El Trabajo
El trabajo en la Antigua Alianza: maldición de Yahvé
Porque en el jardín del Edén el hombre todo lo recibía de Dios de balde, y al ser expulsado por su desobediencia vive en la tierra como en exilio, en espera de su retorno a la Jerusalén celestial, ganando con su sudor el sustento, la Palabra de Dios califica explícitamente como maldición a la fatiga del trabajo:
Por ti será maldita la tierra; con trabajo comerás de ella todo el tiempo de tu vida. Gn 3, 17. Lamec tenía ciento ochenta y dos años cuando fue padre de un hijo, al que llamó Noé, diciendo: “Este nos dará un alivio en nuestro trabajo y en la fatiga de nuestras manos, un alivio proveniente del suelo que maldijo el Señor”. Gn 5, 28-29. Pues ¿qué le queda al hombre de todo su afanarse y fatigarse con que debajo del sol se afanó? Todos sus días son dolor, y todo su trabajar fatiga, y ni aun de noche descansa su corazón. También esto es vanidad. Eclesiastés 2, 22-23. Véase también Génesis 3, 23; Eclesiástico 33, 25 y Proverbios 16, 26, así como Rerum Novarum, 13 y 16.
En las Sagradas Escrituras, además, el trabajo es empleado como castigo: así el faraón impone a los israelitas la pena de fabricar ladrillos en tiempos de Moisés:
Pusieron, pues, sobre ellos capataces que los oprimiesen con onerosos trabajos en la edificación de Pitom y Ramsés, ciudades-almacenes del faraón. Ex 1, 11-14. (véase también Ex 2, 11; 5, 4-13; Lev 25, 39-40).
De hecho, la liberación de los israelitas de Egipto consiste principalmente en arrancarlos de los trabajos forzados:
Por eso, anuncia esto a los israelitas: Yo soy el Señor. Yo os libraré de los trabajos forzados que os imponen los egipcios, os salvaré de la esclavitud a que ellos os someten, y os rescataré con el poder de mi brazo, infligiendo severos y justos castigos (Éxodo 6, 6-7).
En el día consagrado a Yahvé está vedado trabajar. En la primera Pascua ya se estipula este mandato:
El día primero tendréis asamblea santa, y lo mismo el día séptimo. No haréis en ellos obra alguna, fuera de lo tocante a aderezar lo que cada cual haya de comer (Ex 12, 16).
Y en el establecimiento del Sabbath se fija de modo estricto:
Pero el séptimo día es día de descanso, consagrado a Yahvé, tu Dios, y no harás en él trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el extranjero que está dentro de tus puertas; pues en seis días hizo Yahvé los cielos y la tierra, el mar y cuanto en ellos se contiene, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahvé el día del sábado y lo santificó (Ex 20, 10-11). Véase también Éxodo 23, 12; 31, 15; 34, 21 y 35, 2; Deuteronomio 5, 14-15; Levítico 23, 3 y Jeremías 17, 22-24.
Como Yahvé descansó el último día, así debe hacerlo el hombre. En cierto modo, la santificación impone la cesación de la labor. El trabajo queda así delimitado dentro del mundo de lo profano, como si la actividad laboral apartara al hombre de las devociones a Dios (incluso a los animales consagrados a Yahvé, véase Dt 15, 19 y 21, 3). Violar la obligación de descanso del sábado está penado con la exclusión perpetua del pueblo y de la promesa de salvación:
Habla a los hijos de Israel y diles: No dejéis de guardar mis sábados, porque el sábado es entre mí y vosotros una señal para vuestras generaciones, para que sepáis que soy yo, Yahvé, el que os santifico. Guardaréis el sábado, porque es cosa santa. El que lo profane será castigado con la muerte; el que en él trabaje será borrado de en medio de su pueblo (Ex 13, 14).
Durante toda su historia, hasta la actualidad, el Pueblo de Israel siguió estrictamente esta norma, incluso fanáticamente hasta detalles nimios, como criticó Nuestro Señor a los fariseos durante su primera venida al mundo.
Yahvé estableció además otros descansos coincidiendo con las fiestas litúrgicas: la fiesta de la cosecha o de las gavillas (Éxodo 23, 16; Levítico 23, 21), la de la Aclamación o el primer día del séptimo mes (Levítico 23, 25-26; Números 29, 1), la de las Primicias (Números 28, 26), la de los Ázimos (Levítico 23, 7-8; Deuteronomio 16, 8; Números 28, 18 y 25), la de la Expiación (Levítico 23, 28 y 31; Números 29, 7), la de los Tabernáculos (Levítico 23, 35-36; Números 29,35).
En muchos lugares de las Sagradas Escrituras se repite que es Yahvé quien da al hombre los bienes duraderos, y que este no debe poner su confianza en su sabiduría práctica o el trabajo de sus manos:
Si Yahvé no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen. Si no guarda Yahvé la ciudad, en vano vigilan sus centinelas. Vano os será madrugar, acostaros tarde y que comáis el pan del dolor, pues lo da a sus amados aunque duerman. (Sal 127 (128), 1-2); La bendición de Dios es lo que enriquece; nuestro afán no le añade nada (Prov 10, 22); Esperabais mucho, y habéis hallado poco; almacenabais, y yo he soplado en ello. ¿Por qué? dice Yahvé de los ejércitos. Por estar mi casa en ruinas, mientras que todos os apresurabais a haceros la vuestra. Por eso retuvieron los cielos sobre vosotros el rocío y no dio sus frutos la tierra, y llamé la sequía sobre la tierra, y sobre los montes, y sobre el trigo, y sobre el vino, y sobre el aceite, y sobre cuanto produce la tierra, y sobre los hombres y sobre las bestias, y sobre todo trabajo de vuestras manos (Ag 1, 9-11); Hay un trabajoso afán que he visto debajo del sol: riquezas guardadas para el mal de su dueño. Piérdense esas riquezas en un mal negocio, y a los hijos que engendra no les queda nada en la mano (Eclesiastés 5, 12-13). Este pensamiento de repite en otros pasajes (véase Eclesiastés 3, 9; Juan 6, 26-27)
Más aún, la confianza en el trabajo de sus manos puede ser vehículo para graves pecados en el hombre, como la idolatría (Éxodo 20, 23; Sabiduría 13, 10-19. Hechos 17, 29). De hecho, los dos primeros capítulos del Libro del Eclesiastés (que comienza con el célebre “vanidad de vanidades, y todo es vanidad”) tienen como tema principal la transitoriedad y futilidad de todos los trabajos, esfuerzos y afanes del hombre en el mundo.
Los frutos buenos del trabajo en la Antigua Alianza
Pero si el hombre confía en Dios, y le pone por encima de todo, su trabajo será fructífero y Yahvé le concederá bienes terrenales:
Bienaventurado todo el que teme a Yahvé y anda por sus caminos. Porque comerás del trabajo de tus manos, serás feliz y bienaventurado. (Salmo 128, 1-2). Véase también Prov 31, 17; Eclesiástico 11, 21; Deuteronomio 28, 12.
Aunque se reconoce que las obras del trabajo alegran el corazón del hombre, también se advierte que son caducas, y por tanto vanas, repitiendo la idea de la superioridad del servicio a Dios:
mi corazón gozaba de toda mi labor, siendo éste el premio de mis afanes. Entonces miré cuanto habían hecho mis manos y todos los afanes que al hacerlo tuve, y vi que todo era vanidad y persecución del viento y que no hay provecho alguno debajo del sol. (Eclesiastés 2, 10-11, véase también el resto del capítulo). Véase también Colosenses 3, 23-24.
Sin embargo, también la Sagradas Escrituras enseñan que el trabajo es bueno por cuanto supone una suerte de penitencia y de obediencia a los mandatos de Dios:
No detestes los trabajos penosos, ni el trabajo del campo, creado por el Altísimo. (Eclesiástico 7, 15); Dulce es el sueño del trabajador, sea que coma poco o mucho; al rico, en cambio, el estómago lleno no lo deja dormir (Eclesiastés 5, 11).
Asimismo, el legítimo fruto del trabajo es algo bueno y motivo de celebración:
También la solemnidad de la recolección, de las primicias de tu trabajo, de cuanto hayas sembrado en tus campos. También la solemnidad del fin de año y de la recolección, cuando hubieres recogido del campo todos sus frutos. (Ex 23, 16; véase también Deuteronomio 12, 7 a 18, Isaias 62, 8).
Hay también trabajos agradables a Dios, los dedicados a obras sacras, como el que encargó a los artesanos por medio de Moisés para que fabricaran el santuario para el arca (véase el Éxodo, capítulos 36 a 39), el del propio Templo de Salomón (como se describe en los capítulos 5 a 7 del Primer Libro de los Reyes, y 3 del Segundo Libro de las Crónicas), su reconstrucción al regreso del destierro (Esdrás, capítulos 3 a 6), o incluso obras más profanas eran agradables a Dios si se hacían en su honor, como la reconstrucción de las murallas de Jerusalén (Véase el libro de Nehemías). Asimismo, san Pablo en numerosas ocasiones llama “trabajo” o “labor” a su misión apostólica entre los gentiles (véanse Hech 15, 38; 1 Cor 3, 8 y 15, 10; 2 Cor 10, 16 y 13, 11; Flp 1, 17 y 2, 12 y 16; Rom 16, 6 y 12; Gal 4, 11; Col 3, 23; 1 Tes 2, 9 y 1 Tes 3, 5).
No sólo el trabajo es bueno (dentro de su profanidad), sino que ha de respetarse y usar de justicia con él:
¡Ay del que edifica su casa sin justicia, sus salones altos sin derecho, haciendo trabajar a su prójimo de balde, sin darle el salario de su trabajo! (Jeremías 22, 13). No maltrates al servidor que trabaja fielmente ni al jornalero que se da por entero (Eclesiástico 7, 20)
Hay además una ética en el trabajo, que debe ser realizado con diligencia:
El que es negligente en su labor es hermano del derrochador (Proverbios 18, 9).
Asimismo, se elogia la laboriosidad y se critica la holgazanería:
Un poco dormir, un poco cabecear; otro poco mano sobre mano descansando. Y sobreviene como salteador la miseria, y como ladrón la indigencia (Proverbios 24, 33); Más vale el que trabaja y le sobra de todo que el que anda gloriándose y carece de pan (Eclesiástico 10, 27).
El trabajo en la Nueva Alianza
Nuestro Señor empleó el trabajo y a los trabajadores para sus parábolas, por ejemplo en la de los jornaleros contratados, cuyo trabajo utiliza para explicar la misericordia de Dios con sus fieles (Mateo 20, 1-16), como cuando equipara el Reino de Dios a un sembrado:
Entonces dijo a sus discípulos: «La cosecha es abundante, pero los trabajadores son pocos. Rogad al dueño de los sembrados que envíe trabajadores para su cosecha» (Mateo 9, 37-38 y Lucas 10, 2).
También emplea el principio de la justicia del sueldo debido como alegoría a sus discípulos enviados en misión como si fuese un trabajo:
No llevéis oro, ni plata, ni cobre en vuestro cinto, ni alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni bastón; porque el obrero es acreedor a su salario. (Mt 10, 9-10, ídem Lc 10, 7 o 1 Cor 16, 10). Este principio de justicia ya está presente en el Antiguo Testamento: No retengas hasta el día siguiente el salario de un trabajador; retribúyele inmediatamente, y si sirves a Dios, él te lo retribuirá (Tobías 4, 14). Véase también Santiago 5, 4.
No obstante, Jesucristo reafirma la superioridad de las obligaciones sagradas sobre el trabajo, comparando desfavorablemente a la afanosa Marta con la contemplativa María (Lucas 10, 40-42). Se diría que antepone la devoción a la obligación, a diferencia del célebre refrán castellano.
Precisamente para explicar que el trabajo profano y el amor divino son cosas diferentes, es cuando se revela como señor del Sábado y recrimina a los fariseos:
Pero el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hubiese hecho una curación en sábado, decía a la gente: «Hay seis días en que se puede trabajar; venid, pues, esos días a curaros, y no en día de sábado.» Replicóle el Señor: “¡Hipócritas! ¿No desatáis del pesebre todos vosotros en sábado a vuestro buey o vuestro asno para llevarlos a abrevar? Y a ésta, que es hija de Abraham, a la que ató Satanás hace ya dieciocho años, ¿no estaba bien desatarla de esta ligadura en día de sábado?” (Lucas 13, 14-16). Véase también Juan 5, 16-17
Tampoco se ha de pasar por alto que Dios encarnado fue hijo adoptivo (y aparente a ojos de todos) de un trabajador, como era san José el carpintero, y que Jesús comienza su apostolado eligiendo discípulos entre trabajadores, y no entre escribas o doctores de la ley (Lc 5, 3-7).
San Pablo se extiende sobre la justicia del sueldo por el trabajo de forma explícita en varias ocasiones. Dando ejemplo en Corinto:
y como era del mismo oficio que ellos, se quedó en su casa y trabajaban juntos, pues eran ambos fabricantes de tiendas (Hech 18, 3).
Y también en Tesalónica, con esa sentencia que todo cristiano bien conoce, en la que pondera el trabajo (pese a que reafirme que la predicación del evangelio es superior y por ello genera “derecho” a ser mantenido) como obra de caridad hacia sus anfitriones, para no cargarles a ellos con su sustento:
Sabéis bien cómo debéis imitarnos, pues no hemos vivido entre vosotros en ociosidad, ni de balde comimos el pan de nadie, sino que con afán y con fatiga trabajamos día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros. Y no porque no tuviéramos derecho, sino porque queríamos daros un ejemplo que imitar. Y mientras estuvimos entre vosotros, os advertíamos que el que no quiere trabajar no coma (2 Tes 3, 6-12, y también 1 Tes 2, 9).
Ese principio es recordado en diversos lugares de sus escritos:
Ahora bien, al que trabaja no se le computa el salario como gracia, sino como deuda (Rom 4, 4) (Véase también 1 Cor 3, 8 y 2 Tim 2, 6, así como 2 Jn, 8).
El trabajo en el magisterio católico
Numerosas encíclicas y documentos magisteriales se han ocupado del trabajo, sobre todo desde que la cuestión social estallara con toda su fuerza en el siglo XIX. Mas la mayor parte de estos documentos están orientados a las relaciones ente empresarios y trabajadores, al derecho a la propiedad, o a impugnar las falacias de liberalismo y socialismo, y no tanto a la valoración moral del trabajo. La excepción es la carta encíclica Laborem Exercens, del sumo pontífice s. Juan Pablo II, publicada en 1981 y dedicada íntegramente al trabajo humano, de la cual extraemos la mayor parte de la doctrina católica sobre el trabajo.
El magisterio católico define trabajo como toda actividad del hombre propia en virtud de su humanidad. Es decir, aquella que supera la que realizan las bestias, distinguiéndole de ellas, que ennoblece la materia y que contribuye al progreso científico, tecnológico y moral de la cultura (Laborem exercens, introducción y 9. Juan Pablo II, 1981), abarcando una vertiente tanto individual y personal, como comunitaria.
En el mandato divino recogido en el Génesis 1:28, “someted la Tierra”, la Iglesia ve un reflejo humano de la acción de Dios en el mundo, un mandato de, por medio del trabajo, emular el cuidado y amor con que la divina Providencia transforma la naturaleza para mejorarla, proveyendo de ese modo tanto a su sustento como a su progreso; un modo fecundo de “someter la tierra”. De ese modo, con su trabajo el hombre participa de la obra de Dios (Laborem exercens, 4 y 25. Juan Pablo II, 1981; Centessimus annus, 43. Juan Pablo II, 1991), cual arrendatario de la viña de la parábola (Marcos 12, 1-11).
En palabras de Pío XI, el trabajo es la aplicación y ejercicio de las energías espirituales y corporales a los bienes de la naturaleza, o por medio de ellos, y el hombre ha nacido para trabajar. (Quadragesimo anno, 53 y 61. Pío XI, 1931), o por decirlo en otos términos, el trabajo forma parte de la vocación del ser humano como persona (Centessimus annus, 6. Juan Pablo II, 1991).
Por esa emulaicón divina en la tierra, el hombre es siempre el sujeto del trabajo, y por tanto, el trabajo (por muy necesario que sea para la sociedad y cada uno de sus miembros) está “en función del hombre”, y no el hombre en función- o como objeto- del trabajo. Así pues, el objeto final (inmanente) de todo trabajo es el hombre mismo (Laborem exercens, 6. Juan Pablo II, 1981).
De los documentos magisteriales pueden extraerse estos principios generales:
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Que el trabajador procure con su labor conseguir los bienes necesarios para su sustento (“el pan cotidiano”, Génesis 3, 19), tenga derecho a una contraprestación justa por ese trabajo, y a emplearla del modo que considere conveniente, incluyendo adquirir bienes para legarlos a sus descendientes (Rerum Novarum, 3, 6 y 15. León XIII, 1891; Quadragesimo anno, 51-52 Pío XI, 1931; Laborem exercens, introducción y 10. Juan Pablo II, 1981).
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Que el fruto del trabajo sea necesario y útil a los semejantes (Rerum Novarum, 32. León XIII, 1891), y contribuya a la riqueza de las sociedades (Centessimus annus, 6 y 43. Juan Pablo II, 1991).
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Que el trabajo se ejerza de forma diligente (ética del trabajo) (Quadragesimo anno, 33. Pío XI, 1931; Laborem exercens, 6. Juan Pablo II, 1981), para que se oriente al Bien Común, primeramente natural, pero principalmente sobrenatural (Singulari Quadam, 3. Pío X, 1912).
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Que el trabajo sirva al hombre para su perfeccionamiento como persona y la realización de su humanidad (Laborem exercens, 6. Juan Pablo II, 1981).
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Que la justaremuneración por el trabajo no se limite al justo salario (aquel que permita sostener a la propia familia), sino a la posibilidad de desarrollar su iniciativa y sentido de pertenencia en el mismo (Laborem exercens, 15. Juan Pablo II, 1981). El trabajo genera así una serie de derechos legales a quien lo practica, empezando por el de poder ejercer su profesión y recibir subsidio caso contrario, acceso a cuidados sanitarios, descanso adecuado, cargas laborales proporcionadas, ambiente laboral seguro, sano y moralmente lícito, pensión para la vejez, asociación profesional, etcétera (Laborem exercens, 16, 18, 19 y 20. Juan Pablo II, 1981).
El magisterio católico refuta los postulados materialistas que consideran al trabajo del hombre como un tipo de mercancía más, llevando de forma inconsciente a la conclusión de que el ser humano es en sí mismo un mero bien material, valioso únicamente en tanto medio de producción, y no como verdadero autor y fin del trabajo (Laborem exercens, 7 y 13. Juan Pablo II, 1981). Esta forma de pensar lleva a la conclusión errada de que es el capital el verdadero sujeto y fin de la actividad laboral, conduciendo de modo inevitable al inhumano axioma del lucro como motor de las relaciones económicas. (Laborem exercens, 8. Juan Pablo II, 1981).
Lo que se suele denominar capital (conjunto de los medios de producción) es el fruto del trabajo, y por tanto su consecuencia, no su causa; son los medios que emplea el trabajador, y le están subordinados, pues el hombre posee la primacía sobre las cosas (Laborem exercens, 12 y 13. Juan Pablo II, 1981).
De ese modo, el trabajo posee la preeminencia sobre el capital en las relaciones económicas, por lo que los bienes producto del trabajo tienen un destino universal a toda la comunidad humana, por encima del legítimo uso personal. En ese sentido los bienes-medio de producción pueden ser socializados en las oportunas circunstancias, salvado el derecho, en aras a un bien social superior. En concreto, el magisterio católico aconseja asociar el trabajo a la propiedad de los medios de producción, en unos sujetos económicos (los cuerpos intermedios) autónomos respecto al poder público, que persigan su objetivo por medio de relaciones mutuas entre sus miembros. O, en otras palabras, fomentando el cooperativismo y otras formas de asociación comunitaria espontánea (Laborem exercens, 14. Juan Pablo II, 1981), aunque sin menoscabo de la función subsidiaria de coordinación de la autoridad pública, que puede llegar a una planificación razonable de la actividad laboral si así lo precisa el Bien Común (Laborem exercens, 18. Juan Pablo II, 1981).
Asimismo, la doctrina católica condena el empleo del trabajo como forma de menoscabo de la dignidad humana o como castigo (trabajos forzados, uso del trabajo para ejecutar actos malos) (Laborem exercens, 9. Juan Pablo II, 1981). S. Juan Pablo II añade además una interpretación penitencial: la fatiga inherente al trabajo es otra forma de asociarse a la cruz de Cristo, y por tanto un medio de santificación (Laborem exercens, 9. Juan Pablo II, 1981).
Reflexiones finales
Resumiendo extremamente, podemos decir que el trabajo produce tres principales bienes al hombre:
Primero, obtener su sustento y el de aquellos que del trabajador dependen, sin el cual no es posible la vida material. Este objetivo es bueno y meritorio, pues Dios quiso que en esta tierra tuviésemos parte material, y deber nuestro es cuidar nuestro cuerpo, templo de nuestra alma, y proveerle de aquello que natura demanda para su supervivencia.
Segundo, desarrollar de modo fructífero los talentos o cualidades diversas que Dios ha puesto en la naturaleza de cada ser humano, logrando de ese modo que realice su misión meramente terrena de forma eficiente y meritoria, por medio del conocimiento de un oficio y del desarrollo de un trabajo; el ser humano como generador o transformador de bienes emula de forma pálida y parcial la propia labor creadora de Dios, como criatura suya que es. Al ejercer una profesión honrada, perfecciona su alma.
Tercero, servir con el producto de su trabajo a la comunidad y cada uno de sus miembros, proporcionándoles algún bien o servicio útil y legítimo. Contribuye así el hombre al bien común inmanente o natural de la sociedad en la que ha nacido y hacia la que tiene deber de piedad, siendo esta la forma más común de patriotismo.
Como enseñanza cristiana suprema, persiste el principio de que el trabajo fatigoso es consecuencia del rompimiento del hombre con Dios en el pecado original: en el jardín de Edén todas las necesidades materiales del hombre eran otorgadas dadivosamente por Yahvé. Al desobedecer al Sumo Hacedor, el hombre debe ganarse con fatiga y sufrimiento el sustento que antes le era regalado. En la Jerusalén Celeste que nos anuncia san Juan en el Apocalipsis (véase a partir del capítulo XXI) los cuerpos gloriosos de los bienaventurados no deberán ser alimentados, vestidos ni descansados, y sus almas verán a Dios y beberán del agua de la vida. En esa reconciliación divina, cesará de nuevo todo trabajo, cuyos frutos serán innecesarios, pues todo castigo será levantado y toda carencia aliviada por la Divina Providencia.
Así, cuantos en la tierra elevan su espíritu hacia esa Nueva Jerusalén y ansían el reencuentro con su Dios, por medio de la oración, la meditación, los sacramentos y la adoración a Dios, practican la mayor de las virtudes. Por ello, la austeridad, la modestia y la renuncia a las cosas materiales son los más encomiables de los trabajos que hombre alguno puede hacer: cuanto menos necesidad hay de lo terrenal, más tiempo y energías se pueden dedicar a lo espiritual. Mas fuera de unos pocos elegidos por Dios, a los que llamamos místicos, capaces de una renuncia y entrega totales, el resto de los fieles debemos atender al sustento propio y al de los nuestros. Es por el trabajo por el medio en que llevamos a cabo esta obligación.
Sentada la subordinación del trabajo a la contemplación, como lo está lo terrenal a lo celestial, no es lo mismo trabajar mucho y bien que hacerlo poco y mal. Puesto que por el trabajo nos sostenemos todos, y puesto que todos unos a otros nos necesitamos, quien bien trabaja no sólo se sostiene, sino que rinde un servicio a la comunidad humana de la que forma parte; mientras que quien mal y poco trabaja, suele recibir del esfuerzo de otros lo necesario para su sustento. Es por ello que el buen trabajar es virtud de generosidad para con los demás, mientras que el mal trabajar lo es de egoísmo. Es por ello que la diligencia en el trabajo es obligación del cristiano, que debe procurar no ser carga para otros, como bien dice el apóstol de los gentiles cuando afirma con rotundidad que “el que no trabaje, que no coma” (2 Tesalonicenses 3:10), precisamente “para no resultar gravoso a nadie”.
Como sabemos, los actos buenos hacia los demás son aplicación de la caridad al prójimo y virtud de patriotismo, que es extensión del cuarto mandamiento, y por ello el buen trabajador sirve a los demás y el mal trabajador se sirve de ellos.
Cabe también decir que el tiempo del hombre debe repartirse en modos útiles. Los místicos a los que antes aludíamos, apenas dedican salvo el tiempo imprescindible al sustento propio, y ocupan el resto en adoración y meditación de Dios y su infinita sabiduría, que es el mejor de los empleos que se puede hacer del tiempo. Mas para el común de cristianos, sin negarse esa máxima en cuanto sea posible, se hace preciso, cuando nuestras almas estrechas se fatigan, ocuparse en menesteres terrenales. En ese punto, más valioso será trabajar, y trabajar bien, que llenar ese tiempo de ocio, que es padre de todos los vicios y aún madre de las enfermedades corporales. Las distracciones, sino son santas, serán necesariamente lo contrario.
Mas volvamos a recordar que, siendo meritoria la ocupación por el servicio a las necesidades de la familia y la sociedad, siempre ocuparán escalón inferior a las tareas espirituales y sacramentales, que nos acercarán de un modo sensible a Dios. Vaya esta advertencia por aquella equivocada tesis (proveniente de la herejía calvinista) de la “santificación por el trabajo”. La santificación se adquiere por la caridad hacia Dios y hacia el prójimo, y si bien una parte de esta puede emplear la labor como vehículo, sera simple medio para la caridad, y no fin. El excelente y laborioso artesano que falta a sus obligaciones hacia su Iglesia y su familia no se acerca a su salvación, sino que se aleja. Y el día del Juicio, más meritorio habrá sido dar un vaso de agua a un pequeñuelo sediento, que todas las horas extra de infatigable tarea acumuladas.
Añádase que cuando se pone el trabajo en el centro de la actividad, el fin casi invariablemente no será Dios, sino uno mismo. El orgullo por el trabajo que sale de las propias manos siempre lleva a la perdición (y quizá por ahí viniese la rebelión de Satán y sus ángeles, cooperadores de Dios antes de su caída). Bien sea para nutrir los propios placeres y comodidades (y sabemos que la carne es enemiga del alma), bien para alimentar el apetito de lucro que a la codicia empuja, el trabajo por encima de lo necesario, salvo que sea para regalar a los necesitados (en cuyo caso será acto de caridad, sin remuneración material, sino solo recompensa en el Cielo), nunca lleva a santificación.
Más aún, incluso en nuestras fatigas y trabajos, mucho nos conviene poner nuestro espíritu en lo alto al acometerlos, y encomendarnos a Dios para sus resultados. Así hacían los antiguos, que ofrecían a Yahvé sus labores, y también los frutos que producían, para que Dios les bendijera dando buen resultado a sus afanes.
En el estado de gracia original del hombre, y en el de la definitiva que todos debemos esperar y anhelar, el trabajo será innecesario, pues las necesidades de nuestro espíritu y de nuestro cuerpo glorioso son atendidas por la inagotable fuente de la luz divina. Por tanto, el trabajo es una necesidad proveniente de nuestro tránsito terrenal, en el que nuestro cuerpo mortal precisa de diversos sostenes, y nuestra alma debilitada por el pecado original, de múltiples auxilios.
Mas mientras nos hallemos peregrinos en la Tierra, los trabajos y fatigas para proveernos son inevitables. Maldición de Dios por la incredulidad de nuestros padres (y la nuestra), pero también vehículo de santificación si realiza honestamente, y con el propósito directo o indirecto de dar Gloria a Dios, particularmente cuando nuestro trabajo tiene relación con lo sacro y, secundariamente, con la caridad al prójimo.
Encíclicas relativas al trabajo:
Rerum Novarum. 5 de mayo de 1891. León XIII
Quadragesimo Anno. 15 de mayo de 1931. Pío XI
Laborem Exercens. 14 de septiembre de 1981. Juan Pablo II
Centesimus Anno. 1 de mayo de 1991. Juan Pablo II
21 comentarios
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LA
Que es un asunto prudencial, y que en cada lugar puede ser o no conveniente, y puede calcularse de un modo u otro.
Lo primero no es cierto. En el estado de justicia original habría trabajo, solo que no sería fatigoso. El Génesis dice que Dios mandó cultivar y defender el Paraíso a Adán y Eva ANTES del pecado. Y Santo Tomás dice que Dios puso al hombre en el Paraíso para que "el hombre trabajara y custodiara el Paraíso. Pero esto no sería penoso como lo es después de aquel pecado, sino que sería agradable para ejercitar una capacidad natural. "
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LA
El Génesis dice explícitamente en su capítulo 2, versículos 8 y 9: "Luego plantó Yahveh Dios un jardín en Edén, al oriente, donde colocó al hombre que había formado. Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal".
Los árboles del Jardín son, pues, plantados por Dios, y el hombre come de ellos por Gracia de Dios, y no por su trabajo. El cuidado de los mismos al que alude posteriormente el Génesis no supone una transformación humana de la naturaleza, salvo que consideremos que los frutos de los árbol de la Vida del Jardín de Edén deben su virtud tanto a Dios como al hombre. Esto es, que el hombre sería copartícipe de su propia virtud en estado de Gracia antes de la caída, lo cual es evidentemente anatema, pues toda Gracia proviene gratuitamente del amor de Dios.
En estado de caída, el trabajo no sólo transforma la naturaleza de forma sustancial, de modo que la materia se transforma en algo diferente, sino que sin el trabajo, el hombre no podría sostenerse. Ambas cualidades son esenciales al trabajo humano, y por ello podemos decir que en el Jardín de Edén el hombre no trabajaba propiamente, sino que todo lo recibía gratuitamente de Dios.
Un cuadro muy análogo se describe en la Jerusalén celeste del Apocalipsis, donde la fuente de vida eterna da agua a cuantos allí moran, y hay "un árbol de vida que da doce frutos, cada fruto en su mes, y las hojas del árbol son saludables para las naciones", esto es, la alegoría del árbol que es Cristo, y cuyos frutos alimentan gratuitamente a todos los bienaventurados.
Un saludo.
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LA
Según las definiciones proporcionadas por Laborem Exercens, dos de las cualidades fundamentales del trabajo humano son que transforme la naturaleza de modo sustancial para su mejora, y que su fruto sirva para que el hombre pueda lograr su sustento. Ambas no se dan, claramente, en el caso de los árboles del Jardín de Edén.
Tampoco entiendo muy bien porqué insiste usted en un punto que, en el mejor de los casos para usted, es muy dudoso, ni qué importancia puede tener en cuanto a la tesis del artículo.
Un saludo.
Desgraciadamente, la idea de que el trabajo es una mercancía está mucho más arraigada en el obrero que en los directivos. Conciben el trabajo como un intercambio de su tiempo por dinero. Sin más.
El trabajo es un deber moral y patriótico del individuo: expliquémoselo a quien es inmoral y apátrida.
El capital es fruto del trabajo, sí, pero esto es sólo al principio, después los rendimientos producen beneficios sin necesidad de trabajo físico, y en cierto nivel, sin necesidad de trabajo en absoluto. ´¿Qué es el capitalismo (no el sistema de producción capitalista ni el capitalismo financiero, sino el capitalismo que ha existido desde la antigüedad al menos, es decir, por definición) sino cualquier medio que sirve para incrementar el patrimonio sin tener que trabajar?
Desgraciadamente parece cierto aquello que decía Max Weber de que el capitalismo necesita a los elementos humanos más deteriorados; lo que de ser cierto explicaría el penoso nivel de la instrucción pública al que estamos llegando.
También me atormenta el hecho de que las estructuras de pecado están muy extendidas y son muy poderosas. Cómo ganarse el pan honradamente hoy día?
Confío en que todo forma parte del plan de Dios. Que Dios nos guíe.
"Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. "
Génesis, 2, 15
Después del pecado menciona la fatiga. Entiendo que el castigo es la fatiga y no el trabajo.
La palabra liturgia viene del griego λειτουργία (laos que significa pueblo y ergon que significa trabajo). Y en el domingo hay la liturgia. El trabajo del pueblo para Dios, según Frank Morera.
El mandamiento dado a los israelitas es "Seis días trabajarás, y harás toda tu obra" (Éxodo 34, 21) El mandamiento no es un castigo.
El árbol de la vida, de la ciencia del bien y del mal no son los únicos árboles. "Yahveh Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles deleitosos a la vista y buenos para comer, y en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol de la ciencia del bien y del mal."
Génesis 2,9
Efectivamente, el punto 256 del compendio de la doctrina social de la Iglesia especifica que el trabajo no es una maldición per se, y que se hace fatigoso, y por tanto maldito, por el pecado de Adan y Eva. No aporta bibliografía de consulta para hacer esa afirmación. Es el único documento magisterial que no había consultado al respecto, ya que fui directamente a las fuentes.
He consultado todas las encíclicas relativas al trabajo publicadas (están enlazadas al final del artículo y citadas en cada afirmación), así como el Catecismo de la Iglesia Católica, que trata sobre la naturaleza del trabajo en los puntos 2427 y 2428. En ninguno de ellos se hace la afirmación categórica de que el trabajo es anterior a la caída, como así afirma el compendio de la DSI.
Dado que dicho compendio es magisterio católico, no tengo inconveniente en añadir al artículo que es la fatiga del trabajo (que s. Juan Pablo II afirma explícitamente en Laborem exercens, 9 que es inherente al trabajo terreno) lo que constituye la maldición. No creo que modifique el sentido último del mismo, puesto que todo trabajo terreno es fatigoso, como afirma Juan Pablo II, y por tanto el "trabajo en gracia de Dios" sin duda es de una naturaleza muy distinta, y que en nada afecta a mi tesis.
Como esta es una bitácora católica, automáticamente debe descartarse todo aquello que contradiga la doctrina católica, incluso aunque yo no lo corrigiese.
Dicho esto, persiste mi duda, que elevo al cardenal Martino, autor del compendio de la DSI, de cuál es la fuente de su rotunda afirmación sobre la preexistencia del trabajo humano a la caída del hombre por el pecado original. Yo no la he hallado en mi exhaustiva consulta documental, y el compendio de la DSI no cita fuente en ese punto en concreto.
Bendiciones a todos y un saludo.
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LA
Una cosa es trabajar, y otra ejercer un oficio remunerado. Sin duda alguna la crianza de los hijos y el cuidado del hogar, lo realice el sexo que lo realice, es un trabajo necesario para el sustento de los miembros de la familia, desarrolla y perfecciona la dignidad de quien lo ejerce y contribuye al bien común.
Un saludo.
"Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y le dejó en al jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. "
Génesis, 2, 15 (Biblia de Jerusalén)
¿labrar es trabajar?
Saludos cordiales
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LA
"¿labrar es trabajar?"
Las encíclicas específicas sobre el tema, reclaman al trabajo humano cuatro condiciones: que sirva para el sustento propio, que sea necesario y útil, que se ejerza de forma diligente para el Bien Común y que sirva al perfeccionamiento y dignidad del hombre.
Los árboles del jardín del Edén son plantados por Dios (Gn 2, 8-9), y concede al hombre alimentarse de sus frutos salvo del árbol de la ciencia del Bien y del Mal (Gn 2, 17-18). Así pues ¿el laboreo del hombre en ese jardín era necesario para su sustento? Evidentemente no, puesto que de otro modo estaríamos diciendo que Dios hizo una obra imperfecta en los árboles del Jardín, que precisaba del hombre para su culminación (como sí ocurre en la tierra maldecida fuera del Jardín, que es estéril y necesariamente precisa del hombre para dar fruto). Como mucho el hombre podrá ser cooperador, pero no necesario (puesto que Dios no necesita al hombre para hacer su obra, sino que le permite colaborar de forma gratuita). Por tanto, no se cumple la segunda condición magisterial para definir el trabajo humano. Y tampoco la primera, puesto que el hombre se alimentaría de los árboles del jardín aunque no los labrase.
¿Ese laboreo sirve al Bien Común, al progreso del hombre tanto inmanente (su propio progreso) como trascendente (acercarle a Dios)? Es evidente que no, puesto que en el Paraíso el hombre en estado de Gracia ha alcanzado toda plenitud, y ya contempla graciosamente a Dios, por lo que su trabajo es irrelevante para ambos fines.
¿El laboreo del Jardín sirve a su perfeccionamiento y dignidad intrínseca? Sin duda, pues vivir en presencia de Dios es la máxima perfección y dignidad del hombre, aunque ciertamente esa ya la tiene aunque no trabajase.
Por tanto, el trabajo antes de la caída, como mucho cumpliría una de las cuatro condiciones que el magisterio impone para la definición del trabajo humano. Sea cual fuese su definición, sin duda el trabajo en Gracia de Dios no tiene relación con aquel sobre el que trata el magisterio, y sobre el que trata este artículo, esto es, el trabajo en el mundo visible.
Recordemos que s. Juan Pablo II establece que el trabajo humano es inherentemente fatigoso, en el apartado 4 de Laborem Exercens: "cuando el hombre, después de haber roto la alianza original con Dios, oyó las palabras: Con el sudor de tu rostro comerás el pan, Estas palabras se refieren a la fatiga a veces pesada, que desde entonces acompaña al trabajo humano". Es decir, que el trabajo fatigoso (el trabajo maldecido) es el único trabajo terrenal, y por tanto, el trabajo humano al que alude toda la doctrina católica al respecto. El magisterio no entra a valorar cómo sería el trabajo antes de la caída.
Un saludo cordial.
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LA
Efectivamente, los propios católicos somos los primeros que debemos formarnos en doctrina de la Iglesia, tanto en lo social como en lo demás.
Creo que lo esencial es que el concepto de familia esté claro. Y después organizarse como cada familia concuerde, según sus particulares circunstancias, atendiendo primero al bien familiar (totalmente devaluado por el individualismo), y luego tener en cuenta los talentos que Dios nos pida realizar. Al menos nosotros los católicos hemos de tenerlo claro. Hemos adquirido en eso también el lenguaje del enemigo. #Mi sueldo# #Mi coche# #El sueldo de papi# #El coche de papi# No suele haber casa propia porque están muy caras. Pero hasta en eso podría haber la mía y la tuya.
Mis padres trabajaron los dos, llevando un negocio juntos. Mi padre hacía más horas fuera, que mi madre compensaba en casa. Las diferencias les hacían complementarse muy bien. También dificultades, claro. Ninguna vida está exenta de ellas. Pero nunca les oí esto es mío, esto es tuyo. Era de la familia. Mis padres en tema de Fe na. Pero na de na. Ahora bien, el concepto de matrimonio y familia estaba claro. Para toda la vida. Trabajaron para sacar adelante a sus hijas, superando las dificultades y apoyándose en todo. Para cualquier cosa cuento con ellos. Y ellos conmigo. No temo, pej, vivir una enfermedad degenerativa. Sé que me cuidarían. Y viceversa. Solo les faltó querer salvar nuestra alma. Ya sé, lo más importante. Pero tal y como está el patio de individualismo, divorcios y demás... Y ese amor que nos mostraron es del que lleva a Dios, si uno sabe ver más allá.
En términos generales discrepo con Luis Ignacio en el punto debatido. Por diversos motivos, algunos ya aportados por Alberto, Providence y Esron ben fares, y otros más personales, pienso que el trabajo es propio de la condición humana como tal, y no solo de la condición humana caída.
Los argumentos de Luis Ignacio no me convencen, pero me han hecho pensar, y me han aportado cosas que yo no sabía. Porque yo daba por sentado que mis ideas sobre el trabajo eran asumidas pacíficamente por todo católico bien formado, y ya veo que no es así. Y no por capricho, sino por algunas razones, aunque sean razones que yo no comparto.
Dicho esto, la actitud de Luis Ignacio me parece completamente honesta, incluso admirable. Aunque no esté de acuerdo con él, tiene todo el derecho a plantear preguntas y a dudar de afirmaciones que no estén bien sustentadas. No ha ocultado el debate, ha respondido a todas las críticas, ha corregido cuando se le han dado pruebas suficientes. De ninguna manera creo que se pueda calificar a Luis Ignacio de heterodoxo ni de testarudo.
Gracias por traer estos temas al blog y por la revisión de documentos magisteriales.
(Por cierto, si le parece equivocada la tesis de la “santificación por el trabajo”, sepa que el azulejo que abre el artículo es de Palmira Laguéns y se encuentra en cierto santuario del norte de la provincia de Huesca.)
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LA
Gracias por su amabilidad.
Mi calificación del trabajo como maldición proviene de la lectura del Antiguo Testamento, donde las alusiones negativas al trabajo, como algo profano y alejado de Dios, son abundantes, desde la conocida radicalidad del Sabbath, día consagrado al Señor, donde quien trabajara podía ser condenado a muerte, hasta detalles tan nimios como que los novillos para los holocaustos a Yahvé no debían haber llevado yugo (no debían haber trabajado). Todo trabajo profano es considerado por el pueblo de la Antigua Alianza lejano, e incluso contrario, a Dios. Y no se encuentra ningún otro antecedente ni razón que no sea la maldición de la tierra y del trabajo fatigoso en Gn 3. es decir, como consecuencia del pecado original y la expulsión del hombre del Jardín de Edén.
Posteriormente, y sobre todo en el Nuevo Testamento, esa condena queda matizada, pero no olvidemos que el propio Jesucristo sobrepone la contemplación sobre la acción en Lc 10, 39-42.
Naturalmente, somos católicos, no solascripturistas, pero los testimonios sagrados están ahí, y alguna explicación deberán tener.
En cuanto a la enseñanza católica, es evidente que se refiere en su desarrollo al trabajo terreno, o "fatigoso", como queda probado por la abundancia de citas. Del trabajo previo a la caída nada podemos afirmar con claridad, y su naturaleza debe ser tan distinta que no resulta equiparable en absoluto al trabajo terreno (como tampoco lo será el trabajo de los bienaventurados en la casa del Padre).
Tal vez la influencia en la Iglesia latina de la teología de órdenes declaradamente activas como los jesuitas, y de institutos o prelaturas más modernos que han heredado en parte su espiritualidad, nos haga resultar tan chocante esa condena (siquiera sea atenuada) del trabajo en las Sagradas Escrituras, y su subordinación evidente a la oración, o la contemplación, de cara a la santificación del alma.
Las ilustraciones de mis artículos no son mías, las añade el editor del portal, al que hace mucho di permiso para hacerlo. No conozco el origen de las mismas, pero son todas magníficas y muy atinadas.
Un saludo cordial y bendiciones.
Ha surgido varias veces en el debate la cuestión de si "someter" la creación (en sentido no despótico) es la esencia del trabajo. Yo pienso que sí, usted piensa que no. Respeto su opinión, pero no la comparto.
Las referencias escriturísticas al trabajo como castigo son en mi opinión ambiguas, y se pueden interpretar en ambos sentidos sin forzar el sentido original. Siempre estamos con la posibilidad de interpretar el trabajo tal como lo conocemos en nuestra existencia histórica -sufriendo entonces las consecuencias del pecado- o como era "en el principio".
Me parecen especialmente útiles las cinco características o principios generales que extrae del magisterio sobre el trabajo. No obstante, pienso que es equivocado pensar que si falta una de ellas no podemos hablar propiamente de trabajo. Desde mi punto de vista, la característica esencial y que remite "al principio" es la número 4: el trabajo como perfeccionamiento personal. Que además no se puede separar de las demás, porque "personal" no significa "individual", de modo que uno no se perfecciona si no busca a la vez el bien de los demás, se remunera justamente, etc. La que me parece menos esencial es la primera, conseguir bienes para el propio sustento: también es trabajo el que no es "necesario" para vivir, como puede ser el de una persona con muchos medios económicos. Por eso considero equivocado el argumento de que Adán y Eva no necesitaban trabajar porque tenían todo lo que necesitaban en el Paraíso. Si se hubieran dedicado a pintar cuadros o a componer canciones, eso hubiera sido igualmente trabajo.
Estoy de acuerdo en que la ética calvinista puede distorsionar nuestra visión del trabajo, incluso en instituciones católicas. Esta distorsión es parte de lo que tenemos que redimir y "reconciliar" en Cristo.
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LA
En realidad, la esencia del trabajo, como describe Laborem exercens en la introducción es la de "toda actividad del hombre propia en virtud de su humanidad. Es decir, aquella que supera la que realizan las bestias, distinguiéndole de ellas", y que ennoblece la materia, contribuyendo al progreso científico, tecnológico y moral de la cultura.
Como se ve, la definición es amplia, pero tras la definición toda la doctrina desciende a los detalles del trabajo humano o terrenal, que giran básicamente en torno a los cuatro puntos que comentaba (mas el de la justa remuneración y los derechos laborales).
En ese sentido, desde la Rerum Novarum hasta la Centessimus Annus, la enseñanza pontificia, reflejada en el Catecismo, gira en torno a las condiciones laborales, los derechos del fruto del trabajo, la propiedad privada o las relaciones patronos-trabajadores. Como se ve, una orientación muy pragmática y pegada a los desafíos laborales de cada época, con poco espacio dedicado a las especulaciones teológicas.
Por tanto, a efectos prácticos, el trabajo terreno, o secundario a la caída, es aquel del que habla la doctrina de la Iglesia.
Un saludo.
Los duros términos del AT que dicen se suavizan en el NT, y posteriormente en el magisterio de la Iglesia, yo lo veo a la luz de la plenitud que vino Cristo a dar, y de cómo Dios nos va guiando en esta historia, SU historia.
No estoy pretendiendo participar en el debate. Solo para que vean la ignorancia en la que nos hemos visto educados muchos católicos. Nuestro nivel es para echarse a llorar.
puffff, señora, su deseo no es el mio.
Si ud.quiere depender de su marido es su elección, no obligue a las demás. ¿ seguro que es ud mujer?
Y si lo es, ¿alguien, algo le impide que se dedique a sus labores y darle al maridito una bandeja de plata?
Sensata y mesurada respuesta del blogger.
Y no estoy de acuerdo tampoco con la otra comentarista. Me parecen tal para cual.
No verlo es estar ciego. Es fundamental volver al concepto de familia cristiana unida, de respeto mutuo entre cónyuges, independientemente de cómo de organicen porque cada familia tendrá su propia red de circunstancias, además de las costumbres de cada época, que pesan y mucho.
Creo que cada uno habla aquí su propio idioma.
Si por trabajo nos referimos a acciones corporales simplemente, León XIII lo deja bien claro que sí había.
Si por trabajo nos referimos a acciones que deben realizarse impuestas por la necesidad o acompañadas de fatiga, evidentemente no podía haber ese tipo de trabajo antes del pecado
No hay que comparar la situación del hombre glorificado con la del hombre antes de la Caída en exceso. Por ejemplo, antes de la Caida había matrimonio, cópula, hijos, comida, bebida, etc mientras que los resucitados no harán ninguna de estas cosas, como bien enseña Santo Tomás
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LA
Dejando de lado de que la cópula o los hijos antes de la caída no aparece en la Biblia, pues tampoco el Jardín del Edén (que es un jardín con árboles) es lo mismo que la Jerusalén Celeste (que es una ciudad con murallas); la comparación viene por el estado de Gracia plena que el hombre alcanza con Dios en ambos casos.
La realidad es que según la Biblia el trabajo fatigoso es una cualidad del hombre caído. Y que aparece como maldición justo después y como consecuencia del pecado original. El texto del Génesis es muy claro a ese respecto. Del mismo modo que buena parte del Antiguo Testamento con respecto al trabajo "productivo", al que trata desfavorablemente o cuando menos con prevención, a diferencia del trabajo sacro, que es alabado.
Del mismo modo, hasta hace cien años, la Iglesia enseñaba con claridad que los consagrados tenían un mayor acceso a las fuentes de santificación, precisamente por el tipo de vivencia de la fe que hacían (completamente entregado a Dios, y no a asuntos mundanos) que los laicos (o sea, los trabajadores), y que dentro de aquellos, más aún los religiosos contemplativos que los "operativos".
Basta ver la lista de santos hasta el siglo XX: en su inmensa mayoría son religiosos/as, seguidos por sacerdotes.
Alguna razón habrá para ello.
Un saludo cordial.
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LA
La regla benedictina, en el capítulo 48, estipula: «La ociosidad es enemiga del alma. Los hermanos deberían participar en unos momentos concretos en el trabajo manual y en otros momentos concretos en la lectura de la palabra de Dios».
El trabajo corporal es establecido como medio para evitar el vicio que puede engendrar la ociosidad. Es un modo de sacar un bien de una obligación (como, por otra parte, está en la esencia de toda la espiritualidad cristiana) y dignificar el trabajo manual.
Ese medio de santificación es, evidentemente, secundario en la espiritualidad benedictina, y en la de cualquier orden. Caso contrario, permanecerían en el mundo, donde las posibilidades de santificación por medio del trabajo son mucho más grandes.
Obviamente, los principales medios de santificación del monje (y en el fondo, los de cualquier católico) son la oración, los sacramentos, la penitencia y el apostolado o predicación de la Palabra.
Un saludo.
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