Galileo Galilei
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Infancia y primeros años
Galileo nació el 15 de febrero de 1564 (según el calendario juliano, modificado 18 años después) con el nombre de Galileo di Vincenzo Bonaiuti de Galilei en la ciudad de Pisa, entonces perteneciente al Gran Ducado de Toscana. Su padre se llamaba Vincenzo Galilei, pertenecía a una familia de la baja nobleza dedicada al comercio, y era aficionado a las matemáticas, así como autor de varios tratados (famosos en su época) sobre música de cuerda (fue especialista en el laúd) y madrigales. La familia recibía su nombre de un antepasado ilustre, Galileo Bonaiuti, importante médico, profesor y político en la Florencia en el siglo XV. Su madre, Giulia Ammannati, era originaria de Luca, capital de una pequeña república algo más al norte de Pisa, y se había casado con Vincenzo apenas dos años antes. Galileo fue el mayor de seis hermanos (por cierto que el menor, Miguel Ángel, también fue laudista, pero con menos éxito que su padre, y Galileo se hizo cargo en más de una ocasión de sus deudas). Cuando contaba ocho años, sus padres se mudaron a Florencia, capital del Gran Ducado, dejando al pequeño en Pisa al cuidado de un vecino llamado Muzio Tedaldi. Dos años más tarde se reunió en Florencia con los suyos, siéndole designado un tutor llamado Jacopo Borghini, que le hizo continuar sus estudios, particularmente en lógica, en el colegio del convento de Santa María de Vallombrosa en Florencia entre 1575 y 1578. Muchacho piadoso, llegó a sentir vocación por el sacerdocio, pero Vincenzo le sacó de allí pretextando falta de cuidados (por una infección ocular que supuestamente no habría sido bien atendida) y dos años más tarde. En 1580 lo matriculó en la Universidad de Pisa, donde estudió medicina, matemáticas y filosofía (materia en la que se vio influenciado por las ideas de Girolamo Borro, profesor pisano adverso a la explicación sobrenatural de los fenómenos naturales, y del médico humanista Francesco Buonamici).
Aunque su padre quería que fuera médico, el joven se sintió pronto fuertemente atraído por los problemas matemáticos y físicos. Cuenta que cierto día de 1581, entró una fuerte corriente en la habitación donde estudiaba medicina. Un candelabro pendido del techo comenzó a oscilar, y el joven Galileo notó que, pese a que la corriente variaba la intensidad del movimiento, el candelabro tardaba siempre el mismo tiempo en recorrer el arco completo de lado a lado, no importaba lo grande o pequeño que fuese este. En su casa reprodujo el fenómeno con dos péndulos de igual longitud, impulsados a velocidades distintas, descubriendo así la isocronía de los péndulos.
En 1583 Galileo se hizo alumno de Ostilio Ricci, matemático de corte del Gran Duque Francisco I de Médici, y discípulo del matemático Niccoló Fontana (alias “Tartaglia”). Ostilio, viendo el potencial del muchacho, convenció finalmente a su renuente padre (los médicos ganaban más dinero que los matemáticos, y aparentemente la familia se hallaba en problemas financieros) para que abandonara la medicina, y se centrara en las disciplinas exactas. Seguidor devoto de Euclídes, Galileo ya apuntará durante su formación todas las cualidades y defectos que le harían reconocido posteriormente: joven y genial observador y experimentador, fue también un feroz crítico de los profesores de su universidad, contra los cuales escribió encendidos panfletos. En 1585 regresó a Florencia, sin título, pero convencido de haber encontrado su vocación profesional.
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Comienzos de su actividad experimental y académica. Profesor de matemáticas en Pisa
Ya desde su etapa de estudiante, Galileo mostró gran inclinación hacia la ciencia experimental, admirando a Pitágoras o Arquímedes, y mostrando aversión hacia el aristotelismo y la especulación intelectual, por lo que no extraña que se alineara con la gran corriente renacentista que se rechazaba el escolasticismo académico.
Producto de sus experimentos, escribió Theoremata circa centrum gravitatis solidum, donde demuestra varios teoremas sobre el centro de gravedad de los cuerpos sólidos. En 1586 recreó y publicó la balanza hidrostática de Arquímedes. Estos trabajos atraerán por primera vez la atención del mundo académico sobre su persona. Poco después, producto del desarrollo de su descubrimiento de la isocronía de los péndulos pesantes, inventó un pulsómetro para medir el pulso con una escala de tiempo.
Poco conocido es que Galileo se formó también en Bellas Artes, obteniendo en 1588 el puesto de instructor en perspectiva y claroscuro en la Accademia delle Arti del Disegno de Florencia, que le influyó notablemente en una mentalidad plenamente renacentista en una época en que el Renacimiento agonizaba ante el avance del racionalismo. Mientras era un joven maestro en la Accademia, comenzó una amistad de por vida con el pintor florentino Cigoli. La platónica Academia de Florencia (patrocinada por los Médicis) le invitó a dar unas conferencias sobre el tema de “la forma, lugar y dimensión del Inferno de Dante Aligheri”. En los cenáculos intelectuales conoció a celebridades como los matemáticos Christophorus Clavius (coordinador del equipo pontifical que inventó el calendario gregoriano) o Guidobaldi del Monte (influyente estudioso de la perspectiva).
Fue este último quien, impresionado al leer el estudio de Galilei sobre el equilibrio hidrostático, lo recomendó a su hermano, el cardenal Francesco del Monte, consejero del propio Gran Duque Fernando I de Médici. Éste le nombró profesor de matemáticas en la Universidad de Pisa (precisamente aquella donde había estudiado y polemizado apenas cuatro años antes), asignándole una pensión de 60 escudos de oro al año. Su lección inaugural y toma de posesión tuvo lugar el 12 de noviembre de 1589.
Tras la muerte de su padre en 1591, Galileo y busca ingresos extraordinarios para ayudar a sostener a su madre y hermanos menores (mantener al pequeño Miguel Ángel y pagar las dotes de sus hermanas), y monta en su casa paduana una academia particular para estudiantes ricos. No obstante, jamás fue buen administrador, y sus protectores debieron auxiliarle económicamente con frecuencia.
Durante su etapa pisana descubre la cicloide, que emplea para dibujar arcadas para puentes, y redacta su primera obra de mecánica, De Motu (sobre el movimento), en la que publica los resultados de sus experimentos sobre la caída de los cuerpos.
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Salida tempestuosa de Pisa. Profesor en Padua.
Su fuerte carácter le jugó de nuevo una mala pasada: enfrentado por motivos desconocidos con el poderoso militar y político Juan de Médici, medio hermano del Gran Duque, ha de abandonar Toscana, y con la ayuda de su mentor Gidobaldi Del Monte, se postula como profesor de geometría, astronomía y matemáticas en laUniversidad de Padua (perteneciente a la república de Venecia), ganando la plaza en 1592. La ostentará hasta 1610.
En 1593, Galileo construyó un termómetro, usando la expansión y contracción del aire en un bulbo para mover el agua en un tubo adjunto. Entre 1595 y 1598, Galileo mejoró el diseño de la brújula geométrica, convirtiéndola en un instrumento de uso práctico para topógrafos y artilleros. Bajo la dirección del pisano, el fabricante Marc Antonio Mazzoleni produjo cien de estas brújulas mejoradas, que Galilei vendió por 50 liras junto a un manual de instrucciones escrito por él mismo (ofrecía una forma nueva y más segura de elevar los cañones con precisión, de calcular rápidamente la carga de pólvora para balas de cañón de diferentes tamaños y materiales; asimismo, la construcción de cualquier polígono regular, el cálculo del área de cualquier polígono o sector circular y otros cálculos), y un curso de instrucción en su manejo por 120 liras. En 1599 fue uno de los cofundadores de la Accademia del Ricovrati de ciencias, artes y letras de Padua, patrocinada e impulsada por el patriarca (arzobispo) de Venecia, Federico Cornaro. Posteriormente recibió también el nombre de “Galileana” en su honor.
Ese año, Galileo se amancebó con una joven veneciana llamada Marina Gamba, con la que tuvo tres hijos: Virginia (nacida en 1600), Livia (en 1601) y Vincenzo (en 1606). En 1610 terminará su relación con María. Galileo reconocerá y legimitará a Vincenzo (que casará con Sestilia Bocchineri), pero las dos muchachas serán enviadas a conventos para profesar en religión, al considerar que su ilegitimidad hacía prohibitivamente costosas las dotes para casarlas.
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Primeros aportes relevantes a la astronomía: la aparición de una nueva estrella. Polémica con Delle Colombe.
En 1604 realizó diversos aportes al conocimiento científico. En julio probó con éxito una bomba hidráulica de su invención. En octubre describió el movimiento uniformemente acelerado (proponiendo que los proyectiles seguían trayectorias parabólicas, como demostró años después Isaac Newton): “Imagina cualquier partícula proyectada a lo largo de un plano horizontal sin fricción; entonces sabemos, por lo que se ha explicado con más detalle en las páginas anteriores, que esta partícula se moverá a lo largo de este mismo plano con un movimiento uniforme y perpetuo, siempre que el plano no tenga límites”.
A principios de 1605 publicó junto a Girolamo Spinelli “Dialogo de Cecco da Ronchitti da Bruzene in perpuosito de la stella Nova”, que trataba sobre las observaciones de Ottavio Brenzoni sobre una estrella nueva que apareció y más tarde desapareció (fenómeno similar al que ya había descrito y observado Tycho Brahe con una supernova aún más brillante en 1572), desafiando todas las convenciones de la astronomía ptolemaica imperante al respecto de la inmutabilidad de los cielos. Galileo postuló de que las novas observadas demostraban lo erróneo de esa creencia.
Según afirmó más tarde, Galilei ya por entonces estaba convencido de la veracidad de las teorías presentadas en el tratado De revolutionibus del astrónomo polaco Nicolás Copérnico, pero lo mantuvo en secreto por evitar la controversia científica y teológica que habían despertado en los años posteriores a su publicación (véase la parte final del artículo que a propósito del astrónomo polaco publiqué en su momento). Esperaba a lograr pruebas experimentales irrefutables para reavivar aquel debate.
No obstante, aquella nova desató una polémica con el académico y astrónomo florentino Ludovico Delle Colombe. En 1606, este publicó un trabajo dedicado al arzobispo de Florencia, en el que afirmaba que la “estrella nueva”, en realidad era permanente, pero las condiciones en las que era visible variaban, dando la apariencia de modificación, cuando no existía en realidad. Seguía así las tesis de Johhannes Van Heck para adaptar el modelo astronómico aristotélico a los descubrimientos que los nuevos métodos de observación con lentes iban aportando a la experiencia científica. Simultáneamente, Galiei dio unas conferencias en las que proponía diversas hipótesis acerca del origen de la estrella. No se mostró abiertamente copernicano, pero sí daba por cierto que el astro era ciertamente nuevo, e insinuaba que la nova podía ser una masa de materiales brillantes procedentes de la tierra, capaz de proyectarse más allá de la luna (como era observable) a diferencia de los cometas aristotélicos, que jamás sobrepasaban ese punto, que separa la tierra de las esferas celestes. Ello introducía la posibilidad de que en el cielo astronómico, considerado por Aristóteles la quintaesencia pura (lo cual casaba con el concepto celestial judeo-cristiano), hubiese materia corruptible, una hipótesis contraria a la teología imperante y que, para mayor dificultad, habían defendido también algunos filósofos paganos estoicos.
Poco después, se publicó una réplica a Delle Colombe de un ignoto Alimberto Mauri, nombre de pluma, que ridiculizaba las ideas del académico, y criticaba el método de usar los datos de la observación celeste para encajarlos forzadamente en la cosmogonía aristotélica. En su lugar, consideraba que las matemáticas debían ser empleadas para analizar los datos naturales, relegando la escolástica al terreno de la filosofía y la teología que le era propio. Delle Colombe, sin dudar de la autoría galileana del escrito, le contestó atacando las ideas de Copérnico y asociándolas explícitamente a Galilei.
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Galileo constructor de telescopios
Galileo sigue con su frenesí experimentador e innovador. En 1606 construyó el primer termoscopio de la historia, un aparato capaz de medir el frío y el calor de forma objetiva, basado en las observaciones de Empedocles de Agrigento. Ese año contrajo un reumatismo infeccioso que le dejó secuelas en la movilidad de por vida. Hasta 1609 siguió trabajando en el estudio de la estructura de los imanes.
En primavera de 1609, Galileo conoce por la carta de un antiguo discípulo, la construcción por parte de un óptico holandés, Lippershey, de un instrumento que, combinando diversas lentes, acerca hasta tal punto los objetos, que permite ver estrellas invisibles a simple vista. El pisano se apasiona pronto con este empleo de la óptica y tras varios prototipos, construye un telescopio que aumenta hasta seis veces los objetos, y entrega una imagen recta y no invertida. El 21 de agosto de ese año presentó a una delegación del senado veneciano su segundo telescopio, que aumentaba los objetos hasta 9 veces. La demostración tiene lugar en el Campanile de la catedral de san Marcos, y la República de inmediato adquiere el objeto y sus derechos, pensando más bien en su aplicación militar y naval antes que en la astronómica. Galilei es nombrado profesor a perpetuidad con el doble de sueldo, y salta a la popularidad como constructor de instrumentos ópticos.
Con afán de seguir progresando por esa vía y repetir el éxito veneciano, Galileo construye en los siguientes años hasta sesenta telescopios, que va mostrando en diversos eventos y ante varias cortes. Llegará incluso a convertirse en objeto de broma la presencia del sabio pisano, cual agente comercial que era, con sus cachivaches a cuestas presentándolos en los más relevantes eventos sociales, a modo de entretenimiento de ricos y poderosos. En realidad, el propio Galilei reconocerá con el tiempo que muchas de las probaturas y mejoras que intenta introducir fracasarán, y que apenas una docena de ellos eran adecuados a su función. Célebre se hizo el fracaso de su demostración de telescopio llevada a cabo en Siena en abril de 1610, según escribió el astrónomo bohemio Martin Horký en una carta a Johannes Kepler.
Pero no todo fue espectáculo: con sus telescopios, Galileo observó la luna, describiendo una zona gris entre la visible y la negra en las diversas fases de la luna, donde fue el primero que reconoció montañas, atreviéndose incluso a medir la más alta en 7.000 metros. Aunque erraba en la exactitud de sus cálculos, sus observaciones eran correctas, como corroboraron otros astrónomos que contemporáneamente empleaban también telescopios para la observación celeste, como el británico Thomas Harriot.
Por cierto que, aunque sea poco conocido, también diseñó telescopios para observar las partes de los insectos, como describió en 1610.
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1610: importantes aportes a la astronomía del sistema solar. Los cuatro satélites galileanos
Y es que fue precisamente en ese 1610 cuando, lejos de la busca de ingresos con la venta de telescopios, el científico Galileo lleva a cabo descubrimientos clave en la historia de la astronomía: contó las estrellas de la constelación de Orión, constató que algunas estrellas en realidad eran cúmulos de estrellas, y comprobó que al aumentar la potencia óptica los planetas se veían más grandes, pero las estrellas no (lo cual corroboraba la hipótesis de Copérnico de que había un gran vacío que distanciaba planetas visibles y estrellas); de igual modo, describió que mientras los planetas eran discos, las estrellas eran destellos de luz.
Pero, sobre todo, descubrió cuatro pequeños objetos que giraban alrededor de Júpiter, siendo el primer astrónomo que describió los satélites orbitarios del gigante de nuestro sistema. Les llamó “astros mediceos”, con numerales del I al IV, en honor de Cosme II de Médici, antiguo alumno y en ese momento Gran Duque de Toscana, al que adulaba así en busca de ganarse su favor y poder retornar a su patria.
Publicados en Florencia poco después junto a sus otras observaciones en la magna obra “Sidereus nuncius”, fueron conocidos como “satélites galileanos” durante dos siglos, aunque sus nombres fueron rebautizados a los nombres actuales de Calisto, Ganímedes, Europa e Ío, por el astrónomo alemán Simon Marius, a propuesta de Johannes Kepler, en 1614. Por cierto que el temperamental pisano mantuvo una agria polémica con Marius, acusándole de haber plagiado su trabajo, aunque las investigaciones posteriores han comprobado la independencia de su descubrimiento de las cuatro lunas, si bien probablemente algo posterior al de Galileo.
Este descubrimiento se propagó rápidamente por todo el orbe científico, y las consecuencias que Galilei saca de él, suponen un golpe a la concepción geocentrista ptolemáica del universo (todos los cuerpos astrales giran en torno a la Tierra) que los filosófos y científicos aristotélicos sostenían en aquellos momentos. También corregía a los copernicanos, que sostenían que todos los cuerpos giraban alrededor del sol. Galileo retorna a Florencia en ese mismo julio de 1610, donde imparte varios cursos y es recibido calurosamente en la corte toscana. Kepler confirma los descubrimientos de Galileo a finales de septiembre, tras emplear una lente que le hace llegar el propio astrónomo italiano. El Gran Duque le ofrece un puesto de primer profesor de matemáticas sin cargas lectivas obligatorias en la Universidad de Pisa, y es nombrado filósofo y matemático de la corte.
En septiembre de 1610 describió las fases de Venus, en las cuales el planeta aumentaba o disminuía su diámetro aparente según la “fase” (menor en llena, mayor en nueva), fenómeno que sólo se podía explicar satisfactoriamente desde una postura heliocéntrica. Para no variar en la vida de Galilei, hay polémica con este descubrimiento: parece ser que el matemático benedictino Benedetto Castelli escribió inicialmente a Galileo preguntándole si en su nuevo telescopio “se observaban las fases de Venus”. Poco después el pisano escribió a Johannes Kepler atribuyéndose el descubrimiento (para colmo empleando un lenguaje encriptado que el alemán tardó en comprender, probablemente con el objeto de que no le disputara la primacía). A día de hoy no se sabe si la carta de Castelli aludía a un descubrimiento propio, o trataba de un tema que el propio Galilei le había comentado previamente.
Pocas semanas después descubrió las manchas solares y sus movimientos (veremos más adelante que también controvertidamente), también más sencillamente explicables si la tierra giraba en torno al sol y no a la inversa. También observó los anillos de Saturno, que inicialmente confundió con planetas, proponiendo un sistema de tres cuerpos. Estos descubrimientos, sin embargo, se publicaron en años posteriores, y de momento Galileo fue conocido sólo por los datos aparecidos en el Sidereus.
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Llegada a Roma, comienzan los encontronazos con los astrónomos jesuítas el Colegio Romano
En marzo de 1611, el cardenal florentino Maffeo Barberini invitó a Galileo a presentar sus descubrimientos en la Academia Pontifical y la recientemente creada Accademia dei Lincei, en Roma, donde sus descubrimientos causaron sensación, siendo admitido como sexto miembro de la misma. Durante su estancia en la capital pontificia, los matemáticos y astrónomos del Colegio Romano (en su mayoría sabios jesuitas encabezados por el prestigioso Christophorus Clavius) confirmaron al cardenal (y también jesuita) Roberto Belarmino que sus observaciones astrales coincidían con las publicadas por Galilei. No obstante, Belarmino no quedará convencido, y ordenará a la Santa Inquisición, de la que era instructor, que inicie una investigación secreta sobre las proposiciones del pisano. El 4 de junio, Galileo regresó a Florencia, y al año siguiente observó y anotó el movimiento de Neptuno, aunque no lo identificó como planeta.
Los partidarios de la teoría geocéntrica convierten de inmediato a Galilei en su mayor adversario. Martin Horky, discípulo del astrónomo y matemático geocentrista Giovanni Magini (famoso por ser el primero en emplear los números decimales) publica una acerba réplica al “Sidereus Nuncius” ese mismo año de 1610. Su argumento más fuerte es que los denostados astrólogos usan la posición de los cuerpos celestes para adivinar el futuro, lo que invalidaría la posición astral como demostración; es ridiculizado por los partidarios de Galileo, desprestigiado en la universidad y su propio maestro le reprende por emplear semejante especie argumental.
Poco después de su regreso a Florencia, en 1611, se enzarza en otra polémica con los aristotélicos (encabezados por su paisano, colega en la Universidad de Pisa y ya viejo adversario, Ludovico Delle Colombe, miembro de la Accademia dei Lincei y seguidor de la teoría de los astros fijos de Van Heeck) a cuenta de la flotabilidad del hielo, que Galileo atribuye a que es más ligero que el agua, contra la opinión previa de que esta provenía de su esencia. En la contraposición entre argumentos filosóficos deductivos y experimentales inductivos, la comunidad científica inmersa en la novedosa revolución científica (entonces en pleno desarrollo), apoya finalmente a Galileo, que publica su trabajo sobre la “teoría de los cuerpos flotantes” poco después.
Delle Colombe concitará en su torno a un grupo de astrónomos y físicos defensores del modelo ptolemaico-aristotélico geocéntrico, y adversarios personales de Galileo, que tomará el nombre de “liga colombina” en su honor.
Mientras tanto, Galilei prosigue sus observaciones de los satélites de Júpiter, logrando obtener a mediados de 1611, estimaciones notablemente precisas para sus períodos, una hazaña que Johannes Kepler había creído imposible con los medios de su época.
En 1612 le tocará un agrio debate con el astrónomo jesuita Christoph Scheiner (inventor del pantógrafo) bajo el seudónimo Apelles, que le disputaba la primacía del descubrimiento de las manchas solares, a las que consideraba planetoides situados entre el sol y la Tierra (para no modificar la aristotélica inmaculidad de los astros). En realidad las manchas, y sus movimientos, fueron descritos simultáneamente en aquellos años por varios astrónomos, incluyendo a Francesco Sizzi (que por cierto publicó por esos años una supuesta refutación, que no era tal, al hallazgo de los satélites galileanos de Júpiter) y el frisio Johannes Fabricius, que realmente fue el primero que publicó el descubrimiento. Scheiner anunció a su amigo Mark Welser su descubrimiento, y este pidió su opinión al prestigioso astrónomo pisano, de resultas de lo cual este fue acusado de plagio por el jesuita suabo. La correspondencia entre ambos fue publicada por la Accademia el 22 de marzo de 1613 bajo el título Istoria e dimostrazioni intorno alle macchie solari e loro accidenti. La obra de Galileo también modificaba algunas de sus demostraciones anteriores: por ejemplo, el telescopio mostraba que las estrellas también eran redondas (ya no meros haces de luz) como los planetas, y que medían unos pocos segundos de diámetro de arco. Nuevamente los cálculos de Galileo fueron hallados más razonables, y el propio Scheiner acabará adhiriendo sus conclusiones y reconociendo que el sistema aristotélico estaba siendo desafiado severamente.
La mayoría de los astrónomos ptolemáicos, rendidos a la evidencia, aceptarán los nuevos datos, pero no por ello admitirán el heliocentrismo, recurriendo a correcciones más o menos profundas del geocentrismo, y la mayoría se sumarán al sistema mixto helio-geocéntrico postulado por el astrónomo danés Tycho Brahe unas décadas antes (sintetizando mucho, que el Sol y la Luna giran alrededor de la tierra inmóvil, y Marte, Mercurio, Venus, Júpiter y Saturno giran alrededor del Sol), y que no había sido previamente muy popular. El geoheliocentrismo en sus diversas variantes (sistemas de Tycho Brahe, el de Capelli, autor citado antes en relación con las fases de Venus, y el de Capelli extendido, postulado por el jesuita Giovanni Riccioli) tuvo, como sistema de transición, un breve periodo de aceptación por la mayoría de matemáticos y astrónomos como forma de explicar las contradicciones entre el sistema aristoteliano y los hallazgos del telescopio, antes de que el sistema copernicano se impusiera definitivamente.
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La disputa astronómica entra en el campo de la teología
A partir de finales de 1612 aparece un nuevo elemento, diverso del meramente científico, y es la asociación firme que la escolástica había establecido entre el aristotelismo filosófico y la religión cristiana, por contraposición al pitagorismo que se identificaba con el paganismo. Como ya vimos en el caso de Copérnico, esta asociación, creada para defender la concepción natural del mundo de las aberraciones que proponían diversas herejías, estaba desfasada con respecto al aumento de los conocimientos científicos que el salto tecnológico proporcionaba. No era imprescindible defender todas las conclusiones de Aristóteles (limitado por los medios a su alcance) en el mundo físico, para preservar la verdad esencial de su método de conocimiento de la realidad. Y en este punto es donde comenzaron los auténticos problemas para Galileo Galilei.
El 2 de noviembre de 1612 el dominico Niccolo Lorini, profesor de historia eclesiástica en Florencia y miembro de la “liga colombina”, condenó la proposición de la rotación de la tierra apoyándose en el libro de Josué, que en su capítulo 10 afirma: “12 Aquella vez, cuando el Señor puso a los amorreos en manos de los israelitas, Josué se dirigió al Señor y exclamó, en presencia de Israel: «Detente, sol, en Gabaón, y tú, luna, en el valle de Aialón». 13 Y el sol se detuvo, y la luna permaneció inmóvil, hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. ¿No está eso escrito en el libro del Justo? El sol se mantuvo inmóvil en medio del cielo y dejó de correr hacia el poniente casi un día entero.”
El prodigio de la detención del sol y la luna se interpretó como prueba de que se mueven alrededor de la tierra y no al revés. Pero dejando de lado que los prodigios divinos pueden ser aparentes para nosotros y no reales, como ocurrió con el sol danzante en Fátima (pues su sentido último es manifestar a los hombres la gloria de Dios), la realidad es que la detención de la Tierra hubiese producido el mismo fenómeno visible para el observador desde la superficie terrestre, por lo que este pasaje no nos dice nada consistente sobre la relación entre los cuerpos astrales. Ni lo pretende.
También se aducía, de forma más débil, el primer versículo del salmo 93, “El Señor se ha revestido, se ha ceñido de poder. El mundo está firmemente establecido: ¡no se moverá jamás!”. En este caso, es evidente el sentido alegórico de la firmeza interna del establecimiento del mundo mientras Dios lo sostenga, muy típico del lenguaje semítico.
En diciembre de 1613 se produjo una discusión al respecto en la corte ducal de Toscana, durante la cual Cósimo Boscaglia (profesor de filosofía de la universidad de Pisa) manifestó que la teoría heliocéntrica de Copérnico, que Galileo reivindicaba, contradecía las Sagradas Escrituras. Turbada por la gravedad de la acusación (recordemos que estamos en la Cristiandad herida por el protestantismo, e inmersa en la contrarreforma propiciada por el concilio de Trento), la duquesa Cristina de Lorena encargó al monje benedictino y físico Benedetto Castelli, antiguo alumno de Galilei y comprofesor suyo en Pisa (de hecho, fue maestro de su hijo), que demostrara la compatibilidad de dichas teorías con la enseñanza cristiana.
El propio Galileo escribió una carta a su amigo el 21 de diciembre de 1613 aportando argumentos en el sentido de que los descubrimientos científicos no podían desmentir las enseñanzas bíblicas, puesto que describían una naturaleza creada por Dios, el cual no se contradecía, y replicando uno por uno a todas las críticas vertidas contra sus objeciones al sistema ptolemáico (o si se prefiere, en defensa del copernicano). Esta carta, como otros escritos suyos, son la prueba más convincente de la religiosidad católica de Galileo, que jamás puso en duda su fe en Dios y en la Iglesia, criticando únicamente que se emplease la filosofía especulativa para razonar sobre fenómenos naturales accesibles a la experimentación. Al poner la investigación científica (más concretamente sus propios descubrimientos) al mismo nivel de credibilidad que los grandes teólogos, el pisano se buscó la enemistad de muchos influyentes académicos. La carta se difundió, y fue leída por sus críticos (tanto astrónomos como teólogos), y por la Inquisición.
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Intervención del cardenal Bellarmino, del tribunal de la Santa Inquisición, y carta de Galilei a la gran duquesa Cristina de Lorena
A finales de 1613 y principios de 1614, el asunto de la contradicción de los descubrimientos galileanos con las Sagradas escrituras se había convertido ya en el principal motivo de discusión acerca del astrónomo pisano, dejando en un segundo plano sus trabajos científicos. En diciembre, el célebre (y apasionado) predicador dominico Tommaso Caccini (también componente de la llamada “liga colombina”) criticó acerbamente a Galileo en un sermón en la iglesia Santa Maria Novella; el 6 de enero quien tercia en apoyo de las tesis copernicanas es el carmelita Paolo Foscarini, generando una nueva polémica que sirve de pie para la intervención decisiva del cardenal Belarmino del Santo Oficio, que el 12 de abril responde a Foscarini, estableciendo que no se puede afirmar la veracidad del sistema heliocéntrico hasta que el ptolemaico no hubiese sido refutado concluyentemente (en palabras del cardenal, era exigible “una verdadera demostración física de que el sol no gira alrededor de la tierra, sino que la tierra gira alrededor del sol"). Añade además que no se puede minusvalorar la doctrina del magisterio porque el campo de la astronomía no pertenezca a la materia de fe, puesto que “si no es materia del fe por el objeto de la discusión, sí lo es por el sujeto [la enseñanza de la Iglesia]”. Aunque formalmente la Inquisición quiere prevenir que se modifiquen enseñanzas relacionadas con la naturaleza establecidas por la Iglesia hasta que los datos científicos prueben que deben ser cambiadas, aparentemente los inquisidores se aferran al modelo geocéntrico por las implicaciones en aspectos teológicos que, a su juicio, podría tener su abandono, esto es, el apoyo al pitagorismo o el neoplatonismo corrientes asociadas al heliocentrismo en tiempos precientíficos.
Galileo no es ajeno al peligro, y en abril de 1615 escribe una extensa carta a su protectora y amiga Cristina de Lorena, gran duquesa consorte, con evidente ánimo de que se difunda del mismo modo que la anterior (aunque no sería impresa y publicada hasta 1636). En ella desarrolla más extensamente sus argumentos en pro de la legitimidad teológica de las conclusiones de sus estudios. Galileo cita como fuente de autoridad científica a Copérnico (detrás del cual está la reforma del calendario litúrgico), al que sigue, y como fuente de autoridad teológica a san Agustín y su obra “Del Génesis a la letra”. El argumento principal es que la astronomía, como otras ciencias naturales, es un conocimiento profano, y por tanto, inferior al espiritual, motivo por el cual las Sagradas Escrituras apenas dicen nada sobre él, precisamente por su escasa importancia. Por tanto, la naturaleza se revela mejor mediante el estudio de su propia idiosincracia (reflejo de la Gloria de Dios) empleando la razón que la divina Providencia otorgó al hombre, que por medio de escritos sagrados cuya finalidad era mucho más elevada. En otras palabras, que la investigación científica de la razón sirve al conocimiento natural, y las Sagradas Escrituras al sobrenatural, por lo que ambos no deben tratar de imponerse al otro: si un descubrimiento científico parecía contradecir un pasaje de la Biblia, había que suponer que este último era metafórico. Además de al de Hipona, también cita otros autores como San Jerónimo, el Eclesiastés o Dionisio Areopagita.
Galileo profundiza, no sin sutileza, en esta línea de pensamiento para defender sus tesis: los profesores de teología no deberían “rebajarse” a opinar de astronomía, materia en la que no tienen conocimientos suficientes. Por otra parte, dado que Dios es autor tanto de la naturaleza como de la Revelación, ambas no pueden contradecirse, por lo que si se demuestra una proposición de carácter natural, esta debe emplearse para iluminar mejor el significado de las Escrituras, y no a la inversa. Asimismo, una antigua interpretación del pasaje de Josué indicaba que la detención real se habría producido en el “primer móvil” (la última de las esferas del modelo geocéntrico de Ptolomeo), lo cual explicaría también la detención de la luna. Por tanto, la inmovilidad de la tierra no era lo único que explicaba dicho milagro. Josué habría pedido a Dios que “detuviera todo”, por lo que ese pasaje no demostraba con mayor fuerza la detención del sol que la de la propia tierra. La Biblia explicaría el fenómeno a los sencillos del modo en que su percepción sensorial lo percibiera: estando en la tierra, el que se habría detenido sería el sol, pero ello no era demostración de inmovilidad, pues quién marchaba en un carruaje también tenía la sensación de que quien se mueve es el paisaje, y no él mismo. La explicación de Galileo era que, detenida la rotación del sol, todos los demás movimientos astrales habían cesado, y de ese modo se había producido el fenómeno, meramente aparente desde la superficie de la tierra, de inmovilidad del sol. Por último, recordaba que la condena como herética de proposiciones novedosas quedaba reservada al papa y los concilios. Se le atribuye la frase “la Biblia nos enseña como llegar al Cielo, pero no cómo funciona el Cielo”.
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1616. Primera condena del Santo Oficio a las enseñanzas de Galileo
Para entonces, una denuncia escrita de Lorini provoca una investigación oficial de sus doctrinas sobre el movimiento astral por parte del Tribunal del Santo Oficio. Monseñor Francesco Ingoli, un religioso teatino canonista y astrónomo, se encargó de redactar un escrito de dieciocho argumentos matemáticos y físicos, tomados en su mayoría de Tycho Brahe, contra el heliocentrismo, para que Galileo los confrontara con pruebas. Probablemente el tribunal de la Inquisición tomó este informe como base para sus acusaciones en el juicio posterior contra el pisano. Galileo no contestó al escrito de Ingoli en ese momento.
El 8 de febrero de 1616, Galileo envía al cardenal Orsini su “Discorso del flusso e del reflusso”en el que expone su teoría de que las mareas están producidas por la rotación de la tierra, y son la prueba más evidente de su existencia (respondiendo así a la exigencia de Bellarmino). Por cierto que ya en ese momento los astrónomos del colegio jesuita postulaban (correctamente) que en realidad era el movimiento de la luna el que producía las mareas.
Durante dos meses, Galileo apelará a todos sus conocidos y protectores dentro de la jerarquía eclesiástica para evitar lo que a la postre acaba ocurriendo: el 16 de febrero de 1616 es llamado a declarar por el tribunal del Santo Oficio para el examen de las proposiciones de censura. Tras una sesión privada y varios días de debate, los miembros de la sala decretan que la proposición heliocéntrica de Galilei es “una insensatez y un absurdo filosófico y formalmente una herejía, ya que contradice explícitamente en muchos lugares el sentido de la Sagrada Escritura”. Es una catástrofe para el prestigio del profesor pisano.
No obstante, este primer proceso es llevado con discreción: la condena es ratificada por la Inquisición el 25 de febrero, y Bellarmino emplea para ello argumentos no menos científicos que los del propio Galilei, poniendo en duda las deducciones que hace de sus observaciones. El papa Paulo V la firma al día siguiente. El 26 de febrero, Galileo fue llamado a la residencia de Bellarmino y se le ordenó “abandonar por completo […] la opinión de que el sol está quieto en el centro del mundo y la Tierra se mueve, y de ahora en adelante no sostenerlo, enseñarlo o defenderlo de ninguna manera", fuese oralmente o por escrito. En suma, Galileo es reprendido principalmente por su osadía. El castigo consiste (al igual que en el proceso a las tesis copernicanas) en obligarle a presentar sus conclusiones como hipótesis de trabajo, y no como la realidad. Varias obras heliocéntricas (particularmente el De revolutionibus del propio Copérnico) fueron incluidas en el índice de Libros Prohibidos hasta que fuesen corregidas.
La polémica Galilei no hacía sino poner el dedo en la llaga sobre un aspecto que afectaba a todos los astrónomos y que había de afrontar más pronto que tarde: ¿qué hacer cuando los datos científicos experimentales parecían apartarse o contradecir las deducciones sobre astronomía que los autores tradicionales habían hecho sobre datos ya obsoletos? La personalidad fuerte y polémica del genio pisano, convertido en figura principal y a la vez cabeza de turco del asunto, no hacía sino dificultar la resolución, al añadir nuevas polémicas, relacionadas exclusivamente con encontronazos con otros colegas, a la ya dificultosa de la interpretación de las Sagradas Escrituras a la luz de los nuevos descubrimientos.
Los astrónomos jesuitas del Colegio Romano se opusieron a la condena a las tesis de Galileo, al igual que su amigo el cardenal Barberini. El prestigioso astrónomo carmelita Paolo Foscarini volvió a defender la validez del sistema copernicano en una “carta sobre la validez del sistema pitagórico y copernicano acerca de la movilidad de la tierra y la inmovilidad del sol”, ganándose una amonestación de la Inquisición, que no podía tolerar un nuevo frente cuando la condena de Galileo aún era reciente. Su opúsculo fue finalmente prohibido (y otras de sus obras censuradas), conminándole también a él a presentar sus aportes heliocentristas como hipótesis, y no como realidad, y sólo se libró de un proceso porque murió al poco, en junio de 1616.
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La controversia de los cometas. Enemistad definitiva con los científicos jesuitas. Protección del cardenal y luego papa Barberini
Galileo se resiente de esta primera condena. Su salud comienza a darle problemas, y su actividad investigadora se reduce en los siguientes años, aunque persiste con notable constancia. Durante años había observado la Vía Láctea, que anteriormente se creía nebulosa, descubriendo que estaba formada por una multitud de estrellas agrupadas tan densamente que desde la Tierra parecían nubes. En 1617 describió la estrella doble Mizar en la Osa Mayor.
En 1618 dedica su atención a la observación de tres cometas aparecidos entonces, y al año siguiente mantuvo una polémica con Horazio Grassi, un jesuita y profesor de matemáticas del Colegio Romano. Bajo el seudónimo de “Sarsi”, en su obra “De tribus cometis ani 1618 disputatio astronomica”, Grassi sostuvo que dado que el cometa se movía más lento que la luna, debía estar más lejos que ella. Galileo respondió por medio de su discípulo Mario Guiducci, quien publica en junio de 1619 “Discorso delle comete”, donde sostiene la errónea opinión de que los cometas son fenómenos luminosos aparentes; peor aún, el escrito contiene diversas alusiones poco halagadoras para los matemáticos del Colegio Romano, llegando a insultar a Christoph Scheiner. En octubre, Grassi retrucará con un escrito bajo seudónimo (pretendiendo ser uno de sus propios alumnos) llamado “El equilibrio astronómico y filosófico”, en el que insinúa que Galilei defiende tesis heréticas. Apoyado por su amigo el cardenal florentino Maffeo Barberini y los miembros de la prestigiosa Accademia dei Lincei, Galileo contesta con un escrito mordaz que deja en ridículo a Grassi, Il saggiatore, entrando de ese modo en la disputa secular entre jesuitas y escolásticos, irónicamente del lado de estos últimos. En esta obra, Galilei no sólo refuta con desdén a Grassi, sino que postula una teoría propia completa sobre el estudio de la naturaleza a través de la ciencia, hasta el punto de que muchos lo consideran su manifiesto científico fundamental. Por desgracia, una vez más en la vida de Galilei, la muy italiana pasión de las disputas verbales ensombrece y oculta la verdadera discusión científica, llevando las cosas al terreno de lo personal. Tras Il saggiatore, Galileo se ganó la enemistad de por vida de otro poderoso grupo, el de los jesuitas.
No obstante, son años buenos para Galileo. Continúa estudiando los descubiertos satélites jupiterinos, y con la protección del cardenal Barberini (que llega a componer un poema en su honor llamado Adulatio perniciosa), el 20 de enero de 1621 es nombrado cónsul de la Academia Florentina. Cuando Barberini es elegido papa el 6 de agosto de 1622, con el nombre de Urbano VII, Galilei conoce una época de auge y renombre. El papa le autoriza a publicar Il Saggiatore en 1623 (lo que supone su respaldo en la disputa con Grassi), y en cierto modo, Galileo se convierte en el portavoz de los académicos de la Lincei frente al monopolio científico que pretenden lograr los sabios jesuitas del Colegio Romano.
Poco después, el propio papa le sugiere a Galileo que escriba una obra en la que resuma de modo convincente sus ideas, evitando las polémicas a las que tan inclinado era. Sutilmente le encamina a que trate de justificar el sistema de Tycho Brahe, que buscaba una conciliación entre el modelo ptolemaico y el copernicano, compromiso que era el más inclinado a aceptar la teología oficial, acercando de ese modo posturas con el Colegio Romano. Galilei acepta, y dedicará la mayor parte de su atención a dicha obra en los siguientes años, aunque también tendrá tiempo de perfeccionar su microscopio compuesto (1624) y la estructura del imán (1624). En mayo de ese año entregó un telescopio al cardenal Zollern para que lo presentara al duque de Baviera, y en septiembre otro al príncipe Cesi. Asimismo, viaja a Roma varias veces, entrevistándose con el papa, sus escritos son llevados a París por el letrado calvinista Elié Dodati, con quien se entrevista en 1626, y dos años más tarde cae gravemente enfermo, atrasándose todo su trabajo hasta su recuperación. Cuando se restablece, es consultado en 1630 por la ciudad de Florencia para asesorar en la construcción de un nuevo canal en el río Bisenzio.
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El “Diálogo sobre los dos mayores sistemas del mundo”
Por fin, en enero de 1632, Galileo entrega para su impresión la obra sugerida por el papa. Como es costumbre en su época, lo hace en forma de Diálogo. Inicialmente deseaba titularlo “Diálogo sobre la Bajamar y el flujo de los mares”, pero la Inquisición le recuerda que tiene prohibido presentar sus conclusiones copernicanas como veraces, por lo que, para obtener la aprobación y poder publicarlo, le cambia el título por el de “Diálogo” a secas, con su nombre y títulos académicos, seguido de un largo subtítulo. Una frase de ese subtítulo se ha elegido para darlo a conocer posteriormente, el de “Dialogo sopra i due massimi sistemi del mondo Tolemaico, e Coperniciano”, o sea, “Diálogo sobre los dos mayores sistemas del mundo, ptolemaico y copernicano”. Con evidente afán de generar un debate amplio, fuera de los círculos académicos, la obra fue publicada en lengua italiana vulgar, y no en latín, como era costumbre en los tratados científicos y filosóficos de la época.
Tres personajes protagonizan la obra: el copernicano Salviati, que representa al propio Galilei y emplea sus argumentos; el ptolemaico Simplicio (epónimo del filósofo aristotelista del siglo VI), una combinación de los argumentos de Delle Colombe y Cesare Cremonini; y Sagredo (nombrado en homenaje a su amigo Giovanni Francesco Sagredo), un neófito pero con criterio racional que busca la verdad y representa a todos los aficionados a la astronomía que no pertenecen formalmente a ninguna escuela.
Lejos de buscar una exposición limpia de los argumentos de ambas corrientes, como le había sugerido el papa, Galileo, por boca de sus personajes, se posiciona claramente como heliocentrista. Los argumentos ptolemaicos son ridiculizados, y sus defensores, despreciados como ignorantes.
Mas aún, Galileo no toma en consideración la propuesta intermedia de Tycho Brahe, lo cual le hubiese granjeado la simpatía y el apoyo de la mayoría de los astrónomos jesuitas del Colegio Romano. Aunque el danés es citado profusamente, no así sus propuestas sobre el sistema solar, porque se apartaban de la teoría sobre las mareas de Galilei (de hecho, el motivo original de la discusión del tratado). Más aún, las mediciones del diámetro de estrellas de Galileo daban valores mucho más pequeños que los hallados por Brahe (una estrella de primera magnitud no tenía más de 5 segundos de arco según sus cálculos), desmontando así el argumento del danés de que las estrellas deberían presentar un paralaje anual que no se veía, y serían absurdamente grandes si el sistema heliocéntrico fuera cierto (en realidad Copérnico ya había respondido muchos años atrás a la objeción con el argumento correcto de que las estrellas presentaban un paralaje insignificante porque estaban muy lejos). Más adelante, Simon Marius, Giovanni Battista Riccioli y Martinus Hortensius hallaron valores similares a los de Galilei, pero sus conclusiones fueron que no eran lo suficientemente pequeños para desmentir la objeción de Tycho Brahe.
Entre los argumentos del “Diálogo” priman las referencias observacionales: las fases de Venus, las montañas de la luna, los satélites de Júpiter o el movimiento de las manchas solares no se explican satisfactoriamente con el sistema ptolemaico. Todas estas eran razones de peso. Por desgracia para el genio pisano, su principal orgullo y caballo de batalla era que las mareas demostraban el movimiento de rotación terrestre: el giro de la Tierra sobre si misma unido a la traslación alrededor del sol producían acelerones y frenazos cada doce horas en diversos puntos de la superficie terrestre, causando la subida y bajada del nivel del mar. La realidad es que la fuerza que Galileo proponía existe, pero (no podía conocer datos tan importantes como la distancia al sol o la velocidad de la tierra para sus cálculos) era mucho menor de lo que creía, y desde luego no causaba las mareas. Paradójicamente, criticó con brillantez el origen lunar de las mareas (con los medios de la época también presentaba dificultades para su demostración, habría que esperar a Isaac Newton para poder probarla en todos sus extremos), que era la teoría correcta.
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El proceso inquisitorial de 1633
El tratado se publica en febrero de 1632, y de inmediato levantó una gran polémica. Galilei hacía algo más que burlarse abiertamente del sistema ptolemaico: presentaba dos pruebas experimentales (las manchas solares y las mareas), no como meras hipótesis, sino como verdades científicas demostradas. Esto era explícitamente lo que le había prohibido la sentencia del tribunal del Santo Oficio en 1616.
Los adversarios de Galileo hacen correr el rumor de que Simplicio representa en realidad al propio papa Urbano VII, lo cual le perjudica, pues su protector y amigo tiene mucho amor propio y, con razón o sin ella le retirará su protección. Es la mayor pérdida que sufrirá Galileo en su vida, pues la amistad del papa le permitió en buena medida publicar sus descubrimientos y teorías pese a estar condenado por la Inquisición. Tampoco le granjea estima el haber escrito en lengua vulgar: ni a los teólogos ni a los científicos les agrada que sus debates lleguen al pueblo llano, que no los comprende y puede malinterpretarlos, causando confusión y males sin cuento.
Fuese como fuera, lo cierto es que el libro había pasado el filtro de la censura eclesiástica tras haber cambiado su título. Para no desairar a los censores, el tribunal de la Inquisición requirió a Galileo bajo la acusación de haber violado el mandato de la sentencia de 1616. El astrónomo contaba 68 años, había estado enfermo y había perdido mucha visión en el último año. Una epidemia de peste en la Toscana le retuvo durante meses, pero en diciembre de 1632 el tribunal le conminó a presentarse a la vista y no demorar más la causa.
Galilei es alojado en las habitaciones para invitados ilustres del palacio de la Inquisición. El 9 de abril de 1633 comienza el proceso, a cargo del acusador Vincenzo Maculani. Tras un primer interrogatorio, se le recomienda a Galilei que confiese haber propagado doctrinas “heréticas”, por sostener el heliocentrismo. Galileo niega haber defendido al sistema copernicano después de 1616 (lo cual resultaba inverosímil con el “Diálogo” delante). El tribunal insinúa que pese a su edad se le podría aplicar tortura para obtener la verdad, pero él sigue negándolo. Finalmente se llega a un compromiso, por el cual Galilei acepta que su obra no estaba escrita con la suficiente claridad como para que un lector inadvertido no pudiese pensar que se defendía el heliocentrismo como cierto.
Galileo confiesa el 30 de abril lo que le piden y acepta un documento de abjuración por el cual rechaza cualquier enseñanza que haya podido emitir y que no esté de conformidad con las doctrinas de la Santa Madre Iglesia. El 22 de junio de 1633 le es leída la sentencia en la iglesia del convento de Santa María sopra Minerva de Roma: se le encuentra culpable de “sostener la opinión de que el Sol yace inmóvil en el centro del universo, que el La Tierra no está en su centro y se mueve, y que uno puede sostener y defender una opinión como probable después de que ha sido declarada contraria a las Sagradas Escrituras”, todo lo cual le convierte en “vehementemente sospechoso de herejía” (al no ser declarado formalmente hereje, elude el castigo corporal o la confiscación de los bienes). Se le exigió que “abjurara, maldijera y detestara” esas opiniones, como así hizo. Por relapso en la propagación de ideas heréticas es condenado a prisión perpetua y firma la abjuración pactada. Su obra sobre los dos sistemas del mundo, como todas las del heliocentrismo, fue incluida en el Index de libros prohibidos.
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Confinamiento domiciliario de por vida
El papa Urbano VII no firmó dicha sentencia, y le conmutó la pena por la de arresto domiciliario al día siguiente. Inicialmente lo cumplió alojándose en el palacio de su amigo el arzobispo de Siena, Ascanio Piccolomini (estudiante de matemáticas, y protector y amigo de Galileo).A finales de 1633 se trasladó a su villa de Arcetri, cerca de Florencia, y próxima al convento donde profesaban sus hijas naturales, María Celeste (Virginia en el siglo) y Arcángela (Livia). A la muerte de Galilei se encontraron entre sus pertenencias más de ciento veinte cartas que le había enviado su hija María Celeste a lo largo de más de veinte años, prácticamente desde su entrada en religión. Se supo así que había mantenido una continua, afectuosa y estrecha relación epistolar con su hija. Por desgracia, no se conservaron las respuestas de Galilei entre los objetos de su hija cuando esta falleció poco después a causa de la disentería. Por cierto que fue María Celeste la que obtuvo permiso eclesiástico para cumplir la condena a rezar los siete salmos penitenciales una vez a la semana que le impuso el tribunal a Galileo, liberándole así.
El escritor ilustrado Giuseppe Baretti publicó en un libro (Italian Library) más de un siglo después que Galileo, en el momento de escuchar la sentencia y tras su abjuración, había pronunciado en voz baja la expresión “Eppur si mouve” (“y sin embargo, se mueve”), en referencia a su afirmación del movimiento terrestre. El autor no citaba procedencia de dicha expresión, que ha pasado al acerbo popular como ratificación de la veracidad de algo aunque esté prohibido decirlo. Con seguridad, Galileo jamás habría osado retar de aquel modo al tribunal que le condenaba. Probablamente Baretti recoge un rumor que ya existió en vida de Galilei, de imposible confirmación actualmente. Para aumentar el misterio, en una pintura de Galileo en su cárcel (jamás estuvo en una cárcel) atribuida a la escuela de Bartolomé Murillo en torno a 1643, unos trabajo de restauración en 1911 descubrieron que el lienzo de pared donde mira el personaje aparecía grabado el famoso epigrama “E pur si muove”, posteriormente doblado y cubierto con el marco. El propietario era un neerlandés afincado en Bélgica, un tal Jules Van Belle, que comunicó el descubrimiento al historiador de las matemáticas italiano Antonio Favaro. Cuenta la anécdota Stillman Drake en su obra “Galileo at work” (1978), y atribuye la pintura y su origen a Piccolomini, que tenía un hermano militar al servicio del monarca católico, y que estuvo en Madrid por esas fechas, donde pudo encargar el cuadro en homenaje a su amigo, recientemente fallecido, y que presumiblemente habría pronunciado la cita durante la breve estancia en su palacio. La explicación tiene su lógica, pero el problema es que no hay rastro del tal cuadro (una pintura con la que habitualmente se confunde es “Galileo en prisión”, cuyo autor es Eugène Van Maldeghem, un pintor francés del siglo XIX), y entre los Van Belle conocidos no hay ningún Jules en aquellos años. Es probable que la frase sea sencillamente apócrifa, pero hizo fortuna porque, como dicen los italianos, si non e vero, e ben trovato, es decir, que retrata bastante bien el carácter terco y polemista del gran astrónomo pisano.
Los decretos del Santo Oficio fueron publicados en Roma el 2 de julio y el 12 de agosto en Florencia. Después del verano llegaron a Flandes y al Sacro Imperio. Aunque en Francia no llegó a ser publicado, René Descartes decidió posponer la publicación de su Traité du monde et de la lumière para evitar problemas con la Inquisición, como reconoció en su carta al matemático Marin Mersenne.
En su momento, muchos matemáticos y astrónomos copernicanos tuvieron por cierto (entre ellos, el propio Descartes) que Galileo había sido víctima de una confabulación de los jesuitas (particularmente los del Colegio Romano) para perjudicarle. Parece ser que el propio Galilei así lo pensaba.
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Últimos años
Galilei vivió confinado en su villa de Florencia desde diciembre de 1633 hasta 1638. Recibió muchas visitas, gracias a las cuales pudo sacar de Italia varios manuscritos con sus obras para su publicación en el extranjero (la mayoría impresos en Estrasburgo y París). Así, en 1636 sus colaboradores entregaron al afamado impresor protestante Elzevier de Leyden los primeros bocetos de su postrera gran obra, Discorsi e dimostrazioni matematiche, intorno à due nuove scienze (“Discursos y demostraciones matemáticas acerca de dos nuevas ciencias”), continuación indisimulada (y por tanto, una nueva desobediencia a la sentencia) del “Diálogo sobre los dos mayores sistemas”, que le había costado su confinamiento. En este trabajo, Galileo resume treinta años de investigaciones científicas, que en cierto modo suponen la demostración de un cambio en la manera de entender la mecánica como una ciencia experimental, acabando para siempre con la ya maltrecha física aristotélica. En este libro, los personajes principales son los mismos, pero bastante matizados: Simplicio no es el obtuso ptolemaico de la obra precedente, y representa las posiciones más templadas de los seguidores de Tycho Brahe; Sagredo representa el propio pensamiento intermedio de Galileo, y Salviati su pensamiento tardío, es decir, su madurez intelectual. La edad y la reclusión han templado su ardor polemista, y el pisano se preocupa más de transmitir las teorías que considera correctas que de ganar y demostrar su superioridad en el debate.
Intentó también establecer las bases del estudio de la resistencia de los materiales, pero fue menos afortunado en esa labor, y su trabajo quedó pronto superado por otros matemáticos contemporáneos.
Por cierto que la anécdota que contará su discípulo y biógrafo Viviani de que arrojó cuerpos de diversa masa con el mismo tamaño desde lo alto del campanario exento de la catedral de Pisa (la famosa “torre inclinada”) para probar que Aristóteles se equivocaba cuando afirmaba que los más pesados caerían antes, no es descrita jamás por el propio Galileo (aunque en el Discorsi sí afirma que todos los pesos desiguales caerían con la misma velocidad finita en el vacío- hipótesis comprobada en el siglo XX con los viajes espaciales-, pero empleaba la oscilación de los péndulos de diverso peso como demostración, no el lanzamiento de objetos desde altura). A pesar de que ha entrado en el acervo popular, es probablemente espúrea. Por lo demás, la afirmación de Aristóteles había sido ya refutada tan antiguamente como en el siglo VI por el filósofo Iohannes Filopones de Alejandría, en su obra “De aeternitate mundi contra Aristotelem”.
El 4 de julio de 1637 perderá definitivamente la vista el ojo derecho, y el 2 de enero del año siguiente, la del izquierdo, quedando completamente invidente. El tribunal autoriza a que sea asistido continuamente por un ayudante, Dino Peri, y un capellán, el padre Ambrogetti. A ellos dictará, ya ciego, la sexta y última parte de su Discorsi, que será impreso completo en julio de 1638 en Leiden (Holanda) y París. Esta obra tendrá una difusión mayor que la primera, y se conservan los comentarios sobre la misma que envió Descartes a Mersenne. Albert Einstein consideró muchos siglos después a Galileo como el padre de la ciencia moderna, precisamente por este tratado.
En 1638, ya inválido por una hernia dolorosa, Galilei solicita y obtiene el levantamiento de su confinamiento, se le permite acudir a Florencia a obtener tratamiento médico y se traslada a su casa de San Giorgio, cerca del mar, donde vive sus últimos años rodeado de sus discípulos: Vincenzo Viviani (que midió la velocidad del sonido, escribió la más temprana biografía de su maestro y fue matemático de la corte del Gran Duque de Toscana) yEvangelista Torricelli (académico en Florencia, inventor del barómetro de mercurio que demostraba que el aire pesaba y del teorema que lleva su nombre), entre otros. Ese año, Galileo describió un método experimental para medir la velocidad de la luz al disponer que dos observadores, cada uno con linternas equipadas con persianas, observaran las linternas del otro a cierta distancia, abriendo la suya cuando vieran la luz de la otra. A una distancia de una milla no pudo determinar si la luz apareció instantáneamente o no.
Su fama en vida, pese a la condena del tribunal del Santo Oficio, es inmensa, y astrónomos y matemáticos de toda la Cristiandad lo consideran un maestro. En cierto modo, esta es una forma callada de sancionar vox populi sus ideas: el sistema geocéntrico está, en la práctica, pasando a la historia, y las implicaciones teológicas que ello conlleva deberán resolverlas los teólogos, no los astrónomos.
A finales de 1641 todavía está trabajando, intentando aplicar el principio del péndulo al mecanismo de un reloj (llamado “escape de Galileo”, no se plasmará en un instrumento práctico hasta que lo construyó Christiaan Huygens en 1650), pero a principios de 1642 empeora su salud y el 8 de enero fallece en Arcetri a la edad de 77 años. Al día siguiente el gran Duque de Toscana quiso que su cuerpo fuese enterrado en la iglesia de la Santa Croce, en Florencia, en un mausoleo junto al cuerpo de su padre y otros ilustres antepasados. Pero el papa protestó, ya que suponía exaltar a un difunto condenado por la Inquisición. Su cuerpo fue enterrado en una habitación junto a la capilla de los novicios, en el crucero sur de la basílica. Habrá que esperar hasta 1737, completamente rehabilitado su recuerdo, para que se cumpla la voluntad del Gran Duque: un gran mausoleo de mármol se erigió en el emplazamiento previsto inicialmente, y su cuerpo fue trasladado allí. Por cierto que durante la mudanza se desprendieron tres dedos y un diente, que actualmente se exhiben en el museo de Galileo en Florencia.
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Epílogo
Galileo Galilei, el pisano más universal, es considerado unánimemente uno de los padres (o más bien el principal de ellos) del método científico, con el cual se han realizado la mayor parte de los descubrimientos científicos de la historia de la humanidad (se le considera uno de los primeros, sino el primero, que consideró que las leyes de la naturaleza se expresaban con las matemáticas: “La filosofía está escrita en este gran libro, el universo… Está escrito en el lenguaje de las matemáticas, y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas”).
Galileo propuso el principio básico de la relatividad: las leyes de la física son las mismas en cualquier sistema que se mueva a una velocidad constante en línea recta, independientemente de su velocidad o dirección particular. Por tanto, no hay movimiento absoluto ni reposo absoluto. Este principio proporcionó el marco para las leyes del movimiento de Isaac Newton y es fundamental para la teoría especial de la relatividad de Albert Einstein.
Asimismo, se le considera el gran demostrador del heliocentrismo, y por tanto, el debelador de la teoría geocéntrica. Este último punto tuvo importancia en tanto en cuento cuestionaba las deducciones teológicas acerca del centro de la tierra, y por tanto del hombre, en los planes divinos, que había realizado la escolástica durante la Baja Edad Media, principalmente en base a Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, las grandes autoridades en filosofía. La demostración experimental de que eso no era así, obligaba a replantear dichas deducciones (basadas, por otra parte, en unas pocas lecturas bíblicas poco evidentes, y en unos datos de la física aristotélica que habían quedado superados gracias a la tecnología contemporánea).
Ese cambio de mentalidad no era fácil en su época (aunque no olvidemos que los jesuitas del Colegio Romano ya habían comenzado a cuestionarlo en base a sus descubrimientos incluso antes de que Galileo publicara sus obras más importantes), y era normal que hallara resistencias. El propio Galilei publicó tratados intentando demostrar la perfecta catolicidad de sus descubrimientos y los errores de las deducciones escolásticas anteriores. El genio pisano supuso en cierto modo una ruptura en lo que debería haber sido (estaba siendo) un proceso progresivo y consensuado por los académicos.
Y lo hizo por varias razones: primero porque sus observaciones y sus revolucionarias deducciones (en su mayoría correctas) aceleraron ese proceso de un modo dramático. Fue, pues un genio visionario adelantado a su tiempo, y eso siempre provoca resentimiento y oposición en otros sabios no tan geniales de la época, que optaron por denunciar sus trabajos a la Inquisición, pensando que la vertiente teológica de las mismas era una forma más accesible de apartarlo. En segundo lugar, su carácter polemista, e incluso sus provocaciones deliberadas (no era raro que satirizara o se burlara de sus interlocutores cuando estaba convencido de tener razón, por no hablar de las desobediencias repetidas al tribunal del Santo Oficio, el más rígido de su época) le ganó la antipatía y hasta la enemistad de otros astrónomos, evitando que miraran su trabajo con la debida objetividad. En locución actual, se diría que Galileo Galilei irrumpió como “caballo en cacharrería” (como se dice en España) en el mundo de la astronomía. Que tuviese razón en la mayor parte de sus conclusiones no alivió el furor de las avispas académicas cuyo panal pateó.
En 1718 se concedió un primer permiso inquisitorial para editar de nuevo todas las obras de Galileo en los países católicos, excepto el Discorsi. En 1741, el papa Benedicto XIV, ante la prueba óptica de la órbita terrestre, ordenó al Santo oficio que permitiera la publicación libre de las obras de Galileo que la defendían (particularmente sus Discorsi, aunque con alguna censura menor incluida). En 1757, la Congregación del Índex retiró de la lista de libros prohibidos todos los tratados heliocentristas (aunque los Discorsi de Galileo y De revolutionibus de Copérnico sólo autorizados en su versión corregida). La eliminación total de la censura llegó en 1835.
En el siglo XX, varios papas rehabilitaron y homenajearon la figura de Galileo Galilei, incluyendo un encendido elogio de Pío XII en su primer discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias en 1939. En 1979, el papa Juan Pablo II puso en marcha una comisión para revisar el proceso contra Galileo. Cuando esta concluyó sus trabajo, en 1992, curiosamente concluyó que con los datos que ofreció en su momento (particularmente el error sobre las mareas), Galilei no podía demostrar fehacientemente el heliocentrismo, y que por tanto la sentencia condenatoria era ajustada al derecho contemporáneo.
En 2009, con motivo del Año Internacional de la Astronomía, la Santa Sede organizó un congreso internacional sobre Galileo Galilei. Ese mismo año el Archivo Secreto vaticano publicó una edición revisada y anotada sobre el proceso inquisitorial a Galilei.
Galileo Galilei es, sin disputa, el científico católico más influyente en la historia, y también el más citado. Es imposible enumerar todos los títulos, liceos, academias, becas o colegios que llevan su nombre. Por cierto que también es protagonista indirecto de la etimología de dos grandes instrumentos muy corrientes, que fueron nombrados a partir de inventos suyos: el telescopio (“visión lejana”) en 1611 por el matemático griego Giovanni Demisiani de Cefalonia, y el microscopio (”visión pequeña”) en 1625 por el anatomista alemán Johann Faber, académico como el propio Galilei en la Accademia dei Lincei.
Galileo da nombre a la unidad de medida de la aceleración en el sistema cegesimal (empleado para medir la aceleración gravitacional). En el campo de la astronomía es donde más homenajes ha recibido: los satélites jupiterianos descubiertos por él aún se llaman lunas galileanas. Una importante misión exploratoria de la NASA a Júpiter, que duró entre 1989 y 2003 llevó su nombre. El planeta extrasolarRho Cancri b(HD 75732 b), que orbita alrededor de la estrella enana amarilla 55 Cancri,ha sido designado por la IAU con el nombre de Galileo. Asimismo, el asteroide 697 y dos cráteres (uno lunar y otro marciano), han sido bautizados con el nombre de Galileo. Por último, el sistema de posicionamiento y navegación europeo (la alternativa al GPS) se llama también así.
Por último, una moneda conmemorativa del año internacional de la Astronomía (2009), dos películas, una obra de teatro, varias canciones y hasta una ópera, están dedicadas a su vida y obra.
28 comentarios
Comentar que el INDEX aparece después de celebrarse el Concilio de Trento. Se promulga el 24/3/1564 , en el año 1835 se le retira completamente del Index todas sus obras, (antes algunas),el Index continuo hasta el 8/3/1966 en que se suprimió.
A modo de complemento y desde la prudencia, no soy un experto, apuntaría algunas cosas.
Galileo avanzó en el estudio del modelo copernicano, aunque la teoría partía, obviamente, del propio Copérnico y, creo, que era una teoría popular anteriormente a éste en la Universidad de Cracovia.
En España la teoría copernicana fue empleada por Martín de Rada para medir el antimeridiano dentro de la polémica por establecer las fronteras con el reino de Portugal.
Sobre la invención del telescopio, las últimas investigaciones sitúan al catalán Juan Roget como su inventor:
"Más adelante, Sirturo refiere su entrevista en Innsbruck, el año 1611, con Maximiliano, archiduque de Austria, quien le enseñó un diseño de un telescopio procedente del propio Galileo: “Tras estudiarlo atentamente —narra Sirturo—, me giré hacia el príncipe y le dije que yo poseía lo mismo, pero procedente de España. Reproducidas mis medidas, superpuse la periferia de la primera diferencia de la [lente] convexa que, según los Roget, es la forma de la primera lente (vulgo di vista commun), y era una sección del mismo círculo Con mis ojos, medí también la periferia del pequeño globo en la lente cóncava y, sin esperar las palabras del príncipe, tracé también la periferia correspondiente a la séptima y última de la lente cóncava, según los mismos Roget, y colocándola en el tablero, resultó ser exactamente la misma"
://dbe.rah.es/biografias/4824/juan-roget.
Domingo de Soto ofrece la definición de la caída de graves, conocimiento que sirve de base a los estudios de Galileo:
"Éste propuso que el patrón del movimiento de los cuerpos en la caída de los graves se correspondía con un movimiento uniformemente acelerado (Pérezy Sols 1994, pp. 460-465; Mira-Pérez 2009, p. 9). De esta manera conectó los conceptos cinemáticos desarrollados por los calculadores de Oxford y la Escuela de Física de París, con lo que conocemos como caída de los cuerpos por efecto de la gravedad. Éste fue un paso importantísimo necesario para que Galileo pudiera desarrollar sus leyes sobre la Cinemática. Domingo de Soto hizo de enlace entre las concepciones medievales de la cinemática y las ideas más modernas que desarrollará Galileo (Mira-Pérez 2009, p 9).
(. . . ) Los estudios sobre la obra de De Soto afirman que su obra llegó a Roma, y fue conocida en el Colegio Romano. Del libro de De Soto Física de Aristóteles se publicaron diversas ediciones, la primera en 1543 y la penúltima en Venecia en 1582, cuando Galileo iniciaba sus estudios (Pérez y Sols 1994, pp. 467-470). En dicha obra encontramos la descripción de la caída de los graves como un movimiento del tipo uniformemente acelerado. Dicho libro es citado por Galileo, aunque no en el contexto de la caída de los graves; por tanto, sabemos que conocía y había leído el libro y lo más probable es que hubiera estudiado la descripción de De Soto sobre este tema".
dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5647166
En Salamanca se emitieron informes con el modelo adoptado en la reforma del calendario gregoriano y Jerónimo Muñoz fue también un observador minucioso de la supernova de 1572:
"El Libro del nuevo cometa fue traducido al francés por Guy Lefèvre de la Boderie, discípulo del famoso orientalista Guillermo Postel, que a su vez era discípulo del valenciano Juan Gélida. Pero, además, sus trabajos sobre la nova se difundieron también a través de la correspondencia que Muñoz mantenía con diversos autores europeos, como el médico y astrónomo vienés ya citado Bartholomaeus Reisacherus, y el astrónomo y médico imperial bohemiano Thaddaeus Hagecius. Hagecius le facilitó a Tycho Brahe cartas de Muñoz sobre la nova, que Brahe copió y usó en su discusión de los trabajos de Muñoz en la Astronomiae Instauratae Progymnasmata".
dbe.rah.es/biografias/6591/jeronimo-munoz
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LA
Muchas gracias Cos por los aportes.
Galileo no fue el inventor del telescopio, los hubo que fabricaron antes que él, ni mucho menos el primero que lo empleó en la observación astral, pero sin duda fue uno de los más conspicuos constructores (y de los mejores vendedores, por cierto) y sin duda el que más descubrimientos hizo con ellos.
De hecho, el avance tecnológico que supuso el telescopio fue fundamental para que en pocos años muchos astrónomos hicieran muchos descubrimientos sobre los cuerpos celestes. Yo diría que Galileo fue el que hizo los más importantes y numerosos, pero ni mucho menos fue el único, ni el primero.
Sería más propio decir que fue el avance en óptica que condujo al telescopio lo que acabó con el modelo ptolemaico astral.
Efectivamente, Domingo de Soto fue el primero en describir el movimiento acelerado, pero Galileo (y otros) hicieron descripciones más precisas y completas de esta, lo cual no quita nada de mérito al segoviano, que abrió una senda que otros siguieron.
Un saludo cordial.
También el documental 'Journey to the Center of the Universe' me parece relevante a este tema y está doblado a nuestra lengua. Estas obras se pueden encontrar en la web del autor: www.robertsungenis.org
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LA
A Galileo no le interesaría, dado que ese autor es geocentrista...
Y también con el artículo de CERC "El Caso Galileo".
(Ambas referencias las encuentran en Internet.)
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LA
Conozco la magnífica obra de Messori, y no veo en el apartado dedicado a Galileo nada que contradiga ("sic") lo que yo expongo en el artículo. La otra referencia que cita no la he encontrado como tal en internet.
Un saludo.
Galileo: Excelente físico y mediocre astrónomo.
Con graves errores de observación: La traslación de la Tierra como causa de las mareas o las órbitas circulares de los planetas.
Su soberbia le llevó a emitir la teoría copernicana como verdad científica en lugar de hipótesis que hubiese sido lo justo pues en aquella época no había tecnología para demostrarla.
Fusiló los planos del telescopio de un inventor holandés e ignoró las investigaciones de Kepler, el mejor astrónomo de su época cuyas leyes siguen formando parte de los estudios en la rama de ciencias de todos los estudiantes.
Como remate caricaturizó al Papa reinante como el personaje Simplicio, un hombre ignorante y bobo incapaz de razonar.
Para la Ciencia y para la Iglesia un personaje nefasto al que la Leyenda negra de los protestantes y otras malas hierbas ha sabido utilizar y ecplotar.
Estoy de acuerdo con María José Nazaret.
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LA
Sin negar lo cierto de sus defectos (que fueron muchos) y de sus errores científicos (que fueron algunos), estoy en desacuerdo con definir a Galileo como un personaje "nefasto" para la Iglesia, y mucho menos para la Ciencia.
A veces, para contrarrestar la leyenda negra, en lugar de confrontar la mentira con la verdad, los católicos (resentidos por siglos de calumnias y ataques sin cuento) nos "pasamos al otro extremo" de difamar a quien ha sido usado por los enemigos de la Iglesia para desprestigiarla. Como se suele decir, echamos al niño de la bañera junto al agua sucia.
A fin de cuentas, Galileo no tiene culpa alguna de que un siglo después de su muerte, ateos, masones e ilustrados emplearan su caso, deformándolo, para calumniar a la Iglesia católica, seguidos por liberales, marxistas y posmodernos. Las fuentes nos muestran que el proceso contra Galileo fue perfectamente equilibrado, llevado a cabo con criterios científicos, y ajustado a las normas de su época. Los diez jueces que le condenaron en 1633 eran todos expertos en matemáticas y astronomía, y le castigaron por publicar como cierto lo que aún era una teoría no demostrada, llevando así a confusión a otros. Sólo el hecho de que fuesen eclesiásticos diferenciaba aquel tribunal de uno corporativo.
Y sus propios escritos nos confirman que Galileo jamás mostró apartamiento alguno de la fe de la Santa Madre Iglesia, más aún, hizo incluso pinitos teológicos al intentar demostrar que el heliocentrismo no iba en contra de las Escrituras (como así es). Muy al contrario, yo diría que fue un católico devoto. Otra cosa es su obediencia a los decretos de la Iglesia, o de las autoridades científicas, que fue poca cuando estaba convencido de tener razón.
Galileo tuvo defectos personales que le granjearon (con plena lógica) muchos enemigos, pero fue un genio en matemáticas, física y, sí, también en astronomía, aunque se equivocase con el origen de las mareas y de los cometas. No lo hagamos peor de lo que era.
No "entreguemos" a uno de los más brillantes científicos católicos a nuestros enemigos.
Un saludo.
Usted en su post le nombra como brillante astrónomo, pero no es cierto. Fue un brillante físico y matemático. Y no tengo problema en reconocerlo.
Pero lo cierto y verdad es que sin la Leyenda Negra el común de los mortales no sabrían de él como pasa con Torrichelli o Tycho Brahe.
Acepto no desprestigiarle en sus logros y descubrimientos siempre que usted acepte situarle en el sitio que le corresponde pues es usted quién ha escrito y en negrilla:
Galileo Galilei es, sin disputa, el científico católico más influyente en la historia.
El más citado, sobre todo por nuestros enemigos, sin duda. Pero el más influyente es más que cuestionable.
Un saludo.
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LA
Entra usted en aspectos de valoración en los que ya se puede disentir porque son subjetivos.
Yo no tengo duda de que sería recordado aunque no hubiese habido proceso o condena, o leyenda negra. Quizá menos popular, sin duda, pero por supuesto que recordado.
En cuanto a la influencia, es innegable. Si usted quiere creer que es por culpa de "nuestros enemigos" (entiendo que los de la Iglesia), es usted muy libre. Yo no. Y estoy convencido que el mejor modo de acabar con la leyenda negra es contar exactamente la verdad: fue un hombre genial, con numerosos defectos personales y pecados. Pero en esto último no es ni de lejos el único. Y, sobre todo, era y fue siempre, católico, muriendo con el nombre de Jesús en los labios.
Esta es una serie sobre científicos católicos, no sobre científicos santos.
Un saludo.
Prefiero enlazar el artículo de otra persona con un listado de científicos católicos que tanto para el autor del artículo como para mí han tenido mucha mayor influencia en la Ciencia y el verdadero progreso del conocimiento que Galileo.
https://www.religionenlibertad.com/ciencia_y_fe/632974467/iglesia-catolica-cientificos-renombre-ninguna-institucion.html
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LA
Si tiene usted la amabilidad de entrar en la dirección de abajo verá cómo este solo es el último de una larga lista de artículos sobre vida y obra de muchos científicos católicos, publicados en esta bitácora a lo largo de casi diez años.
https://www.infocatolica.com/blog/matermagistra.php/cientificoscatolicos/
Un saludo.
D. Luis Ignacio, persona instruída, defiende la actuación y el proceso instruído por la Santa Inquisición (al menos así lo interpreto) exactamente igual que yo: El Proceso fue ejemplar.
Pero desgraciadamente he podido contemplar agrias polémicas donde personas católicas afirmaban que la Iglesia se equivocó y que era lógico pedir perdón por el caso Galileo. Nada más lejos de la realidad.
Es independiente que Galileo tuviera razón, lo que se le pedía es que formulara sus descubrimientos como teoría heliocéntrica al igual que estaba formulada la teoría geocéntrica, no como verdad indubitable.
Y Galileo se negó.
Respondiendo a Pablo, no estoy sin embargo de acuerdo en que el proceso fuera "ejemplar" y Juan Pablo II se equivocara al pedir perdón. El tribunal eclesiástico de Galileo se equivocó al juzgar el heliocentrismo como doctrina herética, incompatible con la Sagrada Escritura. Se puede y debe comprender el error en su contexto histórico, pero no deja de ser un error.
Copio dos párrafos de los discursos en el acto de presentación de los resultados de la comisión de estudio del caso Galileo, el 31 de ocubre de 1992 (350º aniversario de la muerte de Galileo):
Cardenal Poupard (que había presidido la comisión): “Las condenas filosóficas y teológicas abusivamente impuestas a las nuevas teorías de entonces sobre la centralidad del Sol y la movilidad de la Tierra fueron consecuencia de una situación de transición en el ámbito de los conocimientos astronómicos y de una confusión exegética en lo que se refiere a la cosmología. Herederos de la concepción unitaria del mundo que se impuso universalmente hasta comienzos del siglo XVII, algunos teólogos contemporáneos de Galileo no supieron interpretar el significado profundo, no literal, de las Escrituras, cuando éstas describen la estructura física del universo creado, hecho que los llevó a trasponer indebidamente una cuestión de observación fáctica al campo de la fe”.
Juan Pablo II: “La representación geocéntrica del mundo era comúnmente aceptada en la cultura del tiempo como plenamente concorde con la enseñanza de la Biblia, en la cual algunas expresiones, tomadas literalmente, parecían constituir afirmaciones del geocentrismo. El problema que se plantearon los teólogos de la época era el de la compatibilidad del heliocentrismo y de la Escritura. La nueva ciencia, con sus métodos y la libertad de investigación que suponen, obligaba a los teólogos a interrogarse sobre sus criterios de interpretación de la Escritura. La mayor parte no supo hacerlo. Paradójicamente Galileo, sincero creyente, se mostró en este punto más perspicaz que sus adversarios teólogos”.
Galileo ha sido víctima de dos injusticias históricas: primera, las condenas del Santo Oficio, basadas en una intromisión ilegítima del poder de la Iglesia en la libertad de investigación científica; segunda, la utilización de su caso como ejemplo típico de conflicto entre fe y razón, cuando Galileo, sincero creyente y honrado científico, se empeñó siempre en buscar la armonía entre ambas.
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LA
Estando de acuerdo sustancialmente con lo que dice, me gustaría puntualizar que no debemos juzgar a la ligera el ambiente en el que se desarrolló el juicio teológico-científico a Galileo. Si las objeciones de orden natural que se le pusieron a las teorías de Galileo fueron plenamente coherentes con lo que se sabía en ese momento, las de orden teológico pecaron de ponerse a la defensiva, y eso porque estaban contaminadas por un pensamiento anterior, de tipo escolástico, por el cual el aristotelismo geocéntrico era cristiano, y el pitagorismo helicéntrico era pagano, lo cual inconscientemente llevaba a pensar que el modelo natural de centralidad de la Tierra se asociaba a la ortodoxia, y el centrado en el sol al paganismo. No olvidemos que estamos en plena época de la Contrarreforma, que la herida causada por el protestantismo es reciente y ha generado una cierta psicosis general hacia las ideas sospechosas de herejía (aunque, paradójicamente, Lutero y Melantchon eran estrictos geocentristas, y hubiesen juzgado con mucha más dureza a Galileo por sus teorías que la propia Inquisición). En las siguientes décadas los teólogos supieron enfocar de un modo diverso la interpretación de las Escrituras en los pasajes naturales, asumiendo que los principios metafísicos aristotélicos eran perfectamente válidos, mientras que sus conclusiones naturales estaban limitadas por los medios a su alcance en su época, y por tanto podían variar posteriormente con nuevos descubrimeintos.
Todo esto es claro de ver hoy en día, pero no tanto en su época. Como se suele decir, una vez visto el futuro, todos son profetas.
Por lo demás, esta es la excepción, pues ningún tribunal eclesiástico entró antes, ni entraría después, en aspectos meramente científicos, ni siquiera si podían tener derivadas teológicas.
Un saludo.
Saludos cordiales
Otro tanto ocurría también en el campo de la medicina, donde muchos catedráticos se oponían a abandonar el modelo galénico. Estos cambios radicales siempre producen resistencias fuertes, no debería de resultar extraño, es un fenómeno que desborda la circunstancia contingente de aquel debate. Además explicaciones sencillas, incluso pedestres a veces, ayudan a entenderlo, como la falta de pruebas suficientes que avalen las nuevas teorías, observaciones erróneas -caso Galileo-, o el choque generacional entre los viejos catedráticos cuya posición queda en entredicho y los jóvenes investigadores.
En España sirve como ejemplo el caso de Diego Zapata, famoso condenado por el Santo Tribunal por el delito de judaizante -algunos dicen que por cuestiones políticas en un contexto de luchas palaciegas-: por un lado representante de la nueva medicina atenta a los estudios contemporáneos de su campo, por otro autor de Crisis médica sobre el antimonio (1701).
"para creer lo que me expresan, en orden à que los puros Medicos Doctorados Galenistas de esfa ciudad, publican contra el Antimonio: que es un poderoso veneno,que abrasa los cuerpos, y que los que han tomado el Antimonio, mueren al año.
Pues como avia de dar asenso a vozes tan escandalosas, horrorosas, y lo que mas es, contra la salud publica".
"Y asi es mejor el Antinonio de Transylvania, y Ungria, acredita esta bondad el color argentado, en que se conoce la porcion de Mercurio"
"Pero entre los prodigios del Antimonio crudo, y dignos de la mayor consideracion, es que este molido dándolo à los cavallos, cebones, y otros animales los engorda, como refieren las Ephemerldas Gallicas; y Basilio Valentino, que hizo el mismo experimento, pero con la admirable observacion de que cura juntamente la lepra a estos animales, y les restituye el apetito perdido".
bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000079847&page=1
"Pero anteviendo, que el número de ignorantes carece de guarismo: que le supute y que cada uno juzga según su incapacidad -tan conciliador como Galileo, jeje- [...]
bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000105523&page=1
El antimonio, cuando menos es inocuo y en grandes dosis un metal venenoso, desde luego.
En cuanto al caso Galileo, yo creo que resulta claro que éste se extralimitó incluyendo opiniones teológicas no autorizadas -cosa que no era rara en la época. Grandes tratados científicos de Descartes, Newton o Leibniz lo son también de filosofía, metafísica o teología. LA ciencia se entendía como un todo-, y la Iglesia hizo otro tanto tomando partido por cuestiones de índole científica. Lo cual tampoco debe de llevar a escándalo, fue un error.
Y en mi opinión también se está equivocando ahora al tomar partido por la teoría del apocalipsis climático.
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LA
¿Cuál es la opinión teológica no autorizada que incluyó Galileo?
No podía demostrar la teoría heliocéntrica copernicana y se negaba a plantearla como hipótesis de trabajo.
La Iglesia actuó correctamente.
Con este artículo con el que estoy completamente de acuerdo termina mi participación en este post. Agradezco al blogger su paciencia y moderación.
LA
¿Cuál es la opinión teológica no autorizada que incluyó Galileo?
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Bueno, quizá de exégesis bíblica. No estaba tratando de juzgar sobre lo que tenga que ver con el aparato y fundamentos jurídicos de la época, que es una cosa que me supera, solo expresaba que Galileo también se equivocó, y que no creo que haya en el caso Galileo nada extraordinario y que no encuentre explicación dentro los complicados entresijos del debate académico.
De hecho -y no pretendo abrir otra discusión, jeje- ¿Qué estamos viendo hoy en día con asuntos como el alarmismo climático o las "vacunas" contra el Covid? Seguramente, manteniendo las diferencias que les son propias por la distancia temporal, los tribunales eclesiásticos de la época aún extralimitándose se comportaron mucho mas razonablemente a como lo hacen hoy los comisarios de la nueva religión.
Por otro lado, reitero el agrado por el artículo, que creo que posee las virtudes de la buena pedagogía, esa capacidad de hacer que un tema arduo resulte apasionante y anime a uno a interesarse mas por él. Además de servir de mapa del importante desarrollo que una parte de la ciencia estaba teniendo en ese momento.
Dices que Galileo "no podía demostrar la teoría heliocéntrica copernicana", y eso es verdad, porque su argumento preferido a favor del heliocentrismo, el de las mareas, era incorrecto, y él mismo tenía que haberlo sabido. Pero a la vez sí que pudo dar contundentes argumentos contra el geocentrismo: los satélites de Júpiter y las fases de Venus, así como las imperfecciones de la superficie lunar como argumento genérico contra "la perfección de los cielos". Aunque el heliocentrismo no se demostrara fehacientemente, el geocentrismo se desmoronaba.
Pero la cuestión no es que Galileo estuviera equivocado, sino que la Iglesia no era la que tenía que decirlo, ni prohibir la teoría científica, por mucho que Galileo se empeñara -sin razón- en presentarla como hecho probado. Esa es la cuestión, la intromisión indebida en una cuestión científica. Como ya he dicho, hay muchos motivos para "comprender" lo ocurrido, pero eso no lo justifica.
Me parece a mí que esa resistencia a desplazar a la humanidad del centro de la creación divina no era tan importante para la cosmovisión cristiana (quizás en todo caso para la mentalidad renacentista, más antropocéntrica que la mentalidad teocéntrica medieval). Luis Ignacio dice que el heliocentrismo "cuestionaba las deducciones teológicas acerca del centro de la tierra, y por tanto del hombre, en los planes divinos, que había realizado la escolástica durante la Baja Edad Media, principalmente en base a Aristóteles y Santo Tomás de Aquino". Si es posible, me gustaría tener la referencia de quiénes y dónde se hacen esas deducciones.
Galileo invadió indebidamente, aun teniendo razón en sus argumentos científicos, pues hizo afirmaciones con repercusiones de orden teológico que no le competían con tal de avalar sus hipótesis científicas. La Iglesia, el Santo Oficio, cumplió su trabajo, pero aplicó criterios filosófico-teológicos ya caducos que negaban hechos naturales de muy reciente descubrimiento pero bien demostrados.
De hecho, y a final de cuentas, el Santo Oficio tenía razón, pues Galileo pretendía fundamentar sus afirmaciones diciendo que la Sagrada Escritura lo respaldaba, cosa del todo falsa. Y a la vez Galileo tenía razón (al menos parcial) en las realidades astronómicas descritas y defendidas por él y en la necesidad de considerar el contexto histórico y cultural (muy pobremente conocido en aquel tiempo) al interpretar los pasajes y libros de la Sagrada Escritura.
En un programa televisivo acerca del Papa Benedicto XVI (durante su pontificado) él afirmaba que la Iglesia se había equivocado en su juicio a Galileo. Lo que no quedó claro de esa afirmación, es si se refería a que la Iglesia se equivocó porque lo juzgó o porque lo condenó.
Intuyo que se refería a que el 'error' fue juzgarlo, pues ese evento se convirtió en el pretexto para una de las más grandes campañas de desprestigio y calumnia en contra de la Iglesia por parte de sus enemigos que perdura hasta hoy.
A mi parecer LA actúa de muy buena fe, aunque en este tema considero que no hay que esforzarse mucho por explicarles a los que piensan distinto.
Dios lo bendiga!
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