemplo las de Tristán e Isolda, o Lanzarote y Ginebra) terminan siempre de forma trágica.
No obstante, este tipo de literatura, y sus variantes menos refinadas, se fueron haciendo populares entre las clases elevadas (aquellas que sabían leer) en la baja Edad Media (Petrarca, por ejemplo), y ya francamente en el Renacimiento. Mientras teólogos y escolásticos siguen condenando a las pasiones como enemigas de la santificación, las historias de “amores y desamores”, sobre todo de gente principal, se convierten en temas favoritos entre el vulgo (lo cual sigue hasta la actualidad, por cierto). En otras culturas ajenas a la cristiana (por ejemplo entre árabes y persas) se producirá una imitación (a su estilo) en estas mismas épocas.
La reforma protestante obrará en este sentido como una recuperación de la espiritualidad cristiana de tipo platónico, haciéndose enemiga de los sentimientos. La salvedad que hacía el aquinate hacia aquellos sentimientos dirigidos a un fin bueno, es eliminada por la seca espiritualidad luterana y calvinista.
Como reacción, veremos que el barroco incorpora ya plenamente el sentimiento religioso como parte cada vez más sustancial de la cultura católica. La Religión acepta la promoción de los sentimientos, siempre que sean virtuosos, como modo de llegar al corazón de los fieles e instrumento para evitar que caigan en las prédicas heréticas. En no pocas ocasiones, incluso se hace exaltación de esos sentimientos buenos (piénsese en la religiosidad popular de la época o el misticismo occidental), a veces hasta un punto que sobrepasa la sustancia de la teología católica.
Esta normalización de los sentimientos se ve arrinconada por la filosofía racionalista y cartesiana que pronto dominará el mundo intelectual durante la posterior Ilustración: los sabios se rigen por la pura razón, y los sentimientos son propios de la plebe ignorante o los incapaces de controlarse. En este desprecio, sin embargo, la religión ya no tendrá papel: la mera razón y su capacidad para comprender la naturaleza son la nueva deidad.
Llegamos así a la gran reacción antirracionalista, el movimiento del Romanticismo, que inicia a finales del siglo XVIII (Rousseau), pero verá su gran triunfo a lo largo de las primeras décadas del siglo XIX. La literatura, el arte, el pensamiento, la filosofía y la política pronto se verán sacudidas por este gran sistema de pensamiento en el que la parte más irracional del hombre, sus emociones y sentimientos, marcarán la pauta de su autenticidad, es decir, de aquello que le define como individuo. La razón es criticada, y el espíritu ya no es más el alma trascendente, sino una suerte de impulso o moción interna, irracional, que mueve la voluntad y el acto del individuo hacia sus fines “auténticos”. Es decir, el sentimiento.
El Romanticismo marca además un cambio: por primera vez se justifican las pasiones que van contra la norma social. Ahora la única ley de comportamiento es adecuar el propio actuar a los propios sentimientos, es decir, la coherencia con las propias pasiones. En la literatura romántica vemos justificados e incluso ensalzados el adulterio, o el abandono de cónyuge, hijos u obligaciones sociales y laborales en aras a expresar formalmente un sentimiento. Lo que eran ilícitos sociales, son reconvertidos a normas de vida personal. El individualismo ideológico comienza a abrirse camino, y bajo la excusa de que sólo el sentimiento es genuino, el egoísmo social va detrás.
Durante los siglos XIX y XX se debatió acerca de la diferencia entre el ser y el deber ser (Hume, Kant, Searle, etcétera). Algunos pensadores del periodo tardío, tras la difusión del existencialismo, identificaron el ser con los sentimientos y las pasiones.
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El sentimentalismo en la actualidad
En cultura, filosofía o política, el romanticismo ha sido seguido y superado por otras formas de pensamiento, pero en cuanto a la ética social, ha triunfado plenamente. Esto ha causado una huella indeleble sobre todo en la moral familiar. Con la excusa de abolir los matrimonios forzados (práctica que, por cierto, el cristianismo jamás ha justificado), se ha instaurado el axioma de que únicamente la pasión erótica o el sentimiento amoroso pueden ser los guías para el matrimonio. Ya no existen más las obligaciones entre cónyuges, o entre padres e hijos y de estos entre sí. Ahora todo se mide por el grado de afinidad, afecto o repulsa personales. Consecuentemente, tampoco se reconoce la obligación de cumplir la palabra dada (sólo se tiene obligación hacia el sentimiento de cada momento). Por ese conducto, el concepto del honor ha perdido toda vigencia social
En el campo de la teología ocurre otro tanto: se postula una relación personal con Dios, que se manifiesta al espíritu de modo directo por medio de las reacciones psíquicas a los eventos externos. La Revelación o los medios que la Iglesia pone a disposición del fiel para comunicarse con Dios (señaladamente los sacramentos) quedan superados por esta conexión, y pronto se pasa de una relación individual con Dios a un dios individual. Se le podría llamar una herejía “individualista” en la que cada ser humano siente una “revelación personal” de Dios consigo, a la que la ley divina y la comunidad apostólica quedan supeditadas. Naturalmente, esto acaba llevando a la divinización propia, el pecado de Satán, la mayor blasfemia que existe.
Desde el triunfo de la revolución ética postmodernista en la segunda mitad del siglo XX, el sentimentalismo se ha transformado en una mera satisfacción de los apetitos, a poco que estos sean sostenidos en el tiempo. El desarrollo posterior de la filosofía en torno a este neohedonismo apenas alcanza a limitar las pasiones cuando puedan afectar directamente a los demás.
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Juicio y crítica del sentimentalismo desde el cristianismo
Humanos son los sentimientos, que provienen de emociones que algunos animales pueden llegar a sentir, pero más humana es la razón, que ningún animal tiene, y no digamos el alma, chispa divina en nuestro barro material.
El sentimentalismo resulta un artificio muy conveniente para tranquilizar a la conciencia (una conciencia muy mal formada) y dejar de cumplir las obligaciones que tenemos hacia Dios, nuestra familia y nuestra comunidad (deber y virtud de piedad), en aras a satisfacer del modo más pleno nuestro apetito, convenientemente disfrazado de autenticidad. En los medios culturales occidentales se pueden escuchar continuamente lemas del estilo “mira en tu interior”, “escucha a tu corazón”, “no pienses, siéntelo”, que empujan a las personas a no atender a reglas morales superiores a su mera voluntad. Una voluntad de la que se ha desterrado toda espiritualidad, y en la que se ha supeditado la razón a ese deseo “auténtico”, que no es otra cosa que pasiones intelectualizadas, los sentimientos.
Tengamos en cuenta que muchos sentimientos nos llevan a diversos grados de egoísmo y búsqueda de la autosatisfacción, impulsándonos a actuar de forma desordenada, esto es, contraria al orden natural y moral querido por Dios para el hombre y cuyo fin es nuestra santificación.
No se le dio al hombre la razón simplemente para justificar la satisfacción de sus apetitos, sino para construir una vida y una sociedad mejores, orientadas a fines más nobles y elevados.
Hace medio siglo se hicieron relativamente populares algunos postulados del budismo, con su llamada a alcanzar la “perfecta indiferencia” en base a rechazar todas las emociones, por medio del “vacío interior”, una negación radical de uno mismo para alcanzar. El cristianismo no enseña lo mismo. Los sentimientos forman parte de nuestra naturaleza humana, y deben ser aceptados como tal. No obstante, es un error grave creer que los sentimientos suponen nuestra “autenticidad”, y que debemos ser fieles a ellos a toda costa.
La autenticidad del hombre reposa en su alma, soplo del Espíritu Santo que nos eleva por encima de nuestra naturaleza material, llevándonos a desear la reunión con nuestro Creador. Pero en nuestra relación con el mundo, la razón nos auxilia a determinar cuáles de nuestros sentimientos cooperan a ese fin (son legítimos) y cuáles no. No olvidemos que en Mateo 15:19, Nuestro Señor nos advierte precisamente que los males del hombre provienen precisamente de su interior. Por tanto, examinemos nuestras pasiones, afectos y repulsas. Aquellos sentimientos que nos lleven al amor a Dios y al prójimo tengámoslos por honestos y buenos, pero aquellos que nos alejen de ese fin son malvados y deben ser alejados de nuestro pensamiento y nuestra acción.
El sentimentalismo pone el centro de la moralidad de la acción en su origen humano, no en el fin al que ese sentimiento va encaminado. Hoy en día es la filosofía de vida que justifica las acciones del hombre más en boga en nuestra sociedad. No caigamos en la tentación de congraciarnos con un mundo que se aleja de Dios intentando incorporar el sentimentalismo, sea plenamente o en apariencia, en nuestra moral. Los cristianos tenemos el centro de gravedad de nuestra forma de vida en lo alto, donde mora nuestro Padre (y esperamos nosotros también morar algún día con la misericordia de Dios), y no en nuestra psique con sus debilidades y defectos.
29 comentarios
Sin embargo las virtudes existen, aunque no se las promocione, y, cuando aparecen en alguien, sin atreverse a decirlo, la mayoría de la gente las considera positivas.
La fidelidad y lealtad de ciertas personas hacia sus cónyuges a través de los años nadie la desprecia, aunque la TV nos dé muestras de que lo moderno es lo contrario. Es como si se admitiera que eso es mejor, pero no está al alcance de todos. No he oído a nadie decir, después de la muerte de uno de los cónyuges, que el otro sea un antiguo, un masoca o un mal encaminado por haber estado cuidándole durante años en la salud y en la enfermedad, en la pobreza o en la riqueza, a costa de su propia independencia. A tanto nadie se atreve, lo más que dicen los cínicos es que esa una opción tan válida como otra cualquiera, pero no se lo creen ni ellos, porque no es una opción igual que otra sino que es la "opción mejor"., las demás son formas de escaquearse aplaudidas por la clac que impone la sociedad como se hacía antiguamente en los teatros. Pero aquellas personas pagadas por la dirección del teatro tenían una opinión personal sobre la obra que no siempre era favorable, lo mismo pasa ahora.
Yo observo la buena cara que nos ponen a mi hermano y a mi, debido a que mi familia siempre estuvo muy unida, cuando ven que, siendo de diferente sexo y habiendo estado separados por la vida durante años, convivimos felizmente en la vejez. A la mayoría les sirve de alivio ver que algo los años y las vicisitudes no han podido cambiar y, los de nuestra edad, "resucitan" a nuestros padres al vernos juntos. Es lo de siempre, que han visto siempre y que continúa como siempre y a nadie se le ocurre que otra opción. Vivir cada uno su vida, desentenderse el uno del otro o la soledad de cada uno en su propia casa, sea mejor.
Es decir, sabemos qué es bueno pero no estamos dispuesto a ningún tipo de sacrificio por lograrlo porque atacamos las virtudes sustituyéndolas por valores que no están encaminados al Bien sino al consenso social, que es otra cosa.
Dos bueyes uncidos por el mismo yugo (que fue nuestro caso) para sacar al carro (la familia) del atasco de un padre enfermo y sin trabajo no olvidan ese tiempo aunque la vida les separe, como tampoco lo olvidan dos soldados que han estado mucho tiempo en la misma trinchera, porque eso no es un sentimiento sino sentido del deber cumplido y genera una seguridad en el compañero por el que darías la vida.
Una de las cosas que la lealtad consigue es no valorar los defectos menores si se tiene la seguridad de que el compañero no fallará en lo principal.
Ya lo dijo el payador:
"Si un amigo verdadero
te acomoda algún guascazo,
aguantate el cindarazo
y pensá sin buscar guerra:
la mula patea el estribo,
pero es segura en la sierra"
Lo mismo ocurre en el matrimonio, en apariencia todos los matrimonios son iguales en el momento de casarse, pero cincuenta años después solo han resistido el embate de la vida los que estaban uncidos a un yugo común, querido y aceptado.
Los sentimientos negativos: celos, envidia, vanidad...y los positivos: deseo, gusto, placer...nunca resisten el tiempo, los unos porque se interponen continuamente en las buenas relaciones (carácter) y las rompen y los otros porque son efímeros.
Si los soldados de la trinchera entran en competencia por quién tiene más méritos para llegar a sargento; si los hermanos empiezan a pensar que sus padres quieren más a uno que al otro y si uno de los cónyuges sospecha que el otro es capaz de cometer adulterio se acabó la relación de confianza y dirán "se nos rompió el amor", y vuelta a empezar con otro soldado, otro hermano u otro cónyuge a ver si tiene más suerte, sin reparar en que el problema puede partir de uno mismo.
En los primeros siglos del cristianismo ya se observan algunas cosas que hacen pensar en una cierta distinción bastante apropiada con respecto a las pasiones. Por ejemplo, la ordenación sacerdotal de Orígenes, que fue considerada nula cuando se supo que se había castrado. O el caso, creo que narrado por Casiano en sus Colaciones espirituales, de un monje que, habiendo obtenido el don de perfecta castidad, rezó para obtener, además, el ser librado por completo de la capacidad corporal de tener movimientos contrarios a la castidad (los que ya no padecía por el don antes mencionado). Todo indica que las pasiones ya eran consideradas, de algún modo, como necesarias, y no era el ideal que éstas desaparecieran, ni era admitido el pretender librarse de ellas por medios artificiales. La Iglesia siempre condenó también la cliterectomía.
En la ascética, las pasiones son, en efecto, consideradas enemigas de la salvación, pero esto es debido al desorden introducido por el pecado original. Adán y Eva no padecían de las pasiones debido al control de la voluntad, y eso es lo que la ascética pretende, es decir, imponer el control de la "voluntad superior" (la del alma) sobre la "voluntad inferior" (la carne con sus pasiones). Se llega a decir que las pasiones (en el "Compendio de teología ascética y mística" se mencionan 11), bien encaminadas, son una poderosa ayuda para la práctica de las virtudes.
La tendencia al egoísmo no es la única trampa que hay en pretender buscar la felicidad en los sentimientos. Se me ocurren, por lo menos, otras dos: primero, el hecho de que los sentimientos y emociones sean volubles. Si son positivos, no se los puede retener siempre; si negativos, no parece haber forma de sacárselos de encima. No son confiables. Lo segundo, que el ser humano tiende a acostumbrarse a las cosas. Aún cuando sea posible revivir un sentimiento agradable con frecuencia, mucho del encanto se perderá cuando deje de ser una novedad. No es extraño que quien vive del sentimentalismo intente buscar experiencias cada vez más intensas.
Es interesante el fenómeno de considerar la autenticidad de algo por los sentimientos, así como también se hace con los juicios morales. Parece que ni la psicología pudiera librarse de ello. No es nada raro que se intente atribuir una determinación moral a los rasgos de la personalidad. Es común que se considere menos buenas a las personas menos sensibles o con poca empatía emocional.
El demonio, sin embargo, planta sucursales en todo tipo de personalidades y culturas, así que estaría bien hacer un artículo también sobre los males del ANTIsentimentalismo.
El antisentimentalismo es una exacerbada desconfianza o desprecio a los sentimientos, cuando, después de todo, son regalos que Dios ha querido dar a los hombres, y no a las máquinas o las anémonas, por ejemplo, algo que el mismo Dios ha experimentado de forma apasionada cuando se encarnó (Jesús era un hombre de fuertes sentimientos, no un ejemplo de ataraxia estoica).
Es triste que algunos cristianos (no muchos, pero un porcentaje desproporcionado entre los cultos) sufran de antisentimentalismo y eso les dificulta contagiar la fe a las personas que les rodean, pareciendo generadores automáticos de versículos o citas del Denzinger.
El antisentimentalismo de los cristianos cultos es por influencia del racionalismo y el sentimentalismo de otros es influencia del romanticismo, en cualquiera de los dos casos sacados de quicio.
Tanto el racionalismo como el romanticismo son escuelas pasadas pero queda la razón y el sentimiento como articuladoras de distintas antropologías, el Catolicismo no es ni una cosa ni otra, pero puede estar afectado por alguna de ellas.
Los generadores de versículos, sin embargo, no estoy muy segura de a qué categoría pertenecen. Es poco probable que alguien afectado de racionalismo escupa versículos sin ton ni son, a mi me parece más bien que son los sentimentales los que recurren siempre a esa táctica para callar razonamientos haciendo ver que Jesús hablaba siempre con el corazón, dándole a esa afirmación una intención sensiblera. Los racionalistas recurren más a la cita de teólogos, libros que han leído, Padres de la Iglesia, etc...pero de los Evangelios se han apropiado los sentimentales quitando al mensaje cristiano todo aquello que haga referencia a la Ley, a la autoridad o al más mínimo rigor.
Al temor del señor que comenta lo de la castración como invalidante de la ordenación, pregunto, también sería rechazable el bromuro? Lo he visto utilizar por parte de las hijas de la caridad en personas con graves discapacidades físicas y mentales. Y creo que también se empleó en el sacerdocio, o esto no? Ahora el peligro son las bombas hormonales testiculares creadas en laboratorio con las que atacan los ambientes. Desquician varones. Transexualizan/desquician mujeres.
Creo que la evolución cristiana fue muy adecuada. De San Agustín a Santo Tomás... Tras la ruptura protestante fue un ir hacia atrás o me lo parece a mí, no sé.
No se qué quisiste decir en tu primer comentario. Mi comentario se refiere a que la Iglesia jamás consideró aceptable la mutilación como medio de librarse de ciertas pasiones, por peligrosas que fueran.
En cuanto a tu segundo comentario, es acertado desconfiar. Si ese profesor no es creyente, de seguro es materialista, por lo que no admitiría la existencia de un alma espiritual. Y sí, la voluntad, ayudada por la gracia, puede superar cosas más que impresionantes.
El antisentimentalismo es tan peligroso como el sentimentalismo o más.
No se puede poner el sentimiento en el mismo saco que la pasión. Las pasiones tiene que controlarlas la razón, toda pasión descontrolada es mala.
Los sentimientos pueden ser buenos o malos, pero no tienen esa faceta de descontrol.
La razón fomentará los buenos sentimientos y mantendrá a raya los malos sentimientos, pero a su vez los buenos sentimientos impulsan un buen uso de la razón.
Y es que la racionalidad de un psicópata puede ser impecable, su principal problema es la falta de buenos sentimientos.
Los buenos sentimientos son tan necesarios como la razón para hacer el bien y van de la mano.
El amor a Dios y al prójimo no es pura voluntad, es también sentimiento. Si no van juntos, malo.
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LA
Gracias por sus amables palabras, sofía.
Naturalmente, discrepo de algunas de sus apreciaciones.
Las pasiones no son sino la antesala del sentimiento, o bien directamente un sentimiento muy fuerte, pero entran dentro del mismo campo descriptivo.
No es erróneo afirmar "siento pasión por la cocina" o "me apasiona mi equipo de futbol". Y esas pasiones no son moralmente malas en sí.
Las Sagradas Escrituras suelen describir las pasiones, sentimientos o pulsiones negativas como admonición para no caer en ellas. Por eso pueden transmitir una imagen negativa de los sentimientos, ya que su preocupación principal es que los fieles no se aparten de Dios.
Pero en el Antiguo Testamento se emplea con mucha frecuencia la simpatía erótica entre marido y mujer como metáfora del amor de Dios y su pueblo elegido (ello es particularmente evidente en el Cantar de los Cantares, pero no sólo ahí). Por tanto, podemos concluir, con Santo Tomás, que los sentimientos lícitos que nos llevan a un fin bueno no son condenables en ningún caso.
Leyendo la literatura mística española, cuyos autores sentían una unión o atracción con Dios casi física, no hay manera de creer que ello les pudiera inducir al pecado.
Pero siguen siendo irracionales, y siguen necesitando que la razón, no sólo los intelectualice (para "desanimalizarlos") sino que también los guíe, modere, o reprima si llega el caso, en aras a un fin bueno.
Y no, los sentimientos no son necesarios para hacer el bien, y de hecho más pronto son un obstáculo que una ayuda, ya que centran su fin en nosotros mismos, mientras que el amor (el supremo bien) siempre busca el fin en Dios y el prójimo.
No necesito sentir absolutamente ningún afecto hacia el pobre con el que comparto mis bienes o el difunto por el que oro para que ese acto sea bueno.
Lo que sí suele ser necesario para obrar el bien es la benevolencia o buena disposición del alma. Pero como su nombre indica, forma parte de la voluntad y no es irracional. Y en algunos casos esa benevolencia es inconsciente (yo me lanzo a intentar salvar a un ahogado sin sentir nada hacia esa persona, y sin haber pensado previamente el acto bueno).
En cuanto a los psicópatas, por supuesto que tienen sentimientos. La ambición de poder o riquezas, o de llevar una vida más cómoda son sentimientos. Y por supuesto pueden sentir atracción erótica, o disfrutar de una obra de teatro. De lo que carecen los psicópatas es de empatía hacia el resto de personas, que es asunto distinto.
Por último, en cuanto al mandato evangélico del amor, el sentimiento no sólo no es imprescindible, sino que jamás puede ser primordial en su práctica, puesto que el sentimiento puede desvanecerse, pero la obligación del amor jamás lo hace. Puede ayudar, sin duda, la presencia de buenos sentimientos, pero el cristiano bien formado procurará entrenar su alma para no depender en absoluto de ellos.
Un saludo cordial.
Pero, de alguna manera, mis oraciones fueron escuchadas porque encontré católicos con lo que poder caminar, por lo que entiendo que el mismo Jesucristo no está muy conforme con esa teoría solipsista San Pablo no dice tal cosa en sus cartas a las distintas iglesias, ni Cristo les mandó predicar uno por uno y que cada cual se las arregle con Él a su manera.
Lo preguntaba porque no me pareció mal cuando lo veía emplear. Y más ahora que los ambientes están tan contaminados con sustancias desquiciantes, y no solo de los locales de sexo, como hace años. Ahora ir a una discoteca "normal", puede ser para los jóvenes como ir a un club. O incluso simplemente ir al instituto o a la piscina municipal. Si la pubertad es complicada, con eso en el aire, mucho más.
Saludos.
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LA
Basándose en las palabras de Jesús "si tu ojo te hace pecar, arráncatelo, que más te vale entrar tuerto en el reino de los Cielos que con los dos ojos acabar en la Gehenna" hizo que en los primeros tiempos del cristianismo algunos monjes se automutilaran para evitar la tentación de la lujuria.
La lectura no literalista de la Biblia siempre ha entendido ese tipo de expresiones de Cristo como metáforas de las habituales en los lenguajes semitas (como el camello en el ojo de la aguja, o las piedras que aclaman al Mesías). O sea, que no está diciendo expresamente que se lleve a cabo tal acto.
La enseñanza cristiana es que la Gracia auxilia al fiel para superar las tentaciones. Y de hecho, en el padre nuestro no pedimos no tener tentaciones, sino no caer en ellas.
Dicho esto, la Iglesia recomienda evitar la ocasión de pecado, y por ello, el empleo de sustancias como el bromuro para evitar el pecado carnal en aquellos que tengan dificultades para controlarse no está considerado ilícito, siempre que no lleve a un efecto peor (como poner en riesgo gravemente la salud).
La automutilación es una de esas prácticas cuyos efectos son perniciosos por motivos de salud.
Hay que confiar en el auxilio de la Gracia de Dios para llevar una vida virtuosa. Tenemos además a nuestra disposición medios ordinarios, como los sacramentos, para ayudarnos.
Un saludo.
"A Santa Juana de Chantal, que sufría terriblemente con esta pena, consolábala San Francisco de Sales en estos términos: «El punto culminante de la santa religión es contentarse con actos desnudos, secos e insensibles, ejercitados por la sola voluntad
superior. Hemos de adorar la amable Providencia y arrojarnos en sus brazos y en su regazo amoroso. Señor, si tal es vuestro beneplácito que yo no tenga gusto alguno por la práctica de las virtudes que vuestra gracia me ha otorgado, me someto a ello plenamente, aunque sea contra los sentimientos de mi
voluntad; no quiero satisfacción de mi fe, ni de mi esperanza ni de mi caridad, sino poder decir en verdad, aunque sin gusto y sin sentimiento, que moriría antes que abandonar mi fe, mi esperanza y mi caridad.»"
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LA
Dentro de la Iglesia siempre ha habido una corriente ascética radical que buscaba el abandono de lo material dentro de este mundo para dejarse absorber completamente por Dios, lo cual incluía la renuncia al propio cuerpo, a las propias pulsiones carnales y hasta la razón.
Francamente, sólo unos pocos han sido llamados a tal camino por Dios. La mayoría tenemos que aprender a convivir y discernir nuestros sentimientos.
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No conozco sobre este asunto pero, en principio, sorprenden estas palabras. El cuerpo es templo del espíritu y obra de Dios y siempre había oído que es obligación su cuidado. ¿Abandono de la razón? Me resulta todo muy extraño, me suena oriental.
No olvidemos que la vida del cristiano se sostiene sobre dos mandatos: Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo.
Siempre he entendido que la vida cotidiana del cristiano se caracteriza por el encuentro con el otro, con quien se padece juntamente -se compadece-.
"Y así, pudo decir san Juan Crisóstomo: "Quien con causa no se aira, peca. Porque la paciencia irracional siembra vicios, fomenta la negligencia, y no sólo a los malos sino también a los buenos los invita al mal"".
catholic.net/op/articulos/12730/cat/131/la-pasion-de-la-ira.html#modal
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LA
A usted por su amabilidad.
Y del psicópata he dicho que carecía de buenos sentimientos, no de sentimientos. Pero su razonabilidad puede ser impecable y la aplicación estricta de la razón a sus antivalores puede producir esa monstruosidad de comportamiento.
Y de los buenos sentimientos afirmo que siempre son buenos y colaboran con la razón para que hagamos el bien. No he dicho que no se pueda hacer el bien nada más que por motivos sentimentales, sino que razón y buenos sentimientos están de acuerdo para ordenar la conducta al bien.
No necesitas sentir nada por un pobre al que le das una limosna, pero lo cierto es que si tienen la sensación de estar haciendo lo correcto al ayudarle sin sentir nada por él, eso ya es un sentimiento bueno, un sentimiento de buena conciencia.
En cuanto a la diferencia entre pasión y sentimiento creo que va más allá de una mera cuestión de grado, son categorías distintas.
La pasión sin control siempre es mala. Si el control existe previamente para dar el visto bueno, ya no es una pasión descontrolada.
Saludos cordiales
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LA
Únicamente hallo objetable esta vez su última afirmación: si la maldad de una pasión reside únicamente en su control ¿Qué hacemos con la pasión descontrolada por evangelizar, como dice otro comentarista? ¿Nos llevará al mal o al pecado?
¿Y que hay de la controlada pasión por acumular riquezas para uno mismo? ¿O de la pasión por los adolescentes, eso sí completamente controlada por la razón? ¿Nos conducirán al bien o la bienaventuranza?
No sé, detecto cierto epicureísmo detrás de su concepto. También el filósofo griego era partidario de moderar las pasiones. Y para él en ese control residía la virtud, no en el fin de esa pasión.
Un saludo cordial.
Supongo que tendremos que aclarar el significado de "pasión".
De estas tres acepciones de la RAE, hay una negativa, la 5, porque supone un descontrol, un desorden y una neutra la 6, que dependerá de su objeto. La 7 será neutra si esa vehemencia es controlable y entonces dependerá de su objeto también.
5. f. Perturbación o afecto desordenado del ánimo.
6. f. Inclinación o preferencia muy vivas de alguien a otra persona.
7. f. Apetito o afición vehemente a algo.
Yo diría que si la inclinación no es descontrolada será buena si su objeto es bueno.
sentimiento:
2. m. Estado afectivo del ánimo.
No incluye la noción de desorden, descontrol, ni vehemencia, luego pueden siempre ser controlados por la razón. En ese caso los podemos considerar, desde el punto de vista afectivo del sujeto, buenos si nos hacen sentir bien y malos si nos hacen sentir mal; pero desde un punto de vista ético, serán buenos si nos llevan a amar a Dios y al prójimo como a uno mismo y serán malos si nos llevan a alejarnos del amor a Dios y al prójimo.
La razón debe juzgar los sentimientos, pero la razón sin buenos sentimientos no produce nada bueno.
Al final de nuestra vida nos examinarán de amor. Y el amor es un sentimiento, aunque no desprovisto de razón.
amor
1.
Sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno.
"el amor al prójimo"
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LA
Cuando la RAE da tantas definiciones, y diversas, de un término, es porque este no es unívoco, y precisa aclaración. En mi caso, ya he explicado al comienzo del artículo que la definición que empleo es la de los clásicos.
En cuanto al amor, no es un sentimiento. Desde luego no desde el punto de vista cristiano. Que es el que introduce ese concepto capital en la filosofía y la teología.
En la réplica al primer comentario enlazo al artículo donde desarrollo y explico este punto.
Un saludo cordial.
Despedida cordial
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LA
Desde el punto de vista del sujeto todo sentimiento es "auténtico", puesto que su origen es involuntario e irracional.
Lo que el reformador del Carmelo dijo en esa frase es que en el atardecer de la vida nos examinarán del amor.
Es decir, del acto de amar a Dios y al prójimo. Es imposible examinarnos de una aversión, un afecto, un temor... Que son involuntarios y que no suponen ni mérito ni culpa.
Gracias por sus comentarios y un saludo cordial.
Hume afirma que “conocemos las verdades morales a través de nuestros sentimientos, nuestros sentimientos de aprobación y desaprobación” (Investigación sobre los principios de la moral, 1751). Es decir, Hume atribuye un cierto carácter absoluto a los sentimientos (o, en un nivel inferior, las pasiones). Es como decir que los sentimientos o pasiones tienen la última palabra. Y, de esta manera, la razón es «la esclava de las pasiones», y su única misión es servirlas y satisfacerlas de la mejor manera posible; pero la razón, según Hume, no puede ni tiene por qué criticarlas ni jerarquizarlas. Es una forma de hedonismo extremo.
Por el contrario, pienso que la tradición moral cristiana se ha desarrollado correctamente hasta reconocer que nuestros sentimientos impregnan nuestra racionalidad (o espiritualidad), y están ellos mismos impregnados de racionalidad. Esto significa que se puede «razonar» con ellos. Se puede argumentar que hay sentimientos mejores que otros; que, en aquello que nos hacen ver y desear, la compasión es mejor que la envidia. Creo que es importante no dejar de lado los sentimientos o desvalorizarlos, cuando en muchas ocasiones pueden ser el motor de nuestras decisiones.
Por eso los sentimientos se pueden educar, y tiene pleno sentido ético hacerlo. En definitiva, no somos «esclavos» de nuestros sentimientos o emociones. La formación del carácter no consiste en un mero control de los sentimientos, ni menos aún represión, sino verdadera educación: llevar a los sentimientos hacia donde deben apuntar; enseñar a entristecerse cuando hay que entristecerse, airarse cuando hay que airarse, alegrarse cuando hay que alegrarse, etc.
El artículo propone distintos puntos de vista de lo q son las pasiones y los sentimientos y no me había quedado clara la conclusión.
Puede que su origen sea involuntario pero los sentimientos se pueden fomentar o reprimir.
Yo estoy totalmente de acuerdo con lo que dice Gonzalo en su comentario.
Sin sentimientos no puede haber boda entre Cristo y la Iglesia, pues son estos sentimientos precisamente quienes nos diferencian de los ángeles, y por lo que te desposas.
Como colofón diría que a la muerte de Cristo la llamamos la Pasión, porque subió aquel monte apasionado para desposarse con la Iglesia.
El demonio lo jode todo. Pensar mejor. Actuar mejor. Y sentir mejor. Y todo con el corazón.
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LA
Si usted lee los comentarios previos verá que el otro día cité precisamente el Cantar de los Cantares en respuesta a uno.
Dios no desposó al pueblo elegido, y posteriormente a la Iglesia, por sentimentalismo. Su amor es puro y desinteresado, como corresponde al sumo Bien y la suma perfección. Un amor de voluntad y de oblación.
Los autores bíblicos, muy semitas ellos, emplean con cierta frecuencia metáforas que parecen antropomorfizar a Dios. Sus interlocutores entendían muy bien que no se podían tomar literalmente. No caigamos nosotros en ese error.
La Pasión de Cristo se llama así porque padeció, porque sufrió física y anímicamente. Pero durante toda ella no hubo en el Hijo de Dios ni aversión, ni venganza ni gozo. No hubo sentimiento, sino sacrificio de amor. Bebió aquel cáliz porque su Padre así se lo hizo beber porque era su Voluntad.
Un saludo.
Lo que se entiende de una palabra es su uso más frecuente y, por lo tanto, puede dar lugar a equívocos. Cuando mi padre veía en tv o leía en el periódico algo relativo a los celos, el odio u otro sentimiento extremo solía decir: "El mundo está lleno de eternas pasiones" y jamás se me ocurrió pensar que las "eternas pasiones" se refirieran a nada bueno.
Me ha recordado, también al hilo del extracto de San Francisco de Sales, que transcribe Franco, a esa importante dicotomía tan bien detectada por San Ignacio de Loyola,: los momentos de consolación y los momentos de desolación. Porque es en los segundos donde de verdad se ponen a prueba la calidad y la cantidad de nuestra fe (en los primeros nos sentimos tan abrazados por el amor de Dios que nos parecería imposible no corresponderle...).
Pero claro, cuando viene la sequedad o peor, cuando Dios parece estar completamente ausente y la persona no llega a sentir siquiera su amor ni su presencia en la oración, ahi es donde de verdad cobran grandísimo valor nuestros actos de fidelidad hacia Él y hacia los demás. En momentos así, hasta tratar de cumplir los mandamientos puede convertirse en algo casi heroico. Y no digamos tratar de permanecer fieles a nuestras obligaciones de estado, sea cual sea este. Luchar cuando estamos encendidos por el amor de Dios está chupado, porque es Su Santo Espíritu el que mueve nuestro entendimiento y nuestra voluntad. Pero luchar cuando ese fuego está más seco que la mojama.... ahí, ahí es donde demuestra realmente su valor el soldado.
Y si no, que se lo digan a Santa Teresa de Calcuta, que pasó las últimas cuatro décadas de su vida en la más absoluta desolación espiritual, sin sentir nada de nada. Rien de rien. Aunque también se lo pueden preguntar a tantas personas que siguen fieles a sus espos@s por amor a Dios, pese a que el sentimiento por su cónyuge haya podido desaparecer...
"Un solo acto de amor a Dios en tiempos de aridez, vale más que cien en momentos de ternura y consuelo" (Santo padre Pío).
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